Contra la tiranía del algoritmo / fotos
Los grandes de Internet tienen
ambiciones planetarias. Cuando la interconexión sea total prometen habrá
más riqueza, más oportunidades... y todo será ¡gratis! A cambio, solo
piden saberlo todo de nosotros. Sin embargo, hay quien no se cree su
futura arcadia feliz. Desde Europa y el propio Silicon Valley han
empezado a alzarse voces críticas. Hablamos con los tres mayores
rebeldes contra el nuevo orden naciente, que vacitinan plagado de
desempleo y desigualdades. Nos lo cuentan.
Que los gigantes de Internet pretendan ser los nuevos amos del universo estaba cantado.
Que Silicon Valley aspire a ser la capital del mundo solo era cuestión
de tiempo. Pero que la humanidad se rinda a los nuevos conquistadores
casi sin ofrecer resistencia..., eso es algo que nadie podía imaginar.
Pero está sucediendo. Es por nuestro bien, aseguran los chicos de la Costa Oeste. Cuando la interconexión sea total, habrá más riqueza, más oportunidades... Además, ¡gratis! O casi. Solo tenemos que dejarles usar nuestros datos. Cedérselos, queramos o no; seamos conscientes o no.
Los grandes de Internet tienen ambiciones planetarias. Google proyecta una red de globos de helio para crear una burbuja de Wi-Fi mundial. Facebook, que está a punto de alcanzar los 1500 millones de usuarios, aspira a que su aplicación esté operativa en los 7000 millones de teléfonos inteligentes que hay en el mundo. Amazon quiere dominar el almacenamiento de datos en la nube, un negocio de 135.000 millones de euros; y no 'contento' con condenar al cierre a las librerías de toda la vida, pretende hacer lo mismo con los supermercados, sirviendo la compra a domicilio mediante drones... ¿Este futuro es inevitable?
El coro de voces contra los gigantes tecnológicos que están instaurando un nuevo orden mundial (Google, Facebook Amazon, Twitter, Uber...) es cada vez más ruidoso. Lo que piden estas voces, para empezar, es que rindan cuentas. La iniciativa la ha tomado la comisaria europea de la competencia, Margrethe Vestager, que ha denunciado a Google por abuso de posición dominante. Google también se ha tenido que sentar a negociar compensaciones con los editores por el uso de sus contenidos... Y se cumple un año desde que un tribunal europeo le diera la razón al español Mario Costeja, que denunció al buscador por publicar una información desfasada sobre él, abriendo la puerta al derecho al olvido. Más de 200.000 personas han pedido a Google la retirada de sus datos desde que se dictó la sentencia.
Google controla el 90 por ciento de las búsquedas de Internet en Europa. Pero el buscador con su algoritmo solo es la punta de lanza de un negocio de más de 300.000 millones de euros. Es la agencia de publicidad más grande del planeta y la mayor base de datos privados, de los que saca tajada comercial. La información es poder. Y miles de start-ups quieren emular a Google y Facebook, mineros de esta fiebre del oro: la prospección de nuestros datos, gustos, secretos...El informático y escritor Jaron Lanier, un renegado de Silicon Valley, llama a las compañías que acumulan información 'servidores sirena', en alusión a Ulises. Cree que deberían pagar a cada usuario por su contribución a las bases de datos, pero no lo hacen. Lo engatusan ofreciéndole servicios 'gratuitos'. Esos servidores concentran la riqueza en manos de unos pocos. Llegará un momento explica en que la mayor parte de lo que se produce, y no solo la música o la información, se generará por medio de software, lo que provocará millones de despidos. De momento, ya estamos pagando un precio: nuestra privacidad. El escritor Dave Eggers vaticina que el ciudadano que defienda su anonimato se convertirá en sospechoso. Solo un hacker o un terrorista pretendería salvaguardar su identidad en la Arcadia transparente de las redes sociales y los selfies.En el fondo, lo que se plantea es que los nuevos amos del universo no están más allá del bien y del mal, aunque lo parezca. Por ejemplo, cuando Twitter pone zancadillas a las investigaciones policiales en los casos de acoso. Y quizá deberían empezar por reconocer que el futuro feliz que nos ofrecen como un regalo tendrá millones de víctimas colaterales.
Margrethe Vestager: Una política europea contra el titán google
Comisaria de la Competencia de la Unión Europea. Danesa, 47 años. Ha denunciado a Google por abuso de posición dominante. Lo acusa de violar las leyes antimonopolio. Además, ha abierto una investigación sobre su sistema operativo Android.
XLSemanal. Su predecesor, el español Joaquín Almunia, intentó llegar a un acuerdo con Google, pero después de cinco años el diálogo no funcionó. Sin embargo, usted no se anda con rodeos y denuncia a Google. ¿Ha llegado la hora de ponerse duros?
Margrethe Vestager. Admiro los esfuerzos de mi predecesor, pero solo con negociaciones no se ha podido conseguir que el caso Google esté cerca de resolverse. Mi responsabilidad es avanzar. Y eso es lo que estoy intentando hacer.
XL. La denuncia sobre el abuso de posición dominante de Google se centra de momento en su servicio de comparación de precios. No obstante, hay otros frentes con más 'chicha', por así decirlo... ¿Ha tenido que limitar el alcance del caso para darle un empujón?
M.V. Hemos tenido que trabajar meticulosamente. Ahora nos hemos centrado en su comparador de precios [Google Shopping, que el gigante estadounidense estaría favoreciendo frente a sus rivales], pero hay otras investigaciones en curso relacionadas con el buscador de viajes, con los mapas, con la publicidad y las restricciones a los anunciantes [el algoritmo privilegia a los que pagan (enlaces patrocinados), manipulando así el resultado de las búsquedas], con el uso indebido de contenidos de terceros... Así que tenemos todas estas investigaciones activas y en marcha, aunque hayamos empezado por una en concreto.
XL. ¿Y cómo va la investigación sobre Android, el sistema operativo de Google para los teléfonos inteligentes? [Bruselas argumenta que Android debería estar abierto a cualquier aplicación; pero, en la práctica, Google impone a los fabricantes de móviles sus propias apps].
M.V. Estamos todavía en una etapa muy temprana. Hemos visto que estaba justificado abrir una investigación formal. Y hay muchas preguntas que Google debe responder. Pero es imposible saber qué deparará esta investigación.
XL. El pliego de cargos es el primer paso hacia una multa que podría alcanzar los 6200 millones de euros: el 10 por ciento de la facturación de Google. ¿Ve factible que se llegue tan lejos?
M.V. No sé todavía si acabará en multa o no. Estamos esperando a que Google responda a los cargos y a partir de ahí el caso puede tomar varias direcciones...
XL. ¿No es ingenuo pensar que la todopoderosa Google vaya a plegarse a un acuerdo?
M.V. Es pronto para saberlo. Google puede considerarlo también como una oportunidad para ver por escrito lo que piensa la Comisión. Y tenemos la mente abierta a la respuesta de Google al pliego de cargos.
XL. Pero si Google decide lanzarse a la batalla legal, el asunto se alargará como mínimo otros dos años. ¿Qué hace falta para ganar a Google, además de tener razón?
M.V. Tener aguante y paciencia.
XL. ¿Estamos ante una guerra entre Europa y Estados Unidos?
M.V. No, claro que no. Es muy importante que la gente sepa que no tenemos ningún rencor contra los Estados Unidos. Pero perseguimos una determinada conducta abusiva en el mercado, que limita las elecciones del consumidor y perjudica a la innovación.
