TÍTULO : EL BLOC DEL CARTERO, LA CARTA DE LA SEMANA, Hoy, precisamente, contra el populismo,.
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Hoy es un buen día para saberse sereno. Decidimos corporaciones y
gobiernos autonómicos varios y lo hacemos desde el umbrío de una cierta
fatalidad: que nuestros elegidos sean tantos y tan mal avenidos que las
administraciones resultantes sean casi ingobernables. Y algo peor
incluso: que el populismo en sus distintas facetas tome cuerpo de
gestor. Recientemente pude compartir con el Nobel Vargas Llosa escenario
en el Teatro Gayarre de Pamplona en una charla acerca de esta corriente
político-social de viejo recuerdo en varios lugares del mundo y tan de
actualidad en España. Además de alertar de lo que puede suceder en una
Navarra de voto pulverizado con una coalición que dedique su tiempo a
convertir al Viejo Reino en una provincia vasca más, Vargas y un
servidor quisimos acercarnos a este fenómeno posiblemente pasajero que
sucede en España, pero indudablemente intenso. Siempre que ha sucedido
una crisis severa, el populismo se presenta como el único redentor
posible de los humildes y como el gran enemigo de los poderosos, de los
ricos que han atesorado bienes mediante un mecanismo claro: desposeer de
ellos a los pobres. Los populistas y están ahí, con papeletas en los
colegios electorales proponen una suerte de venganza social. No
garantizan el bienestar porque desgraciadamente ninguno de los
mecanismos que proponen ha funcionado en parte alguna, pero sí
garantizan el asalto al poder con la clara intención de variar las
reglas de juego para no perderlo fácilmente. En el fondo de las cosas,
el populismo en sus diferentes formas pretende dividir la sociedad
mediante un hábil manejo del odio, eliminar todas las formas posibles de
oposición, crear empleos públicos prescindibles para coleccionar
estómagos agradecidos con el dinero de los demás, poner todos los
límites posibles a la propiedad privada y cercenar mediante todo tipo de
maniobras la libertad de prensa. Eso hizo Chávez, o eso hizo Hitler en
su tiempo. Y Mussolini. Y todos los peronistas que en el mundo son.
El
populismo es degeneración de la democracia y no necesariamente responde
a una única ideología esencial. Es un mecanismo para llegar al poder,
como venimos diciendo, y adopta diversas formas. Una de ellas,
evidentemente, es el nacionalismo, el cual desde la simpleza más
intestinal posible asegura un paraíso de felicidad el día en que los
terruños que abarcan consigan estar solos en medio de la nada. El
nacionalismo, como estos populismos redentoristas de izquierda, sabe que
el camino más directo a sus presas es elaborar argumentos
emocionalmente sencillos de entender por aquellos que padecen los
rigores de un sistema que tiene fallos o problemas graves. Es evidente
que podrá alcanzar un universo mayor de seguidores si son capaces de
proponer soluciones muy fáciles a problemas muy difíciles, pero todas
ellas sustentadas por una máxima: las élites la casta son las culpables
de nuestros males y hay que sustituirlas por el pueblo, por la gente,
por nosotros. Así hemos visto cómo en estos tiempos unos profesores
salvapatrias que han convertido la Facultad de Políticas de la
Complutense de Madrid en una inoperante comuna de inútiles se ofrecen
como gestores del mejor de los futuros: el que se confecciona mediante
ideas fáciles y consignas infantiles. Fieles a la esencia del populismo,
anuncian como alcanzable lo que ni siquiera se puede demostrar en
laboratorios, y se presentan a sí mismos como la garantía última de
limpieza de formas y honradez sin tacha. Lo primero ya sabemos qué
resultados ha proporcionado allá donde se ha puesto en práctica:
pregunten a los venezolanos. Lo segundo no deja de ser una paradoja
curiosa: los turbios mecanismos de financiación de sus estructuras
desdicen cualquier aserto presumido acerca de su inmaculada
constitución.
Pero no son sólo ellos, está claro. El populismo,
curiosamente, se vive en todos los partidos y ello se demuestra en esa
ansia por agradar a la mayoría con las promesas que sean necesarias,
aunque sean irrealizables. Vamos a satisfacer hoy, que ya mañana vendrá
otro y lo pagará. Mediante este incansable proceso, creamos estructuras
demasiado grandes, tanto como insostenibles. Es el camino al que llevan
los populismos que hoy deberíamos esquivar: recordemos que un Estado
demasiado grande para darte todo lo que quieres es también demasiado
grande para quitarte todo lo que tienes. Votemos en conciencia y en
libertad.
Votemos en Democracia. En esta. Con todas sus imperfecciones.
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