¡ ATENCION Y OBRAS ! CINE ,.
¡Atención y obras! es un programa semanal que, en
La 2, aborda la cultura en su sentido más amplio, con especial atención a las artes escénicas, la música, los viernes a las 20:00 presentado por Cayetana Guillén Cuervo, etc, foto,.
DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! -Santiago Posteguillo: "Las carreras de cuadrigas eran el fútbol de los romanos" ,.
DESAYUNO - CENA - SABADO - ENREDATE - ¡ QUE HAY DE NUEVO ! -Santiago Posteguillo: "Las carreras de cuadrigas eran el fútbol de los romanos" . , fotos,.
“No es inteligente perder el control de grandes activos sociales y económicos. Y el Valencia es un activo social de nuestra ciudad”.
¿Le gustan las entrevistas o son el precio de la fama?
A mí me gustan porque indica que hay interés en lo que haces. Recuerdo una frase de Camilo José Cela en una de esas jornadas maratonianas en la que tuvo como trece entrevistas. “Estará usted agobiado con tanta entrevista”. Y respondió: “Más agobiado estaría si no hubiera hecho trece”. Es el happy problem, que dirían los ingleses.
¿Por qué siempre Roma?
Tiene una combinación especial. Son nuestros orígenes. Usted y yo hablamos un idioma que viene del latín y nos regimos por unas leyes que vienen del Derecho Romano. Y en lo trivial, en el calendario los días en rojo son los festivos porque ellos lo ponían así. Hacemos la siesta porque en la hora sexta los romanos descansaban… Por otro lado, novelísticamente es un periodo agradecido: puedes traer carreras de cuadrigas, gladiadores, batallas, asedios, magnicidios, luchas de poder…
¿Nota que ese periodo atrapa al lector?
Está en nosotros mismos. En 2019 vivimos en la Unión Europea... Parece algo importante en nuestras vidas. ¿Y por qué existe la Unión Europea? Porque hay un precedente y se llamó Imperio Romano. La unidad administrativa que iba desde Caledonia hasta Escocia, Siria, Norte de África, centro de Europa y Mediterráneo… Eso ya existió entonces y funcionó.
¿Y por qué cayó el Imperio Romano?
Por un cúmulo de circunstancias sociales, económicas, sanitarias y políticas. Pero a nivel anecdótico hay cosas atractivas. Militarmente influían cosas como no tener estribos para montar a caballo. Allá por el siglo IV después de Cristo comenzaron a ser invadidos por huestes de tribus llegadas del norte y centro de Asia, y esas caballerías eran bastante expertas y montaban con estribos. En un combate a caballo, tener un punto de apoyo puede ser determinante. Y lo fue, por ejemplo, en la batalla de Adrianópolis.
¿Quién fue Julia Domna?
Probablemente la emperatriz más poderosa que nunca tuvo Roma. Es una mujer inteligente, audaz y hermosa. No podía ser feminista, porque ese concepto no existía en la época, pero no vio en el hecho de ser mujer un impedimento para alcanzar sus objetivos.
¿Era aquella una sociedad machista?
Profundamente machista, pero luego fue a peor. La mujer tenía entonces una serie de derechos que luego se perdieron en la Edad Media. Hablamos de las mujeres libres, claro. Ellas se podían divorciar, retener el control de la fortuna familiar e incluso abortar.
¿Cómo es el proceso creativo de Santiago Posteguillo?
Primero he de enamorarme de un personaje o de una historia. Es el detonante. La fase dos es la documentación. Si la novela va del año 192 al 197, tengo que saber lo que pasa en ese periodo. Pero todo es todo. Después hago un esquema de lo que voy a contar, y el punto clave viene después, el cómo lo voy a contar para que sea entretenido.
¿Cómo lo consigue?
Supongo que hay algo personal en ello que se escapa. Intento utilizar una narrativa cinematográfica o de serie de televisión. Hago capítulos cortos, y suelen acabar en lo que los americanos llaman el cliffhanger, ‘estar colgado del precipicio…’. Son finales en alto. Y cruzo historias. Y el lector siempre está ávido de lo que va a pasar, de reencontrarse con otra historia.
¿A qué se refiere con narrativa de serie de televisión?
Suelo poner un ejemplo. La peli ‘Salvar al soldado Rayan’, de Spielberg. ‘El desembarco de Normandía’. Son como 25 minutos a lo bestia con un pedazo de presupuesto. Pero ni él tiene dinero para rodar eso 17 veces. Lo rodó una, pero probablemente puso 20 cámaras. Y luego se fue a la sala de montaje y empezó a repartir planos desde las diferentes tomas. Pues yo intento hacer lo mismo.
¿Cómo?
Narro la escena de acción desde diez o 15 puntos de vista distintos. En ‘Yo Julia’ hay una en el Coliseo. Pues yo cuento lo que pasa en la arena, lo que pasa en el palco imperial, lo que pasa en la primera línea de butacas donde están los senadores, lo que pasa en la última fila, donde están las mujeres, lo que pasa en los sótanos... Y escribo la acción completa desde cada lado, y luego la voy cortando y la pongo por trozos. Así que es plano-contraplano, plano-contraplano… pam, pam, pam.
Intuyo que escribe rápido...
Sí, cuando me fluye puedo escribir diez páginas en un día.
¿Cómo hay que imaginarle escribiendo? ¿Tiene manías?
Manías no, pero sí circunstancias en las que escribo mejor. Lo ideal para mí sería escribir en mi pequeña casa de campo en la Sierra de Espadán, con la chimenea encendida… Eso es la gloria. Pero la vida es otra cosa, promociones, viajes… ¿Dónde empecé a escribir ‘Yo, Julia’? En la octava planta del Hotel Marriot de Bogotá. Estaba de promoción de la última novela que había escrito sobre Trajano. Tenía delante de mí una especie de mirador por el que veía una ciudad de diez millones de habitantes. Era inspirador…
Aunque no fuera una chimenea…
Ahora escribo en estaciones de tren, en el AVE, en el que a veces he tenido que llamar al revisor para que echen del vagón a gente que está hablando por el móvil...
¿Escribir produce placer?
No sé si contar esto… Hay un estudio que habla de que hay una conexión entre las sustancias que uno segrega en ciertos momentos de excitación íntima y las que el cerebro segrega en momentos de creación artística en los que estás muy motivado. Imagínese si me gusta escribir.
¿Cuál es la línea roja entre lo que es historia y ficción en sus novelas?
Todo lo que se sabe tiene que aparecer como se sabe, esa es la línea roja. En el caso de Julia, sabemos cuándo conoce a Septimio Severo y que se querían, cuándo se casa, cuándo da a luz a sus hijos, cuándo va con su marido a las campañas militares… Eso no se puede cambiar.
