TÍTULO: Una chaveta para matar al betunero - LIMPIABOTAS - ZAPATERO,.
Una chaveta para matar al betunero - LIMPIABOTAS - ZAPATERO - fotos,.
Una chaveta para matar al betunero
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El 23 de agosto de1923 José Suárez Carrasco murió asesinado
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José Vázquez, zapatero y tabernero alegó legítima defensa.
LIMPIABOTAS de profesión, sordomudo y aficionado a la fiesta y al
alcohol. Así dibujó la prensa sevillana de la época a José Suárez
Carrasco, asesinado un tórrido 23 de agosto de 1934 después de correrse
una juerga con quien, a la postre, acabaría con su vida. Curiosamente, el asesino resultó ser un antiguo zapatero reconvertido en tabernero
y el arma del crimen, una chaveta (una cuchilla curva) que éste
conservaba de su primer oficio. Un crimen en el que todos los
protagonistas, arma incluida, pertenecían al mismo gremio...
El betunero del barrio de Amate fue hallado muerto cerca del canal de la Ranilla. Allí le había apuñalado José Vázquez Sena, el propietario de una tabernilla ubicada en el cercano barrio de El Cerro del Águila con el que Suárez había compartido copas y bailes ese mismo día.
De hecho, el crimen tuvo lugar cuando ambos regresaban de la venta de la Ranilla. En el camino de vuelta ambos se enzarzaron en una pelea que finalizó con el limpiabotas mortalmente herido. Según la versión del agresor, actuó en legítima defensa después de que el fallecido tratase de robar el poco dinero que llevaba encima.
Eso es lo que declaró Vázquez Sena tras ser detenido, pero antes se había dado a la fuga y fue el testimonio de los cabreros que cuidaban el ganado en la zona y le vieron pasar junto al betunero sordomudo los que permitieron su localización.
Los agentes de la Guardia Civil que llevaron aquella investigación se dieron cuenta muy pronto, tras llevar a cabo una reconstrucción de lo sucedido, que alguien tenía que haber visto o escuchado algo y pensaron en los cabreros que frecuentaban las inmediaciones del canal de la Ranilla.
La pista resultó ser excelente y los cabreros declararon que el día del suceso, en torno a las siete de la tarde, vieron pasar al antiguo zapatero y al limpiabotas en dirección a los terrenos del canal. Pudieron fijarse bien en el acompañante del betunero -un hombre alto, dijeron- porque le pidió lumbre a uno de ellos.
Nada vieron u oyeron en las siguientes cuatro horas, pero cerca de las once de la noche escucharon voces, «como de dos hombres riñendo», y al poco rato «lamentos». Pero no pensaron en ningún momento que alguien podía estar en peligro, que podía haber sucedido algo grave. En ese caso, declararon a los guardias civiles de la brigadilla que dirigía el suboficial Rebollo, habrían acudido a ayudar...
El testimonio de los cabreros condujo a los guardias hasta la calle Alcalá Zamora, donde vivía Vázquez Sena con su mujer y sus diez hijos y, de allí, el tabernero de El Cerro fue trasladado al cuartel de la Guardia Civil en la Macarena.
El antiguo zapatero relató allí a los guardias que si había matado al betunero había sido en defensa propia y que, más aún, el fallecido había hecho el intento de atracarle y le sacó una navaja exigiéndole todo el dinero que llevaba encima, unas trece pesetas según contó a los encargados del caso.
De acuerdo con la confesión de José Vázquez, los dos hombres forcejearon y él sacó del bolsillo una chaveta que llevaba encima y, dijo, le dio un «golpe» en el vientre a la víctima, dándose a la fuga acto seguido y arrojando el arma del crimen a las turbias aguas del canal.
Consciente de que no tenía demasiadas opciones, el autor del crimen dio todo tipo de detalles a los guardias civiles y se esforzó especialmente en convencerles de que su vida había sido, hasta ese mismo instante, ordenada, normal, que jamás se había visto involucrado en un asunto turbio.
Les contó a los agentes que intentaba llevar una vida «digna» y que durante siete años había regentado una zapatería en la calle Gallinato y después un bar en el barrio de San Bernardo que los lugareños conocían como «Bar Zapatitos».
Su vida profesional siguió después con una humilde taberna en El Cerro que había montado con ayuda de su suegra, que habitualmente socorría a su familia con dinero.
Precisamente, dijo, el día en el que mató al limpiabotas ambos habían acudido a la venta de la Ranilla a esperar a su mujer, que había viajado a Morón de la Frontera porque su madre le iba a entregar 25 duros con los que alimentar a su extensa prole durante algún tiempo.
Mientras esperaban a su esposa, Vázquez y Suárez compartieron mesa en la venta y alguna que otra copa. Tanto se animó la fiesta que el betunero se arrancó a bailar en varias ocasiones y hasta se les acercó un carbonero que invitó a algunas rondas.
