Plato principal: Guiso de calamares - foto
Tiempo de preparación: 1 h y 30 min
Ingredientes para 4 personas: 1 kilo de
calamares congelados, 3 dientes de ajo picados, 2 cebolletas picadas, 1
pimiento verde picado, 700 gramos de patatas pequeñas cortadas en
rodajas gruesas, 2 dientes de ajo (con la piel), una pizca de armañac,
un vaso de vino blanco chacolí, una pizca de guindilla, un poco de
perejil picado, aceite de oliva virgen extra, una pizca de sal y agua.
Elaboración: colocamos una olla al fuego con el aceite de oliva. Echamos los ajos, las cebolletas, el pimiento y la sal. Dejamos que poche durante unos 20 minutos. Para entonces habremos descongelado ya el calamar, que limpiaremos dejándole la piel. Lo cortamos en pedazos hermosos, teniendo en cuenta que cuando los guisemos estos mermarán. Por lo tanto, no los cortaremos muy pequeños. Mojamos y escurrimos las patatas, las secamos después con un trapo y las sumergimos en aceite de oliva con los ajos aplastados en una sartén y las freímos. En una antiadherente salteamos a su vez los calamares. Los salteamos de a pocos y con sal. Los añadimos después a la verdura que teníamos en la olla y desglasamos con el armañac. Repetimos esta misma operación con todos los calamares e incorporamos también al conjunto la pulpa de guindilla.Presentación y acabado: ya en este último paso, antes de guisar, agregamos el vino chacolí, medio vaso de agua y entonces guisamos los calamares con las verduras. Es importante guisarlo con la olla tapada y a fuego muy suave durante unos 40 minutos aproximadamente Para terminar, añadimos las patatas al guiso de calamares y los dejamos hervir unos minutos más.Retiramos del fuego y, antes de servirlo, espolvoreamos un poco de perejil.
Paso a paso
1. Se colocan en una olla con aceite de oliva los ajos, las cebolletas y el pimiento. Se deja pochar al fuego 20 minutos.
2. Se corta el calamar en trozos no muy pequeños: cuando los guisemos, tienden a mermar.
3. Se desglasan con armañac los trozos de calamar mientras los salteamos en una sartén, de a pocos y con sal.
4. Se añadenlas patatas a los calamares, una vez guisados estos 40 minutos, y se dejan hervir unos minutos más.
Mis trucos
El reposo es esencial para los guisos. Está mejor, sin duda, de un día para otro. Por ello, si podemos, lo preparamos con un día de antelación, lo dejamos reposar, para comerlo al día siguiente. Gana un montón.
Reinos de humo por Carlos Maribona
Pasta y pizza como bandera
Aunque muchos no lo crean, la cocina italiana va más allá de las popularísimas pastas y pizzas que los transalpinos, con su habilidad comercial, han extendido como bandera de su gastronomía por los cinco continentes. Es difícil encontrar una ciudad en el mundo en la que no exista, al menos, un restaurante italiano. La pasta y la pizza como hilos conductores de una cocina sobresaliente por variedad y por calidad. Pero así como no se puede hablar de una sola cocina española, tampoco hay una única italiana. Entre el Norte y el Sur hay enormes diferencias, marcadas por el entorno y por la historia. Pero en todos los casos son cocinas fascinantes, siempre apegadas al producto local y al recetario tradicional. En España, durante muchos años, la gastronomía italiana estuvo muy mal representada. Faltaba autenticidad y sobraban tópicos. Por suerte, un grupo de cocineros transalpinos llegó para traernos lo mejor de su recetario. Entre los pioneros, Andrea Tumbarello, un economista siciliano que dejó todo para viajar a Madrid tras los pasos de una rubia española. Personaje singular, de personalidad arrolladora, abrió una pequeña trattoria donde empezó a servir una pasta casera excelente. Surgió así Don Giovanni, que este mes celebra su décimo aniversario convertido en uno de los restaurantes imprescindibles en España para descubrir esa gran cocina italiana.
TÍTULO:El mayor centro de reciclaje del mundo,.
El Cairo
Elaboración: colocamos una olla al fuego con el aceite de oliva. Echamos los ajos, las cebolletas, el pimiento y la sal. Dejamos que poche durante unos 20 minutos. Para entonces habremos descongelado ya el calamar, que limpiaremos dejándole la piel. Lo cortamos en pedazos hermosos, teniendo en cuenta que cuando los guisemos estos mermarán. Por lo tanto, no los cortaremos muy pequeños. Mojamos y escurrimos las patatas, las secamos después con un trapo y las sumergimos en aceite de oliva con los ajos aplastados en una sartén y las freímos. En una antiadherente salteamos a su vez los calamares. Los salteamos de a pocos y con sal. Los añadimos después a la verdura que teníamos en la olla y desglasamos con el armañac. Repetimos esta misma operación con todos los calamares e incorporamos también al conjunto la pulpa de guindilla.Presentación y acabado: ya en este último paso, antes de guisar, agregamos el vino chacolí, medio vaso de agua y entonces guisamos los calamares con las verduras. Es importante guisarlo con la olla tapada y a fuego muy suave durante unos 40 minutos aproximadamente Para terminar, añadimos las patatas al guiso de calamares y los dejamos hervir unos minutos más.Retiramos del fuego y, antes de servirlo, espolvoreamos un poco de perejil.
