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LAS HUCHAS DE LAS MONEDAS - Las pequeñas y medianas empresas eligen los canales digitales de BBVA ,.
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Las pequeñas y medianas empresas eligen los canales digitales de BBVA,.
Las pymes eligen los canales digitales de BBVA,.
En tan solo 10 minutos se puede contratar de manera segura un producto de esta entidad y operar al instante sin necesidad de acudir a la oficina,.Hace ya cuatro años, BBVA fue la primera entidad en España en desarrollar un proceso de alta digital que permitía a las empresas contratar una cuenta y operar al instante. Los inicios no son fáciles, pero los productos y servicios de calidad, tarde o temprano triunfan. Y es que, las altas digitales de pequeñas y medianas empresas como nuevos clientes de BBVA se multiplicaron por cinco el pasado año, hasta alcanzar el 18,05% del total de nuevas altas, mientras que en 2019 representaban solo el 3%.
Este crecimiento pone de manifiesto las facilidades digitales que el banco ofrece a las empresas. Gracias a la inteligencia artificial, y en apenas 10 minutos, pueden contratar de manera segura una cuenta y operar al instante sin necesidad de acudir a la oficina. Estas soluciones innovadoras puestas en marcha por la factoría digital de empresas de BBVA ofrecen a las pymes la posibilidad de realizar numerosos trámites con el banco de manera online y sin tener que salir de casa, como el darse de alta a través de los canales digitales. Del total de altas digitales de pymes en BBVA durante 2020, el 63% se realizaron en el último cuatrimestre, coincidiendo con la segunda ola de la covid-19.
Las nuevas altas digitales de pymes en BBVA alcanzaron en 2020 el 18,05%
El servicio de alta 100% digital de BBVA permite a las empresas con administrador único o solidario utilizar su certificado digital –emitido por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre–, junto con el certificado de representante de persona jurídica, para hacerse clientes, abrir una cuenta y operar a través de la banca online Empresas BBVA. Esta solución incorpora mecanismos avanzados de inteligencia artificial para el reconocimiento y la extracción de información de la documentación aportada, lo que permite reducir la información que tiene que introducir el cliente.
Durante los 12 primeros meses, el cliente no pagará comisiones por esta cuenta ni tampoco por la tarjeta de débito o crédito asociada. Además, también estarán exentas de dicha comisión, las transferencias ordinarias en euros a través de la banca online o cajeros BBVA y el servicio de ingreso o emisión de cheques en euros.
Esta solución incorpora mecanismos avanzados de inteligencia artificial
Sin moverse de sus negocios, las empresas podrán solicitar y contratar a través de la Banca Online Empresas BBVA o de la aplicación BBVA Netcash los Terminales de Puntos de Venta (TPVs) que mejor se adapten a sus necesidades, y acceder también a una tarifa plana mensual de manera gratuita durante los dos primeros meses, así como optar a opciones de financiación como el Click&Pay, que les permitirá hacer disposiciones sobre un límite específico para cubrir sus necesidades de circulante más habituales sin comisiones de apertura y cancelación. En la actualidad, más del 90% de los clientes empresariales de BBVA ya utilizan los canales digitales para sus transacciones.
Funcionalidades más frecuentes de la banca online
Accede cómodamente desde la app BBVA Net Cash.
Consulta tus movimientos y el documento de cargo/abono asociado.
Obtén información completa de tu posición financiera: productos de inversión y ahorro, financiación, seguros y avales.
Tarjetas: consulta los movimientos, realiza traspasos y, en el caso de perder tu tarjeta, bloquéala desde el móvil.
Ordena tus transferencias nacionales e internacionales y obtén el justificante.
Anticipa tus facturas de confirming.
Realiza otras gestiones como devolución de recibos, etcétera.
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LOS 50€ BILLETES - BILLETE 1.000 PESETAS - LOS ARBOLES PERDIDOS
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Hace un año, las principales bolsas mundiales sufrieron la mayor caída diaria de su historia llegando, en algunos casos, a hundirse más de un 16%. En esos momentos el miedo se apoderó de los inversores, que dieron órdenes masivas de venta ante la incertidumbre que generaba una pandemia jamás vivida. Nada podía hacer presagiar que justo 365 días después del fatídico 12 de marzo, la mayoría de las bolsas no solo habrían recuperado ya todo lo perdido en esos meses de febrero y marzo, sino que además algunas de ellas registran ya máximos históricos.
El Ibex, aunque ha recuperado mucho terreno perdido, todavía no ha conseguido volver a los niveles pre-pandemia, lastrado por el peso del sector bancario y por valores como Repsol Telefónica o Amadeus.
Centrándonos en el comportamiento de los mercados de renta variable estos últimos cinco días, los números verdes se impusieron con fuerza en Japón, Europa y América, con subidas entorno al 4%.
Aquí, el selectivo siguió la estela alcista revalorizándose un 4´32%, cerrando en máximos de 52 semanas. El valor más destacado fue Solaria: los títulos de la multinacional española dedicada al sector de las energías renovables, se anotaron una ganancia del 15´77% tras conocerse el interés comprador de la noruega Statkraft.
