TITULO:REVISTA FARMACIA - La Farmacia en la novela histórica,.
REVISTA FARMACIA - La Farmacia en la novela histórica , fotos,.
La Farmacia en la novela histórica,.
Nací a dos tiros de honda de la catedral de Jaén. Desde la azotea de mi casa la veía sobrevolando tejados, con sus dos torres como cohetes dispuestos a ser lanzados al cielo desde un Cabo Cañaveral enclavado entre olivos. Crecí entre los metros cuadrados y cúbicos de una biblioteca de literatura e historia, y desde pequeño me acostumbré a ver a mis mayores con una novela histórica entre las manos, de modo que su lectura, andando el tiempo, se convirtió para mí en una pasión, en un viaje al pasado con un billete de vuelta al presente.
Remedio - medicina,.
Como de chico era muy mandadero, me daban una talega de tela y me enviaban a comprar a las tiendas de ultramarinos del casco antiguo y al mercado de abastos de San Francisco —la plaza—, y también me encomendaban ir a la farmacia. Desde entonces, las boticas me dejaron prendado. Me fascinaba ver los albarelos alineados en los estantes, todos ellos de cerámica blanca y con misteriosos nombres en latín que designaban las plantas y sustancias medicinales que un día contuvieron. Me gustaba la tranquila sensación de tiempo detenido, el olor remansado a medicinas, el brillo satinado de la madera y el tacto frío de las mesas de mármol que servían de mostrador. Pero lo que más despertaba mi curiosidad era atisbar la rebotica, la habitación trasera donde la generación de mis abuelos había hecho tertulia. Aquella pequeña dependencia que yo entreveía era el laboratorio para elaborar medicinas, algo que afiebraba mi imaginación de lector de novelas de Julio Verne, pues me encantaba observar la balanza de precisión, las pipetas y las redomas de vidrio.
A veces compraba alcohol de romero con el que mi abuela se daba friegas en las piernas para activarse la circulación sanguínea, y aquel aroma a fresca serranía metido en un bote me gustaba aún más que el de la canela molida que compraba en los almacenes El Pósito. Más tarde supe que, en la Edad Moderna, el alcohol de romero, denominado agua de Hungría, era un popular remedio recetado por los médicos para combatir la viruela. Vinculé la historia y la literatura con las boticas, convertidas para mí en los modernos centros de alquimia, y desarrollé predilección por leer historias donde las farmacias cobrasen protagonismo.
Al igual que tenemos un médico de cabecera, también tenemos escritores de cabecera. Álvaro Cunqueiro es uno de los míos. Como hijo de farmacéutico asistió —primero de polizón y luego como invitado— a muchas tertulias en la rebotica de la farmacia paterna en Mondoñedo, y en recuerdo de aquello escribió Tertulia de boticas prodigiosas y escuela de curanderos, un libro que, como todos los suyos, es una recreación histórica y fantástica de una Galicia medieval y contemporánea, de tipos populares y de personajes legendarios, de hombres y mujeres que hacen uso de conocimientos científicos y de remedios tradicionales para curar los males del cuerpo y del alma. Pero por encima de todo, el libro es un homenaje al oficio que, con una vocación parecida a la del sacerdocio y con talante humanista, ejerció su progenitor.
El estadounidense Noah Gordon obtuvo un resonante éxito con su novela El médico, ambientada en la Alta Edad Media y convertida en best seller mundial. Gordon, un periodista especializado en temas de divulgación médica, publicó sus artículos durante muchos años en el Boston Herald, visitaba constantemente los hospitales de Massachusetts y en su permanente contacto con galenos y boticarios, tomó conciencia de que la medicina era una suerte de religión, una entrega a la humanidad. Un día quiso tentar a la suerte como novelista y escribió el libro que ha despertado miles de vocaciones sanitarias desde hace más de treinta años. En él, Rob Cole, un joven inglés de origen humilde, al ser consciente de poseer un don sobrenatural para la sanación, decide estudiar medicina, emprendiendo un largo viaje hasta la exótica Persia, una de las cunas de la ciencia médica de la época, donde se convertirá en discípulo del célebre Avicena, el cual lo instruirá en unas artes de la curación indisolublemente unidas a la práctica de la farmacopea. Al igual que le sucede a muchos superventas El médico fue adaptada al cine, pero también se transformó en un musical, estrenándose hace tres años en los escenarios madrileños con un llenazo de público.
