El sueño de los hermanos Roca
'XLSemanal' comparte un fin de semana
con los hermanos Roca en su restaurante y vive con ellos en Londres la
celebración de su elección como el mejor del mundo. Su éxito no radica
en sus platos ni en su creatividad, sino en su filosofía... Así es El
Celler de Can Roca.
Joan Roca charla, animoso, con el cocinero Andoni Aduriz en
una sala del Guildhall de Londres, uno de los más imponentes edificios
de la ciudad, donde en breves minutos se dará a conocer la lista de los
50 mejores restaurantes del mundo. Los dos llevan al cuello el
fular azul de seda que distingue a los finalistas. Hacen quinielas y
bromean aferrados a una caña de cerveza antes de comenzar la ceremonia
de entrega de los premios. Son las 19:50 del 1 de junio. El
Celler de Can Roca, número dos del mundo en la clasificación de la
revista británica Restaurant, puede mantenerse o no perder mucho. Volver
a la cima, donde estuvo en 2013, parece harto difícil. Ni se espera ni
se presagia lo que va a ocurrir minutos después. Joan está tranquilo.
Los argumentos para llegar a ser los mejores ya los pusieron: trabajar
duro y estar preparados para dejar de serlo. El mayor de los Roca,
templado cual senador romano, lo explica así: «Nuestro objetivo en la
vida era tener el restaurante que ahora tenemos, no los reconocimientos. No trabajamos para las estrellas o las listas. No lo hicimos para ser los primeros, sino porque era nuestro sueño. Si
somos los primeros o los segundos, lo importante cambiará muy poco.
Seguiremos en el barrio, en contacto con la vida real donde somos lo que
somos, con o sin premios».
Otros cinco cocineros españoles con el pañuelo azul también aguardan acompañados por sus más allegados. La de España es la delegación más numerosa del mundo, siete de cincuenta. Sin chaquetillas, reflejan la diversidad de unos revolucionarios ya maduros. El traje entallado y los zapatos de punta de Quique Dacosta y las Converse de Andoni Aduriz.
Media hora después, todos los focos del creciente sistema mediático-gastronómico mundial están sobre los rostros de los tres hermanos Roca. Han vuelto a la primera posición: «Back on top». Y, con ella, al frenético ritmo de 2013, a las siete entrevistas por día y a las ofertas de cheques en blanco para replicar El Celler en otros lugares del mundo. «Tendríamos que pedir una cantidad indecente», respondió una vez Josep Roca en Pekín, tratando de ser cortés al rechazar una de esas ofertas. «Bien respondió el ofertante. ¿Y podría decirme cuánto es para usted una cantidad indecente?». No hubo respuesta, ni esa vez ni ninguna otra.
«A veces discutimos mucho por un plato o por un concepto, pero en las cosas importantes siempre hemos estado de acuerdo. El Celler no se puede clonar, y estará solo donde nosotros y nuestro equipo estemos. Es nuestra manera de entender las cosas», explica Jordi, el hermano pequeño, uno de los mejores pasteleros del mundo. Pero vayamos al principio.
Un lugar en el mundo
La ruta que el conductor Josep Roca hacía entre Saint Esteve de Llémena y Girona determinó el sitio exacto donde empezó todo. Su autobús traía y llevaba a catalanes de pueblo que trabajaban en la capital y a los nuevos vecinos que aún en 1967 llegaban a cientos en busca de una vida mejor. Andaluces, aragoneses y extremeños que se asentaban en el extrarradio, en barrios levantados con más prisa que arte al otro lado del río Ter, a no mucha distancia de las solariegas casonas de la ciudad amurallada, pero culturalmente muy alejados. Mientras Josep ejercía de chófer, su mujer, Montserrat Fontané, trabajaba en la cocina del restaurante Lloret de la entonces Gerona.
Junto a una de las paradas de bus del barrio Taialà-Germans Sàbat, encrucijada en la que el español con acentos del Sur empezaba a mezclarse con el catalán, había un bar en traspaso al que Josep, criado entre pucheros, había echado el ojo. A no mucho tardar, se convertiría en Can Roca. Pocos años después, en aquella España en la que la gente trabajaba mucho y se quejaba poco, los niños Joan y Josep mucho después también Jordi hacían los deberes y jugaban a las chapas en las mismas mesas en las que los parroquianos tomaban cañas y jugaban a las cartas.
