Conocida como "la mujer más rápida de las carreras", la historia de
Vicki Wood supone el ejemplo perfecto de la lucha de una mujer por
discutir con las barreras de género y dedicarse a lo que le gustaba y
tan bien hacía. Recientemente fallecida, a los 101 años de edad, la
piloto norteamericana tuvo una vida de película al ganarse la admiración
merecida del mundo del motor. Su compromiso, técnica y ambición
abrazaron multitud de éxitos que hoy todavía sorprenden por su
dificultad y el contexto en el que los logró.
El
gráfico superior detalla la carrera automovilística de una mujer que
era la más rápida sobre las cuatro ruedas y en la arena. Solo el
machismo más recalcitrante la abocó a dejar el volante y llevar su vida a
otros ámbitos distintos. Vicki Wood falleció el pasado 5 de junio. Su
ejemplo permanecerá para siempre.
En
el mundo no hay nadie con más edad que ella que haya vencido al virus.
Unos días antes del estado de alarma, sopló sus velas en familia. Luego
murieron 11 en su residencia. Maria Branyas puede contarlo
Superó el adiós del padre con ocho años: aquella imagen de su féretro arrojado al mar.
Superó la Guerra Civil recién casada.
Superó la muerte prematura del marido en la Transición.
Superó el fallecimiento del hijo mayor en el nuevo siglo.
Superó la pérdida de todas y cada una de las amigas que se le iban yendo.
Así que, cuando en
abril de 2020,
la mujer más vieja de España se contagió del coronavirus en la residencia de Santa María del Tura de Olot (Girona), sólo podía ocurrir una cosa: a sus 113 años recién cumplidos,
Maria Branyas Morera, también superó la enfermedad.
Hay algo de incombustible en Maria, la persona con más edad,.
Emery
llega a un equipo que ha cerrado una buena temporada y que jugará en
Europa, por lo que el reto es mayor, ya que deberá igualar o mejorar lo
logrado esta campaña.
a, con
un bagaje de 154 victorias, 74 empates y 95 derrotas. A lo que suma un
total de 51 partidos en la Premier con el Arsenal, o 66 partidos en la
Ligue One con el PSG.
s, a lo que suma una gran experiencia europea, sumando 131 partidos en total.
LAS MIL Y UNA NOCHES
El
sultán Shahriar tenía la costumbre de acostarse cada noche con una
doncella y ejecutarla al amanecer. Era su modo sangriento e inconcebible
de vengarse de su esposa, a la que había sorprendido en plena
infidelidad. Tres mil mujeres habían sido ya decapitadas cuando la joven
Scheherazade se presentó voluntaria con la idea de contarle un cuento
al sultán, pero dejando su desenlace en un punto álgido a la salida del
sol. Shahriar, espoleado por la curiosidad, le perdonó la vida para
conocer la continuación del relato durante la siguiente noche, que
Scheherazade aprovechó para iniciar otro cuento y dejarlo igualmente
inconcluso. Y así fueron transcurriendo noches y noches. Scheherazade
acabó conquistando el corazón del sultán, doblegando su perfidia y
teniendo hijos con él. Esas historias, procedentes de la tradición oral y
legendaria árabe, conforman
Las mil y una noches, medieval
opera magna a la que se le fueron añadiendo nuevos cuentos y personajes
hasta los siglos XVII y XVIII. Entre los últimos en llegar están algunos
de los más divulgados en Occidente: Alí Babá (y sus cuarenta ladrones),
Aladino (y su lámpara maravillosa) y Simbad, el marino (y sus viajes).
En
Las mil y una noches, con Bagdad y Basora como centros
principales de operaciones, se narran siete viajes del intrépido
capitán, viajes que traen ecos de Ulises y
La Odisea, viajes en
los que el marino tiene que afrontar la hostilidad de malvados
enemigos, tremendas criaturas animales y enormes inclemencias naturales
para lograr sus objetivos.
UNA TRILOGÍA INSUPERABLE
Esas fantásticas aventuras de Simbad -contadas y recreadas
también en libros autónomos y tebeos- interesaron muy pronto al cine
-pese a la dificultad técnica de abordarlas- y después a la televisión,
integrando hoy una amplia filmografía que incluye, por supuesto,
películas de dibujos animados. El primer gran éxito con el personaje lo
obtuvo
Douglas Fairbanks Jr. cuando interpretó Simbad
el marino en 1947. A día de hoy, la historiografía cinematográfica
coincide en señalar que el núcleo duro y la mejor aportación del cine al
mito se sitúa en una trilogía de películas:
Simbad y la princesa (
Nathan Juran, 1959),
El viaje fantástico de Simbad (
Gordon Hessler, 1973) y
Simbad y el ojo del tigre (
Sam Wanamaker,
1977). ¿Por qué forman una trilogía y no son una mera agregación? Entre
otras razones, porque las tres fueron producidas para la Columbia por
el mismo productor,
Charles H. Schneer, en estrechísima
colaboración -argumento, diseño de producción, concepto poético y
plástico...- con el mítico especialista norteamericano en efectos
visuales y de animación
Ray Harryhausen. Se da la feliz
circunstancia de que las tres películas pueden verse ahora mismo en
Movistar Plus, justo cuando acaba de cumplirse (el 29 de junio) el
centenario del nacimiento de Harryhausen. Los fans de Harryhausen -que
son legión entre los aficionados al cine fantástico- han de saber
también que la misma plataforma ofrece la película que se considera su
máximo logro, Jasón y los argonautas (
Don Chaffey, 1963) -con su celebérrima escena de los siete esqueletos guerreros-, y
Furia de titanes (
Desmond Davis,
1981). Ambas incursiones en la mitología griega fueron producidas
también por el gran Schneer y la segunda significó la temprana despedida
de Harryhausen, fallecido mucho después, en 2013.