Pero al final, cerrada ya la noche, se quedaron los dos solos y ante la evidencia de que la esposa del tabernero no iba a regresar ese día, se encaminaron de vuelta uno a Amate y otro a El Cerro por el mismo camino por el que habían llegado y en el que coincidieron con los cabreros, testigos clave del crimen hasta el punto de que sin ellos el crimen podría haber quedado impune. Pero estaban allí y a la Guardia Civil el caso le valió numerosas felicitaciones.
El betunero del barrio de Amate fue hallado muerto cerca del canal de la Ranilla. Allí le había apuñalado José Vázquez Sena, el propietario de una tabernilla ubicada en el cercano barrio de El Cerro del Águila con el que Suárez había compartido copas y bailes ese mismo día.
De hecho, el crimen tuvo lugar cuando ambos regresaban de la venta de la Ranilla. En el camino de vuelta ambos se enzarzaron en una pelea que finalizó con el limpiabotas mortalmente herido. Según la versión del agresor, actuó en legítima defensa después de que el fallecido tratase de robar el poco dinero que llevaba encima.
Eso es lo que declaró Vázquez Sena tras ser detenido, pero antes se había dado a la fuga y fue el testimonio de los cabreros que cuidaban el ganado en la zona y le vieron pasar junto al betunero sordomudo los que permitieron su localización.
Los agentes de la Guardia Civil que llevaron aquella investigación se dieron cuenta muy pronto, tras llevar a cabo una reconstrucción de lo sucedido, que alguien tenía que haber visto o escuchado algo y pensaron en los cabreros que frecuentaban las inmediaciones del canal de la Ranilla.
La pista resultó ser excelente y los cabreros declararon que el día del suceso, en torno a las siete de la tarde, vieron pasar al antiguo zapatero y al limpiabotas en dirección a los terrenos del canal. Pudieron fijarse bien en el acompañante del betunero -un hombre alto, dijeron- porque le pidió lumbre a uno de ellos.
Nada vieron u oyeron en las siguientes cuatro horas, pero cerca de las once de la noche escucharon voces, «como de dos hombres riñendo», y al poco rato «lamentos». Pero no pensaron en ningún momento que alguien podía estar en peligro, que podía haber sucedido algo grave. En ese caso, declararon a los guardias civiles de la brigadilla que dirigía el suboficial Rebollo, habrían acudido a ayudar...
El testimonio de los cabreros condujo a los guardias hasta la calle Alcalá Zamora, donde vivía Vázquez Sena con su mujer y sus diez hijos y, de allí, el tabernero de El Cerro fue trasladado al cuartel de la Guardia Civil en la Macarena.
El antiguo zapatero relató allí a los guardias que si había matado al betunero había sido en defensa propia y que, más aún, el fallecido había hecho el intento de atracarle y le sacó una navaja exigiéndole todo el dinero que llevaba encima, unas trece pesetas según contó a los encargados del caso.
De acuerdo con la confesión de José Vázquez, los dos hombres forcejearon y él sacó del bolsillo una chaveta que llevaba encima y, dijo, le dio un «golpe» en el vientre a la víctima, dándose a la fuga acto seguido y arrojando el arma del crimen a las turbias aguas del canal.
Consciente de que no tenía demasiadas opciones, el autor del crimen dio todo tipo de detalles a los guardias civiles y se esforzó especialmente en convencerles de que su vida había sido, hasta ese mismo instante, ordenada, normal, que jamás se había visto involucrado en un asunto turbio.
Les contó a los agentes que intentaba llevar una vida «digna» y que durante siete años había regentado una zapatería en la calle Gallinato y después un bar en el barrio de San Bernardo que los lugareños conocían como «Bar Zapatitos».
Su vida profesional siguió después con una humilde taberna en El Cerro que había montado con ayuda de su suegra, que habitualmente socorría a su familia con dinero.
Precisamente, dijo, el día en el que mató al limpiabotas ambos habían acudido a la venta de la Ranilla a esperar a su mujer, que había viajado a Morón de la Frontera porque su madre le iba a entregar 25 duros con los que alimentar a su extensa prole durante algún tiempo.
Mientras esperaban a su esposa, Vázquez y Suárez compartieron mesa en la venta y alguna que otra copa. Tanto se animó la fiesta que el betunero se arrancó a bailar en varias ocasiones y hasta se les acercó un carbonero que invitó a algunas rondas.
Pero al final, cerrada ya la noche, se quedaron los dos solos y ante la evidencia de que la esposa del tabernero no iba a regresar ese día, se encaminaron de vuelta uno a Amate y otro a El Cerro por el mismo camino por el que habían llegado y en el que coincidieron con los cabreros, testigos clave del crimen hasta el punto de que sin ellos el crimen podría haber quedado impune. Pero estaban allí y a la Guardia Civil el caso le valió numerosas felicitaciones.
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