La realidad supera muchas veces a la ficción, y en todo caso, la literatura siempre crece en el suelo fertilizado de la realidad. Y si no me creen, escuchen.
Verano de 1808. Guerra de la Independencia. El 19 de julio acontecerá en Bailén una batalla en la que, por primera vez, será derrotada la invicta infantería napoleónica. Entre tanto, los días 1, 2 y 3 de julio, bajo un habitual calor infernal, la ciudad de Jaén librará unos duros combates contra los imperiales, luchándose casa por casa en varios barrios hasta que el enemigo ceje en su empeño y huya. Durante la retirada, unos soldados franceses asaltarán la farmacia de Manuel Rueda en la calle Hurtado, descubrirán varias redomas con víboras que el farmacéutico tenía para elaborar medicamentos homeopáticos, destruirán a posta los recipientes y las serpientes venenosas, liberadas, sembrarán el pánico en la barriada de San Ildefonso hasta que posteriormente otro boticario, Bernardo Vasallo, se dedique a capturarlas vivas, devolviendo la tranquilidad a los vecinos y siendo felicitado por la Junta Suprema.
A lo largo de la Edad Moderna y Contemporánea, las cofradías jiennenses regían numerosos hospitalicos, es decir, pequeños sanatorios o minúsculos asilos de ancianos donde se alojaba a cofrades y a indigentes, proporcionándoles alimento y cuidados médicos básicos. La dieta básica consistía en caldo de gallina, legumbres, tasajos de carne y licores finos, y existía un botiquín con medicinas suministradas por los farmacéuticos, donde nunca faltaba la célebre triaca cordial, un compuesto utilizado de manera polivalente para las dolencias cardiacas, las enfermedades epidémicas y las mordeduras de animales venenosos.
Detalles de ese tipo los empleo para la documentación de mis novelas, en las que a veces doy vida a galenos, cirujanos y barberos, pero también a farmacéuticos que, a la vez que dispensan medicamentos reparten rosquillas de San Blas, la popular medicina religiosa que aliviaba los males de garganta y prevenía contra la difteria, enfermedad infantil conocida en el pasado como garrotillo porque asfixiaba paulatinamente a los niños, como si les aplicasen la pena del garrote.
Así, en mis libros La cofradía de la Armada Invencible y Tiempos de esperanza, tiene cabida la sabiduría sin alharacas de unos boticarios cuyos mancebos venden grageas y sobrecitos con polvos a los clientes. Cuando escribía una de ellas me acordé de que el príncipe Juan —hijo de los Reyes Católicos llamado a heredar ambas coronas—, murió con diecinueve19 años al poco de casarse, diciendo las malas lenguas que como consecuencia del ardor sexual incrementado por la ingesta de afrodisíacos. Curiosamente, la muerte de su padre, el rey Fernando de Aragón, también sería achacada por el pueblo llano al consumo desmedido del monarca por las sustancias afrodisíacas, que a comienzos del siglo XVI no eran pastillas azules, sino brebajes realizados con testículos de toro y mosca cantárida o española. Por eso en Tiempos de esperanza quise que el farmacéutico estuviese confeccionando en la rebotica un afrodisíaco a base de piedra tarmicón, la cual era molida y mezclada con aceite para untar el miembro viril, ungüento legendario que, al parecer, en la Edad Media, era mano de santo.
El ubetense Jesús Maeso de la Torre, en su novela El sello del algebrista, destaca la figura del farmacéutico a través de un anciano monje herborista del monasterio de San Juan de la Peña, en Huesca. En la obra, situada en el siglo XIV —cuando la peste negra—, es fundamental la ciencia medicinal transmitida por los conventos medievales europeos, que ejercieron de puente con los centros del saber médico de Oriente.
También Antonio Pérez Henares, en Cabeza de Vaca, destaca la faceta boticaria de su protagonista, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, que en su largo y tormentoso periplo conquistador en el Nuevo Mundo a comienzos del siglo XVI, sobrevivió gracias a sus conocimientos de la farmacopea silvestre, por lo que los indios lo convirtieron en chamán y lo denominaron «el hombre medicina».
