jueves, 28 de mayo de 2015

TAPAS Y BARRAS - EL VIRUS DE CORREOS,./ UN PAIS PARA COMERSELO, GAMBAS A VOCES,.

Trámites sin virus en una oficina de Correos. :: hoyTÍTULO: TAPAS Y BARRAS - EL VIRUS DE CORREOS,.

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El virus de Correos,.

  • Un aviso falso infecta los archivos de decenas de extremeños,.

    Resultat d'imatges de tapas y barrasCada vez que recibo un aviso de carta certificada, me echo a temblar. Desde que recojo en el buzón la hojita depositada por el cartero, donde me informa de que en la oficina de Correos me espera una sorpresa, hasta que voy a por ella, paso 24 horas angustiosas. ¿Será un aviso de Hacienda, o será de Tráfico, o quizás sea del juzgado? ¿Se tratará de una inspección de la Agencia Tributaria, de una multa inesperada, de un denuncia por alguna ignota razón?
    El otro día recibí uno de esos avisos y, como llovía sobre mojado, me puse más nervioso que en ocasiones anteriores. Una semana antes de la llegada de la notificación, habían llamado a mi trabajo del Tribunal de Cuentas preguntando datos sobre mi persona y ya me veía metido en alguna Gürtel, alguna Púnica o sus variantes. Se trata de miedos irracionales, lo sé. Si no he hecho nada malo, ¿por qué preocuparme? ¿Pero y si he sido malo sin darme cuenta?
    El caso es que de esos miedos irracionales, que padecemos la gente corriente, quienes no estamos acostumbrados al trato con jueces, abogados e inspectores, se está aprovechando un ruso desalmado que vive en Estados Unidos. Ahora les cuento y, de paso, les pongo sobre aviso.
    Resulta que el aviso de carta certificada me llegó por medio de un correo electrónico muy formal y serio. En él aparecían los colores y logotipos oficiales del servicio de Correos y diversos membretes de instituciones estatales. El e-mail decía que tenía una carta certificada en mi oficina de Correos y que si no la recogía en una semana, debería pagar una pequeña sanción. Lo de la sanción me importaba un bledo, lo que me preocupaba era el origen de esa carta certificada: ¿sería de Hacienda, de Tráfico, de Justicia o, ¡madre mía!, del Tribunal de Cuentas? Intenté abrir el mensaje para leer el aviso y desvelar el misterio, pero en el ordenador de casa era imposible. En el trabajo, el pitorreo fue de los gordos. Quien más quien menos me anunciaba visitas a la cárcel para llevarme embutidos metafóricos: chorizos culares, blancos, rojos, ibéricos, gurtelianos y púnicos.
    Mi ordenador del trabajo tampoco abría el archivo y yo seguía sin conocer el remitente. Me puse tan nervioso que, a la hora del café, le pasé el mensaje a un compañero para que lo intentara abrir él, cogí un taxi, me fui a Correos, le mostré a la funcionaria mi DNI y le pedí mi carta certificada. Ella, a su vez, me pidió la notificación impresa. Le respondí que el aviso me había llegado por Internet. Ella me aclaró que Correos no envía notificaciones por Internet, me pidió que no se me ocurriera abrir el correo electrónico y me informó de la cruda realidad: «Lo que ha recibido usted es un virus».
    Inmediatamente, llamé a mi compañero de trabajo, pero ya era tarde, había abierto el mensaje y el virus había encriptado todos sus archivos y los de otros colegas con quienes los compartía. También los míos.
    Avisamos a informáticos, llamamos a especialistas y la única solución era pagar a un ruso misterioso, que vive en USA y al que nadie pilla, 300 dólares en la criptodivisa bitcoin, que no sé bien qué es eso, pero sí entiendo que de esa manera no se pueden rastrear los dólares. El ruso te manda una clave para cada archivo encriptado y tú te entretienes desencriptándolos durante unos días.
    A un abogado cacereño al que atacó el virus de Correos, el ruso, tras recibir los 300 dólares, le envío 2.000 claves para desencriptar sus 2.000 archivos infectados. El pobre letrado hubo de contratar a un informático para que metiera las claves una a una.
    Avisados quedan. Si les llega un aviso de carta certificada por Internet, mándenlo a la papelera. No es una multa, es un ruso malo. ¡Ah!, y lo del Tribunal de Cuentas era una mera cuestión estadística. En fin, les dejo, me voy a desencriptar.