XL. Poco después de denunciar a Google se fue usted a Washington, ¿buscando pelea?
M.V. Por supuesto que no. Pero es bueno estar disponible para que te hagan preguntas. Y que te presenten a gente que está interesada en lo que haces.
XL. ¿Cómo están los ánimos por allí? ¿No le pitaban los oídos?
M.V. En general, lo que me he encontrado ha sido una manera de abordar el asunto muy sosegada.
XL. Pues Barack Obama ha expresado sus recelos... Dijo que a veces la respuesta europea a Google o Facebook no es tan noble como la pintan y que está diseñada para ocultar intereses comerciales porque, en el fondo, los proveedores americanos son mejores que los europeos.
M.V. Es un punto de vista... Pero me he reunido con un buen número de demandantes y me han impresionado sus quejas. Por cierto, uno de cada cuatro demandantes es estadounidense. No estamos ante una cuestión política, sino de igualdad de oportunidades.
XL. ¿Es usted consciente de que va a granjearse enemigos muy poderosos?
M.V. He estado en política muchos años. Y es muy difícil estar en política si intentas complacer a todo el mundo, porque siempre habrá gente que no esté de acuerdo contigo. Es algo que está en la naturaleza de nuestra sociedad y es un gran beneficio porque te obliga a discutir y a avanzar. Con suerte, algunas de las compañías estadounidenses que han demandado a Google opinarán que estamos haciendo lo correcto.
XL. Y por si fuera poco, también denuncia a Gazprom...
M.V. Me preocupa que Gazprom esté vulnerando las reglas antimonopolio de la Unión Europea. Creemos que puede haber levantado barreras artificiales que impiden que el gas fluya de unos países a otros. Y que haya encarecido los precios injustificadamente.
XL. ¿Sopesó el 'tempo' de las denuncias contra Google y Gazprom? Algunos analistas sugieren que fueron casi simultáneas para que no la tachasen de antiamericana y antirrusa, porque no se puede ser ambas cosas a la vez...
M.V. [Se ríe]. No creo que exista una manera de eludir lo que otros piensan de ti. Mi responsabilidad es que las leyes de la competencia se cumplan, no importa la bandera de la compañía o quién sea el dueño. Si una conducta se salta las reglas, tenemos que actuar.
XL. Dicen de usted que va al grano y que no le gustan las tonterías. ¿Se siente identificada con esa etiqueta?
M.V. Sí. Pero no creo que sea una cosa mía, sino más bien la manera nórdica de afrontar los temas. Los nórdicos somos así.
XL. ¿Cómo lleva lo de ser considerada la política más poderosa de Bruselas?
M.V. Bueno, he intentado hacer muchas cosas en mi vida política y sé lo que cuesta conseguir que se hagan. No es una cuestión de poder, sino de esforzarme por hacer mi trabajo lo mejor que sé.
La dama antimonopolio
Vestager es considerada la política más poderosa de la Unión Europea. En su país, Dinamarca, fue ministra de Educación y de Asuntos Eclesiásticos. Liberal, feminista.
Jaron Lanier: El renegado de silicon Valley
Científico computacional. Pionero de Silicon Valley. 55 años. Denuncia que el sistema de grandes servidores, al ofrecer productos gratis, lleva al hiperdesempleo y al fin de la clase media. Defiende que los internautas reciban dinero por los datos que se obtienen de ellos. Autor de 'Contra el rebaño digital' y '¿Quién controla el futuro?' (editorial Debate).
XLSemanal. Fue uno de los pioneros de Silicon Valley. Sin embargo, ahora señala la cara oscura de lo que usted mismo contribuyó a crear.
Jaron Lainer. La información es poder y creíamos que hacer esa información libre y gratuita daría poder a la gente. Nos equivocamos. Las cosas cambiaron hace unos diez años. Se produjo lo contrario, una concentración de ese poder en unas pocas manos, en los propietarios de los grandes servidores o lo que yo llamo 'servidores-sirena'. Se creó así un nuevo tipo de plutocracia, en detrimento de la clase media.
XL. Google, según usted, incide de forma determinante en esto, al concentrar los datos, la información, en unas solas manos.
J.L. Google es solo un ejemplo, pero ha hecho algo muy destructivo para la clase media. Dijeron: dado que la ley de Moore [el principio rector de Silicon Valley que afirma que la tecnología de los circuitos integrados mejora a una velocidad exponencial] hace que la informática sea realmente barata, olvidémonos de la informática y centrémonos en los datos... Y eso es un desastre. El usuario de Internet se convierte en un simple producto. Y es un producto rentable porque puede ser manipulado.
XL. Pero los usuarios, a cambio, reciben un montón de cosas gratis: música, noticias, entretenimiento...
J.L. La gente debe entender que no existe lo 'gratis'. Cuando los usuarios aceptan un sistema en el que suben vídeos a YouTube y contribuyen con información a las redes sociales sin esperar nada a cambio, lo que están haciendo es trabajar para que otro, con unos servidores muy grandes, haga fortuna. Nos ofrecen cosas gratis a cambio de que permitamos que se nos espíe.
XL. Esas empresas, además, se benefician de otro factor: la enorme ventaja de llegar primero. El ganador se lo lleva todo, dice usted.
J.L. Cuando empiezas a usar la Red para concentrar información y, por lo tanto, poder, es difícil que otro alcance tu posición. Hemos creado un sistema en el que cuanto más grandes son tus servidores, más matemáticos listos tienes trabajando para ti, más contactos tienes y más poderoso y rico eres. La riqueza se mide por lo cerca que estás de uno de esos servidores-sirena.
XL. Usted responsabiliza en parte a las nuevas tecnologías de la gran crisis económica que va de Estados Unidos al sur de Europa.
J.L. Cada vez contamos con instrumentos financieros más complejos, y esas construcciones extraordinarias serían imposibles sin la informática y la Red. Pero, además, por el hecho de ser algoritmos, prácticamente nadie de los que se benefició de ellos es responsable de la crisis que luego se produjo. Si no hubiera habido ordenadores, sería un comportamiento criminal. Pero como eran ordenadores, no hay responsable. Es extraño, ¿no?
XL. ¿Hay salida a este proceso de concentración de datos?
J.L. Pagar por los datos. Monetizarlos. Los que facilitan los datos no son alienígenas supernaturales. Son personas. Hemos sido hipnotizados con la idea de que no debemos esperar dinero a cambio de lo que hacemos on-line. Lo único que sacamos a cambio son abstractos beneficios de reputación o subidones ego. Sin embargo, si pagas por esos datos, logras un equilibrio. Si algo de lo que una persona dice o hace contribuye, aunque sea en una mínima medida, a una base de datos necesaria para que un algoritmo de traducción o de predicción del comportamiento, por ejemplo, realice su función, la persona debería recibir un 'nanopago' proporcional al valor resultante.
XL. ¿Cómo hacerlo? Supongamos que Google o Facebook aceptan pagar por lo datos, ¿se puede hacer?
J.L. Técnicamente es viable. No es fácil, pero es posible. El problema técnico no me asusta.
XL. Dice usted también que el sistema, como está ahora, lleva al hiperdesempleo. Cada vez más tareas las podrán hacer las máquinas, el software.
