EN PORTADA CRONICAS MUJERES VIAJERAS - HONOR EN JORDANIA,.
‘En Portada’ viaja
a Ammán para mostrar de primera la mano el drama de los “crímenes de
honor” en Jordania. Estos asesinatos son cometidos por un miembro varón
de la familia con la excusa de la deshonra que solo puede lavarse con
sangre. Este jueves, ‘En Portada’ estrena el reportaje ‘Honor’.
‘En Portada’ ha estado en la capital jordana, donde se ha iniciado un
movimiento ciudadano que intenta acabar con estos crímenes. Unos
asesinatos que no están vinculados a ninguna religión o cultura
determinada. Se descubrió que muchos de los autores pasaban solo unos
meses en prisión debido a la permisibilidad de las leyes.
Un equipo del programa ha estado en la cárcel de Jweidah, en Ammán,
único lugar donde pueden refugiarse estas víctimas ante la falta de
casas de acogida en el país.
Activistas, médicos, abogados y diferentes organizaciones no
gubernamentales siguen luchando, para que las penas a estos criminales
se endurezcan, para que las víctimas cuenten con más casas de acogida,
y, sobre todo, para intentar erradicar estos asesinatos en el país.
En la década de los noventa, la periodista jordana Rana Husseini
descubrió que muchos de los asesinatos que cubría para la sección de
sucesos de su periódico, eran en realidad crímenes de honor. Indagó en
esas historias y las hizo públicas. Unos hechos que ya se conocían, pero
de los que hasta entonces no se hablaba. Un tema tabú en una sociedad
conservadora que guardaba celosamente el secreto.
TITULO:EL RELOJERO DEL EMPERADOR,.
Juanelo Turriano, el relojero del emperador / foto,.
- El inventor cremonés Juanelo Turriano no
sólo fue el más reputado relojero de su tiempo, sino también un
competente ingeniero capaz de diseñar los más increíbles inventos
hidráulicos, como el famoso artificio de Toledo.
Es tendencia común describir la vida del emperador Carlos I en
Yuste como un retiro espiritual donde dejaba pasar las horas absorto en
la contemplación de su magnífica colección de relojes. Quizás no fuese
tan contemplativa la vida monacal del emperador – dicen que nunca se
desentendió de los asuntos de España – pero lo cierto es que entre su
reducida corte estaba el relojero real, el inventor de ingenios Juanelo Turriano.
Sobre
Juanelo Turriano, nacido en un pueblecito de Lombardía y bautizado
Giovani, han corrido numerosas leyendas, como aquella que asegura que un
autómata suyo, como si se tratase de un Golem, recorría todos los días
el camino que iba de la casa del inventor al palacio arzobispal, en
Toledo, donde recogía la comida que depositaban en sus manos de
madera para después deshacer el camino con su característico paso
pendular.
Como a tantos otros hombres de ciencia de su tiempo, a Juanelo Turriano le envolvía cierto halo mágico, como si las ciencias ocultas explicasen de forma más convincente los avances científicos que las matemáticas o la física.
Giovani
o Gianello Turriano nació, como dijimos, en Lombardía, en un pequeño
pueblo cercano a Cremona hacia el año 1500, aunque siempre pasaría por
cremonés. Turriano se criará en aquellas tierras septentrionales de la
península itálica, las mismas que España se anexionará tras la victoria
de Pavía. Precisamente de la ciudad de Pavía era Girolamo
Cardano, uno de los grandes matemáticos de su época junto con Niccolo
Fontana ‘Tartaglia’, ambos contemporáneos de Turriano y cuya influencia marcará de algún modo su vocación científica.
Se
dice que su niñez fue muy humilde, que se dedicaba al pastoreo y que
aprovechaba las noches de vigilia para observar los cuerpos celestes,
atribuyéndole ya entonces una precocidad extraordinaria a la hora de
determinar órbitas y trayectorias que parece carecer de consistencia
histórica, sin que por ello haya que desmerecer los méritos y
capacidades del personaje. La realidad es que a pesar de su modesto
origen, Turriano fue iniciado en la astronomía por Giorgo
Fondulo, médico y matemático que impartía clases de filosofía moral en
la Universidad de Pavía y que fue amigo, maestro y protector de Turriano
en su primera formación.
Poco más sabemos de la
juventud de Turriano, salvo que se convirtió en maestro relojero en su
Cremona natal y que era admirado y respetado por los grandes científicos
de la época, como Girolamo Cardano, aunque nunca recibió una formación académica y su ciencia era más fruto del trabajo y la observación que del conocimiento teórico.
No obstante su ingenio estaba fuera de toda duda y además de fabricar
relojes, inventaba toda clase de máquinas de utilidad, como grúas para
levantar objetos muy pesados o un mecanismo para dragar la laguna de
Venecia.