Y ahora, de repente, una música de oboe se me ha colado en el corazón. La Misión constituye una doble obra maestra: cinematográfica y musical. La banda sonora que compuso Ennio Morricone es perfecta para la historia de los tozudos, leales e idealistas jesuitas que fundan una pequeña misión religiosa en la selva amazónica. La película, basada en una novela histórica, muestra de qué pasta estaban hechos esos hombres que, en plena selva, crearon una utopía que funcionó durante siglo y medio y que, ante todo, respetó las Leyes de Indias y defendió el imperio español contra sus enemigos en tierras americanas. Pues bien, aquellos jesuitas recibían formación farmacéutica. En las reducciones jesuíticas cultivaban con mimo un huerto de plantas medicinales para elaborar los medicamentos con los que curaban a los indios, pero además, produjeron en sus laboratorios el primer medicamento moderno para combatir con éxito la malaria: la quinina.
El Colegio San Pablo de Lima, fundado por la Compañía de Jesús en 1568, estaba dotado de un avanzado laboratorio farmacéutico, y los jesuitas españoles, en sus investigaciones sobre el árbol de la quina, descubrieron sus formidables propiedades para rebajar la fiebre y aminorar el temblor producido por la malaria, una enfermedad endémica en latitudes tropicales. Ellos obtuvieron quinina a gran escala y la exportaron a Europa, por lo que este milagroso medicamento, conocido como «la corteza jesuítica», fue muy bien acogido en los países católicos, no así en los protestantes, que recelaron durante algunas décadas de la ciencia de los hijos de San Ignacio, hasta que, vencidos por la evidencia, se tragaron el orgullo e incorporaron la quinina a sus botiquines para tratar el paludismo. Por muy contumaz que siga siendo la leyenda negra, lo cierto es que en la Revolución Científica del siglo XVII, la Farmacia hispánica ocupa un sitio en el podio.
El autor jiennense más internacional, Juan Eslava Galán, conocía bien la tradición herbolaria española cuando ganó el Premio Planeta con En busca del unicornio, la extraordinaria novela que relata la aventura, o mejor dicho, la desventura de la expedición que, por mandato del rey de Castilla Enrique IV el Impotente, parte de Jaén hacia África para cazar un unicornio, a cuyo mítico cuerno se le atribuía la propiedad de curar la impotencia. Entre los expedicionarios figuraba Fray Juan de Monserrate, un fraile gordo de buen carácter tocado con sombrero de paja que, en el huerto de su convento segoviano, cultivaba hierbas medicinales. El bueno de Fray Juan se detendrá en los caminos para buscar hierbas y raíces, secarlas al sol y echarlas en su talega de lino, y su planta favorita será la verbena, con cuya tisana curaba las llagas y heridas, purificaba la sangre y embellecía la piel de sus pacientes.
La novela que populariza mundialmente la figura del boticario es El nombre de la rosa, de Umberto Eco. En esta obra, que puede considerarse tanto una novela histórica detectivesca como una novela negra de ambientación histórica, uno de sus personajes capitales es Severino, el monje herbolario. Se trata de un hombre inteligente y amante de su oficio que vive encerrado en su laboratorio conventual rodeado de alambiques y retortas, morteros y balanzas, elaborando medicamentos que guarda en cajas, botellas, recipientes cerámicos y bolsas de piel. Como en 1327 no existían las benzodiacepinas, el hermano Severino utilizaba pequeñas dosis de arsénico como tranquilizante para tratar los trastornos nerviosos, a sabiendas de que pasarse en la dosis podía causar la muerte. También, el fraile era el encargado de los baños terapéuticos de la comunidad benedictina, siendo uno de sus remedios infalibles agregar hojas de lima al agua caliente para conseguir un efecto relajante.
Precisamente el villano de la novela, el bibliotecario ciego Fray Jorge de Burgos, para evitar que los monjes leyesen el libro segundo de la Poética de Aristóteles que ensalzaba las virtudes del sentido del humor, ordena a su mano derecha y sicario que empape con una solución de arsénico el borde de las hojas de dicho libro, para que al mojarse los dedos en la lengua y pasar las páginas, el monje que leyese aquella obra prohibida escondida en la biblioteca muriese envenenado.
Por consiguiente, la figura del farmacéutico ha sido tradicionalmente respetada y valorada por los novelistas históricos, salvaguardándola de mostrar el lado turbio de la condición humana. El boticario ha sido interpretado en la ficción como una especie de ángel tutelar de la salud.
