domingo, 6 de julio de 2014

EN PRIMER PLANO,. Travis Kalanick, Fundador de Uber, la pesadilla de los taxistas,./ A FONDO, CATAR, LOS ESPECTROS DE DOHA,.


  1. Esta estampa tan típicamente neoyorquina podría tener los días contados. ... Taxistas de medio mundo ven en Travis Kalanick al hombre que ...-foto,.
     
    En primer plano

    Travis Kalanick, Fundador de Uber, la pesadilla de los taxistas

    Lo odian. Taxistas de medio mundo ven en Travis Kalanick al hombre que quiere arruinarles la vida. Y se han alzado en pie de guerra contra su empresa, Uber, una aplicación que no cesa de robarles clientes. No es la primera vez que este millonario de 37 años pone un sector contra las cuerdas. Ni será la última, amenaza Kalanick.
     Llueve a cántaros en Nueva York. Con la mano alzada, turistas y ejecutivos luchan, a menudo con malas artes, para conseguir que un taxista se pare y los salve del chaparrón. Esta estampa tan típicamente neoyorquina podría tener los días contados. Y Uber, la polémica aplicación que conecta a conductores particulares y pasajeros, convertida en el medio de transporte de moda entre los urbanitas, es la responsable. Hasta tal punto que el gremio del taxi, apoyado por las autoridades locales, se ha alzado en pie de guerra por ciudades de todo el mundo.
    Sin embargo, de momento los taxistas parecen llevar las de perder, ya que los usuarios aseguran que los coches son mejores, más limpios y, sobre todo, que el servicio es más barato y rápido que el de los taxis convencionales. Es tal su éxito que en los Estados Unidos Uber ya se ha convertido en un verbo (como ocurre con Google o Twitter). Un triunfo que hay que adjudicar a un carismático ingeniero informático de 37 años llamado Travis Kalanick, cofundador y consejero delegado de la compañía.
    De pequeño, Kalanick quería ser espía. En el instituto ya era el chico de las grandes ideas, con un don innato para la persuasión y una confianza arrolladora en sí mismo. De su madre, directora de publicidad del periódico LA Daily News, heredó el instinto comercial; de su padre, un ingeniero, una cabeza privilegiada para las matemáticas. Con 18 años puso en marcha su primer negocio: un servicio para preparar el SAT, equivalente estadounidense a la selectividad. Con sus notas podría haber escogido cualquier universidad, pero se enroló en el campus de Los Ángeles de la Universidad de California para quedarse cerca de casa. El resto es la típica historia del genio precoz que, tras matricularse en Ingeniería Informática, abandona la carrera antes de licenciarse. Tenía mejores cosas que hacer.
    En 1998 montó junto con unos compañeros de clase el buscador multimedia Scour Inc. y el servicio de intercambio de archivos audiovisuales Scour Exchange. El invento puso a la industria del entretenimiento en pie de guerra, que con la Motion Picture Association of America a la cabeza demandó a la compañía por infringir derechos de copyright. Scour esquivó la demanda declarándose en bancarrota. Pero el revés lo hizo más fuerte.Un año más tarde fundó Red Swoosh, otro servicio de intercambio de archivos que vendió en 2007 por 19 millones de dólares. Kalanick se convirtió así en un joven millonario con chef personal y mucho dinero. En aquella época, su mansión era refugio de jóvenes que trataban de persuadirlo para financiar sus proyectos mientras jugaban con él a la Wii.