J.L. Así es. En poco tiempo va a ser inconcebible ver una persona detrás del volante de un coche. Los camioneros y los taxistas no existirán. Y conste que esto será bueno para el tráfico: habrá menos accidentes... ¿pero qué hacemos con toda esa gente? Hay que encontrar otra forma de que tengan ingresos, dinero que puedan gastar. Es pura lógica capitalista. Por mucho que me duela reconocerlo, podemos sobrevivir si solo acabamos con las clases medias de músicos, periodistas y fotógrafos. Lo que no podremos superar es que a esto se sume la destrucción de las clases medias en el transporte, la industria (las impresoras en 3D van a generar productos industriales en breve), la energía, la educación y la sanidad.
XL. ¿Cómo frenarlo? ¿Legislando como intenta hacer ahora la Comisión Europea contra Google?
J.L. Simpatizo con esas iniciativas de la Unión Europea, pero creo que no son conscientes de la complejidad del problema. Vale. Imagina que Google acaba estando extremadamente regulado. Y luego lo haces con Facebook. ¿Pero qué pasa con Uber y con las otras veinte que ya están haciendo lo mismo? No puedes regular todas estas empresas porque no son empresas normales. Se han convertido en gobiernos, pero con otro nombre.
XL. De hecho, usted habla de una tercera vía; una entre Marx, que decida el Estado por encima de las empresas, y Matrix, que decidan unas pocas empresas y el resto estemos a su servicio...
J.L. Yo creo que hay una tercera vía, la idea inicial de Internet. En los años sesenta, Ted Nelson propuso que la Web que todavía no se llamaba así fuese un mercado universal en el que la gente pudiera comprar y vender bits de uno a otro, donde se pagaría por la información. Eso garantizaría la existencia de una clase media en una sociedad de la información por mucho que el software permitiese que las máquinas 'hiciesen' las cosas. Y así empezamos en los ochenta. Los ordenadores personales daban poder a la gente. Pero, al cambiar de siglo, algo se torció. Ahora la gente puede esperar cosas gratis de Internet, pero no puede esperar riqueza de Internet, lo que lo convierte en una tecnología fallida.
XL. ¿Cómo convencemos a los que ahora tienen el control de que cambien el método y paguen por la información? Porque no creo que lo hagan por su buena voluntad...
J.L. En realidad, yo creo que ocurrirá por su buena voluntad [sonríe]. Conozco a la gente de Google y Facebook muy bien. No son mala gente. Si miras hacia atrás: los zares, los reyes, los señores feudales... de todos los que han tenido poder a lo largo de la historia, yo diría que los amos de Silicon Valley son los menos peligrosos de todos ellos.
XL. En serio...
J.L. En un mundo con esta concentración de poder, no es ni siquiera relevante la buena voluntad. La razón por la que Google hará esto es que, si no lo hace, morirá.
XL. ¿Les ha explicado esto a los directivos de Google? ¿Son conscientes de que, si no empiezan a pagar a los usuarios, acabarán con su propio negocio?
J.L. Yo diría que ahora mismo son 'subconscientes' de ello [risas]. Y esa es la razón por la que yo sigo en Silicon Valley. Creo que son conscientes de que esto es algo de lo que hay que hablar y hay que considerar.
XL. Y por parte del usuario ¿hay algo que podamos hacer? ¿Sirve de algo el boicot, salirnos de las redes sociales?
J.L. Yo no uso redes sociales. No tengo cuentas en Facebook o Twitter. Eso es una decisión personal porque yo encuentro muy inquietante que conserven copia de todo lo que hago o digo. Pero no creo que el boicot sea una solución. No tendría sentido porque demasiada gente ha nacido ya con estas cosas.
XL. Quizá puedan hacerlo esos jóvenes nativos digitales...
J.L. No sé. Por primera vez vemos una generación que tiene menos ingresos que sus padres; chicos que no pueden irse de casa de sus padres y que están todo el día consumiendo cosas 'gratis' en Internet. Pero es muy difícil hacerles entender que hay una relación entre esas dos cosas. Que la razón por la que no se pueden ir de casa es porque tienen todas esas cosas 'gratis'. Que eso es lo que ha destrozado sus opciones de tener trabajo. ¡Hay mucha gente joven que quiere tener su vida controlada por unos tipos ricos en California! [Risas].
XL. No le veo muy confiado en la juventud...
J.L. Bueno, igual perdemos una generación, pero sus hijos van a flipar. No van a querer ser como sus padres. Van a decir: «No quiero ser una oveja, quiero tener mi propia vida». Los hijos de esta generación van a cambiar las cosas.
Un 'geek'
La Enciclopedia Británica incluye a Lanier entre los 300 inventores más relevantes de la historia. Creador de start-ups para Oracle, Adobe y Google. Hoy investiga para Microsoft.
Dave Eggers: El intelectual contra 'la secta'Escritor y filántropo, 45 años. Autor de 'El Círculo' (editorial Random House), polémica novela sobre la empresa tecnológica más influyente del mundo, una suerte de amalgama futurista de Google, Twitter o Facebook que todo lo controla. Ha levantado ampollas en Silicon Valley y lo ha convertido en el «escritor más odiado por Internet».
XLSemanal. ¿Qué lo empujó a escribir El Círculo?
Dave Eggers. Durante años estuve tomando notas sobre el desarrollo del mundo tecnológico y sus implicaciones éticas, morales y comportamentales. Me pareció que era un momento muy interesante de la evolución humana. Creo que estamos cambiando radicalmente como especie y quería enfatizarlo a través de un libro.
XL. ¿Cómo se documentó? ¿Visitó las sedes de las grandes compañías de Silicon Valley? ¿Habló con sus empleados?
D.E. He vivido en San Francisco durante 23 años, y muchos de mis amigos trabajan en Silicon Valley o han creado sus propias start-ups. Durante más de dos décadas he tenido un asiento de primera fila en ese mundo. Sin embargo, no quise visitar las sedes de las grandes empresas. Estaba seguro de que, si lo hacía, tomaría prestados demasiados detalles.
XL. Aun así, los paralelismos entre El Círculo y compañías como Twitter, Google, Facebook o Apple parecen obvios. ¿De verdad no se inspiró en ellas?
D.E. No mucho, la verdad. Quería que El Círculo compartiera algunas similitudes con las empresas tecnológicas que todos conocemos, pero también quería que fuera un poco más allá. Esta no es una historia sobre las compañías existentes, sino más bien un estudio de lo que podría ocurrir a continuación.
XL. ¿Cree realmente factible que los acontecimientos que narra la novela formen parte de nuestro futuro a medio plazo?
D.E. Buena parte de las cosas que narra el libro ya están sucediendo. Muchas de las tecnologías que pensé que estaban a cinco o diez años vista ya se están comercializando. Aplicaciones reales como Meerkat o Periscope se parecen mucho a la cámara que lleva Mae [la protagonista de la novela, que lleva 24 horas encendida una webcam]. Cuando empecé a escribir, algunas tecnologías me parecían demasiado descabelladas... Recuerdo que escribí una escena en la que la televisión de uno de los personajes está espiándolo, grabando su voz sin su conocimiento. Pero pensé que era demasiado inverosímil. Y ahora resulta que los nuevos televisores de Samsung hacen exactamente eso. Es una locura.
XL. Es decir, que ya vivimos en un estado de vigilancia permanente. ¿No es así?
D.E. En cierta forma, sí. Pero también depende de dónde vivas. En las ciudades estamos mucho más observados y vigilados que en el campo. Escribí parte de la novela en una zona rural de Ecuador y te aseguro que allí nadie te está observando. Así que, en cierta medida, todavía hay opciones.