Paso a paso
1. Se colocan en una olla con aceite de oliva los ajos, las cebolletas y el pimiento. Se deja pochar al fuego 20 minutos.
2. Se corta el calamar en trozos no muy pequeños: cuando los guisemos, tienden a mermar.
3. Se desglasan con armañac los trozos de calamar mientras los salteamos en una sartén, de a pocos y con sal.
4. Se añadenlas patatas a los calamares, una vez guisados estos 40 minutos, y se dejan hervir unos minutos más.
Mis trucos
El reposo es esencial para los guisos. Está mejor, sin duda, de un día para otro. Por ello, si podemos, lo preparamos con un día de antelación, lo dejamos reposar, para comerlo al día siguiente. Gana un montón.
Reinos de humo por Carlos Maribona
Pasta y pizza como bandera
Aunque muchos no lo crean, la cocina italiana va más allá de las popularísimas pastas y pizzas que los transalpinos, con su habilidad comercial, han extendido como bandera de su gastronomía por los cinco continentes. Es difícil encontrar una ciudad en el mundo en la que no exista, al menos, un restaurante italiano. La pasta y la pizza como hilos conductores de una cocina sobresaliente por variedad y por calidad. Pero así como no se puede hablar de una sola cocina española, tampoco hay una única italiana. Entre el Norte y el Sur hay enormes diferencias, marcadas por el entorno y por la historia. Pero en todos los casos son cocinas fascinantes, siempre apegadas al producto local y al recetario tradicional. En España, durante muchos años, la gastronomía italiana estuvo muy mal representada. Faltaba autenticidad y sobraban tópicos. Por suerte, un grupo de cocineros transalpinos llegó para traernos lo mejor de su recetario. Entre los pioneros, Andrea Tumbarello, un economista siciliano que dejó todo para viajar a Madrid tras los pasos de una rubia española. Personaje singular, de personalidad arrolladora, abrió una pequeña trattoria donde empezó a servir una pasta casera excelente. Surgió así Don Giovanni, que este mes celebra su décimo aniversario convertido en uno de los restaurantes imprescindibles en España para descubrir esa gran cocina italiana.
TÍTULO:El mayor centro de reciclaje del mundo,.
El mayor centro de reciclaje del mundo
Los traperos de El Cairo llevan más de
un siglo reciclando basura. Reutilizan cada día el 80 por ciento de los
desechos que recogen: 16.000 toneladas. Detrás de esas cifras, únicas en
el mundo, hay miseria absoluta, trabajo infantil, discriminación...
Bienvenidos al inframundo.
Como Pekín, Bombay o Lagos, El Cairo se ha ganado hace
tiempo el calificativo de megalópolis. acosados por la contaminación,
sus 17 millones de habitantes, más que vivir, sobreviven y, más que
respirar, tosen en gigantescos barrios del tamaño de ciudades.
Aquí, cada día, antes del amanecer, decenas de miles de traperos (zabbâlin en árabe) invaden todos esos barrios para recoger, vaciar y separar el contenido de los cubos de basura. En una carrera desenfrenada -hay mucho en juego y la competencia es alta- asaltan los edificios por las escaleras de servicio, se sumergen en contenedores rebosantes o llaman con insistencia a las puertas de las viviendas acomodadas. Horas más tarde regresan a sus casas, en el barrio de Manshiet Nasser, un inmenso centro de reciclaje sin comparación en el mundo, carente de alcantarillado donde escasea el agua corriente y la electricidad, para descargar sus camiones, furgonetas o simples carretas tiradas por burros y extender ante la puerta o en el patio su cotidiano botín.
Empieza el ritual
Miles de familias, incluidos los niños, se juntan entonces y comienzan a separar cartones, metales, vidrio, plástico o lo que sea que se encuentren entre las bolsas de la basura de los millones de cairotas. Las condiciones laborales son infrahumanas, pero es esta organización lo que permite a la capital egipcia seguir limpia y a los basureros municipales, desbordados, conservar su reputación. Más eficaces que los empleados de la basura de Nueva York, Londres o París, los zabbâlin reutilizan cada día el 80 por ciento de los desechos que recogen: unas 16.000 toneladas.