    Así las cosas, en el verano de 2009, tras una temporada viajando por España, Francia, Grecia, Islandia, Groenlandia, Japón o Senegal, Kalanick y Garrett Camp un amigo suyo lanzaron Uber en San Francisco. Kalanick siempre ha reconocido que la idea fue de Camp después de que, una Nochevieja, él y unos amigos se gastaran 800 dólares en un coche con chófer. Solo cuatro años después, y gracias a inversores como Goldman Sachs, Google o el dueño de Amazon, Jeff Bezos, el servicio está presente en 131 ciudades de 38 países y el valor de la compañía alcanza los 18.000 millones de dólares. Uber factura 20 millones por semana, tiene 1000 empleados en nómina y, según el propio Kalanick, su volumen de negocio se duplica cada seis meses.
    La empresa, sin embargo, no es la única que hace negocio aquí. Sus conductores en ciudades como Nueva York o San Francisco ganan cerca de 90.000 dólares al año. «Funcionamos más como un chulo que como un jefe. Dependiendo de la ciudad, Uber se queda con el 20 por ciento y el conductor se embolsa el resto», explica. A Kalanick, un tipo controvertido en sus palabras y en sus formas, Fortune lo ha nombrado «héroe rebelde de Silicon Valley», mientras le llueven las comparaciones con gurús tecnológicos como Jeff Bezos o Steve Jobs. Quienes lo han tratado lo describen como una persona inteligente, descarada e inquieta, pero también arrogante y con un ego sobresaliente. Su vida, dicen, es su start-up.
    Y no se conforma con hacerse inmensamente rico, quiere trascender y se tiene por un héroe moderno que se ha echado encima al sector del taxi de medio mundo. «Quieren proteger un monopolio que les ha sido facilitado por las autoridades locales. Nosotros trasladamos el mensaje de que un transporte más barato y de mejor calidad es posible. Y creo que nuestra narrativa está ganando», opina.Puede, en todo caso, que sus próximos rivales sean aún más poderosos. Kalanick pretende desafiar la necesidad de tener un coche en propiedad en un país como los Estados Unidos, donde hace solo una década había más vehículos registrados que conductores. «Muchos de nuestros clientes ya nos dicen: 'He vendido mi coche, así no tengo que pagar el garaje'. Eso son 500 dólares al mes. Les ahorramos 6000 al año», explica.
    Pero Uber tiene planes de expansión más inmediatos: desde abril opera Uber Rush, un servicio de mensajería. De momento, solo en Manhattan, pero podría competir pronto con la mensajería tradicional. Kalanick también debe preocuparse de la competencia de empresas como SideCar, Hailo o Lyft, aunque de momento domina el mercado. «Tenéis mucho que aprender, clones», tuiteó Kalanick el año pasado tras usar el servicio de Lyft. Pero Uber también tiene sus problemas. Por ejemplo, garantizar la seguridad del servicio. No en vano algunos conductores han sido demandados por acoso sexual a pasajeras. A lo que se añaden las críticas a sus prácticas empresariales.
    En enero, varios empleados solicitaron más de cien servicios que después cancelaron de una compañía de la competencia para obtener los teléfonos de sus conductores y ofrecerles trabajo. Inmune a las críticas, Kalanick se defiende: «Somos agresivos porque queremos tener tantos coches en la calle como sea posible y que el tiempo de recogida sea menor. A veces puede que un equipo en Shanghái o Nueva York sea demasiado agresivo reclutando conductores, pero tenemos principios sólidos y nos sentimos cómodos con nuestra forma de actuar». Agresivo sin disculparse por ello, ambicioso y seguro de sí mismo, solo alguien como Kalanick podría haber conseguido que Uber ya se conjugue como un verbo. De momento, en futuro perfecto.
    ¿Cómo funciona uber?