Han pasado 48 años. Can Roca, el bar del chófer, levanta cada día la persiana y por diez euros da de comer a los vecinos. También a los 60 cocineros y camareros de uno de los restaurantes creativos más importantes del mundo: El Celler de Can Roca, el proyecto de sus tres hijos, situado a un paso de la casa familiar.
Joan y Josep tenían, respectivamente, 22 y 20 años cuando anunciaron a sus padres que abrirían un restaurante. Habían pasado por la escuela de hostelería de Girona y querían su propio proyecto, no seguir en el bar. Abrieron El Celler, pared con pared, al lado de su casa. No pensaron ni en cruzar el río para instalarse en el centro de la ciudad. Su lugar ya estaba elegido y para siempre.
Los años siguientes fueron trabajo duro y alguna escapada en coche a los grandes templos franceses de la cocina, con vuelta en el día porque no había para gastar en hoteles. Cuando aún no habían cumplido los treinta, y casi sin dinero, compraron Can Sunyer, una casona modernista-colonial cercana a Can Roca en cuyo jardín jugaban de niños, y la dedicaron a celebrar banquetes para poder pagarla hasta que, en 2007, lograron convertirla en el actual 'mejor restaurante del mundo'. La lista de espera es de un año. Todos los servicios están completos desde hace tres.
Esencias para una vida
Para entender El Celler de Can Roca no es necesario hacer una revisión de su cocina a lo largo de casi tres décadas ni analizar el salto que se ha producido desde el 'muslito de pollo con gambas', de 1987, a la 'ostra al vapor de manzanilla', de 2010. Ni siquiera ahondar en la aportación de los Roca a la revolución gastronómica española, con la divulgación de sus técnicas de cocción a baja temperatura o el proceso creativo multidisciplinar del que resultan todas sus experiencias. El Celler se distingue de cualquier restaurante de moda de Nueva York, París o Shanghái por su mecanismo interior, por la filosofía sobre la que está construido el proyecto de toda una vida: un respeto reverencial a sus padres, cordón umbilical y ejemplo de cuanto quieren ser, la conexión íntima con el territorio geográfico y emocional de su barrio, y la generosidad con la que comparten su éxito con su patria chica y con la grande. La experiencia que vive el comensal no se cimienta en la 'caballa con encurtidos y botarga' o en otros sorprendentes platos de Joan, ni en los viejos borgoñas de la bodega de Josep ni en las locuras dulces de Jordi, sino en el modo en que comparten su amor por la vida y sus particulares esencias: la familia, la amistad y la búsqueda de la belleza.
Son los primeros del mundo, pero no les gustan mucho las listas. Están agradecidos por el privilegio, la visibilidad y las oportunidades que les brindan «para poner de nuevo España y Girona en el mapa del mundo y ayudar a la gastronomía y al turismo», pero reconocen que su esencia ordinal va en contra de lo que es un restaurante gastronómico: un lugar lleno de matices y subjetividades. «Desde ese punto de vista, todas las listas son absurdas, pero hoy responden a una demanda social. Y nos han atrapado, se están imponiendo en solo una década. Creo que todos los que integramos ese ranking coincidiríamos en que no se puede listar del 1 al 50 sin ser injustos, pero ya es difícil mantenerse al margen», explica Joan. La cultura sajona avanza. Michelin es Europa. Son dos maneras de mirar el mundo. Los franceses establecen un canon de excelencia con sus estrellas. Una especie de auditoría con la que los cocineros se encuentran más cómodos. «Su criterio es también subjetivo, pero más comprensible. Llevan cien años clasificando a los restaurantes y sus tempos son más sensatos».
Retirado Ferran Adrià de la primera línea, el líder natural de los cocineros españoles, el primus inter pares, es Joan Roca. Él reconoce sentirse observado, pero rechaza asumir la responsabilidad: «Tenemos buen rollo, armonía entre nosotros y el momento es maduro y dulce. Ahora hay complementariedad. No somos los únicos que estamos en la lista o que tenemos tres estrellas Michelin. Los liderazgos son necesarios en un momento de revolución, como la que encabezó Ferran, pero, una vez asentada, lo importante es que la gente sea libre y que pueda hacer, decir y decidir sin ir detrás de la manada».
