ATENCION Y OBRAS ! CINE,.
¡Atención y obras! es un programa semanal que, en La 2, aborda la cultura en su sentido más amplio, con especial atención a las artes escénicas, la música, los viernes a las 20:00 presentado por Cayetana Guillén Cuervo, etc, foto,.
SEGUNDA MANO,.
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Hace apenas un siglo, un novelista que introdujese en la acción de su novela -pongamos por caso- un rinoceronte debía empezar por describir exhaustivamente el animalito en cuestión; pues, para la inmensa mayoría de sus lectores (para todos los que no hubiesen participado en un safari), el rinoceronte sería un animal por completo desconocido, y hasta legendario. El novelista, de hecho, tendría que esmerarse en su descripción, para que sus lectores, al figurarse el aspecto del rinoceronte, no concibiesen quimeras idealizadas, al estilo del unicornio. Y es que, un siglo atrás, el novelista que describía un rinoceronte estaba invocando una realidad ignota para el lector, cuya sensibilidad virgen quedaría más o menos impactada por la descripción, dependiendo de las mayores o menores habilidades expresivas del novelista.
Si hoy leyésemos una novela en la que se incluye la descripción de un rinoceronte se nos antojaría prolija e insufrible. Muchos seguimos (a Dios gracias) sin participar en un safari, pero hemos reparado en fotografías de rinocerontes, hemos visto películas de Tarzán (en las protagonizadas por Johnny Weissmuller siempre salía un rinoceronte cuya testuz doblegaba nuestro héroe, en singular combate), hemos contemplado mil y un documentales en los que se nos detalla la vida íntima de los rinocerontes. sabemos de qué se alimentan, sabemos cómo se aparean, sabemos qué animales son sus enemigos más enconados, etcétera. Si mañana fuésemos (no lo quiera Dios) de safari y tuviésemos la oportunidad de contemplar a los rinocerontes apareándose, nos costaría reprimir un bostezo, por la sencilla razón de que tal espectáculo ya lo habríamos visto antes decenas de veces. Y, siendo completamente sinceros, tendríamos que reconocer que los rinocerontes avistados durante el safari estaban muy alejados de nuestro jeep (los veíamos haciendo pantalla con la mano sobre los ojos, para que el sol no nos deslumbrase, o a través de unos prismáticos desenfocados), mientras que los rinocerontes de los documentales están filmados con teleobjetivo, en primerísimos planos de una nitidez pasmosa que nos permiten distinguir las arrugas de su piel coriácea y las moscas que merodean sus cuartos traseros; y, mientras se aparean, la cámara adopta angulaciones rebuscadísimas que nos permiten contemplar la coyunda desde todas las perspectivas posibles. Y, en fin, el documental de rinocerontes incorpora una banda sonora fetén que convierte algo tan tedioso como el puñetero apareamiento de los rinocerontes en una ceremonia épica que nos eriza el vello de emoción.
Y lo mismo que nos ocurre con los rinocerontes nos ocurre con cualquier otra maravilla o trivialidad acontecida en el extenso mundo. Somos la primera generación de seres humanos que, cuando asistimos por primera vez a un portento, estamos en realidad viviendo una experiencia de segunda mano: contemplamos Las meninas en el Museo del Prado (entre una nube de turistas que nos disputan el sitio, y con una luz que nos impide distinguir nítidamente tal o cual zona del cuadro) después de haber visto mil reproducciones de altísima resolución que nos permiten distinguir hasta la urdimbre del lienzo; asistimos a los desprendimientos de hielo de un glaciar (después de viajar hasta la Patagonia, y a bordo de un barco que no puede aproximarse más allá de medio kilómetro, por temor a zozobrar) después de verlos caer a cámara lenta (y en 3D) en un programa televisivo que acompañaba el desprendimiento de los bloques de hielo con una música sinfónica que añadía dramatismo al espectáculo; contemplamos, en fin, todos los portentos del mundo con ojos cansinos y resabiados, de vuelta de todo, sabiendo exactamente lo que vamos a contemplar. Nuestra capacidad de sorpresa ha sido anulada, o siquiera embotada, porque cualquier cosa asombrosa que nos echemos a los ojos la hemos visto antes en una película, en un anuncio televisivo, en un vídeo de YouTube. Y lo más pavoroso de todo es que lo mismo que ocurre con las experiencias que afectan a nuestros sentidos ocurre con las que afectan a nuestro mundo interior. Hemos crecido envueltos, asaltados, asfixiados por imágenes que nos obligan a vivir una vida de segunda mano, impidiendo que nada nos resulte novedoso cuando la vida finalmente nos lo brinda. Sospecho que ya no somos del todo humanos, personas reales y auténticas a las que se les permite vivir de forma real y auténtica; todos, de un modo u otro, seguimos el mismo guión manoseado, hecho de retazos, una colección de remiendos visuales que han matado, o siquiera anestesiado, nuestra sensibilidad, bombardeada por mil imágenes de segunda mano que han llegado a ser, tristemente, nuestra vida más auténtica.
TITULO: LA CARTA DE LA SEMANA - VIAJANDO CON CHESTER - UNA HISTORIA DE ESPAÑA LXIX,.