La pandemia del covid-19 ha generado numerosas obras literarias, siendo algunas de ellas distopías, es decir, ficciones que recrean un mundo futuro de signo catastrofista o revestido de ropajes autoritarios. De la misma manera que no me gusta la literatura de ciencia ficción en su variante distópica, me cansa un tanto la abundancia de narrativa sobre el confinamiento que padecimos durante la fase aguda del coronavirus malaje.
Dentro de un tiempo, cuando la funesta oleada vírica sea contemplada con prismáticos, se escribirán novelas históricas ambientadas en la época que nos tocó vivir, cuando los ancianos morían solos en las residencias, los hospitales se saturaban al frenético ritmo de una guerra bacteriológica, y en los entierros solamente se permitía estar presentes a dos familiares, que debían abrazarse a sí mismos porque ni siquiera les quedaba el consuelo de abrazarse al cuerpo del ser querido, pues estaba prohibido.
Cuando llegue ese tiempo futuro, estoy convencido de que alguna novela histórica tendrá como protagonistas a quienes, en los días terribles en los que el mundo chapó, mantuvieron abiertas las farmacias, atendieron solícitos a los pacientes, vendieron medicamentos y suministraron, suministrasteis, esperanza.
El mejor argumento es el de personas corrientes sometidas a circunstancias excepcionales, el día a día de quienes, calladamente, se entregan a los demás en cumplimiento de su deber sin necesidad de hacer ostentación. Ése es el secreto de la ética profesional. Porque la verdadera materia con la que se escriben las novelas históricas es la épica. Y vosotros, ángeles tutelares de bata blanca, sabéis mucho de ella.
TITULO: CAFE, COPA Y Documental - Carta a Antonio Machado ,.
Carta a Antonio Machado ,.
Querido Antonio,.
foto / Antonio Machado ,.
Lo primero que pienso al pensar en ti, al imaginarte, leyendo tus libros, es que me encuentro ante un gran escritor y ante un hombre muy bueno. Un hombre tímido, sencillo, profundo, poco amigo de los exhibicionismos. Mucho más amigo de las esencias, de lo permanente. Me gusta cuando dices que te gustaba mucho más la Naturaleza que el arte, y creo que ésta es una clave muy importante para entenderte, para entender tu poesía, tu literatura.
Sé que disfrutabas mucho de tus paseos, de tus excursiones por el campo, y eso se ha quedado muy plasmado, maravillosamente plasmado, en tus libros, por ejemplo, quizá de forma muy destacada, en Campos de Castilla.
Yo siempre disfruté leyéndote, en el colegio, en la carrera, también después, cuando tuve que enseñar sobre ti y tu poesía, pero es cierto que entonces no disfruté tanto como ahora, no de forma tan intensa como estos días, cuando decidí escribir esta carta. En mi casa había varios libros tuyos, pero sobre todo hay uno que me ha sido de particular ayuda para conocerte. Ha dormido el sueño de los justos en mis estantes, o eso me lo parece, durante bastante tiempo, acaso una vida, porque he utilizado otros libros tuyos, menos de estudio quizá, pero ahora lo he disfrutado muchísimo, lo estoy disfrutando.
Se llama Antología poética: Biografía, y está firmado por ti, por “Antonio Machado”, en edición de José Luis Cano. De José Luis Cano tengo otros trabajos o libros en casa, y me gusta mucho cómo estudia las obras, los autores, porque lo hace con sensibilidad literaria, con gran conocimiento, y a mi entender buen estilo literario, buen estilo ensayístico.
Eres uno de esos escritores que se convierten en compañeros del lector, grandes amigos del lector. En mi opinión, no se puede aspirar a más por parte de un escritor, pero también por parte de un lector.
Cuando miro fotos tuyas, por ejemplo una que pusieron en la portada de ese libro que acabo de citar —publicado por Bruguera, en la colección Libro Amigo—, foto que yo creo que es bastante famosa, pienso que estas imágenes son tan importantes para escribir sobre ti, o para escribirte, como hago yo ahora, que tus propias letras.
Y ahora reflexiono en que nuestro rostro, tal vez no siempre, dice mucho de nosotros mismos, de nosotros en general, pero mucho también del momento en que se hizo la foto, de sus circunstancias, del mundo que nos rodeaba entonces y de cómo lo vivíamos en el momento en que nos hicieron la foto.