Por unas cosas y otras es bien seguro que Gianello
Turriano era ya un hombre muy popular en Italia cuando el Gran Duque de
Milán, Francisco II Sforza, le llamó para que reparara el reloj
astronómico que Giovani Dondi diseñó en 1381, una gran obra maestra de
su tiempo conocido como ‘Astrarium’ y que sólo el
cremonés parecía capaz de volver a poner en marcha. Con aquel presente
el Gran Duque quería obsequiar al emperador Carlos I por haberle
repuesto en el cargo tras vencer a los franceses en Pavía.
En vez
de repararlo, Turriano fabricó un reloj nuevo con más de 1.800 piezas a
semejanza del original pero mucho más potente, pues reflejaba los
astros y estrellas principales, las horas solares y lunares, las ocho
órbitas planetarias y los signos del zodiaco. Como puede deducirse, en
aquella época lo que menos interesaba del reloj era que dividiera las
horas del día – y mucho menos los minutos –, pues nadie necesitaba
conocerlas con tal precisión. Su uso era mucho más útil para los estudiosos de la astronomía y en ese campo, el emperador era un consumado aficionado.
Veinte
años invirtió el relojero en introducir todo el sistema solar en la
esfera de un reloj y tres años más en construir sus muelles y ruedas
dentadas. Cuando por fin le fue entregado al emperador en marzo de 1552 –
había sido encargado en 1530 – este quedó tan complacido que premió a
Turriano con una pensión vitalicia de 150 ducados al año. El Planetario –
como se le llamó al reloj – levantaba del suelo algo más de medio metro
y tenía una esfera de unos 40 centímetros de diámetro apoyada sobre
una base y dividida en ocho haces y tres estancias circulares.
Al servicio del emperador
Poco
después de la entrega del Planetario, Juanelo Turriano empezaría una
nueva restauración para Carlos I, la del ‘Cristalino’, una especie de
zodiaco giratorio tallado en metal y cubierto por una gran esfera de
cristal. Tal vez Turriano fue a Yuste para terminar esta obra o quizás
para conservar y poner en hora la completa colección de relojes del
emperador, el caso es que el ingenioso inventor formó parte de la
reducida corte privada de Carlos I en su último retiro hasta su
fallecimiento en 1558. Por entonces, Turriano ya era un inventor de
prestigio, no sólo por su pericia como relojero sino también por otros
ingenios, como sus marionetas autómatas, figurillas que entraban en movimiento gracias a una sencilla maquinaria.
Felipe
II, menos aficionado a los relojes que su padre, acogió a Turriano en
la Corte y desde allí se ocupó de la conservación de la colección real y
de otros encargos que le hacían tanto desde España como de Italia o
Alemania, donde el inventor mantenía intacto su prestigio. El Papa Pío
V, por ejemplo, le encargó la construcción de dos máquinas hidráulicas
para bombear agua desde los ríos a las tierras de cultivo y las fuentes.
En la Corte, Turriano trabó amistad con el arquitecto Juan de Herrera y se hizo muy conocido tanto por su fuerte acento italiano como por su peculiar apariencia.
Y
es que a pesar de su brillantez, Juanelo Turriano tenía una figura un
tanto tosca, tanto que el escultor Leone Leoni le describe como “un buey con forma humana”.
Para el cronista Esteban de Garibay era “alto y abultado de cuerpo, de
poca conversación y mucho estudio y de gran libertad en sus cosas: el gesto algo feroz y el habla algo abultada, y jamás habló bien la española; y la falta de dientes por la vejez le era aún para la suya italiana grave impedimento”.
El obispo de Alba, Girolamo Vida, describe a Turriano como un hombre “tan
rudo, deforme y rústico de cara y figura y de aspecto tan poco
distinguido que no revela dignidad alguna, carácter alguno, indicio
alguno de habilidad”. Aunque el obispo trataba de ensalzar a
Turriano y a la ciudad de Cremona frente a su rival Pavía, la
descripción del religioso continúa poco esperanzadora para el
científico: “Contribuye a aumentar su repulsión el verle siempre con la
cara, cabello y barba cubiertos y tiznados de abundante ceniza y hollín
repugnante, con sus manos y dedos gruesos y enormes siempre llenos de
orín, desaseado, mal y estrafalariamente vestido, de forma que se le
creería un Bronte o Esterope o algún otro siervo de Vulcano, que todo lo
que hace lo moldea en el yunque con sus propias manos, trabajador de
fragua nato”.
Los inventos de Turriano
Dada
la amistad de Juanelo con Juan de Herrera no es descartable que el
eminente arquitecto emplease alguna de sus máquinas, principalmente
grúas, en la construcción del monasterio de El Escorial, aunque sus
obras más brillantes tuvieron que ver con sus conocimientos hidráulicos.