Gracias a su labor se entierra menos basura en el desierto, y Egipto exporta politereftalato de etileno, vidrio y aluminio a China, Taiwán y Europa. Por eso, en los barrios de los basureros convive una inmensa mayoría en la miseria absoluta con grandes empresarios que se desplazan en todoterrenos y que emplean a decenas de personas.
Descubrir Manshiet Nasser, con sus 700 talleres de separación de residuos, es una aventura para la cual no se está nunca preparado. En cuanto se entra, se quiere salir de inmediato. Demasiado ruido, demasiados olores. Los camiones que atraviesan la barriada desbordan de cartones, plásticos y metales, y nunca frenan, balanceándose de forma peligrosa por los baches, a riesgo de atropellar a quien se ponga por delante.
Cerdos, ratas y el olor...
En los patios de edificios a medio terminar, perros desconfiados, tumbados sobre montañas de basura, aúllan día y noche. En las callejuelas vecinas, ratas nada temerosas se comen rollos de tela amontonados. También hay cerdos negros, animales fetiche de los zabbâlin, alimentados con la basura orgánica que recogen sus dueños. Y, por último, está ese olor que ni siquiera el viento o las imágenes de san Simón colgadas por todas partes consiguen diluir.
En el corazón del barrio tiene su hogar Nasif Barakat, hijo de un agricultor que se ha especializado en recolectar latas de aluminio que funde y recicla en forma de lingotes. El piso donde vive con su esposa y sus ocho hijos es grande y presenta una limpieza sin mácula, un oasis en Manshiet Nasser. Sus cinco hijas, de aspecto pulcro y educadas por las hermanas de San Vicente de Paúl, hablan todas francés. Dos son novias de hijos de traperos diplomados en chino y japonés. Otra estudia Farmacia. Los chicos van al colegio, tienen cuenta en Facebook y manejan con virtuosismo sus smartphones. En el salón, con muebles imponentes, reina un televisor de pantalla extragrande. Todo un contraste con las calles del exterior invadidas por la basura.
«El trabajo de trapero es muy duro -explica Barakat-. Te levantas al amanecer y pasas el día entre deshechos. Hay que trabajar deprisa, hay mucha competencia. Después de horas de trabajo regresas a casa y toda tu familia participa en la separación. Imagínese cuando se trata de residuos hospitalarios...». Para él, sin embargo, todo eso forma parte del pasado.
A sus 50 años, Barakat ya no recolecta latas de aluminio. Se las compra a los traperos por un euro el kilo. Sus seis empleados trabajan seis días por semana en dos hornos pegados a la falda de la montaña por 500 euros al mes. Un buen salario comparado con el de los zabbâlin que trabajan a pie de calle: 62 euros.
Hornos artesanales como los de Barakat recuperan una tonelada de latas al día, que se transforman en 125 lingotes de ocho kilos. «De cada hornada de una hora -explican los empleados de Barakat- se extrae un 75 por ciento de aluminio y un 25 de tourab, desechos que alimentan de nuevo el fuego de los hornos».
Potentados de la basura.
Un poco más allá están los talleres de Milad Shakel, un zabbâlin convertido en magnate del aluminio. Es el dueño de ocho hornos en Manshiet Nasser y de otros 28 en las afueras de El Cairo, que funcionan 24 horas al día. Utiliza máquinas de último modelo; comprime las latas antes de fundirlas; produce lingotes, discos, láminas y paneles. Trata al día 30 toneladas de latas que llegan en sacos de 100 kilos y que darán como resultado 75 lingotes cada uno. Luego los vende directamente a las fábricas de las ciudades o los envía en contenedores al extranjero.
Pese a su eficacia, a los traperos no les faltan enemigos. Mubarak quiso privarlos definitivamente de sus cerdos, los Hermanos Musulmanes no los miran con buenos ojos y los salafistas han multiplicado los ataques en Manshiet Nasser, aunque lo único que les preocupa de verdad es perder su único, aunque precario, medio de vida y ser enviados a la papelera de la Historia, poco a poco, hasta ser sustituidos por miles de basureros embarcados en camiones, como pretende el Gobierno egipcio.
Aquí, cada día, antes del amanecer, decenas de miles de traperos (zabbâlin en árabe) invaden todos esos barrios para recoger, vaciar y separar el contenido de los cubos de basura. En una carrera desenfrenada -hay mucho en juego y la competencia es alta- asaltan los edificios por las escaleras de servicio, se sumergen en contenedores rebosantes o llaman con insistencia a las puertas de las viviendas acomodadas. Horas más tarde regresan a sus casas, en el barrio de Manshiet Nasser, un inmenso centro de reciclaje sin comparación en el mundo, carente de alcantarillado donde escasea el agua corriente y la electricidad, para descargar sus camiones, furgonetas o simples carretas tiradas por burros y extender ante la puerta o en el patio su cotidiano botín.