Yo, querido Antonio, también soy fotógrafo, fotógrafo aficionado, y cada vez valoro más el mundo de la fotografía, el mundo de la imagen en general —también las películas—, y de cómo las palabras complementan admirablemente la imagen —y al revés—, de cómo la dotan de profundidad, seguramente de verdad. Verdad humana.
Estoy pasando unos días magníficos, días de otoño, leyendo tus libros, conociéndote, pues tengo la impresión de que antes no te conocía —no te comprendía—, una persona excelente, tal vez de las mejores que haya conocido nunca, directamente o a través de la escritura.
Yo antes sabía poco de ti, aunque había leído tus libros más famosos, sobre todo Campos de Castilla y Soledades. Galerías. Otros poemas. Te había estudiado, pero apenas te conocía. Ahora me doy cuenta de ello. Ha sido gracias a las páginas de José Luis Cano que me he acercado a ti, a tu afición por el paisaje, por los paseos, a tus estudios filosóficos, a tu vocación literaria… A cómo tuviste que dar clases, aunque al parecer te gustaba poco, porque sabías que mal se podía vivir de la pluma, y que eso, en lo económico, era una vida de “miseria”.
Sí, estos días he conocido mucho de ti, y he leído y releído muchas de tus páginas. Te veo como un hombre que no va de nada y sin embargo lo es todo. Desde luego, ya, para mí. El amigo perfecto, el compañero perfecto. Yo, que ahora tengo la sensación de que lo mejor es no conocer a las personas que se admiran, sí que estoy seguro, o casi seguro, de que tu amistad me enriquecería mucho, me llenaría mucho.
Iríamos a pasear por Madrid, por ejemplo, a la Gran Vía, o a la Puerta del Sol, o mejor a la zona del Teatro Real y del Palacio Real. Yo te enseñaría mis textos y tú los tuyos; o te llevaría mi último libro publicado. Pero estaría muy atento para entrevistarte, el primero, o de los primeros, cuando sacaras un nuevo libro.
Quién sabe, a lo mejor escribiría un libro sobre ti, y sería un libro muy dialogado entre los dos, pero con una parte ensayística sobre tus libros y tu figura. No sería un libro grueso, sino más bien liviano, manejable, muy legible, sin muchas pretensiones, como eres tú, un libro sencillo, pero también un libro con profundidad, con mucha autenticidad. Como eres tú.
Recuerdo ahora el libro sobre Valle-Inclán que hizo Ramón Gómez de la Serna, que me gusta tanto, pero preferiría que el nuestro fuera más periodístico, también más poético. El libro que recogiera el viento de la vida, la felicidad de la vida, pero también su dolor, y que en voz baja, en letra menuda, quisiera dejar su pequeña huella, para que el lector de hoy pudiera disfrutar de ella como hoy yo disfruto de las entrevistas de González Ruano en Las palabras quedan, que son mágicas, o de ese libro sobre Valle-Inclán de Gómez de la Serna, que me parece único y a su manera irrepetible.
Querido Antonio, creo que enseñas a ver, a escribir, a vivir. No sé si fuiste especialmente feliz en vida, aparte del drama de perder a Leonor, tu joven esposa, o el drama general de la guerra civil. Por tu obra te imagino con frecuencia melancólico, pero también feliz al disfrutar del campo o de un buen libro, o de una buena conversación con un gran amigo.
También te imagino feliz, pleno, escribiendo, por ejemplo, a un Unamuno, al que considerabas tu maestro, o a Ortega y Gasset, sobre quien escribiste bellos versos. O haciendo tus poemas, tus artículos, tus textos en general. Uno es feliz, pleno, al hacer lo que ama, y si lo hace muy bien… mucho más feliz.
Tú tenías que saber que tus poemas eran hermosos, hondos, muy personales, pero muy transferibles para el lector, para los lectores, y cada vez más lectores.
He leído que cuando murió Leonor pensaste en suicidarte, pero que te salvó el éxito de Campos de Castilla, y que pensaste que si había una “fuerza útil” en ti, me parece que fue ésta tu expresión, no tenías derecho a acabar con ella. Habría sido muy injusto con la humanidad privarle de tan gran poeta. Pero éste, para nosotros, es un pensamiento muy egoísta. Lo importante era la vida que tenías por delante, todo lo que tenías que escribir y que vivir, todo lo que finalmente escribiste y viviste.