¿Y qué no sabemos?
No sabemos cómo hacían el amor, ni cómo eran sus conversaciones privadas…
Entonces puede darle a Julia la personalidad que quiera…
Puedes jugar, hay un margen de maniobra, y esa es la parte de ficción. Lo que no puedo contar es que Severo perdió una batalla que en realidad ganó. Yo siempre intento recrear a los personajes como creo que fueron, con la hipótesis más probable.
Dígame, ¿en la Roma antigua se hacía deporte?
Sí, pero estaba muy orientado hacia el campo militar. Los senadores y sus hijos tenían que saber lucha, combatir, montar a caballo. Pero el deporte era más popular en el ámbito griego por las famosas olimpiadas. En realidad, en Roma, el deporte deriva hacia el espectáculo.
¿Qué gustaba más entonces?
De largo, el fútbol de la época eran las carreras de cuadrigas, pero también gustaba mucho la lucha de gladiadores.
¿Cuánta gente podía reunir una carrera?
Pues lo que nunca más se ha reunido, en el Circo Máximo cabían 250.000 personas. Imagínese qué barbaridad. Y movía muchísimas apuestas.
¿Sí?
Eran ilegales, pero todo el mundo apostaba. Tenías que tener cuidado porque tú podías entrar allí siendo una persona libre, con cierta fortuna, y salir esclavo. Te podías apostar a ti mismo.
¿Qué más hacían?
Las Naumaquias, que eran combates de barcos. No está claro si el Coliseo, antes de que se hiciera el subterráneo, se llegaba a inundar con agua para hacer alguna batalla naval.
¿Había algo más?
Las Venationes. Eran cacerías fingidas. Soltaban a todo tipo de fieras y eran capturadas por cazadores profesionales. A Cómodo le gustaba cazar a decenas y decenas de animales con un arco y flechas. Llegó a poner dos muros cruzados en el Coliseo, partiéndolo en cuatro partes, y se ponía a andar por la parte de arriba matando leones y otras bestias a diestro y siniestro.
Volvamos a la actualidad... ¿Se lee menos ahora?
Se leen cosas diferentes y muy cortas. Yo le digo a mis alumnos que no han de abandonar la lectura de cosas más extensas que estén en papel, porque eso conduce a la reflexión. Es una destreza distinta a las habilidades que desarrolla la gente joven ahora, de enlazar cosas muy diversas de manera rápida, que es lo que están haciendo constantemente.
¿Se apoya la literatura lo suficiente desde la política?
La clase política trabaja activamente y de forma coordinada para destruir la cultura. Vivimos en el Fahrenheit 451 del Siglo XXI. Los políticos de hoy no queman los libros en las plazas porque queda mal. Si pudieran, no dude que lo harían. Porque la gente que nos gobierna, en su mayoría, lo único que quiere es que la gente sea inculta, ignorante, poco leída, manipulable y fácilmente influenciable. Quieren idiotas y lo buscan a manos llenas. Desde todos los lados del arco parlamentario. Por eso se trabaja de forma constante para la destrucción de las humanidades.
Se le ve enfadado…
En Francia se subvenciona a las pequeñas librerías que no pueden pagar sus alquileres. Una librería no puede competir con lo que paga una multinacional de ropa por un local en el centro de una ciudad. En Alemania no sólo hay becas para comprar libros de texto, también para comprar novelas.
¿Prefieren promover los políticos el fútbol?
A mí me gusta y puedo ver un partido y disfrutarlo. Uno de los momentos más felices de mi vida fue cuando vi a Iniesta meter ese gol que nos hizo campeones del mundo ante el antifútbol que estaban haciendo los holandeses. Fue la pera limonera. Poca gente recuerda que en ese Mundial perdimos el primer partido. Yo sí, porque ese día tenía una firma en el Corte Inglés de Alicante. Y allí no apareció ni dios (risas). “Es que no hay nadie en la calle”, me decía el director, todo apurado.
¿Por qué nos importa tanto el fútbol?
Tiene estrategia. Es una pequeña batalla. Por eso los entrenadores son tan importantes, porque deben leer el partido: “Cómo puedo avanzar o entorpecer la estrategia del otro”. Hay fuerza física conseguida a base de entrenamiento, luego hay esfuerzo. Bien entendido, hay muchos valores interesantes en el fútbol.
El deporte rey.
A mí lo que no me gusta es la utilización que se hace desde la política no sólo del fútbol sino de cualquier otro logro deportivo. Resulta cansino ver cómo cuando alguien destaca, el político de turno se quiere poner la medalla. Es bastante patético.
¿Cómo de futbolero es?
De pequeño tuve mi época de ir a Mestalla.
¿De dónde le viene su valencianismo?
De nacer aquí… Mi madre es valenciana y mi padre de Burgos. Mi padre tenía más simpatía por el Madrid, por aquello de ser castellano. Pero en mi casa también gustaba el Valencia. Y luego se trata sólo de seguir la corriente, ya sabe, los amigos del colegio, los vecinos, la universidad... Uno acaba siendo del Valencia.
Claro…
Yo crecí con Kempes, pero luego vivimos muy buenos momentos con las Ligas de Benítez, en la época de Ranieri y Héctor Cúper. El Valencia ha tenido grandes momentos.
¿Y ahora con la propiedad de Peter Lim?
A mí me parece un error. No veo mal que los clubes tengan la figura de Sociedad Anónima, pero no es inteligente como ciudad perder el control de grandes activos sociales y económicos. Aquí estaba Bancaja o la CAM, y los perdimos. Y con el Valencia ha sucedido lo mismo...
¿El fútbol es un activo?
Es un activo social para una ciudad. Habría sido mejor que algún grupo de poder económico de la Comunidad hubiera ejercido el control, pienso yo, sobre el Valencia. Eso pasa con el Villarreal, que está controlado por gente de la zona. Ahora, el Valencia está sujeto a una persona que no tiene el más mínimo interés por la entidad que no sea el económico. Eso no quiere decir que lo tenga que hacer mal necesariamente, pero nunca pensará en el bien social que ese equipo pueda generar en el entorno.
¿Veremos al Valencia ganar otra Liga?
Madrid y Barça concentran la mayor parte del apoyo económico que se puede tener. Se forma una distorsión que sólo se quiebra puntualmente, porque el fútbol no deja de ser un deporte, pero que a la larga resulta monótono. Quizá el modelo óptimo sea el de la NBA. Hoy la pueden ganar ocho o diez equipos y hay un nivel de ambigüedad que hace la competición muy atractiva para el espectador. En el fútbol sólo pasa a nivel europeo, en la Champions, que pueden ganar unos seis u ocho equipos… Y esa sí es la mejor competición.