Buena parte de las fuertes ganancias tuvieron su origen en los estímulos billonarios aprobados en EE.UU (más de 1´9 billones de dólares) y en el mensaje del BCE claramente acomodaticio y de apoyo a los bonos. No habrá cambios ni en las herramientas de política monetaria, ni en los tipos de depósitos (-0´5%), ni en el importe y plazos de los programas de compras de activos. A estas noticias se sumó la mejora de las previsiones para el 2021, con un crecimiento del PIB del 4% y una inflación del 1´5%.
Estos mensajes también tuvieron repercusión positiva en el mercado de renta fija, reduciéndose la TIR del “bund” alemán hasta el 0´31%. Pero sin duda, los bonos periféricos fueron los más beneficiados, cayendo la rentabilidad del español más de siete pipos, terminando en el 0´33% con la prima de riesgo en los 63p.b., siete menos que el viernes anterior.
Lo vivido en las bolsas el pasado año (fortísimas caídas en quince días y recuperación en los siguientes meses) representó una magnífica oportunidad de compra para los que estaban fuera y una mala decisión de venta para los que estaban dentro. Fácil decirlo ahora. Pero es cierto que si algo debemos aprender de todo esto, es que la renta variable es una inversión a largo plazo y no deben tomarse nunca decisiones en “caliente”. El largo plazo siempre será rentable.
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LOS LIMONES - EL BOMBON DE HELADO - PAPELES QUEMADOS - Chimenea - Por un ventanal - Machado, mi profesor de francés ,.
Concepción Ramírez es posiblemente su última alumna viva. Cuando se cumplen 75 años de la muerte de Antonio Machado, recuerda las clases del poeta sevillano, con el que compartió derrota y exilio,.
Conchita Ramírez descorre las cortinas y el ventanal enmarca un patio con naranjos, aparejos de jardín, herramientas y flores. «Yo quería una casa en Sevilla», dice. «La diseñó Gaby. Nos vinimos en el 79, con la democracia. A él le cambió el carácter». Señala la foto que preside el mueble del salón: dos novios muy juntos, de perfil, posan en un retrato color sepia. «En Francia mi marido era un señor bastante tímido. No hablaba con nadie. Solo lo imprescindible. Pero aquí. Aquí le dio por contar nuestra historia: la guerra, Burdeos, los nazis. Recordábamos en voz alta todos los días. Hasta que murió».
Conchita abre una libreta pequeña, de hojas cuadriculadas, donde se aprietan renglones y renglones de una letra aplicada e infantil. Es el diario que escribió entre 1936 y 1947. Un testimonio inocente, a veces sintético y a veces minucioso, que ahora le sirve para no perder pie dentro de su propio pasado. «Cuando te haces mayor te das cuenta de que recordar es lo más importante. Contar lo que vivimos. Pero a mí ya me está fallando la memoria. Me acuerdo de unas cosas perfectamente y otras las he olvidado por completo. Me acuerdo de Machado, por ejemplo, pero no de la nota que me puso. Es posible que me acuerde de él porque era un maestro muy bueno. O porque mi padre me enseñaba sus artículos en la prensa. Del resto del claustro solo me acuerdo de otro profesor, pero por lo contrario. Creo que se llamaba Amós. Era muy duro: me suspendió las matemáticas».
La anciana, a sus 92 años, hojea las páginas amarillas del diario y encara el relato como puede. De vez en cuando duda y tuerce el gesto porque le fastidia que se le escapen las fechas, el nombre de aquel pueblo o de aquella estación, algún apellido. Por lo demás presume de una lucidez envidiable. Explica que Antonio Machado, al que tenía por un poeta conocido pero no por un genio, le dio clases de francés en el Instituto Calderón de la Barca (curso del 35-36), justo cuando entre los docentes más progresistas calaban las prácticas de la Institución Libre de Enseñanza. «Siempre vestía un traje de chaqueta, gris oscuro, azul o negro. Parecía más mayor de lo que era. Se explicaba de una manera muy dulce, pero tenía la voz ronca. A veces se saltaba el programa de francés, interrumpía la clase y nos hablaba de cosas que a mí me parecían interesantes y extrañas porque yo no llegaba a entenderlas del todo: de la vida, de la historia, de los hombres. No recuerdo que hablara de política. Por lo menos no dentro del aula. Nos pedía nuestra opinión sobre esto o sobre lo otro, y eso era una novedad, porque el resto de los profesores solo se dirigían a los alumnos para pasarles la lección.».
El Machado de entonces, según las crónicas, era un abuelo prematuro, fumador empedernido, que despachaba a diario ocho tazas de café y lucía siempre un resto de ceniza en las solapas del abrigo. Es posible que sus disquisiciones existenciales ante los casi cincuenta alumnos de la clase de Conchita procedieran de los estudios tardíos que cursaba en Filosofía y Letras, o que fueran un remedo de las reflexiones de su Juan de Mairena (su alter ego), en pleno desarrollo. El escritor Eduardo Haro Tecglen, compañero de curso de Conchita, lo describió como un intelectual dividido entre cuestiones metafísicas (ensayo, poesía), tormentos emocionales (su amor por Guiomar, con la que mantuvo una relación platónica y epistolar) y las preocupaciones por la durísima realidad de una España que ya cruzaban vientos de guerra.
