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saber no ocupa lugar, pero aprender puede reclamar un amplio pedazo de
nuestro tiempo. Especialmente cuando al estudio se unen familia y
trabajo. En cualquier caso, cada año, un puñado de adultos se embarca en
la aventura de volver, o descubrir, las aulas universitarias. La
perspectiva de compaginar los libros, con la oficina, las tareas de casa
y el ocio, puede antojarse un reto inasumible, pero ahí están quienes
lo hacen para demostrar que se puede. «Se han facilitado algunos
mecanismos de acceso, lo que fomenta la ilusión de aprender», explica
Miguel Hierro, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid y
psicólogo.
El panorama anterior, dividido entre la
UNED y los centros convencionales ha dejado paso a un amplio abanico de
posibilidades. La abundancia de grados específicos o la posibilidad de
acceder a solo unas pocas asignaturas, carreras semipresenciales y
cursos 'online' ha hecho que cada vez haya más gente mayor en las aulas.
A juicio del experto, muchos de los estudiantes maduros conciben esta
formación como parte de su jornada laboral.
En cualquier caso, la forma de abordar este
aprendizaje resulta muy distinta entre el joven o adolescente que
accede a la facultad y quien llega ya peinando canas. «El momento vital
es radicalmente distinto», adviertye el psicólogo, y asegura que a los
18 años te dejas llevar por cierta inercia, apoyado por tus padres y
prácticamente empujado por las circunstancias. «Cuando yo acabé COU, la
duda de todos mis compañeros era si acceder a la Universidad o a otra
opción académica, pero pocos se incorporaban de inmediato al trabajo. Si
entras con más de 40, entiendes lo que implica y has llegado desde una
reflexión más profunda y guiado por una inquietud que te mueve. No te
dejas arrastrar».
Ir a la Universidad siendo ya un adulto
suele ser algo meditado. «A partir de ahí, lo que prima es la
organización, que tiene que ser muy buena para asumir el reto y
compatibilizarlo con el resto de su vida». En opinión del experto,
también los resultados se aprecian con una mirada diferente. «Las
dificultades se asumen de otra manera, uno es más consciente de lo que
invierte, pero también valora diferente los logros. La satisfacción es
distinta, posiblemente mayor, porque todo cuesta más. Es una lucha
contra los problemas que implica el aprendizaje y también contra uno
mismo y tus limitaciones».
Este tipo de estudiantes no son habituales
en nuestro país, pero abundan en otros sitios. «Esta capacidad para
sacar chispas de nuestro tiempo resulta tremendamente satisfactorio
porque implica un elevado grado de autorrealización», señala Irene
Cuesta, directora de Formación Contina de la Universidad de Deusto.
El problema, a su juicio, radica en que
algo que se percibe como extraordinario y extremadamente voluntarioso
debería estar fomentado y ser más una norma que una notable excepción.
«Debería de apoyarse el concepto de formación a lo largo de la vida,
algo que creemos sustancial en nuestro entorno, afectado por cambios
acelerados a todos los niveles, tanto sociales, políticos como
culturales. La única manera de permanecer en sintonía con esta realidad
es mediante el estudio».
Los perfiles de aquellos adultos que se
embarcan en proyectos educativos son diversos y, a menudo, no suponen
giros radicales. Los interesados suelen elegir programas cortos
vinculados a su profesión, como una plataforma de promoción laboral. La
especialista asegura que el proceso conlleva tres fases. El primero es
la toma de decisión. «Varía si se trata de una decisión propia y
autónoma o si la ha tomado la empresa». La organización es la segunda
fase. «Hay que establecer fórmulas para compatibilizarlo con la vida
familiar y de ahí la demanda de una política de conciliación que aún
sigue pendiente», reclama. La parte emocional también resulta
importante. «Debemos reflexionar, armarnos de coraje y ser conscientes
de los obstáculos que encontraremos. Pero, a veces, la experiencia nos
proporciona ventajas sobre los más jóvenes».
Pero esta incorporación de los mayores a
las aulas no debería ser solo iniciativa del estudiante maduro. «Siempre
ha habido adultos que han dado el paso, voluntariosos y motivados,
ahora falta que las instituciones hagan posible ese reto. La Universidad
debe potenciar experiencias de aprendizaje adaptadas a su perfil,
ofrecer ciclos formativos a cualquier edad. Sí, hay que reinventar la
rueda, porque, si no, corremos el riesgo de caer en la obsolescencia».