XL. ¿Qué opinión le merece Edward Snowden? ¿Es un héroe o un traidor?
D.E. Creo que hizo lo correcto. Necesitábamos saber lo que nuestro Gobierno estaba haciendo.
XL. ¿Cuál diría que es la mayor amenaza a nuestra democracia y nuestros derechos?
D.E. Creo que una gran amenaza es la recolección indiscriminada de datos de ciudadanos privados. Francia, por ejemplo, acaba de abrir la vía para que su Gobierno recopile metadatos de todos sus ciudadanos, supuestamente para mantenerlos a salvo del terrorismo. Pero esa es una clara violación de la privacidad. Un ciudadano debe ser capaz de hacer llamadas telefónicas y enviar mensajes de correo electrónico sin que el Ejecutivo tenga acceso a esa información. Si aceptamos esto, ¿qué más vamos a aceptar? El verdadero peligro es con qué pasividad aceptamos la intromisión en nuestra privacidad, como si esta no fuese importante. Sin privacidad no se puede ser disidente. Y sin disidencia no es que la tiranía sea posible, es que está garantizada.
XL. Pero la tecnología e Internet también han mejorado la democracia en algunos aspectos, ¿no cree?
D.E. En muchos aspectos, sí. Internet hace que algunos servicios públicos sean más accesibles. Pero, por otra parte, puede hacer que los gobiernos sean más impersonales y opacos. Yo soy un humanista, por eso siempre prefiero interactuar con un ser humano razonable que con una máquina. Cuanto más cedamos nuestra democracia a sistemas manejados por máquinas, más alienante será.
XL. Suponiendo que ya no podemos renunciar a la tecnología, ¿cómo se consigue el equilibrio entre un uso que mejore nuestras vidas sin renunciar a cambio a nuestros derechos?
D.E. Cada uno tiene que decidir por sí mismo. Podemos optar por no participar. La mayoría de la gente podría vivir sin estos servicios. O puedes escoger aquellos servicios que tratan éticamente a sus clientes. Si te rastrean sin tu conocimiento, eso no es ético, así que tal vez no deberías apoyarlo.
XL. ¿Y qué sugiere que hagamos?
D.E. Quizá si millones de clientes unen fuerzas y demandan una relación más ética y transparente entre estas compañías y sus usuarios, podamos aspirar a un futuro más ético. Pero, por el momento, estas empresas y gobiernos están actuando con total impunidad. Y lo que es peor: el nivel de indignación es mínimo. Eso es inquietante. Si permitimos estas intromisiones y la erosión de nuestros derechos, solo iremos a peor.
XL. Que nuestra sociedad cada vez se desarrolla más alrededor de Internet ya es un hecho. ¿Es eso algo inherentemente negativo?
D.E. Exageramos la importancia de Internet. Cuando se inventó la televisión y fue ganando popularidad, nadie pensaba que la sociedad de la época fuese a crecer alrededor de la televisión. Internet no debe ser tratado de manera diferente. Es un dispositivo de envío de comunicaciones de diversa índole, pero no tiene por qué ser el conducto principal de todos los aspectos de nuestras vidas.
XL. Pero cada vez parece expandirse más...
D.E. A menudo veo cómo algunas escuelas tratan de reestructurarse alrededor de Internet... y es un error. La Red tiene un lugar muy limitado en las escuelas primarias. Se puede utilizar, y puede formar parte de la educación, pero al igual que hubiera sido una tontería estructurar la educación en torno a la televisión también lo es hacerlo en torno a Internet. Es una herramienta, una herramienta importante, pero es solo una pequeña parte de la vida. No necesitamos cederle la organización de todo nuestro mundo.
XL. ¿Llegará un punto en el que nuestra propia identidad dependerá de nuestra presencia en las redes sociales?
D.E. No, ni de casualidad.
La conciencia
Niño prodigio de la literatura estadounidense. Hace diez años ya fue nombrado por la revista Time como una de las cien personas más influyentes. Tiene su propio sello editorial.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA - SILENCIO POR FAVOR - DIAS DE IRA,.
foto,.
Determinada propaganda lo calificará de libro apocalíptico. Y muchos se lo creerán a pies juntillas con ese aire lanar que caracteriza a algunas capas de población en España. Pero el último libro de Hermann Tertsch no anuncia la destrucción inmediata del planeta ni alerta del inminente desmerengamiento de nuestro país en el horno de la historia. No. Días de ira es un libro analítico escrito desde el pesimismo crítico que alumbra a este reputado intelectual y pensador que en horas libres se dedica al periodismo. Hermann, al que conozco y admiro desde hace muchos años, no siente la imperiosa necesidad de ganar amigos a cualquier precio que sienten muchos de los que escriben o hablan; sabe que cada dardo que suelta le vale un desagrado, algunas veces violento, pero no parece dispuesto a amedrentarse por ello. Como él dice, uno empieza a ser libre el día en que pierde el miedo a que le llamen «fascista». Está claro que en análisis de este tipo caben las demasías, los excesos, lo que hace que no se pueda estar al cien por cien de acuerdo con el autor, o que no muchos lo estén, pero no puede negarse un inequívoco valor para afrontar algunas evidencias que pocos quieren ver en su conjunto.
¿Qué sostiene Tertsch?: que a la vida cotidiana española ha llegado la desconfianza y la mala fe de forma abrumadora en los inicios de este siglo XXI, basadas ambas en dos características políticas que se han instalado en el país desde el advenimiento del zapaterismo, la venganza y el rencor. En ese sentido, el autor trata de desmontar esa mentira oficial de la izquierda española que la derecha permanentemente acomplejada no ha sabido afrontar y que consiste en hacer creer que todo nació tras la muerte de Franco y gracias al impulso que los herederos del Frente Popular dieron al país en la Transición. La dictadura de Franco fue vencida gracias a su heroica resistencia y todos les deben reconocimiento histórico por ello. No obstante, reconoce que Felipe González hizo lo que pudo por meter al PSOE en la socialdemocracia y por establecer un futuro homologable para España, que, por cierto, se deshizo al llegar 2004. ¿Y cuál es la razón para ello?: que Zapatero alumbra el retorno a las banderías, a despertar odios encerrados y a querer corregir la historia setenta años después. Es discutible, si quieren; pero hay evidencias que señalan que el zapaterismo ha sido la vía de entrada para los populismos de los que hablábamos la pasada semana. La incubación de los Podemos, Podéis, Pudieran se produjo en el seno de ese tiempo, de ese concepto revisionista del devenir, de ese regurgitar del resentimiento que se alentó con tantísima efectividad desde el poder.
Con valentía, Hermann cuenta la historia de su padre, que es media historia de la Europa del siglo pasado y que no quiero desvelársela. Ello me lleva a preguntarme por la hábil escuela habida en España para ocultar el pasado de las familias, cosa muy propia de esas izquierdas o esos nacionalismos que prefieren no recordar lo que fueron sus padres. Y de esas derechas, claro, a las que el autor atiza sin atisbo alguno de piedad. La derecha española, entiéndase el PP, está trufada de mediocres. El Partido Popular, acomplejado desde su raíz, es siquiera incapaz de controlar debidamente los medios de comunicación como hacen sus rivales sin atisbo alguno de complejo. Lo que podría ser una virtud, es decir, permitir el juego plural de todas las tendencias, es para Hermann Tertsch demostración de cómo un torpe puede dejar todas las televisiones en manos del enemigo. Habría mucho que hablar de ello, pero cierto resulta que la tendencia general editorial en España no le es afín a esta derecha tan complaciente, que clama al cielo cuando la izquierda gobierna y pone en marcha su máquina de aplastar disidentes, pero que cuando está en el poder no sabe quitarle instrumentos a sus enemigos.