     TÍTULO: UN PAIS PARA COMERSELO, GAMBAS A VOCES,.

    Las ferias extremeñas no son nada sin ruido ni coches con altavoces, foto,.

    Publicidad callejera en los 90. :: hoyHoy miércoles comienza la feria de Cáceres y por las calles de la ciudad volverán a verse los Mercedes blancos de Publicidad José Luis. El alcalde Saponi le decía a José Luis que sin él, las ferias de Cáceres no serían lo mismo. Y tenía razón. ¿Qué sería de las ferias extremeñas sin esos Mercedes vociferando por calles y plazas las excelencias de restaurantes, clínicas para perros y corseterías?
    España sin ruido no sería España y las ferias de Cáceres no serían nada sin los altavoces de la empresa publicitaria decana de Extremadura: 57 años anunciando de todo y marcando época porque él, José Luis, llevó las primeras papeleras a Badajoz, en tiempos del alcalde Emilio García Martín. Así que en Cáceres sabemos que es San Fernando porque un coche nos anuncia corridas de toros y pinchos morunos y en Badajoz sabemos que es San Juan porque José, el empleado de José Luis, come cada día en el restaurante Aldaba de Santa Marina.
    A los corresponsales extranjeros les llama mucho la atención esto de la publicidad megafónica. En sus países no se estila. Leía la semana pasada, en plena campaña electoral, un comentario del corresponsal de Le Figaro en España, Mathieu de Taillac, que alucinaba con lo que él llamaba «el folclore de los coches con música de los partidos».
    No me imagino ir por las calles de Toulouse o Metz y escuchar al Joseph Louis local atronando desde un altavoz: «Vota a la UDF, el partido que te asegura el cambio». Sería un escándalo porque el silencio en Europa es sagrado, incluso durante las campañas electorales y las ferias locales.
    Le Figaro es un periódico conservador, ecuánime y muy bien hecho. Me gusta porque me enseñó a hacer crítica gastronómica. Leyéndolo, aprendí que a los restaurantes no se va solo a comer, sino también a disfrutar de un todo armonioso donde cuentan tanto las recetas como la vajilla, las sillas, el entorno o el silencio. Una tele encendida en un restaurante francés es pecado mortal. Aquí, no.
    En España, está el restaurante en silencio, entras, te sientas y te ponen la tele enseguida, no vaya a ser que creas que no tienen tan insigne aparato. En Portugal, sucede lo mismo: sin tele les cuesta dar de comer, pero allí, al menos, valoran el silencio en la calle y en Semana Santa, ante la aglomeración de turistas españoles, colocan en las calles de Lisboa unos carteles que me dan mucha vergüenza: «Señores turistas, hablen en voz baja o váyanse a España».
    En España, las motos deben meter ruido, las cafeteras de los bares deben alborotar con estridencia y sus camareros han de pedir las raciones como si gritaran gol. Y en las ferias tiene que haber mucho alboroto. Durante la feria de Cáceres, solo me gasto un euro al día en un churro. Con eso me basta para disfrutar. Comerme un churro mientras me aturde el ruido y escuchar por las mañanas la publicidad de José Luis me sobra para ser feliz y que se me ponga cuerpo de feria.
    El otro día fui en un AVE a Cuenca y compré un billete para un vagón silencioso donde estaban prohibidos los móviles y las voces. Menos mal que costaba lo mismo porque los viajeros pasaban de todo. Una chica se dedicó a gritar telefónicamente sus preferencias en camisetas hasta que un viajero la reconvino. «Estás en un vagón silencioso», le dijo. «Ya, por eso hablo bajo», explicó ella antes de volver a practicar muy ufana la megafonía.
    Peter Burghardt es un corresponsal alemán que, durante su primera noche en Madrid, confundió el ruido nocturno del camión de la basura con un ataque terrorista (en Baviera están reguladas hasta las horas para arrojar los envases de vidrio al contenedor). Con el tiempo, se acostumbró hasta el punto de que no dormía bien si no trepidaban sus cristales a medianoche. A mí me pasa algo parecido: no disfruto de la feria si no escucho a alguien dar alaridos anunciando gambas de Huelva con rebujito o pollos asados con sangría.

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