    Solo se necesita un smartphone. La aplicación gratuita de Uber hace el resto: te localiza geográficamente y te indica en un mapa qué conductores están disponibles para recogerte en cada momento. Puedes escoger a tu chófer a la carta consultando en su perfil el tipo de coche que tiene, las puntuaciones que le han dado otros usuarios, dónde está ubicado... El resto de la experiencia funciona exactamente igual que el clásico taxi. Eso sí, cuando llegas a tu destino, no sacas la cartera. El pago se realiza a través de PayPal o de una tarjeta de crédito asociada a la cuenta de Uber. Nada de efectivo. Ni siquiera para la propina. Los precios los fija la propia compañía.
    En Barcelona, por ejemplo, aparte de una tarifa base de un euro, cada minuto añade 0,30 euros o 0,75 por kilómetro. Uber recauda el 20 por ciento de cada carrera. Para convertirse en uno de sus conductores, solo hay que tener el carné de conducir en regla y un coche propio con su seguro. Mientras Uber es la bestia negra de los taxistas, iniciativas como Blablacar son la pesadilla de los trenes y las compañías de autobuses. El concepto, sin embargo, es diferente. Blablacar funciona como una red social que pone en contacto a conductores y viajeros para realizar trayectos entre diferentes ciudades y, de paso, compartir gastos como peajes y gasolina. Y el pago se realiza en metálico.
    Otros sectores que la tecnología pondrá patas arriba
    El transporte, con empresas como Uber, y la hosteleria, con el intercambio vacacional, han sido los primeros afectados. La revolución tecnológica, en embargo, no piensa detenerse ahí.
    Banca
    Lo dijo el presidente del BBVA en XLSemanal hace semanas. «La amenaza digital va a más». Francisco González se refería a los planes de Google, Apple, Amazon o Facebook para el sector financiero, algo que quita el sueño a banqueros de medio mundo. Los gigantes tecnológicos ya diseñan estrategias para captar clientes en el sector. El primer paso serán las transferencias, para pasar después a préstamos y depósitos. La amenaza para la banca es de órdago, ya que estas empresas cuentan con una base de clientes infinitamente superior a la de las entidades y disponen de ingente efectivo para asumir riesgos. Según las previsiones del sector, en cinco años, los gigantes digitales habrán triplicado sus clientes bancarios.
    Medicina
    Al médico nunca lo sustituirá la tecnología no del todo, al menos, pero el crecimiento de las apps médicas solo en Google y Android ya hay más de cien mil afectará al negocio de la salud, si bien muchas de estas apps han sido desarrolladas por la propia industria. El móvil pronto se transformará en un dispositivo que tome lecturas de ritmo cardiaco, oxígeno y glucosa en sangre, tensión, actividad eléctrica del corazón, condición respiratoria, temperatura corporal; y será capaz incluso de realizar mamografías, ultrasonidos o indagar en el interior del oído. El objetivo final de los investigadores es diagnosticar enfermedades a distancia reduciendo drásticamente los costes médicos y mejorando la atención.
    Fabricación de objetos
    Dicen sus defensores que la irrupción de las impresoras 3D nos permitirá construir cualquier cosa: prótesis, esculturas, anillas para las cortinas de las ducha, menaje para el hogar e incluso coches. Pero ¿qué sucederá cuando millones de personas puedan hacer, copiar, intercambiar, comprar y vender todo tipo de objetos? La impresión 3D, auguran los expertos, abre la puerta a todo tipo de productos piratas. Una situación comparable a la forma en que Internet ha desafiado a la industria cinematográfica, musical y editorial con las descargas ilegales. Puede ser el fin de las grandes tiendas de artículos para el hogar. Un golpe que, de paso, afectaría a la recaudación de los impuestos sobre el consumo.

