«Roma triunfante en ánimo y grandeza», en palabras de Cervantes, la Sevilla del siglo XVI combinó como sólo hacen las grandes metrópolis la opulencia y la miseria.

Ciudad rica también en tópicos, Igor Pérez Tostado, profesor de Historia Moderna de la Universidad Pablo de Olavide, propone una imagen quizás no tan manida: la de «Sevilla como una gran metrópoli del tercer mundo». Y acude a un ejemplo para ilustrar su idea: «Como Kuala Lumpur –capital de Malasia–. Con una riqueza exagerada, pero también con una pobreza extrema».

Ese contraste «no era tan marcado en el resto de Europa. La diferencia entre los más ricos y los más pobres no era tan extrema», certifica Pérez Tostado.

¿De dónde venía esa diferencia? En primer lugar, del descubrimiento de América, y del hecho de que Sevilla se convirtiera en escala obligada en la ruta que unía España con el nuevo continente. La construcción de la Casa de la Contratación, en 1503, ratificó la exclusividad de la ciudad en el comercio con América, si bien el puerto de Sevilla gozaba ya antes de notable importancia como nexo de unión entre el Mediterráneo y el norte de Europa.

Pérez Tostado retoma la comparación con otra gran ciudad. «Era una especie de Nueva York del siglo XVI. A la gente que venía de fuera le sorprendían los contrastes. Había mucha ostentación, pero también estaba el polo opuesto», apunta.

Insiste a continuación en su carácter metropolitano, que iba más allá del trasiego entre España y las tierras recién descubiertas. «A Sevilla venía gente de todo el mundo: de América, pero también de África, magrebíes y del África negra –y ahí está la cofradía de Los Negritos, cuyo origen se remonta a 1393, como prueba–, de Asia. Algunos se quedan en la ciudad, otros vuelven a su lugar de origen, otros se marchan con distinto rumbo. La estancia en la ciudad marcaba a la gente».

Aquella gran Sevilla tuvo para muchos un papel que aún en la actualidad existe, aunque son otros lugares los que lo ocupan: «Venían muchas personas de las zonas pobres. Venían, ahorraban y se volvían a su pueblo. Precisamente porque se pagaba en plata es por lo que la gente podía ahorrar mucho más trabajando aquí, más que en ciudades como París, Roma, Génova», más que en las otras grandes urbes europeas de la época, en suma.

De manera que aquella multitud que ocupaba las calles de Sevilla procedía poco menos que de medio mundo, como lo ratifica todavía hoy el callejero de la ciudad, con nombres como Alemanes, Navarros, Génova... También quedan, más o menos transformados, apellidos italianos o alemanes, señal inequívoca de cosmopolitismo.

Claro, hay que evitar caer en la visión única de la ciudad dorada, rica y orgullosa, porque también tenía su lado opuesto: el de la urbe poblada de pobres, de enfermos, de calles sucias, pícaros y delincuentes. El ámbito de las infraestructuras puede servir de ejemplo, porque el XVI dejó enormes y valiosos monumentos, con el Archivo de Indias, único en el mundo, a la cabeza. Pero las infraestructuras públicas brillaron por su ausencia.

Sevilla «era una mezcla de gente de todo el mundo, y unos iban bebiendo de otros, adquiriendo costumbres nuevas. Las modas que llamaríamos aristocráticas son las de los mercaderes genoveses, a través de los cuales se aprenderá la sofisticación». La aristocracia adquirirá esos lujos mundanos gracias a los mármoles, las telas, las ropas que los genoveses traen a una ciudad que cuenta con la capacidad económica de acceder a esos productos.

Contaba también Sevilla con lo que ahora es fácil identificar como problemas de una gran metrópoli. Problemas de limpieza, de alcantarillado, de higiene pública. Es bien conocida la Sevilla que retrata Cervantes, que sufrió prisión en la Cárcel Real de la calle Sierpes, «la peor jaula del mundo», en sus novelas ejemplares, la del patio de Monipodio.