Juanelo Turriano asesoró durante años a los ingenieros del rey en la
construcción de presas y canales cuando las obras presentaban problemas
orográficos aparentemente insalvables. En las acequias del Jarama y
Colmenar, así como en la presa de Tibi, en Alicante – la más alta del
mundo, con 43 metros, hasta al menos la mitad del siglo XVIII –, las
soluciones aportadas por Turriano permitieron reconducir las obras y en muchos casos sus ideas fueron tan innovadoras que mantuvieron su vigencia varios siglos después.
Con
todo, su principal mérito fue la invención de una gigantesca máquina
para elevar el agua desde al Tajo hasta la ciudad de Toledo, una empresa
en la cual ya habían fracasado otros ilustres ingenieros puesto que
había que salvar un desnivel de casi cien metros, el que había entre el río y el Alcázar,
situado en la parte más alta de la ciudad. El ingenio inventado por
Turriano estaba compuesto por varias torres enlazadas y provistas de
brazos terminados en grandes cazuelas que iban traspasándose el agua
cada vez a mayor altura. La fuerza motriz venía de una enorme rueda
hidráulica movida por la corriente del Tajo. El mecanismo fue terminado
en cuatro años y era capaz de transportar 18.000 litros de agua al día,
6.000 más de los que Juanelo había acordado.
A pesar de superar
las expectativas, el Ejército – propietario del Alcázar – decidió
quedarse con la totalidad del agua de modo que Juanelo tuvo que
construir una segunda máquina adosada a la primera para abastecer al
resto de la ciudad. Mientras lo hacía, el inventor debía cobrar lo
estipulado por la primera de las máquinas pero el acuerdo se había
cerrado con la ciudad de Toledo y esta seguía sin agua, de modo que
Juanelo decidió terminar la segunda obra antes de empezar a litigar con
un adversario tan poco asequible como la milicia. Sin embargo, al
término de la segunda máquina, la ciudad de Toledo seguía sin
querer pagar y para colmo, el primero de los ingenios había dejado de
funcionar a pleno rendimiento.
El Rey, que había tratado
de mediar, resolvió que la primera máquina debía de ser para su uso
personal y el de la milicia y la segunda, sobre la que tenían derecho
Turriano y sus descendientes, podía ser vendida libremente a la ciudad
de Toledo. Sin embargo, el rey incluyó una cláusula que le permitía
obtener el agua gratuita y prioritariamente cualquiera que fuese su
origen y esa fue, a la postre, la cláusula que arruinó a Turriano puesto
que la primera máquina dejó de bombear agua al ritmo inicial y el rey
dispuso del agua de la otra, lo que impidió a Turriano vender y legitimó a los toledanos para no pagar.
Poco después, ambas máquinas necesitaron continuos cuidados y
reparaciones pero Turriano había caído enfermo y ya no pudo ocuparse.
Pasó
su último año escribiendo asiduamente al rey y lamentando su enorme
pobreza y murió muy modestamente el 13 de julio de 1585. Su artificio
sería durante años una visita obligada para todos los viajeros y un
monumento más que caracterizaría la silueta de la imperial Toledo. Sobre
aquella ingeniosa máquina compuso el poeta Luis de Góngora estos
versos:
¿Qué edificio es aquel que admira el cielo?
Alcázar es Real el que señalas.
¿Y aquél, quién es, que con osado vuelo
a la casa del Rey le pone escalas?
El Tajo, que hecho Ícaro, a Juanelo,
Dédalo cremonés, le pidió alas.
Y temiendo después al Sol el Tajo
tiende sus alas por allí debajo.
Y estos otros de Francisco de Quevedo:
Vi el artificio espetera
pues con tantos cazos pudo
mover el agua Juanelo
como si fueran columpios;
Flamenco dicen que fue
y sorbedor de lo puro
muy mal con el agua estaba
que en tal trabajo la puso.
Muy
populares fueron también sus figurillas autómatas, capaces de bailar o
de tocar el tambor mientras se movían a lo largo de una mesa. Estos
juguetes a los que daba cuerda igual que un reloj eran mucho menos complejos que sus planetarios pero más efectistas a la hora de impresionar a la gente,
de ahí las leyendas que surgieron sobre el inventor, como la mencionada
del Golem que salía a pedir limosna para un viejo y arruinado Juanelo o
la invención de pájaros autómatas de madera capaces no sólo de batir
las alas, sino de volar por los aires e incluso de trinar como si
estuvieran vivos.
Con el tiempo y debido a su extraordinaria
fama, el nombre de Juanelo ha quedado para nombrar genéricamente lo que
resulta ingenioso o nunca antes había sido explicado y en México se
emplea la expresión ‘el huevo de Juanelo’ del mismo modo que aquí decimos ‘el huevo de Colón’.