Tras
la polémica salida del rey emérito de España y los rumores (ahora
confirmados) de su viaje a Emiratos Árabes Unidos no han faltado quienes
tiraran de archivo para comparar la situación actual de Juan Carlos de
Borbón con la de su abuelo Alfonso XIII. También él se fue
precipitadamente del país y no por falta de escándalos económicos o de
líos de faldas, sino por la proclamación de la Segunda República el 14
de abril de 1931.
Esa misma tarde el rey Alfonso XIII (1886-1941)
cogió las maletas y salió de Madrid para nunca más volver. Entonces no
lo sabía, pero desde entonces hasta su muerte en Roma diez años después
no pondría nunca de nuevo el pie en España. Don Alfonso no fue quizás
una persona ejemplar y desde luego tampoco el mejor monarca posible,
pero le persigue una injusta y falsa leyenda que durante estas últimas
semanas ha vuelto a salir a relucir para, supongo, probar su inmoralidad
y de paso ciertos paralelismos con su nieto. No sabemos qué estará
comiendo don Juan Carlos en Abu Dabi, pero seguro que no ha podido
probar una sopa bullabesa como la que desde hace décadas se atribuye al
capricho de su abuelo recién salido al exilio. Se suele dar por bueno el
cuento de que cuando abandonó el país en barco rumbo a Francia, lo
primero que hizo el rey destronado al bajar a tierra en Marsella fue
embaularse una tradicional
bullabesa de pescado
en este puerto provenzal. Lo escandaloso no es que el rey comiera ni
que la desgracia no le hubiera quitado el apetito, sino que
supuestamente hizo remover Roma con Santiago para conseguir que le
sirvieran su capricho a deshoras, más ocupado en satisfacer sus deseos
que en pensar en su país, en su papel institucional o en su mujer e
hijos, que se habían quedado en Madrid a a espera de coger un tren en
dirección a París.
La
historia de la bullabesa real se ha repetido por activa y por pasiva,
pero hasta ahora nadie ha dado datos o citas que la fundamenten. La
contó por vez primera –que yo sepa– en 1998 María Emilia González
Sevilla en su libro 'A la mesa con los reyes de España', explicando que
«cuando Alfonso XIII abandonó España desde Valencia, rumbo a París,
desembarcó en Marsella como primera etapa de un vieja sin retorno. Allí
él y su mayordomo el duque de Miranda buscaron alojamiento en el mejor
hotel de la ciudad. Pero no había habitación. Don Alfonso se identificó
como el rey de España y el conserje, abochornado e ignorante de que
estaba ante un rey exiliado, se disculpó y les asignó unas habitaciones
que mandó desalojar y habilitar de inmediato. Pero Alfonso XIII lo que
deseaba en ese momento era almorzar una bullabesa, antojo que le confesó
al de Miranda. Como a la puerta del hotel empezaron a concentrarse
algunos periodistas enterados de la llegada del monarca a la ciudad y de
la situación en España, Alfonso XIII y sus acompañantes salieron del
hotel por una puerta de servicio y consiguieron llegar al restaurante
del puerto y almorzar su ansiada sopa de pescado». Ojo aquí porque el
rey no salió de España desde Valencia, sino desde Cartagena en la
madrugada del 14 al 15 de abril. Tampoco llegó a Marsella sin saber en
dónde se alojaría: tal y como cuenta la prensa de la época al
desembarcar cogió directamente un taxi que le llevó al famoso Grand
Hotel Noailles-Métropole, uno de los mejores de una ciudad en la que
desde hacía al menos 24 horas se oían rumores sobre la escala que el rey
haría allí de camino a París para encontrarse con su familia.
La
misma historia sin fundamento ni fuentes comprobadas se contaría sobre
la bullabesa de Alfonso XIII en 'Yantares de cuando la electricidad
acabó con las mulas' (Miguel Ángel Almodóvar, 2009) y de mano de Jaime
Peñafiel en sus obras 'La mesa está servida, Majestad' (2011) y
'Anécdotas de oro' (2019), dando detalles como que el barco con el rey a
bordo atracó en Marsella a mediodía y que su ansia de sopa de pescado
asomó a las 3 de la tarde, hora en la que los restaurantes ya estaban
cerrados.
Es
tan fácil como asomarse a la hemeroteca para rebatir todo esto. El
periódico marsellés 'Le Petit Provençal' fue el primero en dar
el 17 de abril de 1931 la noticia de la presencia del ex-rey español en suelo francés.
El runrún que desde hacía días situaba a don Alfonso en Marsella
permitió que hubiera reporteros a pie de puerto y que le sacaran varias
fotografías cuando al alba del día 16 de abril (exactamente a las 5.45
de la madrugada) el crucero de la armada Príncipe Alfonso atracó en el
puerto. Desde allí la prensa le siguió hasta el hotel Noailles, ante el
que dio un par de rápidas declaraciones («no he abdicado, tan sólo he
dejado a mi pueblo para evitar una guerra civil») y en donde descansó
desde las 7 de la mañana hasta las 11. A mediodía cogió en compañía de
su escueto séquito un tren a París, así que no tuvo mucho tiempo en
Marsella ni para comer sopas ni para nada más. El director del hotel,
monsieur Benoit, contó a los reporteros que el rey había desayunado en
el mismo hotel y lo único que enlaza con el cuento de la bullabesa es
que según este señor el monarca había comido con buen apetito. Si se le
antojó o no sopa de pescado para desayunar no lo sabemos, pero sí que el
Noailles puso un magnífico servicio de cocina a su disposición y que no
le hubiera hecho falta salir a ningún garito portuario a comer la
dichosa bullabesa de la ignominia. Ya ven que podemos echarle echarle en
cara muchas cosas a Alfonso XIII, pero no que se fuera de picos pardos
culinario el primer día de su exilio.
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