La pregunta que nos debemos hacer es: ¿lo que describe Tertsch es una mala noche en una mala posada o es sólo el comienzo de un tiempo de autodestrucción que no espera? Si tras leer el libro llegan a alguna conclusión, espero que alcance un sereno equilibrio entre optimismo y realismo.
Pero está sucediendo. Es por nuestro bien, aseguran los chicos de la Costa Oeste. Cuando la interconexión sea total, habrá más riqueza, más oportunidades... Además, ¡gratis! O casi. Solo tenemos que dejarles usar nuestros datos. Cedérselos, queramos o no; seamos conscientes o no.
Los grandes de Internet tienen ambiciones planetarias. Google proyecta una red de globos de helio para crear una burbuja de Wi-Fi mundial. Facebook, que está a punto de alcanzar los 1500 millones de usuarios, aspira a que su aplicación esté operativa en los 7000 millones de teléfonos inteligentes que hay en el mundo. Amazon quiere dominar el almacenamiento de datos en la nube, un negocio de 135.000 millones de euros; y no 'contento' con condenar al cierre a las librerías de toda la vida, pretende hacer lo mismo con los supermercados, sirviendo la compra a domicilio mediante drones... ¿Este futuro es inevitable?
El coro de voces contra los gigantes tecnológicos que están instaurando un nuevo orden mundial (Google, Facebook Amazon, Twitter, Uber...) es cada vez más ruidoso. Lo que piden estas voces, para empezar, es que rindan cuentas. La iniciativa la ha tomado la comisaria europea de la competencia, Margrethe Vestager, que ha denunciado a Google por abuso de posición dominante. Google también se ha tenido que sentar a negociar compensaciones con los editores por el uso de sus contenidos... Y se cumple un año desde que un tribunal europeo le diera la razón al español Mario Costeja, que denunció al buscador por publicar una información desfasada sobre él, abriendo la puerta al derecho al olvido. Más de 200.000 personas han pedido a Google la retirada de sus datos desde que se dictó la sentencia.
Google controla el 90 por ciento de las búsquedas de Internet en Europa. Pero el buscador con su algoritmo solo es la punta de lanza de un negocio de más de 300.000 millones de euros. Es la agencia de publicidad más grande del planeta y la mayor base de datos privados, de los que saca tajada comercial. La información es poder. Y miles de start-ups quieren emular a Google y Facebook, mineros de esta fiebre del oro: la prospección de nuestros datos, gustos, secretos...El informático y escritor Jaron Lanier, un renegado de Silicon Valley, llama a las compañías que acumulan información 'servidores sirena', en alusión a Ulises. Cree que deberían pagar a cada usuario por su contribución a las bases de datos, pero no lo hacen. Lo engatusan ofreciéndole servicios 'gratuitos'. Esos servidores concentran la riqueza en manos de unos pocos. Llegará un momento explica en que la mayor parte de lo que se produce, y no solo la música o la información, se generará por medio de software, lo que provocará millones de despidos. De momento, ya estamos pagando un precio: nuestra privacidad. El escritor Dave Eggers vaticina que el ciudadano que defienda su anonimato se convertirá en sospechoso. Solo un hacker o un terrorista pretendería salvaguardar su identidad en la Arcadia transparente de las redes sociales y los selfies.En el fondo, lo que se plantea es que los nuevos amos del universo no están más allá del bien y del mal, aunque lo parezca. Por ejemplo, cuando Twitter pone zancadillas a las investigaciones policiales en los casos de acoso. Y quizá deberían empezar por reconocer que el futuro feliz que nos ofrecen como un regalo tendrá millones de víctimas colaterales.
Margrethe Vestager: Una política europea contra el titán google
Comisaria de la Competencia de la Unión Europea. Danesa, 47 años. Ha denunciado a Google por abuso de posición dominante. Lo acusa de violar las leyes antimonopolio. Además, ha abierto una investigación sobre su sistema operativo Android.
XLSemanal. Su predecesor, el español Joaquín Almunia, intentó llegar a un acuerdo con Google, pero después de cinco años el diálogo no funcionó. Sin embargo, usted no se anda con rodeos y denuncia a Google. ¿Ha llegado la hora de ponerse duros?
Margrethe Vestager. Admiro los esfuerzos de mi predecesor, pero solo con negociaciones no se ha podido conseguir que el caso Google esté cerca de resolverse. Mi responsabilidad es avanzar. Y eso es lo que estoy intentando hacer.
XL. La denuncia sobre el abuso de posición dominante de Google se centra de momento en su servicio de comparación de precios. No obstante, hay otros frentes con más 'chicha', por así decirlo... ¿Ha tenido que limitar el alcance del caso para darle un empujón?
M.V. Hemos tenido que trabajar meticulosamente. Ahora nos hemos centrado en su comparador de precios [Google Shopping, que el gigante estadounidense estaría favoreciendo frente a sus rivales], pero hay otras investigaciones en curso relacionadas con el buscador de viajes, con los mapas, con la publicidad y las restricciones a los anunciantes [el algoritmo privilegia a los que pagan (enlaces patrocinados), manipulando así el resultado de las búsquedas], con el uso indebido de contenidos de terceros... Así que tenemos todas estas investigaciones activas y en marcha, aunque hayamos empezado por una en concreto.
XL. ¿Y cómo va la investigación sobre Android, el sistema operativo de Google para los teléfonos inteligentes? [Bruselas argumenta que Android debería estar abierto a cualquier aplicación; pero, en la práctica, Google impone a los fabricantes de móviles sus propias apps].
M.V. Estamos todavía en una etapa muy temprana. Hemos visto que estaba justificado abrir una investigación formal. Y hay muchas preguntas que Google debe responder. Pero es imposible saber qué deparará esta investigación.
XL. El pliego de cargos es el primer paso hacia una multa que podría alcanzar los 6200 millones de euros: el 10 por ciento de la facturación de Google. ¿Ve factible que se llegue tan lejos?
M.V. No sé todavía si acabará en multa o no. Estamos esperando a que Google responda a los cargos y a partir de ahí el caso puede tomar varias direcciones...
XL. ¿No es ingenuo pensar que la todopoderosa Google vaya a plegarse a un acuerdo?
M.V. Es pronto para saberlo. Google puede considerarlo también como una oportunidad para ver por escrito lo que piensa la Comisión. Y tenemos la mente abierta a la respuesta de Google al pliego de cargos.
XL. Pero si Google decide lanzarse a la batalla legal, el asunto se alargará como mínimo otros dos años. ¿Qué hace falta para ganar a Google, además de tener razón?
M.V. Tener aguante y paciencia.
XL. ¿Estamos ante una guerra entre Europa y Estados Unidos?
M.V. No, claro que no. Es muy importante que la gente sepa que no tenemos ningún rencor contra los Estados Unidos. Pero perseguimos una determinada conducta abusiva en el mercado, que limita las elecciones del consumidor y perjudica a la innovación.
XL. Poco después de denunciar a Google se fue usted a Washington, ¿buscando pelea?
M.V. Por supuesto que no. Pero es bueno estar disponible para que te hagan preguntas. Y que te presenten a gente que está interesada en lo que haces.
XL. ¿Cómo están los ánimos por allí? ¿No le pitaban los oídos?
M.V. En general, lo que me he encontrado ha sido una manera de abordar el asunto muy sosegada.