REVISTA MUJER HOY DE CERCA PORTADA -Edurne Portela ,.
A mí me gustan porque indica que hay interés en lo que haces. Recuerdo una frase de Camilo José Cela en una de esas jornadas maratonianas en la que tuvo como trece entrevistas. “Estará usted agobiado con tanta entrevista”. Y respondió: “Más agobiado estaría si no hubiera hecho trece”. Es el happy problem, que dirían los ingleses.
¿Por qué siempre Roma?
Tiene una combinación especial. Son nuestros orígenes. Usted y yo hablamos un idioma que viene del latín y nos regimos por unas leyes que vienen del Derecho Romano. Y en lo trivial, en el calendario los días en rojo son los festivos porque ellos lo ponían así. Hacemos la siesta porque en la hora sexta los romanos descansaban… Por otro lado, novelísticamente es un periodo agradecido: puedes traer carreras de cuadrigas, gladiadores, batallas, asedios, magnicidios, luchas de poder…
¿Nota que ese periodo atrapa al lector?
Está en nosotros mismos. En 2019 vivimos en la Unión Europea... Parece algo importante en nuestras vidas. ¿Y por qué existe la Unión Europea? Porque hay un precedente y se llamó Imperio Romano. La unidad administrativa que iba desde Caledonia hasta Escocia, Siria, Norte de África, centro de Europa y Mediterráneo… Eso ya existió entonces y funcionó.
¿Y por qué cayó el Imperio Romano?
Por un cúmulo de circunstancias sociales, económicas, sanitarias y políticas. Pero a nivel anecdótico hay cosas atractivas. Militarmente influían cosas como no tener estribos para montar a caballo. Allá por el siglo IV después de Cristo comenzaron a ser invadidos por huestes de tribus llegadas del norte y centro de Asia, y esas caballerías eran bastante expertas y montaban con estribos. En un combate a caballo, tener un punto de apoyo puede ser determinante. Y lo fue, por ejemplo, en la batalla de Adrianópolis.
¿Quién fue Julia Domna?
Probablemente la emperatriz más poderosa que nunca tuvo Roma. Es una mujer inteligente, audaz y hermosa. No podía ser feminista, porque ese concepto no existía en la época, pero no vio en el hecho de ser mujer un impedimento para alcanzar sus objetivos.
¿Era aquella una sociedad machista?
Profundamente machista, pero luego fue a peor. La mujer tenía entonces una serie de derechos que luego se perdieron en la Edad Media. Hablamos de las mujeres libres, claro. Ellas se podían divorciar, retener el control de la fortuna familiar e incluso abortar.
¿Cómo es el proceso creativo de Santiago Posteguillo?
Primero he de enamorarme de un personaje o de una historia. Es el detonante. La fase dos es la documentación. Si la novela va del año 192 al 197, tengo que saber lo que pasa en ese periodo. Pero todo es todo. Después hago un esquema de lo que voy a contar, y el punto clave viene después, el cómo lo voy a contar para que sea entretenido.
¿Cómo lo consigue?
Supongo que hay algo personal en ello que se escapa. Intento utilizar una narrativa cinematográfica o de serie de televisión. Hago capítulos cortos, y suelen acabar en lo que los americanos llaman el cliffhanger, ‘estar colgado del precipicio…’. Son finales en alto. Y cruzo historias. Y el lector siempre está ávido de lo que va a pasar, de reencontrarse con otra historia.
¿A qué se refiere con narrativa de serie de televisión?
Suelo poner un ejemplo. La peli ‘Salvar al soldado Rayan’, de Spielberg. ‘El desembarco de Normandía’. Son como 25 minutos a lo bestia con un pedazo de presupuesto. Pero ni él tiene dinero para rodar eso 17 veces. Lo rodó una, pero probablemente puso 20 cámaras. Y luego se fue a la sala de montaje y empezó a repartir planos desde las diferentes tomas. Pues yo intento hacer lo mismo.
¿Cómo?
Narro la escena de acción desde diez o 15 puntos de vista distintos. En ‘Yo Julia’ hay una en el Coliseo. Pues yo cuento lo que pasa en la arena, lo que pasa en el palco imperial, lo que pasa en la primera línea de butacas donde están los senadores, lo que pasa en la última fila, donde están las mujeres, lo que pasa en los sótanos... Y escribo la acción completa desde cada lado, y luego la voy cortando y la pongo por trozos. Así que es plano-contraplano, plano-contraplano… pam, pam, pam.
Intuyo que escribe rápido...
Sí, cuando me fluye puedo escribir diez páginas en un día.
¿Cómo hay que imaginarle escribiendo? ¿Tiene manías?
Manías no, pero sí circunstancias en las que escribo mejor. Lo ideal para mí sería escribir en mi pequeña casa de campo en la Sierra de Espadán, con la chimenea encendida… Eso es la gloria. Pero la vida es otra cosa, promociones, viajes… ¿Dónde empecé a escribir ‘Yo, Julia’? En la octava planta del Hotel Marriot de Bogotá. Estaba de promoción de la última novela que había escrito sobre Trajano. Tenía delante de mí una especie de mirador por el que veía una ciudad de diez millones de habitantes. Era inspirador…
Aunque no fuera una chimenea…
Ahora escribo en estaciones de tren, en el AVE, en el que a veces he tenido que llamar al revisor para que echen del vagón a gente que está hablando por el móvil...
¿Escribir produce placer?
No sé si contar esto… Hay un estudio que habla de que hay una conexión entre las sustancias que uno segrega en ciertos momentos de excitación íntima y las que el cerebro segrega en momentos de creación artística en los que estás muy motivado. Imagínese si me gusta escribir.
¿Cuál es la línea roja entre lo que es historia y ficción en sus novelas?
Todo lo que se sabe tiene que aparecer como se sabe, esa es la línea roja. En el caso de Julia, sabemos cuándo conoce a Septimio Severo y que se querían, cuándo se casa, cuándo da a luz a sus hijos, cuándo va con su marido a las campañas militares… Eso no se puede cambiar.
¿Y qué no sabemos?
No sabemos cómo hacían el amor, ni cómo eran sus conversaciones privadas…
Entonces puede darle a Julia la personalidad que quiera…
Puedes jugar, hay un margen de maniobra, y esa es la parte de ficción. Lo que no puedo contar es que Severo perdió una batalla que en realidad ganó. Yo siempre intento recrear a los personajes como creo que fueron, con la hipótesis más probable.
Dígame, ¿en la Roma antigua se hacía deporte?
Sí, pero estaba muy orientado hacia el campo militar. Los senadores y sus hijos tenían que saber lucha, combatir, montar a caballo. Pero el deporte era más popular en el ámbito griego por las famosas olimpiadas. En realidad, en Roma, el deporte deriva hacia el espectáculo.