UNAS AVENTURAS EXTRAORDINARIAS
He visto estas cinco películas en los últimos días, ¡un
banquetazo! Ignoro si los niños de hoy las encontrarán de su interés,
pero, con toda seguridad, creo que es un público adulto -y debidamente
desprejuiciado- quien en verdad puede disfrutar de ellas. Centrándonos
en la trilogía de Simbad, no son películas de gran presupuesto -al
contrario-, están protagonizadas por actores muy flojos -
Patrick Wayne, John Phillip Law...-,
presentan efectos -no me refiero a las criaturas de Harryhausen- que
ofenden al ojo del espectador actual, no brillan por la depuración de su
puesta en escena, pero, con todo esto y precisamente por todo esto,
tienen un encanto irresistible, una ingenuidad subyugante, una
imaginería y una plástica acordes con las mejores invenciones pictóricas
y cromáticas de la fabulación y del sueño, por no hablar de todos los
reflejos cultos de la mejor tradición literaria y mitológica. Y, claro,
poseen el poder de seducción de las extraordinarias aventuras que
narran, a las que no les falta un solo ingrediente: maléficos
antagonistas del héroe, naturaleza desatada, bestias hostiles, mapas y
manuscritos a desentrañar, venenos, polvos y pócimas mortales, magos y
sabios milenarios, peligrosas cuevas y gargantas, derrumbamientos de
piedras y de hielos, conjuros, hechizos y maldiciones, cofres y
riquezas, todo en el meollo de misiones imposibles y dificultades
insalvables que Simbad y sus marineros van resolviendo y sorteando entre
gravísimos riesgos. Y en compañía, por cierto, de unas heroínas
adjuntas -
Jane Seymour, Caroline Munro, la recién fallecida
Taryn Power
...-que, todo hay que decirlo, pintan muy poco y a toda hora muestran
-junto a oportunas bailarinas ancestrales- sus atributos físicos, toque
atribuible al avispado productor Schneer, que no daba puntada sin hilo
en años de creciente destape. Estas películas fueron, además, rodadas en
parte en escenarios naturales y estudios españoles y con técnicos y
artistas españoles de primera calidad. Y dos de ellas cuentan con el
inesperado regalo de sendas bandas sonoras compuestas por dos músicos
incomparables, dos clásicos de primera:
Bernard Herrmann (
Simbad y la princesa) y
Miklós Rozsa (
El viaje fantástico de Simbad).
TRAS LAS HUELLAS DE KING KONG
Cualquiera que recuerde el primer
King Kong (1933), percibirá que los movimientos de los monstruos de
Ray Harryhausen
le traen a la memoria las evoluciones del gran gorila. ¡Y tanto!
Harryhausen, a los 13 años, se quedó fascinado con el simio gigante
creado por
Willis O'Brien y decidió que se dedicaría a
su oficio. Y así lo hizo, empezando por trabajar con O'Brien, con ser su
discípulo. Harryhausen empleó y perfeccionó su técnica de
"stop-motion", de animación de figuras manufacturadas con distintos
materiales y que han de ser filmadas fotograma a fotograma en distintas
posiciones, de modo que la posterior proyección cree la ilusión de
movimiento. Lo prodigioso es que estas figuras se integran en los
decorados o en los escenarios naturales e interactúan con los actores.
Una sola escena de tres o cuatro minutos con
stop-motion
requería de Harryhausen medio año o más de trabajo diario. Harryhausen,
con estudios universitarios de arte, anatomía, diseño, fotografía y
dirección, fue el genio -el primitivo, el pionero- que desarrolló la
stop-motion con resultados de los que han bebido y que han despertado la admiración absoluta de cineastas como
Steven Spielberg, Tim Burton, George Lucas, Peter Jackson o
Wes Anderson,
que han utilizado y, por supuesto, perfeccionado sus procedimientos,
pese a la llegada de la inapelable animación por ordenador. En esta
trilogía de Simbad nos encontramos con cíclopes, trogloditas, avispones,
pájaros roc, minotauros, dragones, serpientes, morsas, demonios,
tigres, centauros, diosas indias de seis brazos, mandriles, búhos y
esqueletos -gigantes siempre-, cuyo atractivo poético, al margen de su
intimidatoria ferocidad, es imbatible, entre otras cosas por la
incomparable belleza de su construcción artesanal. A
Fernando Savater le
entusiasma Simbad y la princesa y, desde luego, una genuina
recuperación de la infancia para benéfico uso adulto pasa por ver esta
trilogía.
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