XL. Pues Barack Obama ha expresado sus recelos... Dijo que a veces la respuesta europea a Google o Facebook no es tan noble como la pintan y que está diseñada para ocultar intereses comerciales porque, en el fondo, los proveedores americanos son mejores que los europeos.
M.V. Es un punto de vista... Pero me he reunido con un buen número de demandantes y me han impresionado sus quejas. Por cierto, uno de cada cuatro demandantes es estadounidense. No estamos ante una cuestión política, sino de igualdad de oportunidades.
XL. ¿Es usted consciente de que va a granjearse enemigos muy poderosos?
M.V. He estado en política muchos años. Y es muy difícil estar en política si intentas complacer a todo el mundo, porque siempre habrá gente que no esté de acuerdo contigo. Es algo que está en la naturaleza de nuestra sociedad y es un gran beneficio porque te obliga a discutir y a avanzar. Con suerte, algunas de las compañías estadounidenses que han demandado a Google opinarán que estamos haciendo lo correcto.
XL. Y por si fuera poco, también denuncia a Gazprom...
M.V. Me preocupa que Gazprom esté vulnerando las reglas antimonopolio de la Unión Europea. Creemos que puede haber levantado barreras artificiales que impiden que el gas fluya de unos países a otros. Y que haya encarecido los precios injustificadamente.
XL. ¿Sopesó el 'tempo' de las denuncias contra Google y Gazprom? Algunos analistas sugieren que fueron casi simultáneas para que no la tachasen de antiamericana y antirrusa, porque no se puede ser ambas cosas a la vez...
M.V. [Se ríe]. No creo que exista una manera de eludir lo que otros piensan de ti. Mi responsabilidad es que las leyes de la competencia se cumplan, no importa la bandera de la compañía o quién sea el dueño. Si una conducta se salta las reglas, tenemos que actuar.
XL. Dicen de usted que va al grano y que no le gustan las tonterías. ¿Se siente identificada con esa etiqueta?
M.V. Sí. Pero no creo que sea una cosa mía, sino más bien la manera nórdica de afrontar los temas. Los nórdicos somos así.
XL. ¿Cómo lleva lo de ser considerada la política más poderosa de Bruselas?
M.V. Bueno, he intentado hacer muchas cosas en mi vida política y sé lo que cuesta conseguir que se hagan. No es una cuestión de poder, sino de esforzarme por hacer mi trabajo lo mejor que sé.
La dama antimonopolio
Vestager es considerada la política más poderosa de la Unión Europea. En su país, Dinamarca, fue ministra de Educación y de Asuntos Eclesiásticos. Liberal, feminista.
Jaron Lanier: El renegado de silicon Valley
Científico computacional. Pionero de Silicon Valley. 55 años. Denuncia que el sistema de grandes servidores, al ofrecer productos gratis, lleva al hiperdesempleo y al fin de la clase media. Defiende que los internautas reciban dinero por los datos que se obtienen de ellos. Autor de 'Contra el rebaño digital' y '¿Quién controla el futuro?' (editorial Debate).
XLSemanal. Fue uno de los pioneros de Silicon Valley. Sin embargo, ahora señala la cara oscura de lo que usted mismo contribuyó a crear.
Jaron Lainer. La información es poder y creíamos que hacer esa información libre y gratuita daría poder a la gente. Nos equivocamos. Las cosas cambiaron hace unos diez años. Se produjo lo contrario, una concentración de ese poder en unas pocas manos, en los propietarios de los grandes servidores o lo que yo llamo 'servidores-sirena'. Se creó así un nuevo tipo de plutocracia, en detrimento de la clase media.
XL. Google, según usted, incide de forma determinante en esto, al concentrar los datos, la información, en unas solas manos.
J.L. Google es solo un ejemplo, pero ha hecho algo muy destructivo para la clase media. Dijeron: dado que la ley de Moore [el principio rector de Silicon Valley que afirma que la tecnología de los circuitos integrados mejora a una velocidad exponencial] hace que la informática sea realmente barata, olvidémonos de la informática y centrémonos en los datos... Y eso es un desastre. El usuario de Internet se convierte en un simple producto. Y es un producto rentable porque puede ser manipulado.
XL. Pero los usuarios, a cambio, reciben un montón de cosas gratis: música, noticias, entretenimiento...
J.L. La gente debe entender que no existe lo 'gratis'. Cuando los usuarios aceptan un sistema en el que suben vídeos a YouTube y contribuyen con información a las redes sociales sin esperar nada a cambio, lo que están haciendo es trabajar para que otro, con unos servidores muy grandes, haga fortuna. Nos ofrecen cosas gratis a cambio de que permitamos que se nos espíe.
XL. Esas empresas, además, se benefician de otro factor: la enorme ventaja de llegar primero. El ganador se lo lleva todo, dice usted.
J.L. Cuando empiezas a usar la Red para concentrar información y, por lo tanto, poder, es difícil que otro alcance tu posición. Hemos creado un sistema en el que cuanto más grandes son tus servidores, más matemáticos listos tienes trabajando para ti, más contactos tienes y más poderoso y rico eres. La riqueza se mide por lo cerca que estás de uno de esos servidores-sirena.
XL. Usted responsabiliza en parte a las nuevas tecnologías de la gran crisis económica que va de Estados Unidos al sur de Europa.
J.L. Cada vez contamos con instrumentos financieros más complejos, y esas construcciones extraordinarias serían imposibles sin la informática y la Red. Pero, además, por el hecho de ser algoritmos, prácticamente nadie de los que se benefició de ellos es responsable de la crisis que luego se produjo. Si no hubiera habido ordenadores, sería un comportamiento criminal. Pero como eran ordenadores, no hay responsable. Es extraño, ¿no?
XL. ¿Hay salida a este proceso de concentración de datos?
J.L. Pagar por los datos. Monetizarlos. Los que facilitan los datos no son alienígenas supernaturales. Son personas. Hemos sido hipnotizados con la idea de que no debemos esperar dinero a cambio de lo que hacemos on-line. Lo único que sacamos a cambio son abstractos beneficios de reputación o subidones ego. Sin embargo, si pagas por esos datos, logras un equilibrio. Si algo de lo que una persona dice o hace contribuye, aunque sea en una mínima medida, a una base de datos necesaria para que un algoritmo de traducción o de predicción del comportamiento, por ejemplo, realice su función, la persona debería recibir un 'nanopago' proporcional al valor resultante.
XL. ¿Cómo hacerlo? Supongamos que Google o Facebook aceptan pagar por lo datos, ¿se puede hacer?
J.L. Técnicamente es viable. No es fácil, pero es posible. El problema técnico no me asusta.
XL. Dice usted también que el sistema, como está ahora, lleva al hiperdesempleo. Cada vez más tareas las podrán hacer las máquinas, el software.
J.L. Así es. En poco tiempo va a ser inconcebible ver una persona detrás del volante de un coche. Los camioneros y los taxistas no existirán. Y conste que esto será bueno para el tráfico: habrá menos accidentes... ¿pero qué hacemos con toda esa gente? Hay que encontrar otra forma de que tengan ingresos, dinero que puedan gastar. Es pura lógica capitalista. Por mucho que me duela reconocerlo, podemos sobrevivir si solo acabamos con las clases medias de músicos, periodistas y fotógrafos. Lo que no podremos superar es que a esto se sume la destrucción de las clases medias en el transporte, la industria (las impresoras en 3D van a generar productos industriales en breve), la energía, la educación y la sanidad.
