TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - La violencia inducida,.
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n las últimas vacaciones de Semana Santa, pasó unos días conmigo el
menor de mis sobrinos, que mide 1,82 metros y tiene 13 años, esto es, un cuerpo de adulto con la mentalidad de un niño.
Tuvimos un tiempo que hacía que, más que Semana Santa, pareciera
Navidad: vientos helados y una lluvia impetuosa que, a ratos, se
convertía en nieve. ¿Qué mejor entonces que, después de una buena
comida, pasar un rato juntos en el salón, al calor de la estufa? Sin
embargo, mientras los adultos charlábamos distraídamente, el muchacho
agarraba la primera tableta que tuviera a mano y se aislaba de los demás con un auricular en cada oreja, un fenómeno que se ha convertido en moneda corriente en todas las familias.
En un momento dado, coincidiendo con que mis otros invitados se
habían retirado a descansar, y ya que no dejaba de reírse, le pregunté
si me dejaba compartir con él esa cosa, al parecer, tan divertida. Así
que me senté a su lado en el sofá y, al instante, me sentí agredida por un videojuego escalofriante.
De aquella pantalla salía lo peor de lo peor. Los protagonistas (¡los
héroes!) del juego en cuestión eran unos traficantes de droga a los que
les estaba permitido cualquier cosa: robar coches, maltratar a mujeres,
invadir la acera con el automóvil a toda velocidad o acabar con sus
rivales del modo más sangriento posible.
Con la ingenuidad de quien pertenece al siglo pasado, le pregunté:
¿Pero esto es para chavales de tu edad?. A esta pregunta, él me
respondió: No, tía. Está prohibido para menores de 18 años.
Entonces volví a inquirirle, si está prohibido, ¿por qué juegas?. ¿Qué
significa prohibido? me contestó con una sonrisa pícara. Solo hace falta
comprarlo y ponerse a jugar. Y, a continuación, volvió a sumirse en ese universo violento y degradado.
Mi sobrino es hijo de padres separados. Su madre nunca le ha dejado
conectarse a internet en casa, precisamente para protegerlo de todo este
tipo de basura, pero cuando está con su padre recupera todo el tiempo
perdido.
Ya en su día, hace algunos veranos, cuando mi sobrino no tendría más
de 10, se convirtió en el dueño y señor de mi ordenador para distraerse compulsivamente con sus juegos favoritos.
Y también en aquella ocasión quise yo saber cómo eran esas aventuras
digitales que tanto le gustaban. En uno de ellos, el protagonista (es
decir, él mismo) sostenía una sierra eléctrica y, a cuanta más gente
hiciera pedazos, mayor era su puntuación. En otro, los puntos se
conseguían conduciendo un coche, pero el mérito no estaba en tomar bien
una curva, sino en el número de personas que lograba atropellar y dejar
convertidas en una especie de papilla sobre el asfalto. Un tercer
videojuego consistía en transformarse en un zombi, pretexto suficiente
para llevar a cabo los actos más abominables que podamos imaginar.
Tras todo lo que llevo dicho, seguramente pensaréis que mi sobrino es un chico agresivo e insociable. Sin embargo, tiene un carácter dulce, sensible y bastante asustadizo.Es
posible que toda esa violencia virtual le sirva a mi sobrino (como a
tantos otros muchachos que se caracterizan por su timidez) para
canalizar toda su acritud latente. Pero tal vez sea hora de abordar esta desconexión de la realidad que sufren tantos adolescentes y
de preguntarnos cuál será el precio que acabarán pagando nuestros hijos
cuando sean adultos, tras tanto tiempo de inmersión total en esa
violencia gratuita.
Alguien que ha pasado años atropellando virtualmente a la gente por
pura diversión, ¿qué hará cuando le toque conducir un coche de verdad? ¿Quién
puede asegurar que el nivel subliminal de su cerebro no le dará
entonces una serie de órdenes que se contradicen con la verdad y la
razón?,.
TÍTULO: NOCHE LARGA - SOLO HAZLO,.
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Piensa si hoy, si ahora, si este instante, fuera el último de tu vida
y lo supieras. Qué harías. Qué dirías. A quién. Quién sabe. Piensa si este instante fuera el último de tu vida y
no lo supieras. Qué harías. Qué dirías. A quién. Probablemente, lo de
siempre. Reñirías a tu hija mayor porque remolonea en la cama antes de
levantarse, y refunfuñarías porque tu marido no ha metido la taza del
desayuno en el lavavajillas. No mirarías al cielo ni te asombrarías por la mágica luz
que tiene la mañana, ni por ese pájaro que vuela, ni por ninguno de
esos otros prodigios pequeños que ocurren a diario sin que de verdad los
valoremos.
No abrazarías a tu hija pequeña porque es tarde y
centras todos tus esfuerzos en que se vista con el uniforme y no con el
vestido de la princesa Elsa. No mirarías a los ojos de la mayor, que ya
ha bajado de la cama y se ha puesto la ropa y te dice que no quiere
desayunar la leche y quiere otra cosa, porque estás liada contestando emails y mensajes de móvil,
porque aunque estás todavía en pijama estás trabajando desde hace un
par de horas. No dedicarías unos minutos a jugar a maquillar a tu hija
pequeña, por mucho que te lo suplica en el baño mientras tú te das un
repaso rápido frente al espejo. Como mucho, te agachas y finges que le
has puesto carmín en los labios y le dices: "Hala, qué guapa estás".
No llamarías a tu madre. No abrazarías a tu marido. No escribirías
una nota de agradecimiento para todas las personas que te han hecho
feliz ni cerrarías los ojos para ver de nuevo, como en una película, los
mejores momentos de tu vida. La vez que de pequeña le diste un beso al
futbolista del que estabas enamorada mientras te firmaba un autógrafo.
Esa noche de fiesta, en la universidad, de la que todavía os acordáis. El primer beso con ese chico que te gustaba tanto.
El día que entraste a trabajar en el sitio en el que soñabas cuando
estudiabas. Esa noche en María la Gorda que acabasteis en el agua,
borrachos y desnudos. Esa mañana que miraste dormir a un hombre a tu
lado y te diste cuenta de que querías tener hijos con él. El nacimiento
de la mayor. El de la pequeña. El último abrazo que diste a tu padre. O
lo que sea. No harías nada de eso. Vivirías como si la vida fuera una barra libre que no tuviera fin. Y, sin embargo, las cosas se acaban. De un momento para otro.
Cuando se hicieron públicas las llamadas de aquellos que pudieron
utilizar sus teléfonos móviles desde los aviones o desde las Torre
Gemelas de Nueva York aquel 11 de septiembre de 2001, la inmensa mayoría
contactó con sus seres queridos para decirles lo más esencial:
"Soy yo, y te quiero". Así que piensa de nuevo si ahora, si este
instante, fuera el último de tu vida y lo supieras. Qué harías. Qué
dirías. A quién. Y hazlo. Solo hazlo,.
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