Los Roca han roto la tendencia de los grandes chefs franceses que se replican por el mundo en presuntos clones de sí mismos en tantos restaurantes como puedan abrir. Para ellos, que son tres, aún sería más fácil. Pero el negocio solo es una parte de su proyecto vital y, como dicen, «ninguno de los tres aspiramos a un yate». Tampoco comparten la idea de El Bulli y otros restaurantes de cerrar seis meses al año para ser creativos. Ellos tienen su propio modelo. Cierran los domingos y los lunes. También el martes al mediodía. Se trasladan con todo el personal a La Masía su flamante centro de innovación junto con su equipo de apoyo, formado por una científica, un botánico, un perfumista, un enólogo y un ingeniero. Charlas, lecturas, intercambio de roles... y allí pasan cosas. «Lo más importante es cuidar a tu gente, ser proactivos al talento y hacer que se sientan partícipes de un proyecto que también es suyo», explica Joan.
Héloïse Vilaseca es la directora del nuevo centro donde se aborda la gastronomía desde disciplinas muy dispares. Lo mismo se trabaja en la gestión emocional del equipo que en la obtención de esencias de cualquier producto a través de la destilación o en la clasificación de plantas, flores y raíces del entorno natural de El Celler. Ya han catalogado más de 2800. Suelen trabajar con unas 400. Y 30 están hoy en el menú. También fabrican de modo artesanal bebidas fermentadas de baja graduación. El destilado de higo chumbo del Cap de Creus ya está casi a punto.
La Masía es el fruto más fecundo que dejó el proyecto El somni. Una experiencia única y no repetida en la que El Celler llevó hasta el límite la interacción posible de la gastronomía con el resto de las disciplinas artísticas. Cincuenta de los más consagrados del mundo aportando visiones y propuestas creativas para construir un viaje en el que el canto, la filosofía, la pintura, el cine, la poesía, el 3D y la cocina interactuaban con ayuda de la tecnología para sublimar la percepción y la sensibilidad de los participantes. Una ópera en doce platos, representada solo una vez, que quedó registrada en un libro y en una película. Es probable que experiencias similares, en pequeña dimensión, puedan a llegar a formar parte del menú de El Celler. Estén atentos.
La gira
Su alternativa a cerrar las puertas medio año para dedicarse a innovar pasa por crear sobre la marcha. Este verano trasladarán por cinco semanas el restaurante, con todo su equipo, a otros tantos países del mundo. Abrirán en Buenos Aires, Miami, Houston, Birmingham y Estambul. Para cada ciudad elaborarán un menú especial en torno a su cultura gastronómica y utilizando sus productos. Su colaboración con el BBVA, compañía de la que son embajadores, les permitirá de nuevo hacerse la pregunta: ¿qué cocina haríamos con nuestra personalidad y experiencia si viviéramos en otro país? La respuesta pasa por atreverse a cocinar desde cero en un nuevo entorno cultural, descubrir los ingredientes locales y sus técnicas de cocina. «Una maravillosa manera de reinventarnos». El viaje permite tener el departamento de I+D en plena ebullición, cohesionar al equipo, promocionar ingredientes desconocidos y dar visibilidad al trabajo de pequeños agricultores de cada país. También seleccionar y becar a dos jóvenes cocineros de cada ciudad, que regresarán con toda la troupe a Girona. «Poder cerrar en Girona nueve o diez semanas en lugar de cinco sería maravilloso. Tendrías que ver cómo vuelve la gente, cómo cuentan los platos en el restaurante cuando los sirven. Han conocido el mundo, han sido parte del proceso», explica Joan.
Hace mucho que el proyecto de los hermanos Roca ha superado la búsqueda de un nuevo sabor o un plato sorprendente, la época en la que lograron traspasar los límites del universo comestible conocido gracias a la ciencia y la tecnología. Sus verdaderos retos pasan hoy por profundizar en el compromiso social y la reivindicación de la emoción. En palabras de Josep, «tenemos que aportar elementos de sensibilidad a una sociedad desnutrida de sentimientos». El foco es cada vez más nítido aunque no nuevo para ellos. Creen que lo que la alta cocina aporta de reconocimiento e influencia debe servir para mejorar el mundo. Joan imparte una conferencia en el Foro de Davos un día y otro hace la comida popular con la que homenajean cada 15 de mayo, desde hace 40 años, a los mayores de su barrio. Jordi firma libros como mejor pastelero del mundo y prepara la chocolatada infantil de carnavales en Taialà. «Es el compromiso con la sociedad desde la excelencia», dicen satisfechos.