XL. ¿Cómo frenarlo? ¿Legislando como intenta hacer ahora la Comisión Europea contra Google?
J.L. Simpatizo con esas iniciativas de la Unión Europea, pero creo que no son conscientes de la complejidad del problema. Vale. Imagina que Google acaba estando extremadamente regulado. Y luego lo haces con Facebook. ¿Pero qué pasa con Uber y con las otras veinte que ya están haciendo lo mismo? No puedes regular todas estas empresas porque no son empresas normales. Se han convertido en gobiernos, pero con otro nombre.
XL. De hecho, usted habla de una tercera vía; una entre Marx, que decida el Estado por encima de las empresas, y Matrix, que decidan unas pocas empresas y el resto estemos a su servicio...
J.L. Yo creo que hay una tercera vía, la idea inicial de Internet. En los años sesenta, Ted Nelson propuso que la Web que todavía no se llamaba así fuese un mercado universal en el que la gente pudiera comprar y vender bits de uno a otro, donde se pagaría por la información. Eso garantizaría la existencia de una clase media en una sociedad de la información por mucho que el software permitiese que las máquinas 'hiciesen' las cosas. Y así empezamos en los ochenta. Los ordenadores personales daban poder a la gente. Pero, al cambiar de siglo, algo se torció. Ahora la gente puede esperar cosas gratis de Internet, pero no puede esperar riqueza de Internet, lo que lo convierte en una tecnología fallida.
XL. ¿Cómo convencemos a los que ahora tienen el control de que cambien el método y paguen por la información? Porque no creo que lo hagan por su buena voluntad...
J.L. En realidad, yo creo que ocurrirá por su buena voluntad [sonríe]. Conozco a la gente de Google y Facebook muy bien. No son mala gente. Si miras hacia atrás: los zares, los reyes, los señores feudales... de todos los que han tenido poder a lo largo de la historia, yo diría que los amos de Silicon Valley son los menos peligrosos de todos ellos.
XL. En serio...
J.L. En un mundo con esta concentración de poder, no es ni siquiera relevante la buena voluntad. La razón por la que Google hará esto es que, si no lo hace, morirá.
XL. ¿Les ha explicado esto a los directivos de Google? ¿Son conscientes de que, si no empiezan a pagar a los usuarios, acabarán con su propio negocio?
J.L. Yo diría que ahora mismo son 'subconscientes' de ello [risas]. Y esa es la razón por la que yo sigo en Silicon Valley. Creo que son conscientes de que esto es algo de lo que hay que hablar y hay que considerar.
XL. Y por parte del usuario ¿hay algo que podamos hacer? ¿Sirve de algo el boicot, salirnos de las redes sociales?
J.L. Yo no uso redes sociales. No tengo cuentas en Facebook o Twitter. Eso es una decisión personal porque yo encuentro muy inquietante que conserven copia de todo lo que hago o digo. Pero no creo que el boicot sea una solución. No tendría sentido porque demasiada gente ha nacido ya con estas cosas.
XL. Quizá puedan hacerlo esos jóvenes nativos digitales...
J.L. No sé. Por primera vez vemos una generación que tiene menos ingresos que sus padres; chicos que no pueden irse de casa de sus padres y que están todo el día consumiendo cosas 'gratis' en Internet. Pero es muy difícil hacerles entender que hay una relación entre esas dos cosas. Que la razón por la que no se pueden ir de casa es porque tienen todas esas cosas 'gratis'. Que eso es lo que ha destrozado sus opciones de tener trabajo. ¡Hay mucha gente joven que quiere tener su vida controlada por unos tipos ricos en California! [Risas].
XL. No le veo muy confiado en la juventud...
J.L. Bueno, igual perdemos una generación, pero sus hijos van a flipar. No van a querer ser como sus padres. Van a decir: «No quiero ser una oveja, quiero tener mi propia vida». Los hijos de esta generación van a cambiar las cosas.
Un 'geek'
La Enciclopedia Británica incluye a Lanier entre los 300 inventores más relevantes de la historia. Creador de start-ups para Oracle, Adobe y Google. Hoy investiga para Microsoft.
Dave Eggers: El intelectual contra 'la secta'Escritor y filántropo, 45 años. Autor de 'El Círculo' (editorial Random House), polémica novela sobre la empresa tecnológica más influyente del mundo, una suerte de amalgama futurista de Google, Twitter o Facebook que todo lo controla. Ha levantado ampollas en Silicon Valley y lo ha convertido en el «escritor más odiado por Internet».
XLSemanal. ¿Qué lo empujó a escribir El Círculo?
Dave Eggers. Durante años estuve tomando notas sobre el desarrollo del mundo tecnológico y sus implicaciones éticas, morales y comportamentales. Me pareció que era un momento muy interesante de la evolución humana. Creo que estamos cambiando radicalmente como especie y quería enfatizarlo a través de un libro.
XL. ¿Cómo se documentó? ¿Visitó las sedes de las grandes compañías de Silicon Valley? ¿Habló con sus empleados?
D.E. He vivido en San Francisco durante 23 años, y muchos de mis amigos trabajan en Silicon Valley o han creado sus propias start-ups. Durante más de dos décadas he tenido un asiento de primera fila en ese mundo. Sin embargo, no quise visitar las sedes de las grandes empresas. Estaba seguro de que, si lo hacía, tomaría prestados demasiados detalles.
XL. Aun así, los paralelismos entre El Círculo y compañías como Twitter, Google, Facebook o Apple parecen obvios. ¿De verdad no se inspiró en ellas?
D.E. No mucho, la verdad. Quería que El Círculo compartiera algunas similitudes con las empresas tecnológicas que todos conocemos, pero también quería que fuera un poco más allá. Esta no es una historia sobre las compañías existentes, sino más bien un estudio de lo que podría ocurrir a continuación.
XL. ¿Cree realmente factible que los acontecimientos que narra la novela formen parte de nuestro futuro a medio plazo?
D.E. Buena parte de las cosas que narra el libro ya están sucediendo. Muchas de las tecnologías que pensé que estaban a cinco o diez años vista ya se están comercializando. Aplicaciones reales como Meerkat o Periscope se parecen mucho a la cámara que lleva Mae [la protagonista de la novela, que lleva 24 horas encendida una webcam]. Cuando empecé a escribir, algunas tecnologías me parecían demasiado descabelladas... Recuerdo que escribí una escena en la que la televisión de uno de los personajes está espiándolo, grabando su voz sin su conocimiento. Pero pensé que era demasiado inverosímil. Y ahora resulta que los nuevos televisores de Samsung hacen exactamente eso. Es una locura.
XL. Es decir, que ya vivimos en un estado de vigilancia permanente. ¿No es así?
D.E. En cierta forma, sí. Pero también depende de dónde vivas. En las ciudades estamos mucho más observados y vigilados que en el campo. Escribí parte de la novela en una zona rural de Ecuador y te aseguro que allí nadie te está observando. Así que, en cierta medida, todavía hay opciones.
XL. ¿Qué opinión le merece Edward Snowden? ¿Es un héroe o un traidor?
D.E. Creo que hizo lo correcto. Necesitábamos saber lo que nuestro Gobierno estaba haciendo.