VIAJANDO CON CHESTER
Viajando con Chester es un programa de televisión español, de género
periodístico, presentado por Pepa Bueno, en la cuatro los domingos las 21:30, foto, etc.
UNA HISTORIA DE ESPAÑA LXIX,.
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Y
de esa triste manera, señoras y caballeros, después de perder Cuba,
Filipinas, Puerto Rico y hasta la vergüenza, reducida a lo peninsular y a
un par de trocitos de África, ninguneada por las grandes potencias que
un par de siglos antes todavía le llevaban el botijo, España entró en un
siglo XX que iba a ser tela marinera. El hijo de la reina María
Cristina dejó de ser Alfonsito para convertirse en Alfonso XIII. Pero
tampoco ahí tuvimos suerte, porque no era hombre adecuado para los
tiempos turbulentos que estaban por venir. Alfonso era un chico
campechano -cosa de familia, desde su abuela Isabel hasta su nieto Juan
Carlos- y un patriota que amaba sinceramente a España. El problema, o
uno de ellos, era que tenía poca personalidad para lidiar en esta
complicada plaza. Como dice el escritor Juan Eslava Galán, «tenía gustos de señorito»:
coches, caballos, lujo social refinado y mujeres guapas, con las que
tuvo unos cuantos hijos ilegítimos. Pero en lo de gobernar con mesura y
prudencia no anduvo tan vigoroso como en el catre. Lo coronaron en 1902,
justo cuando ya se iba al carajo el sistema de turnos por el que habían
estado gobernando liberales y conservadores. Iban a sucederse treinta y
dos gobiernos en veinte años. Había nuevos partidos, nuevas ambiciones,
nuevas esperanzas. Y menos resignación. El mundo era más complejo, el
campo arruinado y hambriento seguía en manos de terratenientes y
caciques, y en las ciudades las masas proletarias apoyaban cada vez más a
los partidos de izquierda. Resumiendo mucho la cosa: los republicanos
crecían, y los problemas del Estado -lo mismo les suena a ustedes el
detalle- alentaban el oportunismo político, cuando no secesionista, de
nacionalistas catalanes y vascos, conscientes de que el negocio de ser
español ya no daba los mismos beneficios que antes. A nivel proletario,
los anarquistas sobre todo, de los que España era fértil en duros y
puros, tenían prisa, desesperación y unos cojones como los del caballo
de Espartero. Uno, italiano, ya se había cepillado a Cánovas en 1897.
Así que, para desayunarse, otro llamado Mateo Morral le regaló al joven
rey, el día mismo de su boda, una bomba que hizo una matanza en mitad
del cortejo, en la calle Mayor de Madrid. En las siguientes tres
décadas, sus colegas dejarían una huella profunda en la vida española,
entre otras cosas porque le dieron matarile a los políticos Dato y
Canalejas (a este último mirando el escaparate de una librería, cosa que
en un político actual sería casi imposible), y además de intentar que
palmara el rey estuvieron a punto de conseguirlo con Maura y con el
dictador Primo de Rivera. Después, descerebrados como eran esos
chavales, contribuirían mucho a cargarse la Segunda República; pero no
adelantemos acontecimientos. De momento, a principios de siglo, lo que
hacían los anarcas, o lo pretendían, era ponerlo todo patas arriba,
seguros de que el sistema estaba podrido y de que el único remedio era
dinamitarlo hasta los cimientos. Y bueno. Tuvieran o no razón, el caso
es que protagonizaron muchas primeras páginas de periódicos, con
asesinatos y bombas por aquí y por allá, incluida una que le soltaron en
el Liceo de Barcelona a la flor y la nata de la burguesía millonetis
local, que dejó el patio de butacas como el mostrador de una carnicería.
Pero lo que los puso de verdad en el candelero internacional fue la
Semana Trágica, también en Barcelona. En Marruecos -del que hablaremos
otro día- se había liado un notorio pifostio; y como de costumbre, a la
guerra iban los hijos de los pobres, mientras los otros se las
arreglaban, pagando a infelices, para quedarse en casa. Un embarque de
tropas, con unas pías damas católicas que fueron al puerto a repartir
escapularios y medallas de santos, terminó en estallido revolucionario
que puso la ciudad en llamas, con quema de conventos incluida, combates
callejeros y represión sangrienta. El Gobierno necesitaba que alguien se
comiera el marrón, así que echó la culpa al líder anarquista Francisco
Ferrer Guardia, que como se decía entonces fue pasado por las armas.
Aquello suscitó un revuelo de protestas de la izquierda internacional.
Eso hizo caer al gobierno conservador y dio paso a uno liberal que hizo
lo que pudo; pero aquello reventaba por todas las costuras, hasta el
punto de que el jefe de ese gobierno liberal fue el mismo Canalejas al
que un anarquista le pegaría un tiro cuando miraba libros. Lo
encontraban blando. Y así, poquito a poco y cada vez con paso más
rápido, nos íbamos acercando a 1936. Pero aún quedaban muchas cosas por
ocurrir y mucha sangre por derramar. Así que permanezcan ustedes atentos
a la pantalla.