Empieza el ritual
Miles de familias, incluidos los niños, se juntan entonces y comienzan a separar cartones, metales, vidrio, plástico o lo que sea que se encuentren entre las bolsas de la basura de los millones de cairotas. Las condiciones laborales son infrahumanas, pero es esta organización lo que permite a la capital egipcia seguir limpia y a los basureros municipales, desbordados, conservar su reputación. Más eficaces que los empleados de la basura de Nueva York, Londres o París, los zabbâlin reutilizan cada día el 80 por ciento de los desechos que recogen: unas 16.000 toneladas.
Gracias a su labor se entierra menos basura en el desierto, y Egipto exporta politereftalato de etileno, vidrio y aluminio a China, Taiwán y Europa. Por eso, en los barrios de los basureros convive una inmensa mayoría en la miseria absoluta con grandes empresarios que se desplazan en todoterrenos y que emplean a decenas de personas.
Descubrir Manshiet Nasser, con sus 700 talleres de separación de residuos, es una aventura para la cual no se está nunca preparado. En cuanto se entra, se quiere salir de inmediato. Demasiado ruido, demasiados olores. Los camiones que atraviesan la barriada desbordan de cartones, plásticos y metales, y nunca frenan, balanceándose de forma peligrosa por los baches, a riesgo de atropellar a quien se ponga por delante.
Cerdos, ratas y el olor...
En los patios de edificios a medio terminar, perros desconfiados, tumbados sobre montañas de basura, aúllan día y noche. En las callejuelas vecinas, ratas nada temerosas se comen rollos de tela amontonados. También hay cerdos negros, animales fetiche de los zabbâlin, alimentados con la basura orgánica que recogen sus dueños. Y, por último, está ese olor que ni siquiera el viento o las imágenes de san Simón colgadas por todas partes consiguen diluir.
En el corazón del barrio tiene su hogar Nasif Barakat, hijo de un agricultor que se ha especializado en recolectar latas de aluminio que funde y recicla en forma de lingotes. El piso donde vive con su esposa y sus ocho hijos es grande y presenta una limpieza sin mácula, un oasis en Manshiet Nasser. Sus cinco hijas, de aspecto pulcro y educadas por las hermanas de San Vicente de Paúl, hablan todas francés. Dos son novias de hijos de traperos diplomados en chino y japonés. Otra estudia Farmacia. Los chicos van al colegio, tienen cuenta en Facebook y manejan con virtuosismo sus smartphones. En el salón, con muebles imponentes, reina un televisor de pantalla extragrande. Todo un contraste con las calles del exterior invadidas por la basura.
«El trabajo de trapero es muy duro -explica Barakat-. Te levantas al amanecer y pasas el día entre deshechos. Hay que trabajar deprisa, hay mucha competencia. Después de horas de trabajo regresas a casa y toda tu familia participa en la separación. Imagínese cuando se trata de residuos hospitalarios...». Para él, sin embargo, todo eso forma parte del pasado.
A sus 50 años, Barakat ya no recolecta latas de aluminio. Se las compra a los traperos por un euro el kilo. Sus seis empleados trabajan seis días por semana en dos hornos pegados a la falda de la montaña por 500 euros al mes. Un buen salario comparado con el de los zabbâlin que trabajan a pie de calle: 62 euros.
Hornos artesanales como los de Barakat recuperan una tonelada de latas al día, que se transforman en 125 lingotes de ocho kilos. «De cada hornada de una hora -explican los empleados de Barakat- se extrae un 75 por ciento de aluminio y un 25 de tourab, desechos que alimentan de nuevo el fuego de los hornos».
Potentados de la basura.
Un poco más allá están los talleres de Milad Shakel, un zabbâlin convertido en magnate del aluminio. Es el dueño de ocho hornos en Manshiet Nasser y de otros 28 en las afueras de El Cairo, que funcionan 24 horas al día. Utiliza máquinas de último modelo; comprime las latas antes de fundirlas; produce lingotes, discos, láminas y paneles. Trata al día 30 toneladas de latas que llegan en sacos de 100 kilos y que darán como resultado 75 lingotes cada uno. Luego los vende directamente a las fábricas de las ciudades o los envía en contenedores al extranjero.
Pese a su eficacia, a los traperos no les faltan enemigos. Mubarak quiso privarlos definitivamente de sus cerdos, los Hermanos Musulmanes no los miran con buenos ojos y los salafistas han multiplicado los ataques en Manshiet Nasser, aunque lo único que les preocupa de verdad es perder su único, aunque precario, medio de vida y ser enviados a la papelera de la Historia, poco a poco, hasta ser sustituidos por miles de basureros embarcados en camiones, como pretende el Gobierno egipcio.
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