XL. ¿Cuál diría que es la mayor amenaza a nuestra democracia y nuestros derechos?
D.E. Creo que una gran amenaza es la recolección indiscriminada de datos de ciudadanos privados. Francia, por ejemplo, acaba de abrir la vía para que su Gobierno recopile metadatos de todos sus ciudadanos, supuestamente para mantenerlos a salvo del terrorismo. Pero esa es una clara violación de la privacidad. Un ciudadano debe ser capaz de hacer llamadas telefónicas y enviar mensajes de correo electrónico sin que el Ejecutivo tenga acceso a esa información. Si aceptamos esto, ¿qué más vamos a aceptar? El verdadero peligro es con qué pasividad aceptamos la intromisión en nuestra privacidad, como si esta no fuese importante. Sin privacidad no se puede ser disidente. Y sin disidencia no es que la tiranía sea posible, es que está garantizada.
XL. Pero la tecnología e Internet también han mejorado la democracia en algunos aspectos, ¿no cree?
D.E. En muchos aspectos, sí. Internet hace que algunos servicios públicos sean más accesibles. Pero, por otra parte, puede hacer que los gobiernos sean más impersonales y opacos. Yo soy un humanista, por eso siempre prefiero interactuar con un ser humano razonable que con una máquina. Cuanto más cedamos nuestra democracia a sistemas manejados por máquinas, más alienante será.
XL. Suponiendo que ya no podemos renunciar a la tecnología, ¿cómo se consigue el equilibrio entre un uso que mejore nuestras vidas sin renunciar a cambio a nuestros derechos?
D.E. Cada uno tiene que decidir por sí mismo. Podemos optar por no participar. La mayoría de la gente podría vivir sin estos servicios. O puedes escoger aquellos servicios que tratan éticamente a sus clientes. Si te rastrean sin tu conocimiento, eso no es ético, así que tal vez no deberías apoyarlo.
XL. ¿Y qué sugiere que hagamos?
D.E. Quizá si millones de clientes unen fuerzas y demandan una relación más ética y transparente entre estas compañías y sus usuarios, podamos aspirar a un futuro más ético. Pero, por el momento, estas empresas y gobiernos están actuando con total impunidad. Y lo que es peor: el nivel de indignación es mínimo. Eso es inquietante. Si permitimos estas intromisiones y la erosión de nuestros derechos, solo iremos a peor.
XL. Que nuestra sociedad cada vez se desarrolla más alrededor de Internet ya es un hecho. ¿Es eso algo inherentemente negativo?
D.E. Exageramos la importancia de Internet. Cuando se inventó la televisión y fue ganando popularidad, nadie pensaba que la sociedad de la época fuese a crecer alrededor de la televisión. Internet no debe ser tratado de manera diferente. Es un dispositivo de envío de comunicaciones de diversa índole, pero no tiene por qué ser el conducto principal de todos los aspectos de nuestras vidas.
XL. Pero cada vez parece expandirse más...
D.E. A menudo veo cómo algunas escuelas tratan de reestructurarse alrededor de Internet... y es un error. La Red tiene un lugar muy limitado en las escuelas primarias. Se puede utilizar, y puede formar parte de la educación, pero al igual que hubiera sido una tontería estructurar la educación en torno a la televisión también lo es hacerlo en torno a Internet. Es una herramienta, una herramienta importante, pero es solo una pequeña parte de la vida. No necesitamos cederle la organización de todo nuestro mundo.
XL. ¿Llegará un punto en el que nuestra propia identidad dependerá de nuestra presencia en las redes sociales?
D.E. No, ni de casualidad.
La conciencia
Niño prodigio de la literatura estadounidense. Hace diez años ya fue nombrado por la revista Time como una de las cien personas más influyentes. Tiene su propio sello editorial.
TÍTULO: LA CARTA DE LA SEMANA - SILENCIO POR FAVOR - DIAS DE IRA,.
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Determinada propaganda lo calificará de libro apocalíptico. Y muchos se lo creerán a pies juntillas con ese aire lanar que caracteriza a algunas capas de población en España. Pero el último libro de Hermann Tertsch no anuncia la destrucción inmediata del planeta ni alerta del inminente desmerengamiento de nuestro país en el horno de la historia. No. Días de ira es un libro analítico escrito desde el pesimismo crítico que alumbra a este reputado intelectual y pensador que en horas libres se dedica al periodismo. Hermann, al que conozco y admiro desde hace muchos años, no siente la imperiosa necesidad de ganar amigos a cualquier precio que sienten muchos de los que escriben o hablan; sabe que cada dardo que suelta le vale un desagrado, algunas veces violento, pero no parece dispuesto a amedrentarse por ello. Como él dice, uno empieza a ser libre el día en que pierde el miedo a que le llamen «fascista». Está claro que en análisis de este tipo caben las demasías, los excesos, lo que hace que no se pueda estar al cien por cien de acuerdo con el autor, o que no muchos lo estén, pero no puede negarse un inequívoco valor para afrontar algunas evidencias que pocos quieren ver en su conjunto.
¿Qué sostiene Tertsch?: que a la vida cotidiana española ha llegado la desconfianza y la mala fe de forma abrumadora en los inicios de este siglo XXI, basadas ambas en dos características políticas que se han instalado en el país desde el advenimiento del zapaterismo, la venganza y el rencor. En ese sentido, el autor trata de desmontar esa mentira oficial de la izquierda española que la derecha permanentemente acomplejada no ha sabido afrontar y que consiste en hacer creer que todo nació tras la muerte de Franco y gracias al impulso que los herederos del Frente Popular dieron al país en la Transición. La dictadura de Franco fue vencida gracias a su heroica resistencia y todos les deben reconocimiento histórico por ello. No obstante, reconoce que Felipe González hizo lo que pudo por meter al PSOE en la socialdemocracia y por establecer un futuro homologable para España, que, por cierto, se deshizo al llegar 2004. ¿Y cuál es la razón para ello?: que Zapatero alumbra el retorno a las banderías, a despertar odios encerrados y a querer corregir la historia setenta años después. Es discutible, si quieren; pero hay evidencias que señalan que el zapaterismo ha sido la vía de entrada para los populismos de los que hablábamos la pasada semana. La incubación de los Podemos, Podéis, Pudieran se produjo en el seno de ese tiempo, de ese concepto revisionista del devenir, de ese regurgitar del resentimiento que se alentó con tantísima efectividad desde el poder.
Con valentía, Hermann cuenta la historia de su padre, que es media historia de la Europa del siglo pasado y que no quiero desvelársela. Ello me lleva a preguntarme por la hábil escuela habida en España para ocultar el pasado de las familias, cosa muy propia de esas izquierdas o esos nacionalismos que prefieren no recordar lo que fueron sus padres. Y de esas derechas, claro, a las que el autor atiza sin atisbo alguno de piedad. La derecha española, entiéndase el PP, está trufada de mediocres. El Partido Popular, acomplejado desde su raíz, es siquiera incapaz de controlar debidamente los medios de comunicación como hacen sus rivales sin atisbo alguno de complejo. Lo que podría ser una virtud, es decir, permitir el juego plural de todas las tendencias, es para Hermann Tertsch demostración de cómo un torpe puede dejar todas las televisiones en manos del enemigo. Habría mucho que hablar de ello, pero cierto resulta que la tendencia general editorial en España no le es afín a esta derecha tan complaciente, que clama al cielo cuando la izquierda gobierna y pone en marcha su máquina de aplastar disidentes, pero que cuando está en el poder no sabe quitarle instrumentos a sus enemigos.
La pregunta que nos debemos hacer es: ¿lo que describe Tertsch es una mala noche en una mala posada o es sólo el comienzo de un tiempo de autodestrucción que no espera? Si tras leer el libro llegan a alguna conclusión, espero que alcance un sereno equilibrio entre optimismo y realismo.
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