    TÍTULO: A FONDO, CATAR, LOS ESPECTROS DE DOHA,.
    A fondo

    Los espectros de Doha

    El Mundial de Fútbol en Catar no solo está empañado por la corrupción. Las condiciones laborales de quienes tienen que levantar los estadios y los hoteles en medio del desierto son aún más escandalosas. El país árabe trata a los obreros casi todos son nepalíes, indios y paquistaníes como a esclavos. Esta es su historia.
    Los operarios que trabajan en las obras de Catar llevan la cabeza envuelta en pañuelos de algodón para protegerse del frío del amanecer y del calor del mediodía. Solo dejan una pequeña abertura para los ojos. Es como si la ciudad estuviera habitada por espectros sin rostro.
    Su tarea es transformar este país del Golfo en un paraíso resplandeciente, con hoteles, edificios de oficinas, centros comerciales y estadios de fútbol. Ganesh es uno de estos 'espectros'. Se encuentra en las afueras de Doha, tumbado en su cama, agotado después del turno en la obra. En su habitación, de cuatro por cuatro metros, viven diez hombres. El aire es denso y pegajoso; el ventilador no funciona. Ganesh tiene 26 años, es un hombre alegre y algo tímido. Tiene que hacer un esfuerzo para tragarse la frustración y ocultar el cansancio. La casa en la que vive es un mazacote de hormigón levantado allí donde Doha empieza a desparramarse en bloques de pisos y naves industriales. Este lugar figura en el mapa solo como zona industrial.
    Es el hogar de los 'hombres sin rostro'. Miles de ellos viven aquí. 'Vivir' quiere decir dormir y comer. Estos hombres habitan en los márgenes de un sueño que los jeques del petróleo quieren convertir en realidad. El Mundial de Fútbol que Catar acogerá en 2022 también forma parte de ese sueño. En marzo arrancaron los trabajos preliminares del primer estadio, al sur de Doha. También hacen falta hoteles, calles, puentes, parques, estaciones de metro. En ello trabajan hombres como Ganesh, aunque los organizadores aprovechan cualquier ocasión para insistir en que las obras no están necesariamente relacionadas con el Mundial. El comité organizador quiere evitar a toda costa la impresión de que jugar al fútbol en el desierto se está cobrando vidas.En 2012 y 2013 murieron 964 obreros la mayoría, extranjeros llegados desde la India, Nepal o Bangladés, cifra que el Gobierno de Catar finalmente ha confirmado. Algunos de estos hombres murieron en verano, por el calor, o en accidentes en las obras.
    El mundial del escándalo. Por si fuera poco, hace unas pocas semanas salieron a la luz nuevos indicios sobre la corrupción que rodeó la adjudicación del Mundial. Según estas informaciones, Mohamed bin Hammam un exdirectivo del fútbol catarí sobornó a miembros del Comité Ejecutivo de la FIFA. Y ahora son hombres como el nepalí Ganesh los que están sufriendo las consecuencias, los que están pagando la absurda decisión de organizar un torneo de fútbol en medio del desierto. En su habitación se han reunido ya tres docenas de hombres, todos están descalzos; las cucarachas corretean por el suelo. Comentan por qué los cuartos siguen abarrotados; los baños, sucios; y la comida es tan escasa.
    ¿Pero Amnistía Internacional no denunció en su informe de noviembre de 2013 las inhumanas condiciones de los trabajadores extranjeros en Catar? Sí, pero la situación apenas ha mejorado, responden. Solo hay tres pequeños baños para cien personas, dice uno de ellos. Todos están nerviosos, todos tienen miedo de ser los próximos a los que alcance la maldición del desierto. Casi la mitad de los 1,4 millones de trabajadores extranjeros que hay en Catar proceden de la India y Pakistán; el 16 por ciento, de Nepal; y el resto, de Irán, Filipinas, Egipto o Sri Lanka.
    Los nepalíes son unos trabajadores especialmente sacrificados, resisten aunque sus cuerpos no puedan más. «Algunas mañanas estoy tan mareado que no puedo ponerme de pie», cuenta Ganesh en voz baja, como si estuviese admitiendo una debilidad vergonzante. Por cada día que no trabaja le descuentan un cinco por ciento de su salario mensual. Dice que ha venido a trabajar aquí por voluntad propia, pero en realidad su situación legal es poco mejor que la de un esclavo. Las leyes del país son las principales responsables. Todos los extranjeros que quieran trabajar aquí están obligados a demostrar que han sido reclamados por un ciudadano catarí. A este sistema se lo conoce como Kafala. El trabajador queda así encadenado vitalmente a ese ciudadano y no puede cambiar de trabajo sin su permiso, ni salir del país.
    Un país rico. A todo esto, Catar es un país rico, muy rico: frente a sus costas se encuentran algunas de las mayores reservas de gas del planeta y el PIB per cápita es el más alto del mundo. Lo cierto es que no tendrían ningún problema en pagar sueldos más altos a sus trabajadores. Pero el auge de la construcción también ha atraído a empresas extranjeras, de Francia, Gran Bretaña, China o Alemania, poco dispuestas a compartir sus beneficios con indios o nepalíes. El sueldo de Ganesh es de unos 300 euros al mes por seis días de trabajo a la semana, de ocho a diez horas diarias. Sus padres y su hermana viven en un pueblecito de solo 150 familias al sureste de Nepal. Su padre cultiva arroz y hortalizas para alimentar a la familia.
    El hermano de Ganesh también trabaja en Doha y gana 180 euros al mes. El dinero que los dos hermanos mandan a Nepal a través de Western Union representa la única fuente de ingresos de la familia.A pesar de todo, las cosas no le van tan mal a Ganesh: en Catar hay muchas personas que viven peor que él. Se las encuentra, por ejemplo, en unos barracones de madera levantados a media hora en coche del bloque de Ganesh. Sus techos son de chapa ondulada y se amontonan entre depósitos de chatarra en el extrarradio de Doha. Aquí viven los desechados por el sueño catarí. Son albañiles, soldadores y escayolistas que hasta el año pasado eran empleados de Lee Trading & Contracting, una empresa especializada en los interiores de bloques de oficinas y que ahora se encuentra en liquidación. Su jefe está encarcelado y sus empleados llevan desde la primavera de 2013 esperando a que les paguen los sueldos que les deben. Casi ninguno tiene dinero para pagarse el billete de vuelta. Son náufragos, están varados en Doha.