Pérez Tostado apunta todavía otro fenómeno nuevo que surgió en la Sevilla del XVI. «El nivel de riqueza que empieza a surgir es tan alto, y la riqueza está tan polarizada, que eso también es un fenómeno nuevo. Y de ahí que en España vayamos a tener las primeras escuelas de pensamiento económico: la escuela de Salamanca, que observa que algo pasa en esta situación y se plantea cuestiones como si la riqueza es el dinero y que la sociedad es cada vez más desigual».

Termina Pérez Tostado con una reflexión sobre todo lo que queda de aquella época dorada. «Sevilla no será el centro mercantil que fue, pero sigue teniendo una relación importante con América Latina. Algo queda de esa apertura», y apunta a la importancia del nuevo continente en las humanidades, en el derecho, en las ciencias ambientales tal como hoy se conciben en España. Además de que, pensando en primera persona, él mismo trabaja en una universidad pública, la Pablo de Olavide, con el nombre de un limeño de nacimiento. No es la única huella de la época.

Ahí está la Universidad Internacional de Andalucía, con campus en Santa María de la Rábida, o el Centro de Estudios Hispanoamericanos, con sede en Sevilla. Y, al hablar de monumentos, destacan el Hospital de las Cinco Llagas, actual sede del Parlamento autonómico, que se construyó por las enormes necesidades que se generaron en una ciudad que crecía a lo grande, del mismo modo que se multiplicaban sus necesidades asistenciales.

Queda también, y la maravilla más obvia se ha quedado para el final, el Archivo de Indias –ya está dicho antes–, único en el mundo.

TITULO:  DIAS DE TOROS  - La faena descalza de Morante antes del diluvio en Palencia ,.

 

La faena descalza de Morante antes del diluvio en Palencia,.

Por el camino de la sencillez, corta una oreja, como Ortega, en una corridita de José Vázquez para olvidar,.

foto / Morante de la Puebla, bajo un tremendo aguacero, en el cuarto toro,.
 
 Observaba el ruedo Morante y miraba al cielo, que amenazaba lluvia. La incógnita sobre si se celebraría el festejo crecía, pero, pasadas las seis de la tarde, se abrió el portón de cuadrillas. Y sobre la arena de los Campos Góticos se descalzó en una faena desnuda de alharacas. Todo por el camino de la sencillez. Sin zapatillas para no resbalar y para sentir la tierra. O, tal vez, era la tierra la que sentía a un torero que sea atalona como ninguno. Con ese compás desde el inicio, sin atosigar a Antiguo, de tan significativo nombre y tan mermado de poder, que inauguró una nueva corrida con un volatín –no hay dos sin tres–. El genio de La Puebla.
 
 

TITULO:  Retratos con alma -«Adiós a las armas», cuando la biografía se transforma en arte ,.

 

La periodista Isabel Gemio regresa a la televisión para presentar 'Retratos con alma', el nuevo programa producido por RTVE en colaboración,.  

 

 Lunes - 16 , 23 , 30  - Septiembre -  a las 22:40 horas en La 1 / foto,.

 

«Adiós a las armas», cuando la biografía se transforma en arte,.

La obra de Ernest Hemingway es no sólo una gran novela sobre la guerra sino además una bellísima historia de amor,.

Hemingway en plena faena de escritura,.

La tarea del escritor es transformar en arte su propia experiencia. Eso es lo que hizo precisamente Ernest Hemingway en «Adiós a las armas», su novela sobre la Primera Guerra Mundial , publicada en 1929. Se ha dicho, y con razón, que es una de las mejores descripciones de un conflicto bélico de la historia de la literatura. La obra está escrita en un estilo directo , con frases cortas y diálogos precisos. Hemingway quería prescindir de cualquier retórica moralista y captar la atención del lector mediante una narración periodística de los hechos. En ese sentido, no juzga , simplemente se limita a contar lo que ven sus ojos.