Presente y futuro
* El Celler de Can Roca elegido dos veces número uno del mundo en los últimos tres años por la prestigiosa revista británica Restaurant es ya un hito en la gastronomía mundial. Y un centro de referencia: Joan Roca (en la foto) y sus hermanos, Josep y Jordi, impulsan ahora La Masía: su propio centro de I+D, llamado a ser uno de los más novedosos en innovación gastronómica a nivel internacional. Allí, a un paso de El Celler, ingenieros químicos, botánicos, agrónomos y cocineros crean un lenguaje común entre ciencia y sabor.
Esencia pura
* En El Celler de Can Roca, la experiencia del comensal se cimenta en el modo en que los hermanos comparten su amor esencias: la familia, la amistad y la búsqueda de la belleza.
Un asunto de familia
Entre acentos del sur
* Los Roca aquí, Josep y Joan en la escuela crecieron en el barrio de Germans Sàbat, en Taialà. Un barrio en construcción en el extrarradio de Girona al que llegaban andaluces, aragoneses y extremeños en busca de una vida mejor.
Chófer y barman
* A la izquierda, sentado, Josep Roca padre. Conducía un autobús de línea entre Sant Esteve de Llémena y Girona, que tenía una parada delante del bar familiar Can Roca, conocido en el barrio como el bar del chófer.
Y nació Joan
* En febrero de 1964 nació Joan Roca i Fontané, hijo de Josep y de Montserrat Fontané Montse, cocinera del restaurant Lloret de Girona y pieza clave tras la vocación de los tres hermanos.
El fogón: cuna y herencia
* Joan y Josep tras la barra de Can Roca. El bar de sus padres era la sala de estar, el lugar en que jugaban, hacían los deberes, miraban la tele... entre los aromas de los guisos de la madre, Montse, y la Iaia, Angeleta.
Paso a paso, hasta la cumbre
* Joan y Josep en el primer El Celler, abierto en 1986, pegadoal bar de sus padres. En 1996 lo renovaron. Y en 2007 se trasladaron a Can Sunyer, la actual ubicación del mejor restaurante del mundo.
Tres, mejor que dos
El pequeño de los Roca, Jordi, nació 14 años después de Joan en un país con tele en color y democracia. Su infancia fue mucho más fácil que la de sus hermanos, pero no así encontrar su sitio cuando pegó el estirón. Joan y Josep abrieron El Celler cuando él tenía ocho años. Todos en aquella casa estaban locos por la cocina y él quería ser cualquier otra cosa. Pintaba feo hasta que en 1996 llegó al restaurante un pastelero escocés llamado Damian Allsop, formado en los mejores restaurantes de Francia, y a falta de un ayudante lo tomó a su cargo. «Yo no quería ser cocinero. En realidad, no sabía qué hacer y mis hermanos tampoco sabían qué hacer conmigo. Este era su restaurante. Yo me incorporaba haciendo cualquier cosa los fines de semana porque había que ayudar en casa. Tampoco era una lumbrera. Hasta que llegó Damian. Con él aprendí cosas que me enseñaba a mí solo, cosas que no sabían ni Josep ni Joan. La pastelería me ayudó a formar mi identidad y a encontrar mi papel. Si hubiera sido cocinero, sería solo un cocinero de Joan, o si hubiera estado en la sala, un camarero de Josep. Pero encontré mi sitio», explica el Jordi más satisfecho del mundo.
Desde que son realmente tres, cada uno con su mundo e identidad propia, la fórmula ha funcionado. Jordi aporta la frescura y la vivacidad de quien pertenece a otra generación. El mayor se ocupa de aplicar el 'seny' mientras Josep Pitu, el poeta tiende a elevarse a lo sublime música y poesía desde una bodega-catedral con 56.000 botellas en la que ha creado hasta una suerte de capillas dedicadas a sus santos vinos fetiche Jerez, Champagne, Priorato, Riesling y Borgoña. Los afortunados que consiguen ser invitados escuchan los sonidos del suelo de las viñas, las piezas clásicas con las que él identifica las sensaciones que le produce cada vino y una historia mágica encerrada en cada botella.