    Los náufragos. Uno de estos hombres es Ram Achal Kohar, al que todos llaman Anil, de 26 años. Es de Nepal, como Gamesh. Tienen la misma edad y todo lo que poseen cabe en una maleta. Pero hay diferencias entre ellos: Anil no tiene trabajo y sí mucho tiempo libre; Ganesh no tiene tiempo, y el trabajo lo deja exhausto. Anil, a diferencia de Ganesh, está casado y tiene dos hijos. A su empresa, dice Anil, le encargaron en 2012 completar el interior de la torre Bidda, en Doha. Trabajaba de electricista. El cliente lo quería todo en blanco: mesas, sillas, suelos y paredes. Anil sigue sintiéndose orgulloso de su trabajo, tiene fotografías guardadas en el móvil. Pero el trabajo impecable no fue suficiente.
    La empresa le debe a Anil 2200 euros y el billete de vuelta a Katmandú. Cree que, si se va de Catar, se quedará sin el dinero. Por eso sigue aquí. Hasta hace poco vivía de la caridad de algunos ciudadanos ricos que, de vez en cuando, conducen hasta los barracones en las afueras de la ciudad con el maletero lleno de pan, patatas, carne o verduras. Anil pudo enviarle algo de dinero a su familia en octubre, pero no fue mucho. Sus dos hijos tienen cinco y siete años, viven con su mujer, su madre y su abuela, todos en la misma casa. «Tuvieron que pedir un préstamo», dice Anil. Le avergüenza no poder mantener a su familia, aunque no sea culpa suya.
    La legislación. El problema no es que Catar no tenga leyes laborales, simplemente las autoridades ni las imponen ni vigilan su cumplimiento con la dedicación que cabría exigir. Hasta hace poco tiempo, el Ministerio de Trabajo disponía de apenas 150 inspectores, suficientes solo para controlar una pequeña parte de las empresas del país. Es cierto que el número de inspectores ha aumentado últimamente, pero también lo ha hecho el número de obras en marcha. Catar tiene intención de invertir más de 151.000 millones de dólares en infraestructuras durante los próximos cuatro años, con lo que será aún más difícil vigilar el cumplimiento de los patrones laborales. Sepp Blatter, el presidente de la FIFA, calificó recientemente de «error» la adjudicación de los Mundiales de Fútbol a Catar...
    Todo el mundo tiene ahora la mirada fija en este diminuto país. Y por el momento solo se ha conseguido dar un paso igual de diminuto: en algunos alojamientos para obreros se habilitarán salas comunales con televisión vía satélite, habrá Internet gratuito y no más de cuatro camas por habitación. El problema: estas nuevas normas solo afectan a los trabajadores que estén empleados en obras directamente relacionadas con el Mundial. Es decir, de momento, solo unos 200 hombres. Los demás obreros extranjeros que hay en Catar tendrán que seguir durmiendo en habitaciones abarrotadas en las afueras de las ciudades. La jornada laboral de Ganesh empieza en su habitación a las tres y media de la madrugada. Se levanta, se lava rápidamente y se apresura para llegar al reparto del desayuno, en el sótano de un edificio cercano. Ganesh llena una fiambrera metálica con sopa, arroz, carne y pan. Tiene que llegarle hasta la tarde.
    Ese día, a Ganesh le toca trabajar en un puente situado en los alrededores de Lusail City, una pieza más en el puzle que es la nueva red de infraestructuras de Catar. Ganesh corre hacia la obra y desaparece entre la masa de 'espectros' sin rostro. Cuando al caer el Sol el autobús lo lleve de vuelta a los suburbios de Doha, al bloque de hormigón donde vive, hará todo el viaje dormido, agotado.

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