Sé que eres un poeta muy querido en España, aunque supongo que también tendrás tus detractores, como todos los tenemos. Tus libros los tenemos todos para hallar respuesta en los mejores y en los peores momentos, como ocurre siempre con la gran literatura, y yo diría que con la literatura en general. Para mí, como le escribí hace poco a mi amigo Fernando Sánchez Dragó, que por cierto te citaba bastante, para mí no estás muerto, sino muy vivo, y éste es el milagro de la escritura, de la literatura.
Nunca nos conocimos; cuando yo nací tú hacía muchos años que habías muerto, y sin embargo te siento muy vivo, te siento, como dije antes, como un amigo, como un compañero.
Te escribo ahora desde Madrid. Sé que te gustaba esta ciudad porque aquí tenías a tus amigos, tus tertulias, los teatros, donde estrenabas, los cafés… Al final acabaste dando clase aquí, en el Instituto Calderón de la Barca.
Me tengo que despedir, pero es una despedida formal, parcial, ficticia. Seguiré leyendo tus libros y tú seguirás hablando con tu voz honda y auténtica, seguiremos paseando por nuestras soledades, por nuestras galerías, por todos tus poemas. Siempre.
TITULO: El escarabajo verde - Al borde del abismo - Parte 1,.
Al borde del abismo - Parte 1,.
foto / Nuestra biodiversidad está al borde del abismo. En menos de 50 años, la
población mundial de animales salvajes se ha reducido en más de dos
tercios. Y cuando una pieza del ecosistema desaparece, todo el sistema
puede venirse abajo. Pero el declive de las especies y los hábitats no
es inevitable, sino que puede ser reversible. Y el ejemplo más claro son
los grandes retos que los conservacionistas de toda Europa están
consiguiendo. En este programa, realizado en colaboración con varias
televisiones públicas de Europa, damos a conocer ejemplos de
recuperación europeos. Durante tres capítulos, viajaremos por el
continente para conocer historias de éxito. En este primer capítulo de
AL BORDE DEL ABISMO, para El Escarabajo Verde, viajaremos hasta Escocia
para saber cómo protegen a los castores; a Irlanda, donde están
reintroduciendo al águila pescadora; a Suecia, donde han conseguido que
la cigüeña blanca vuelva a sobrevolar los cielos suecos de Irlanda del
Norte, donde quizás recuperen a la raya noruega.
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Al borde del abismo - Parte 1,.
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es inevitable, sino que puede ser reversible. Y el ejemplo más claro son
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AL BORDE DEL ABISMO, para El Escarabajo Verde, viajaremos hasta Escocia
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reintroduciendo al águila pescadora; a Suecia, donde han conseguido que
la cigüeña blanca vuelva a sobrevolar los cielos suecos de Irlanda del
Norte, donde quizás recuperen a la raya noruega.
TITULO: Días de cine clásico - Cine - Primera plana , Miercoles - 25 - Septiembre,.
Este Miercoles - 25 - Septiembre a las 22:00 en La 2 TVE , foto,.
Reparto
,.Jack Lemmon, Walter Matthau,.
Chicago, 1929. Earl Williams, convicto del asesinato de un policía, espera en la cárcel el momento de su ejecución. Mientras tanto, en la sala de prensa del Tribunal Supremo, un grupo de periodistas espera el indulto o la confirmación de la sentencia. Hildy Johnson, el cronista de sucesos del Chicago Examiner, que tendría que cubrir la información, está a punto de contraer matrimonio y abandonar su trabajo; pero Walter Burns, el maquiavélico director del periódico, empeñado en retenerlo, tratará de impedir su boda por todos los medios,.
TITULO: Días de cine clásico - Cine - Primera plana , Miercoles - 25 - Septiembre,.
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,.Jack Lemmon, Walter Matthau,.
Chicago, 1929. Earl Williams, convicto del asesinato de un policía, espera en la cárcel el momento de su ejecución. Mientras tanto, en la sala de prensa del Tribunal Supremo, un grupo de periodistas espera el indulto o la confirmación de la sentencia. Hildy Johnson, el cronista de sucesos del Chicago Examiner, que tendría que cubrir la información, está a punto de contraer matrimonio y abandonar su trabajo; pero Walter Burns, el maquiavélico director del periódico, empeñado en retenerlo, tratará de impedir su boda por todos los medios,.