¿Qué gustaba más entonces?
De largo, el fútbol de la época eran las carreras de cuadrigas, pero también gustaba mucho la lucha de gladiadores.
¿Cuánta gente podía reunir una carrera?
Pues lo que nunca más se ha reunido, en el Circo Máximo cabían 250.000 personas. Imagínese qué barbaridad. Y movía muchísimas apuestas.
¿Sí?
Eran ilegales, pero todo el mundo apostaba. Tenías que tener cuidado porque tú podías entrar allí siendo una persona libre, con cierta fortuna, y salir esclavo. Te podías apostar a ti mismo.
¿Qué más hacían?
Las Naumaquias, que eran combates de barcos. No está claro si el Coliseo, antes de que se hiciera el subterráneo, se llegaba a inundar con agua para hacer alguna batalla naval.
¿Había algo más?
Las Venationes. Eran cacerías fingidas. Soltaban a todo tipo de fieras y eran capturadas por cazadores profesionales. A Cómodo le gustaba cazar a decenas y decenas de animales con un arco y flechas. Llegó a poner dos muros cruzados en el Coliseo, partiéndolo en cuatro partes, y se ponía a andar por la parte de arriba matando leones y otras bestias a diestro y siniestro.
Volvamos a la actualidad... ¿Se lee menos ahora?
Se leen cosas diferentes y muy cortas. Yo le digo a mis alumnos que no han de abandonar la lectura de cosas más extensas que estén en papel, porque eso conduce a la reflexión. Es una destreza distinta a las habilidades que desarrolla la gente joven ahora, de enlazar cosas muy diversas de manera rápida, que es lo que están haciendo constantemente.
¿Se apoya la literatura lo suficiente desde la política?
La clase política trabaja activamente y de forma coordinada para destruir la cultura. Vivimos en el Fahrenheit 451 del Siglo XXI. Los políticos de hoy no queman los libros en las plazas porque queda mal. Si pudieran, no dude que lo harían. Porque la gente que nos gobierna, en su mayoría, lo único que quiere es que la gente sea inculta, ignorante, poco leída, manipulable y fácilmente influenciable. Quieren idiotas y lo buscan a manos llenas. Desde todos los lados del arco parlamentario. Por eso se trabaja de forma constante para la destrucción de las humanidades.
Se le ve enfadado…
En Francia se subvenciona a las pequeñas librerías que no pueden pagar sus alquileres. Una librería no puede competir con lo que paga una multinacional de ropa por un local en el centro de una ciudad. En Alemania no sólo hay becas para comprar libros de texto, también para comprar novelas.
¿Prefieren promover los políticos el fútbol?
A mí me gusta y puedo ver un partido y disfrutarlo. Uno de los momentos más felices de mi vida fue cuando vi a Iniesta meter ese gol que nos hizo campeones del mundo ante el antifútbol que estaban haciendo los holandeses. Fue la pera limonera. Poca gente recuerda que en ese Mundial perdimos el primer partido. Yo sí, porque ese día tenía una firma en el Corte Inglés de Alicante. Y allí no apareció ni dios (risas). “Es que no hay nadie en la calle”, me decía el director, todo apurado.
¿Por qué nos importa tanto el fútbol?
Tiene estrategia. Es una pequeña batalla. Por eso los entrenadores son tan importantes, porque deben leer el partido: “Cómo puedo avanzar o entorpecer la estrategia del otro”. Hay fuerza física conseguida a base de entrenamiento, luego hay esfuerzo. Bien entendido, hay muchos valores interesantes en el fútbol.
El deporte rey.
A mí lo que no me gusta es la utilización que se hace desde la política no sólo del fútbol sino de cualquier otro logro deportivo. Resulta cansino ver cómo cuando alguien destaca, el político de turno se quiere poner la medalla. Es bastante patético.
¿Cómo de futbolero es?
De pequeño tuve mi época de ir a Mestalla.
¿De dónde le viene su valencianismo?
De nacer aquí… Mi madre es valenciana y mi padre de Burgos. Mi padre tenía más simpatía por el Madrid, por aquello de ser castellano. Pero en mi casa también gustaba el Valencia. Y luego se trata sólo de seguir la corriente, ya sabe, los amigos del colegio, los vecinos, la universidad... Uno acaba siendo del Valencia.
Claro…
Yo crecí con Kempes, pero luego vivimos muy buenos momentos con las Ligas de Benítez, en la época de Ranieri y Héctor Cúper. El Valencia ha tenido grandes momentos.
¿Y ahora con la propiedad de Peter Lim?
A mí me parece un error. No veo mal que los clubes tengan la figura de Sociedad Anónima, pero no es inteligente como ciudad perder el control de grandes activos sociales y económicos. Aquí estaba Bancaja o la CAM, y los perdimos. Y con el Valencia ha sucedido lo mismo...
¿El fútbol es un activo?
Es un activo social para una ciudad. Habría sido mejor que algún grupo de poder económico de la Comunidad hubiera ejercido el control, pienso yo, sobre el Valencia. Eso pasa con el Villarreal, que está controlado por gente de la zona. Ahora, el Valencia está sujeto a una persona que no tiene el más mínimo interés por la entidad que no sea el económico. Eso no quiere decir que lo tenga que hacer mal necesariamente, pero nunca pensará en el bien social que ese equipo pueda generar en el entorno.
¿Veremos al Valencia ganar otra Liga?
Madrid y Barça concentran la mayor parte del apoyo económico que se puede tener. Se forma una distorsión que sólo se quiebra puntualmente, porque el fútbol no deja de ser un deporte, pero que a la larga resulta monótono. Quizá el modelo óptimo sea el de la NBA. Hoy la pueden ganar ocho o diez equipos y hay un nivel de ambigüedad que hace la competición muy atractiva para el espectador. En el fútbol sólo pasa a nivel europeo, en la Champions, que pueden ganar unos seis u ocho equipos… Y esa sí es la mejor competición.
VIAJANDO CON CHESTER
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
Edurne Portela ,.
A Edurne Portela (Santurce, Vizcaya, 1974) «siempre» le ha interesado la violencia.
Tras abordar nuestro pasado más reciente, y doloroso, rastreando las
heridas, quizás imposibles de curar, provocadas por el terrorismo etarra en su anterior novela, «Mejor la ausencia», y en el ensayo «El eco de los disparos»,
la autora vasca empezó a sentir la inquietud de una nueva historia.