DOS TESTIMONIOS
«Los compañeros de clase alucinan cuando les digo que tengo 42 años»
Carolina
tiene clase el martes en la Universidad. Está en tercer curso de
Enfermería y como algunas compañeras no pueden ir ese día cogerá ella
los apuntes para todas. Otras veces lo hacen al revés. Carolina Sánchez,
burgalesa de 43 años, tiene una hija de 20 –y otro de 12–, la misma
edad que algunas compañeras de pupitre. «Alucinan cuando les digo los
años que tengo. La mayoría de la clase tiene entre 20 y 30, aunque
también hay otra chica de 48. Para mí, esa diferencia no es una barrera.
Hombre, hay algún grupo de chavales con los que no me siento nada
identificada, pero no es algo general y, de hecho, una de las compañeras
que he conocido es una chica de 22 años con la que me llevo fenomenal.
Estoy feliz estudiando a mi edad».
Carolina regentó una peluquería durante más
de veinte años, pero cuando tuvo que cerrar con la pandemia decidió no
abrirla más. Para entonces ya había hecho el examen de acceso a la
Universidad para mayores de 25, la Selectividad y dos años de técnica de
laboratorio, porque en su cabeza siempre estuvo regresar a las aulas.
«Saqué un 11,4 de nota y, afortunadamente, ese año pedían un 11,2 en
Enfermería. Ahora exigen más».
Lleva 3º al día y compagina los estudios
con su trabajo en un laboratorio. «Hago veinticinco horas a la semana y
es una tarea que me encanta, además no es física como la de la
peluquería, allí acabada reventada al final del día. Tengo unos jefes
encantadores que me dejan mucha flexibilidad, porque los horarios en la
Universidad son terribles, al menos no están pensados para gente que
tenga que compatibilizarlos con un horario laboral. Hay dos días a la
semana que empiezo a las ocho y media de la mañana y termino a las seis
de la tarde. Al mediodía me queda hora y media libre, que me la paso
haciendo nada, simplemente esperando a que empiece la siguiente clase.
¿Cómo se puede conciliar así?».
En su caso lo puede hacer porque su hija
«ya es mayor y no da qué hacer y el pequeño siempre ha sido muy
independiente, se pone a hacer los deberes sin que haya que estar encima
de él».
Su pareja, agradece, también está siendo una enorme ayuda para cuadrar una agenda que se antoja complicada con tantos frentes.
«Mi marido me regala siempre por el
cumpleaños una de esas agendas de papel y la tengo escrita entera, desde
las consultas con el pediatra del pequeño o mi próxima revisión del
dentista, hasta qué día tengo una práctica en clase o el envío que debo
hacer esa semana en el laboratorio donde trabajo».
Tiempo libre le queda poco porque muchos
fines de semana «me toca escuchar clases atrasadas, además de limpiar la
casa, hacer la compra...». Aun así, ella se confiesa feliz, más aún
viendo lo «orgullosos» que están los de casa con que se haya puesto a
estudiar con 40 años –se da la circunstancia de que su hija, que tiene
20, no quiere ir a la Universidad y prefiere ponerse ya a trabajar,
«aunque tal vez en el futuro le apetezca, como a mí»–.
«La gente me pregunta: '¿Cómo lo haces?'.
Pero no es cómo, es que yo quiero hacerlo. Lo quería hacer desde hace
tiempo pero al principio los niños eran pequeños, así que lo iba dejando
para el siguiente año, y luego para el otro... Hay gente con mucho
tiempo que no hace nada. Creo que cuando das el paso de ponerte a
estudiar de mayor, más que el tiempo que tengas, que suele ser poco,
cuentan la actitud y las ganas que le pongas».
«No encontré ambiente de instituto y los profesores te tratan como a uno más»
Javier
Gangoiti (Bilbao, 46 años) confiesa que no ha sido un buen estudiante,
«sino todo lo contrario», así que comenzó a trabajar relativamente
pronto. «Mi profesión está relacionada con las terapias manuales»,
explica. Su entrada en la universidad supuso todo un reto, algo que
antes no se planteó por nota o la falta de estudios de fisioterapia. «Me
dije que no me iba a quedar con la incertidumbre». Se presentó a las
pruebas para mayores de 25 años y su primera sorpresa fue que las superó
sin dificultad.