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Chicago, 1929. Earl Williams, convicto del asesinato de un policía, espera en la cárcel el momento de su ejecución. Mientras tanto, en la sala de prensa del Tribunal Supremo, un grupo de periodistas espera el indulto o la confirmación de la sentencia. Hildy Johnson, el cronista de sucesos del Chicago Examiner, que tendría que cubrir la información, está a punto de contraer matrimonio y abandonar su trabajo; pero Walter Burns, el maquiavélico director del periódico, empeñado en retenerlo, tratará de impedir su boda por todos los medios,.
TITULO : Un país para escucharlo -El tenor Juan Diego Flórez estrena en el Teatro Real su experimento musical para sacar a niños de la pobreza ,.
Este martes - 24 - Septiembre a las 23:00 por la 2 , foto,.
El tenor Juan Diego Flórez estrena en el Teatro Real su experimento musical para sacar a niños de la pobreza ,.
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El cantante es fundador de Sinfonía por el Perú, un movimiento por el que ya han pasado 30.000 niños y jóvenes procedentes de entornos marginales,.
La directora de orquesta Ana María Patiño-Osorio y el tenor Juan Diego Flórez, en el Teatro Real.
El tenor peruano Juan Diego Flórez se ha propuesto llevar la música a los barrios deprimidos y hacer de ella una herramienta de liberación social. Flórez, una de las voces más bellas de la ópera, es fundador de Sinfonía por el Perú, un movimiento inspirado en el Sistema de Orquestas venezolano por el que ya han pasado 30.000 niños y jóvenes, todos ellos procedentes de entornos marginales. El cantante, famoso por su repertorio belcantista, actuará el jueves en el Teatro Real de Madrid, primera parada de una gira que le llevará a Barcelona, Viena, Ginebra y París.
Flórez ofrecerá un concierto lírico acompañado de 75 instrumentistas formados en los distintos centros con que cuenta la organización en diversas regiones de Perú, escuelas en las que 6.400 chicos han recibido educación musical. No todos ellos acaban dedicándose a la música, solo una parte de ellos lo hace, pero al menos quienes son instruidos en ella mejoran su autoestima y creatividad y son capaces de dedicarse a otras actividades, con lo que acaban saliendo del círculo de pobreza que les asedia. «El niño que crece en un entorno particular, cuando recibe la música, se aferra mucho a ella, quiere salir adelante y llegar a tocar una pieza. Está en un entorno protegido, que es la orquesta. Concebimos la música en grupo. No se forman para ser solistas. La orquesta es la familia y el instrumento es parte de ellos», asegura Flórez.
Sinfonía por el Perú se creó en 2011 y ofrece a sus participantes programas de iniciación musical, coral y orquestal; talleres de percusión, de manifestaciones culturales peruanas y formación en fabricación y reparación de instrumentos. «Algunos llegan a tocar bien. Pero todos pasan por un proceso transformador de adquisición de valores. No les pedimos una audición para entrar. Los niños acaban viendo la música como una forma de mejorar su condición social».
Desde la costa al Amazonas
El concierto será la carta de presentación en el Teatro Real de la Orquesta Juvenil Sinfonía por el Perú, que está dirigida por la colombiana Ana María Patiño-Osorio. La entidad cuenta con 20 centros a lo largo de todo el país, desde la costa al Amazonas, y su orquesta acompaña a grandes solistas, no solo operísticos, sino también del mundo pop. «Hace dos años emprendimos nuestra primera gira y fuimos al Festival de Salzburgo. Por la mañana tocaba la Orquesta Filarmónica de Viena y por la tarde la de Berlín. En medio estábamos nosotros. Fue un éxito rotundo».
El artista acaba de crear un sello discográfico, Flórez Records, y el primer álbum con el que se estrena está monográficamente dedicado a las romanzas de zarzuela. «Me acerqué a la música lírica por la zarzuela. Recibí clases privadas de un profesor de canto porque creí que me ayudaría en mi carrera como cantante de pop. Luego entré en el conservatorio, que era gratis, y me enamoré de la ópera». En el concierto que dará en Madrid, aparte de piezas de Verdi, Gounoud y Offenbach, Flórez cantará el preludio de 'La Revoltosa', fragmentos de 'La pícara molinera' y la popularísima 'Granada' de Agustín Lara.
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