También violenta. Pero menos conocida, por silenciosa y, casi,
normalizada. Lo primero que se le vino a la cabeza, antes siquiera de
ponerse a escribir, fue la imagen de una mujer sola, aislada, confinada
en el desarraigo de saberse, y sentirse, extranjera en un país tan poco
acogedor como Estados Unidos. Ella es Alicia, la protagonista de «Formas de estar lejos»
(Galaxia Gutenberg), una joven aparentemente fuerte, con un sólido
bagaje intelectual y una compleja historia familiar a sus espaldas. Casi
sin darse cuenta, mientras trata de tejer su presente para no
enfrentarse a su pasado, de ahí la distancia, se ve metida en una relación tóxica que, aunque lo parezca, nada tiene que ver con el amor.
El
canal en abierto DMax celebra hoy una maratón con motivo del 'Día de
Egipto', que ha arrancado a las seis de la mañana y se extenderá durante
las próximas 24 horas con espacios sobre personajes históricos como
Cleopatra, Ramsés o Nefertiti. Tampoco faltarán entregas que tienen a la
civilización egipcia como eje central de clásicos del canal como
'Tesoros al descubierto' o 'Desmontando la historia'. Pero es a partir de las 21.00 horas cuando la programación especial cobra más fuerza.
A esa hora, DMax estrena el documental 'La pirámide de Keops al
descubierto', una maravilla del Mundo Antiguo que sigue escondiendo
misterios pese al paso de los siglos. Muestra el trabajo realizado en la
misión 'Scan the Pyramids' por un grupo de especialistas en física,
historiadores e ingenieros que, gracias a la tomografía con muones, han
conseguido el primer hallazgo de gran relevancia desde hace más de mil
años: las cavidades de la pirámide.
El plato fuerte, a las 22.00 horas, es la miniserie 'Tutankamón', compuesta por cuatro episodios de una hora cada uno. Dirigida por Peter Webber, está protagonizada por Max Irons (que hace de Howard Carter, el arqueólogo londinense que descubrió la tumba del niño rey) y Sam Neill, conocido por su papel en 'Parque Jurásico' y que se mete en la piel de lord Carnarvon, el mecenas que financió la excavación de la tumba del rey Tutankamón.
La ficción se centra en la figura de Carter, un arqueólogo incomprendido por el resto de sus compañeros de profesión que es reclutado por el egiptólogo lord Carnarvon para explorar el Valle de los Reyes. El propio Irons revela que su primer contacto con Tutankamón «fue al leer libros de niño y ver las míticas fotografías», y que cuando leyó el guion sintió «verdadera alegría». «Como actor, lees muchos guiones y algunos de ellos cuestan un poco. Pero este me recordó a esos libros de aventuras de mi niñez».
Sobre Carter, su personaje, destaca que «era una raza diferente de hombre»: «Algunas personas lo sitúan en el espectro autista, otros dicen que no, que solo era muy determinado, apasionado y centrado en lo que hacía, con un amor verdadero y una imaginación que no se correspondía con la de sus contemporáneos. Se decía que prefería la compañía de los muertos a la de los vivos». Por todo ello, Irons concluye que «llegar a interpretar un papel como el de Howard Carter ha sido maravilloso».
Parte del rodaje se ha desarrollado entre Namibia y Sudáfrica, con un calor sofocante. «Algo muy útil para el papel porque tenía calor, estaba sudando, sucio y sediento, es decir todas esas cosas que normalmente un actor tiene que fingir. Era justo lo que necesitábamos».
Justa
no quiere foto. Dice que mejor fotografiemos su cocido. Por sus obras
las conoceréis. Cocineras de toda la vida, comida casera de verdad,
Justas de los pueblos de Extremadura, sonriendo irónicamente cuando les
hablan de los hombres cocineros que deconstruyen y esferifican, pensando
para sus adentros que la esencia de la cocina española es la croqueta:
si sabes hacer una croqueta y la masa queda suave y bien ligada, el
exterior cruje sutilmente y los tropezones dejan un gusto sutil a carne,
a pescado, a queso o a verduras, entonces y solo entonces se puede
empezar a hablar de cocina de verdad.
Y Justa prepara unas croquetas de pescado y de cocido que, dicen los clientes, están para chuparse los dedos. Nosotros no probamos las croquetas porque nos pudo el cocido. La escena es la siguiente: llegas a Navezuelas, en plenas Villuercas, tras una mañana de curvas y conversaciones con queseros, mieleros y ganaderos, te sientas en la mesa del restaurante, se acerca la camarera, te recita el menú y escuchas la palabra cocido.
El fotógrafo (Lorenzo Cordero) y un servidor nos miramos, dudamos, sabemos que debemos ser responsables y conscientes, que la tarde es larga, las conversaciones pendientes son muchas y las curvas que nos esperan son numerosas y peliagudas, sabemos que nuestra comida debe ser ligerita, una crema de calabaza que nos han propuesto y las croquetas, quizás...
Pero el fotógrafo y un servidor seguimos dudando, la tentación nos puede, la camarera, que se llama Diana y es simpática y dispuesta, nos dice algo así como hombres de poca fe, por qué dudáis, y nos sinceramos: «Es que no debiéramos, pero la tentación es fuerte y vamos a acabar pidiendo cocido». Y Diana nos ayuda a pecar: «Hombre, todo está muy rico, pero el cocido es superior y lo acabamos de hacer». No hizo falta más: «Dos cocidos».
Pero recapitulemos. Estamos en Navezuelas, municipio de las Villuercas de 646 habitantes. En plena carretera, en medio del pueblo, un hostal restaurante llamado 'JB' llama la atención porque en su puerta aparcan varios automóviles. El nombre, típico de la Extremadura 'moderna' de los 80 y los 90, es garantía de personalidad: mantener un nombre tan impersonal y simple en estos tiempos de ruralidad impostada quiere decir que los dueños pasan de nominalismos y van a las esencias. Así que nada de 'Las Trébedes', 'La Era', 'La Siega' ni 'El Tinao'... 'JB' y punto.
El restaurante-bar fue abierto en diciembre del año 1999 y cuenta con un salón restaurante para los fines de semana y un bar amplio donde se come el menú a diario. Justa, la madre, está en la cocina y Diana atiende las mesas. Nos hemos sentado en la que más nos ha gustado y, al instante, Diana extiende un mantel de papel blanco y el servicio. Con la bebida (pedimos agua), nos traen un bol de aceitunas guisadas por Justa. Están muy ricas y no dejamos ni una.
Diana nos recita el menú: podemos pedir cocido completo o bien un primero y un segundo. De primero: pisto manchego, entremeses o crema de calabaza. De segundo: carrilleras ibéricas, lomo, croquetas o tortilla de patatas. Optamos por el cocido e hicimos bien: siendo abundante y muy completo, no fue pesado y no nos dio la tarde y, fundamentalmente, estaba buenísimo.