El hombre ensimismado
Conchita, una niña retraída, hija de militar republicano, asistía, involuntariamente, a esa dualidad que convivía dentro de su profesor: el hombre tranquilo, que siempre parecía un tanto ensimismado, capaz de teorizar en clase sobre cuestiones abstractas, y el articulista, algo más combativo, que defendía las reformas del Gobierno en los recortes de prensa que por las tardes le enseñaba su padre. Pero de todos los recuerdos de Conchita, el más nítido es una estampa amable: «No sé si fue durante un recreo o en un cambio de clase, pero me lo encontré de pie, en uno de los pasillos enormes del Calderón, cerca de las ventanas, que también eran muy grandes, explicándole un poema suyo a un corrillo de alumnos mayores». Conchita sonríe: «No, no había muchos profesores que hicieran eso». Después, con una ligera mueca de arrepentimiento: «Quise acercarme, pero me dio vergüenza».
Cuando terminaban las clases, algunos de esos chavales, militantes de la FUE (Federación Universitaria Escolar), bajaban hasta San Bernardo por Mártires de Alcalá, a partirse la cara con los alumnos de Cardenal Cisneros, teóricamente de derechas, en una especie de ensayo menor y pobre de la sangría que vendría después. Llegó la sublevación, el golpe de Estado y la guerra. Pero los destinos de Antonio Machado y de Concepción Ramírez parecían condenados a transcurrir en paralelo, aunque nunca más volvieran a cruzarse. El padre de Conchita, adscrito a la defensa del Congreso, se mantuvo fiel a la República. «Más que por una cuestión ideológica, por lealtad a su juramento constitucional». Desde el piso familiar se veían los combates de la Casa de Campo. El día que una bala perdida se clavó en la pierna del coronel, el militar decidió que su mujer y sus cinco hijos, Conchita incluida, partirían a Valencia. Más o menos por las mismas fechas, Machado, «sempiterno y desaliñado», según Tecglen, apenas disimulaba en los artículos de 'La Vanguardia' su creciente pesimismo y hasta se atrevía, en privado, a aventurar malos augurios. «No me encuentro bien», le confesó a su hermano Manuel. Su enfermedad pulmonar se agravó, quizá por culpa de los cigarrillos de hierbas que le enviaba el general Lister, y también optó por refugiarse en Valencia. Entre su casa y la de Conchita apenas mediaban unos metros.
«Se canta lo que se pierde»
Cae Barcelona. El general Valera invita a su padre a desertar: «Si colaboras con la derecha siempre serás favorecido», le escribe. Aún sabiéndose derrotado, el coronel se niega. Sin ningún refugio seguro, envía a su familia al exilio. Apretados en un camión militar, cruzan la frontera el 1 de febrero de 1939. Conchita ve cómo su padre se despide de ellos, subido a una caja de madera, en mitad de una riada de civiles asustados. El poeta había salido de España tres días antes, en ambulancia. Llega a Colliure, visiblemente enfermo, la tarde del 28. Según Joaquín Xirau, que lo acompaña, es un espectro que habla para sí mismo y solo levanta la voz para preguntar por su madre. A Conchita y su familia una patrulla francesa de guardias de frontera las dejó en la estación de Bouleau-Perthus. «No teníamos nada. Solo frío».
La letra pulcra de Conchita continúa desgranando un relato de novela: las dificultades de su madre para encontrar un trabajo, el milagro de la supervivencia del padre (que se ganó la vida en Francia arreglando sillas), su apasionado enamoramiento de un joven partisano, Gabriel Torralba, enviado a Auschwitz por su resistencia al nazismo. Conchita lo cuenta todo, todo lo describe, todo lo resume o lo anota. Quizá por la misma obsesión de permanencia que tenía Machado. Por su misma convicción de que las palabras escritas son capaces de vencer el paso tiempo. «Para que no se pierda la memoria», insiste.
Casi todo el mundo conoce las últimas palabras de Machado («Adiós, madre»). También sus últimos versos, los que encontró su hermano José, algunos días después de su muerte, arrugados en un bolsillo del gabán («Estos días azules, este sol de la infancia»). No es tan conocido que en ese mismo papel Machado escribió otras dos cosas: el «ser o no ser» de Hamlet y la corrección de un poema propio, antiguo, que puede que cobrara súbitamente para él un nuevo significado y que bien podría servir para resumir la voluntad de pervivencia del diario de Conchita, esa obsesión por contar que compartió con su marido. El poema decía: «Y te daré mi canción: Se canta lo que se pierde». Subrayó: «Lo que se pierde».
Haro Tecglen también le dedicó hace años unas palabras a su vieja compañera de pupitre. «Ahora estás en la Sevilla que soñabas -escribió-; tienes una hija con acento francés. Tienes dentro la guerra y la resistencia, el exilio y la república. Se habrán perdido las esperanzas, Conchita: pero no se ha perdido todo».
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