Aún así, llegó escéptico al aula. «Me
matriculé solo de seis asignaturas». Al principio se sentía perdido,
pero reconoce que coincidieron una serie de circunstancias favorables
que le animaron. «Comencé con mucha motivación, en un grupo reducido con
trato muy cercano, no era un ambiente de instituto, y eso resultó
fundamental. Además, los profesores te tratan como uno más».
Y luego están las calificaciones, que no
las sacaba tan buenas en su primera época de estudiante. «Sacaba buenas
notas porque era lo que me apetecía y estaba muy organizado», aunque
cree que el gran nivel de su clase también incidió favorablemente.
«Cuando sales a correr con gente de mucho nivel, inconscientemente
corres más».
Su currículum es una relación de notables,
sobresalientes y matrículas. «Estoy ya haciendo las prácticas. La
experiencia ha sido muy buena». Aunque no sencilla. La necesidad de
memorizar para los exámenes, reducir sus horas de trabajo o las
exposiciones orales son algunos de los obstáculos que ha encontrado a lo
largo de la carrera. «Cuando empecé no sabía ni siquiera lo que era un
Power Point».
Este fisioterapeuta en ciernes recomienda
contar con apoyo familiar y una buena planificación para llevar a buen
término un proyecto de tal envergadura. «Luego, subes a la montaña y te
das cuenta de que no es para tanto. El tiempo libre se reduce mucho,
aunque el ritmo te lo planteas tú. Yo destacaría que nada supera la
satisfacción de darte cuenta de que eres capaz y que, en el camino, has
conocido a alumnos y profesores que te han ayudado mucho. No hay nada
más importante».
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Antequera y el Cacereño empataron a dos en el encuentro celebrado este
domingo en El Maulí. El Antequera pretendía mejorar su situación en el
torneo tras perder el último partido frente al Córdoba por un marcador
de 2-0. Con respecto al equipo visitante, el Cacereño no pasó de las
tablas con un marcador de 1-1 ante el Mensajero. Tras el marcador, el
equipo antequerano se situó en séptima posición, mientras que el
Cacereño, por su parte, es tercero al concluir el duelo.
El
primer equipo en marcar fue el conjunto local, que estrenó el luminoso a
través de un tanto de Javi López en el minuto 9. Pero posteriormente el
conjunto cacereño en el minuto 14 logró el empate por medio de un gol
de Solano, concluyendo la primera parte con un 1-1 en el marcador.
El
segundo tiempo comenzó de manera favorable para el Antequera, que logró
adelantarse en el marcador con un gol de Luismi en el minuto 55. Sin
embargo, el equipo visitante empató con otro tanto de Solano, que
completaba de este modo un doblete justo antes del pitido final, en
concreto en el 88, terminando de esta manera el enfrentamiento con un
resultado definitivo de 2-2.
El
árbitro mostró un total de siete tarjetas: cuatro tarjetas amarillas al
Antequera, concretamente a Álvaro Silva, Alejandro Marcelo, Čyžas y
Javi López y dos al Cacereño (Yael y Rubén). Además, hubo una tarjeta
roja a Yael (2 amarillas) por parte del equipo visitante.
Por el momento, el Antequera se queda con 15 puntos y el Cacereño con 17 puntos.
En
la siguiente jornada de la Segunda RFEF el Antequera jugará contra el
Villanovense fuera de casa, mientras que el Cacereño se enfrentará en
casa contra el San Roque Lepe.
TITULO:
La Paisana - Velaí - El barrio - Huesos de santo,.
La Paisana - Velaí - El barrio - Huesos de santo ,.
Viernes-5- Noviembre a las 22:05 horas en La 1 / foto,.
Huesos de santo,.
TODOS LOS SANTOS y todos los fieles difuntos cabían en su mirada azul.
Era una anciana eterna, de piel de cristal y sonrisa forzada a la que
asomaban sin pudor la lucha, el sufrimiento y la derrota. El último día
de octubre elaboraba con mimo artesano huesos de santo que luego
colocaba en un azafate de mimbre. A la mañana siguiente cubría el cesto
con un paño blanquísimo y salía bien temprano a recorrer las calles
pregonando su mercancía. La vi así año tras año cada uno de noviembre,
hasta que cumplí los nueve. Entonces desapareció. He vuelto a verla en
sueños esta madrugada, me sonreía tierna y me susurraba al oído: «No
seas tonto, la felicidad plena no existe, disfruta de todo lo que te
ofrezca cada rendija por donde se cuele la luz, porque antes de lo que
crees vendrás conmigo a repartir nostalgias entre los vivos y buñuelos
de viento y huesitos de santo entre los muertos».
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