Llegó primero una sopa espesa de fideos, plena de sabor y pidiendo a gritos que mojáramos en ella tropezones de un pan de pueblo que acabamos enseguida. Pedimos una segunda cesta de pan y con ella llegó una bandeja grandota con los garbanzos y la zanahoria a un lado y la costilla, la morcilla, el chorizo y el pie de cerdo, el pollo y el jarrete de ternera al otro lado. ¡Superior!
No dejamos ni un miserable garbanzo y expiamos el pecado pidiendo un digestivo helado de postre en lugar de las natillas o el flan que prepara Justa. Fue un error, pero tranquilizó nuestras conciencias. Con un café y un té, culminamos la experiencia. El rato de felicidad nos costó 10 euros a cada uno.
fotos - Edurne Portela: «Lo del feminismo liberal es una vergüenza»,.
En su nueva novela, «Formas de estar lejos», recorre las cicatrices menos visibles de la violencia más silenciosa contra las mujeres,.
A Edurne Portela (Santurce, Vizcaya, 1974) «siempre» le ha interesado la violencia.
Tras abordar nuestro pasado más reciente, y doloroso, rastreando las
heridas, quizás imposibles de curar, provocadas por el terrorismo etarra en su anterior novela, «Mejor la ausencia», y en el ensayo «El eco de los disparos»,
la autora vasca empezó a sentir la inquietud de una nueva historia.
También violenta. Pero menos conocida, por silenciosa y, casi,
normalizada. Lo primero que se le vino a la cabeza, antes siquiera de
ponerse a escribir, fue la imagen de una mujer sola, aislada, confinada
en el desarraigo de saberse, y sentirse, extranjera en un país tan poco
acogedor como Estados Unidos. Ella es Alicia, la protagonista de «Formas de estar lejos»
(Galaxia Gutenberg), una joven aparentemente fuerte, con un sólido
bagaje intelectual y una compleja historia familiar a sus espaldas. Casi
sin darse cuenta, mientras trata de tejer su presente para no
enfrentarse a su pasado, de ahí la distancia, se ve metida en una relación tóxica que, aunque lo parezca, nada tiene que ver con el amor.
Era fácil que sucumbiera a la tentación y se convirtiera en jueza, olvidándose de su papel de autora. Pero no lo hizo.
No
me gusta ese lugar moralista. Incluso cuando he escrito ensayo centrado
en temas políticos, siempre he intentado no juzgar, y con mis
personajes me pasa lo mismo: intento entenderlos, pero sin
justificarlos. Quería que los lectores vieran que los personajes son
humanos. La figura de Matty podía haber sido un maltratador de libro de
texto.
Pero no lo es.
No lo es, y yo no quería que lo fuera.
Pero esa posición está lejos de justificar la violencia.
Claro,
escribo este tipo de novelas porque me preocupa esa violencia, quiero
mostrarla, pero lo último que desearía es normalizarla, justificarla.
Quiero que reflexionemos, tanto las mujeres como los hombres.
Partiendo de esa reflexión a la que conduce la novela, ¿ha llegado a comprender mejor algunos comportamientos?
Siempre
me da miedo decir eso de «entender mejor», porque te sitúa en un
espacio más cómodo y dejas de indagar. Me he acercado más a la
complejidad de relaciones así, me ha hecho ver que las situaciones son
muy complejas.
Que no es todo blanco o negro.
Eso
es, que hay matices, y que el contexto en el que se desarrollan las
relaciones es fundamental. Yo me he sentido muy incómoda escribiendo
esta novela. Creo que es una novela incómoda.
Lo es.
Porque
nos sitúa en espacios de reconocimiento de cosas que nos cuesta mucho
reconocer, tanto a hombres como a mujeres, y en ese espacio de
incomodidad yo me siento bien.
¿Y por qué se siente bien?
Porque
es el único espacio que nos permite seguir aprendiendo y
cuestionándonos. Me sigo sintiendo muy incómoda con este tema, no tengo
las respuestas, pero sí creo que puede ayudarme a seguir reflexionando,
matizando y ampliando un conocimiento que es infinito, porque depende
mucho de nuestras subjetividades y de los contextos.
¿Teme que la presencia tan habitual de la violencia contra las mujeres en nuestro día a día termine por normalizarla?
La
sociedad se hace inmune a la violencia, la normaliza, y de ahí surge la
indiferencia. No tiene por qué ser una indiferencia del desprecio,
puede ser de que nos acostumbramos a ciertas barbaridades y no las
cuestionamos. En los últimos años estamos intentando romper con esa
normalización.
Generar conciencia.
Eso es, y
algún tipo de reacción social. Y yo creo que hoy lo volveremos a ver en
las calles. Además, con la oposición tan fuerte de la ultraderecha, va a
haber todavía más visibilidad. El tipo de violencia de la que se habla
en la novela es incluso más difícil no entenderla como algo cotidiano y
normalizado.
Pero no lo es.
No lo es. O por
lo menos no debería ser lo normal y deberíamos apuntarlo como anormal.
Para que eso suceda, tenemos que visibilizarlo y hablar públicamente
sobre ello. Saber reconocer, no sólo las mujeres, sino también los
hombres, esos momentos en los que algo puede cambiar en la pareja,
cuando el hombre traspasa un límite que no debe, que puede ser de
control, puede ser de trato, y reconocerlo.
En todo esto, ¿qué responsabilidad tenemos las mujeres? Si es que considera que la tenemos.
Tenemos
responsabilidad, por supuesto. Tiene que ver con nuestra educación
católica patriarcal. El sentimiento de responsabilidad, de culpa, está
muy interiorizado y se mezcla con todas las falacias del amor romántico.
Es fácil perderse en ese laberinto afectivo. La labor que tenemos de
educación, de revisarnos, de autocriticarnos, también es de la mujer,
porque tenemos que aprender a establecer ciertos límites. Y, a veces,
para cuando nos damos cuenta, ya es demasiado tarde.
Pero para eso también está la literatura, para advertirnos.
Sí.
Yo no creo que la literatura pueda cambiar el mundo, pero sí creo que
puede apuntar, que puede visibilizar y enseñarnos a mirar de otra
manera. A veces, lees un libro y te das cuenta de que hay otro ángulo,
que puede haber otra forma de entender, en este caso, las relaciones de
pareja, no las voy a llamar amorosas.
Es que el amor es otra cosa.
El amor es otra cosa, eso es. Y yo creo en el amor, estoy profundamente enamorada, pero es otra cosa.
Lo que sucede es que nuestros jóvenes, sobre todo, están recibiendo mensajes un tanto contradictorios al respecto.
Claro.
Oyes a gente joven, partidaria de Vox, tanto chicas como chicos, y es
espeluznante, que tengan una visión tan retrógrada y tan basada en
discursos de odio. Lo de retrógrado es educable, pero cuando te metes en
los afectos, en ese odio al diferente, ya estamos en un terreno
peligroso.