El protagonista de la novela, un americano de unos 25 años llamado Frederic Henry que se alista como conductor de ambulancias, es el «alter ego» del propio Hemingway , que decidió en 1918 viajar a Europa para combatir en el Ejército italiano contra la entente entre Alemania y Austria. Hemingway condujo ambulancias en el frente durante dos meses hasta que cayó herido en una de las batallas en el Isonzo, donde los italianos sufrieron una debacle frente a los austriacos. A las pocas horas de incorporarse, tuvo que participar en el rescate de los cadáveres destrozados de las obreras que trabajaban en una fábrica de munición que explotó. Esa experiencia cambió su visión sobre la guerra.

Heridas de guerra

Tras ser condecorado por salvar a un soldado, el escritor de Illinois fue herido en ambas piernas, que quedaron destrozadas por la metralla. Fue trasladado a un hospital de Milán, donde fue operado y permaneció seis meses hasta el final de la contienda. Allí conoció a una enfermera llamada Agnes, siete años mayor que él , de la que se enamoró. Ambos se comprometieron, pero parece ser que ella dio marcha atrás en el último momento. Hemingway nunca olvidó esa relación. Esta amarga experiencia le serviría diez años después para escribir «Adiós a las armas», que es básicamente una novela autobiográfica dramatizada. En ella, el protagonista se tira al río para evitar ser fusilado por desertor y se oculta para fugarse a Suiza con su novia, una enfermera escocesa llamada Catherine.

El final de la narración se le atragantó a Hemingway, que, según sus palabras, tuvo que reescribir 47 veces antes de quedar satisfecho . No obstante, las últimas páginas de la novela resultan un tanto impostadas porque se nota que el autor no sabía cómo acabar la relación entre Frederic y Catherine.

Sin tremendismos

Este reparo no merma la tremenda fuerza del relato y su capacidad descriptiva, que le permite trazar un retrato verosímil y realista de los horrores de la guerra sin caer en el tremendismo. Aunque en todo momento Hemingway intenta mantenerse en el papel de observador, no logra evitar plasmar su punto de vista sobre su experiencia a través de Frederic: «No había visto nada sagrado en la guerra. Y lo que llamaban glorioso no tenía gloria. Los sacrificios recordaban los mataderos de Chicago con la diferencia de que la carne sólo servía para ser enterrada».

Frederic llega al frente con la ilusión de ayudar a los italianos a derrotar a Austria, pero acaba dándose cuenta de que la victoria es imposible y que el coste de ese empeño inútil será la muerte de miles de soldados, mandados por unos jefes ineptos y en condiciones de inferioridad. En ese contexto, Hemingway dibuja una gran historia de amor que acaba trágicamente.

Suicidio a los 62

«Adiós a las armas» es tal vez su mejor novela porque es la más sincera y en la que más expuso sus sentimientos. Fue un éxito que catapultó su carrera y le convirtió en un mito. A mi juicio, todo lo que escribió después de «Fiesta» y «Adiós a las armas» es inferior a estas dos obras de juventud en las que desplegó su gran talento narrativo.

Tal vez ese declive influyó en su suicidio a los 62 años cuando era un autor aclamado, tras ser galardonado en 1954 con el Nobel y haberse convertido en protagonista de las páginas de corazón de la prensa, donde aparecía cazando elefantes en África, pescando tiburones en Cuba o fumando un habano en la barrera de la plaza de toros de Pamplona.

Todo en Hemingway era excesivo. Se casó cuatro veces, cubrió guerras como escritor y periodista, hizo continuos alardes de su valor, viajó durante toda su vida, sufrió depresiones y rompió con amigos leales como John Dos Passos . Pero también vivió con una intensidad que no le permitía desperdiciar un momento de su tiempo.

«Un hombre puede ser destruido, pero nunca derrotado», dijo al recibir el Nobel. Ese podría ser el mejor epitafio para recordarlo.