¿Por qué se ha pervertido el
significado del término feminismo? Porque, si se busca en el
diccionario, está muy claro: igualdad de derechos entre el hombre y la
mujer.
No están hablando de feminismo, se han inventado otra cosa.
Es un término que, de todas maneras, siempre ha estado pervertido. Lo
que está haciendo esta gente es una labor de deseducación, de
desinformación, están mintiendo descaradamente; y no hablamos sólo de
Vox, lo del feminismo liberal es de vergüenza, y lo terrible es que
quien ha enarbolado esa bandera ha sido una mujer. Pero eso siempre ha
habido: Pilar Primo de Rivera, ¿qué era? Todo el ideario de la Sección
Femenina salió de ella.
Pero, ¿por qué intentar confrontar a las dos mitades de la sociedad?
Es conservación del statu quo.
A veces es por convicción, gente que realmente piensa que las mujeres
tenemos que estar en otro lugar y no pueden compartir con nosotros el
espacio público ni el poder, y otras veces es por interés. Si empezamos a
hablar de igualdad en los salarios, de romper el techo de cristal, de
acceder a puestos de poder, de que el Consejo General del Poder Judicial
no sean todo pantalones, eso significa que algunos hombres no van a
llegar.
¿Es partidaria de las cuotas?
Es un
tema complicado. Es necesario mantener un mínimo de igualdad, y si la
única forma de hacerlo, al principio, es a través de cuotas, estupendo.
Hay periodos de transición en los que es fundamental que haya cuotas.
¿Que eso se perpetúe? No. Pero es que, si lo intentemos como lo
intentemos no hay accesos, en ese cuello de botella habrá que hacer una
intervención.
El riesgo es que el feminismo se
convierta, también, en un arma electoralista. ¿Ha de separarse una
reivindicación como la del 8-M de la política?
Yo creo que sí. Si
luego los partidos quieren sumarse a la manifestación, muy bien, pero
que no la convoque ninguno, que no la contaminen. Lo que tienen que
hacer, después, es tomar medidas.
¿Está en riesgo lo que hemos avanzado en los últimos años? ¿Vivimos un momento de regresión?
Está
en riesgo cuando vemos que en Andalucía, por ejemplo, ya han tomado
medidas como pedir las listas; no les van a dar los datos, porque va
contra la ley, pero el gesto está ahí, y eso es un aviso, nos lo tenemos
que tomar muy en serio, porque esta gente quiere entrar en las
instituciones para reventarlas. Es así, lo hemos visto históricamente,
estamos en otro contexto, pero la estrategia es la misma. No podemos
decir que son unos cuantos exaltados, que no va a pasar nunca porque
tenemos una democracia estable, consolidada; por eso mismo esta gente
puede entrar en el Parlamento, en el Congreso, en el Senado y nos pueden
hacer la vida muy difícil, y no sólo a las mujeres, a todo el diferente
y a la gente de menos recursos.
Pero,
curiosamente, en esa gente con menos recursos es en la que más efecto
está haciendo el discurso populista. Es algo que se vio en Estados
Unidos, un país que usted conoce muy bien, con la elección de Donald
Trump.
Yo no sé hasta qué punto estoy muy convencida de eso. Eso
forma parte, también, de la propaganda y de cómo se están intentando
meter en ámbitos en los que creen que, debido al malestar que pueda
haber en la izquierda, pueden sacar tajada. Pero ya les hemos visto el
plumero. Gente descontenta habrá, pero eso también se ha manipulado
mucho para ir creando ese discurso.
En mitad de
tanta confusión, de tanto ruido, ¿qué papel debemos tener los
periodistas, los escritores, todo aquel cuyo discurso puede generar
opinión pública?
Tenemos una responsabilidad inmensa. Yo escribo
desde esa responsabilidad, me la tomo muy en serio. Mi papel es ofrecer
algo que haga pensar a la gente, que no se dejen llevar por el titular,
por ese discurso que va muy encaminado a los sentimientos, a las
reacciones viscerales, ofrecer un momento de pausa y de reflexión. Si
con mi escritura consigo algo de eso, me doy por satisfecha.
ETA
también está presente en esta novela, aunque esta vez de forma
secundaria. Poco a poco, en los últimos años, escritores como usted o
como Fernando Aramburu están contribuyendo a construir un relato que
faltaba en esta sociedad.
Es normal que, desde diferentes generaciones, las personas a las que nos ha afectado ETA
directamente o que hemos vivido en ese entorno ahora estemos elaborando
memoria. Poco a poco, iremos desentrañando todo lo que ha significado
para nosotros esta historia, pero también la complejidad de ese pasado.
En el momento de la violencia, todo se convierte en maniqueo, bipolar,
sobre todo la visión desde fuera es muy de blancos y negros. Yo creo que
lo que podemos aportar ahora, desde esta mirada más pausada, es ir
desentrañando los matices.
¿Por eso llega ahora, porque entonces era muy difícil escribir?
Bueno,
hubo gente que lo hizo, y lo hizo muy bien. Galaxia Gutenberg publicaba
hace poco un libro de Iban Zaldua que son veinte años de relatos sobre
ETA. Él escribía ya desde los 90 y eso es lo que hace a esos cuentos
particularmente interesantes, aparte de la calidad literaria, que es
mucha. Él aporta esa visión en el momento, de estar metido en ese
ambiente, que es tan asfixiante, que nos cargaba tanto, pero al mismo
tiempo ser capaz de ver la complejidad. Zaldua es uno de los escritores
que mejor lo ha hecho.
Antes hablábamos de que el
feminismo está siendo usado de manera electoralista. También las
víctimas de ETA. Hace pocos días se quejaba, precisamente de eso,
Consuelo Ordóñez.
Sí, me gustó mucho que Consuelo Ordóñez lo
dijera, porque en el mundo de las víctimas hay de todo y que sea ella
quien lo diga es muy importante.
¿Usted cree en el perdón?
Yo creo que el perdón es algo individual.
¿Es imposible que una sociedad perdone?
Las
sociedades no perdonan. Las sociedades trabajan con la memoria, pueden
llegar a aceptar un pasado traumático y trabajarlo para que deje de ser
traumático, pero el perdón es algo individual. Las sociedades pueden
tomar responsabilidad por su pasado, pero de ahí a perdonar… Yo creo que
estamos proyectando un deseo y una serie de ideas que tienen que ver
con el cristianismo sobre el perdón que son procesos individuales.
Dentro de esos procesos individuales hay cosas que no se pueden
perdonar, porque suponen para la víctima un nuevo sacrificio. Se pueden
elaborar esos procesos, para que dejen de doler, pero de ahí a decir a
un verdugo, a un maltratador: «Te perdono»… Yo a veces creo que no se lo
merecen.
Hablando de usos del lenguaje, qué mal usamos, también, a veces, la palabra víctima.
También,
también, es una palabra que se ha convertido o en algo que te apropias
para manipular la afectividad de los otros o en algo que arrojas para
echar culpas. Y es tremendo, porque detrás de una víctima de verdad hay
muchísimo sufrimiento. Deberíamos usar esa palabra con mucho más
cuidado, con mucho más respeto.
TITULO: Viaje al centro de la tele -Maratón entre momias ,.
Maratón entre momias
DMax emite hoy 24 horas de contenido del Antiguo Egipto, que incluye el estreno de una serie sobre Howard Carter, el descubridor de la tumba de Tutankamón
El plato fuerte, a las 22.00 horas, es la miniserie 'Tutankamón', compuesta por cuatro episodios de una hora cada uno. Dirigida por Peter Webber, está protagonizada por Max Irons (que hace de Howard Carter, el arqueólogo londinense que descubrió la tumba del niño rey) y Sam Neill, conocido por su papel en 'Parque Jurásico' y que se mete en la piel de lord Carnarvon, el mecenas que financió la excavación de la tumba del rey Tutankamón.
La ficción se centra en la figura de Carter, un arqueólogo incomprendido por el resto de sus compañeros de profesión que es reclutado por el egiptólogo lord Carnarvon para explorar el Valle de los Reyes. El propio Irons revela que su primer contacto con Tutankamón «fue al leer libros de niño y ver las míticas fotografías», y que cuando leyó el guion sintió «verdadera alegría». «Como actor, lees muchos guiones y algunos de ellos cuestan un poco. Pero este me recordó a esos libros de aventuras de mi niñez».
Sobre Carter, su personaje, destaca que «era una raza diferente de hombre»: «Algunas personas lo sitúan en el espectro autista, otros dicen que no, que solo era muy determinado, apasionado y centrado en lo que hacía, con un amor verdadero y una imaginación que no se correspondía con la de sus contemporáneos. Se decía que prefería la compañía de los muertos a la de los vivos». Por todo ello, Irons concluye que «llegar a interpretar un papel como el de Howard Carter ha sido maravilloso».
«Carter prefería la compañía de los muertos a la de los vivos», dice su intérprete Max Irons
Hermosa amistad
Además, según el actor inglés, su personaje y el de Sam Neil «se necesitaban el uno al otro». «Carnarvon fue muy tolerante con Carter, que gastó una gran cantidad de su dinero, cavando en áreas de Egipto donde todos los expertos decían que era el lugar equivocado para buscar. Hubo muchos conflictos en el camino, pero no se dieron por vencidos. Fue una hermosa amistad».Parte del rodaje se ha desarrollado entre Namibia y Sudáfrica, con un calor sofocante. «Algo muy útil para el papel porque tenía calor, estaba sudando, sucio y sediento, es decir todas esas cosas que normalmente un actor tiene que fingir. Era justo lo que necesitábamos».
TITULO: Me voy a comer el mundo -Un cocido completo en Navezuelas,.
Un cocido completo en Navezuelas,.
Justa prepara en el restaurante JB, en el corazón de las Villuercas, comida casera para chuparse los dedos,.
Y Justa prepara unas croquetas de pescado y de cocido que, dicen los clientes, están para chuparse los dedos. Nosotros no probamos las croquetas porque nos pudo el cocido. La escena es la siguiente: llegas a Navezuelas, en plenas Villuercas, tras una mañana de curvas y conversaciones con queseros, mieleros y ganaderos, te sientas en la mesa del restaurante, se acerca la camarera, te recita el menú y escuchas la palabra cocido.
El fotógrafo (Lorenzo Cordero) y un servidor nos miramos, dudamos, sabemos que debemos ser responsables y conscientes, que la tarde es larga, las conversaciones pendientes son muchas y las curvas que nos esperan son numerosas y peliagudas, sabemos que nuestra comida debe ser ligerita, una crema de calabaza que nos han propuesto y las croquetas, quizás...
Pero el fotógrafo y un servidor seguimos dudando, la tentación nos puede, la camarera, que se llama Diana y es simpática y dispuesta, nos dice algo así como hombres de poca fe, por qué dudáis, y nos sinceramos: «Es que no debiéramos, pero la tentación es fuerte y vamos a acabar pidiendo cocido». Y Diana nos ayuda a pecar: «Hombre, todo está muy rico, pero el cocido es superior y lo acabamos de hacer». No hizo falta más: «Dos cocidos».
Pero recapitulemos. Estamos en Navezuelas, municipio de las Villuercas de 646 habitantes. En plena carretera, en medio del pueblo, un hostal restaurante llamado 'JB' llama la atención porque en su puerta aparcan varios automóviles. El nombre, típico de la Extremadura 'moderna' de los 80 y los 90, es garantía de personalidad: mantener un nombre tan impersonal y simple en estos tiempos de ruralidad impostada quiere decir que los dueños pasan de nominalismos y van a las esencias. Así que nada de 'Las Trébedes', 'La Era', 'La Siega' ni 'El Tinao'... 'JB' y punto.
El restaurante-bar fue abierto en diciembre del año 1999 y cuenta con un salón restaurante para los fines de semana y un bar amplio donde se come el menú a diario. Justa, la madre, está en la cocina y Diana atiende las mesas. Nos hemos sentado en la que más nos ha gustado y, al instante, Diana extiende un mantel de papel blanco y el servicio. Con la bebida (pedimos agua), nos traen un bol de aceitunas guisadas por Justa. Están muy ricas y no dejamos ni una.
Diana nos recita el menú: podemos pedir cocido completo o bien un primero y un segundo. De primero: pisto manchego, entremeses o crema de calabaza. De segundo: carrilleras ibéricas, lomo, croquetas o tortilla de patatas. Optamos por el cocido e hicimos bien: siendo abundante y muy completo, no fue pesado y no nos dio la tarde y, fundamentalmente, estaba buenísimo.
Llegó primero una sopa espesa de fideos, plena de sabor y pidiendo a gritos que mojáramos en ella tropezones de un pan de pueblo que acabamos enseguida. Pedimos una segunda cesta de pan y con ella llegó una bandeja grandota con los garbanzos y la zanahoria a un lado y la costilla, la morcilla, el chorizo y el pie de cerdo, el pollo y el jarrete de ternera al otro lado. ¡Superior!
No dejamos ni un miserable garbanzo y expiamos el pecado pidiendo un digestivo helado de postre en lugar de las natillas o el flan que prepara Justa. Fue un error, pero tranquilizó nuestras conciencias. Con un café y un té, culminamos la experiencia. El rato de felicidad nos costó 10 euros a cada uno.
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