Aseguran que el trío es mejor que la pareja para solventar los problemas de la vida diaria: «El que opina diferente, la minoría, tiene que traer una idea realmente buena para lograr convencer a los otros dos». No hay empates técnicos ni cabreos. Algunos de los proyectos más singulares de los últimos años son fruto de este modo de trabajo, de la defensa numantina de una idea por uno de los hermanos que los otros dos no acababan de ver, como El somni, una locura de Josep, o las heladerías Rocambolesc, de Jordi.
Una Hermandad indestructible
* Joan (en el centro) brilla en la cocina; Josep (sentado), en la sala, con las joyas de su bodega; y Jordi, a la hora de los postres. Sin prisas ni imposturas, pero con granesfuerzo y momentos de incertidumbre, los hermanos Roca han sabido encontrar cadauno su identidad y su rol, más que en un negocio familiar, en un auténtico proyecto de vida.
La reconquista
* Los hermanos Roca celebran, semanas atrás, en Londres su reconquista del primer lugar en el ranking de los mejores restaurantes del mundo. Con ellos, el italiano Massimo Bottura (con gafas), cuya Osteria Francescana, en Módena, ha logrado el segundo lugar de The World's 50 Best Restaurants 2015.
TÍTULO: ENTREVISTA, Lance Armstrong: "¡Ya he sufrido lo suficiente!" ,.
Entrevista / fotos
Otros cinco cocineros españoles con el pañuelo azul también aguardan acompañados por sus más allegados. La de España es la delegación más numerosa del mundo, siete de cincuenta. Sin chaquetillas, reflejan la diversidad de unos revolucionarios ya maduros. El traje entallado y los zapatos de punta de Quique Dacosta y las Converse de Andoni Aduriz.
Media hora después, todos los focos del creciente sistema mediático-gastronómico mundial están sobre los rostros de los tres hermanos Roca. Han vuelto a la primera posición: «Back on top». Y, con ella, al frenético ritmo de 2013, a las siete entrevistas por día y a las ofertas de cheques en blanco para replicar El Celler en otros lugares del mundo. «Tendríamos que pedir una cantidad indecente», respondió una vez Josep Roca en Pekín, tratando de ser cortés al rechazar una de esas ofertas. «Bien respondió el ofertante. ¿Y podría decirme cuánto es para usted una cantidad indecente?». No hubo respuesta, ni esa vez ni ninguna otra.
«A veces discutimos mucho por un plato o por un concepto, pero en las cosas importantes siempre hemos estado de acuerdo. El Celler no se puede clonar, y estará solo donde nosotros y nuestro equipo estemos. Es nuestra manera de entender las cosas», explica Jordi, el hermano pequeño, uno de los mejores pasteleros del mundo. Pero vayamos al principio.
Un lugar en el mundo
La ruta que el conductor Josep Roca hacía entre Saint Esteve de Llémena y Girona determinó el sitio exacto donde empezó todo. Su autobús traía y llevaba a catalanes de pueblo que trabajaban en la capital y a los nuevos vecinos que aún en 1967 llegaban a cientos en busca de una vida mejor. Andaluces, aragoneses y extremeños que se asentaban en el extrarradio, en barrios levantados con más prisa que arte al otro lado del río Ter, a no mucha distancia de las solariegas casonas de la ciudad amurallada, pero culturalmente muy alejados. Mientras Josep ejercía de chófer, su mujer, Montserrat Fontané, trabajaba en la cocina del restaurante Lloret de la entonces Gerona.
Junto a una de las paradas de bus del barrio Taialà-Germans Sàbat, encrucijada en la que el español con acentos del Sur empezaba a mezclarse con el catalán, había un bar en traspaso al que Josep, criado entre pucheros, había echado el ojo. A no mucho tardar, se convertiría en Can Roca. Pocos años después, en aquella España en la que la gente trabajaba mucho y se quejaba poco, los niños Joan y Josep mucho después también Jordi hacían los deberes y jugaban a las chapas en las mismas mesas en las que los parroquianos tomaban cañas y jugaban a las cartas.
Han pasado 48 años. Can Roca, el bar del chófer, levanta cada día la persiana y por diez euros da de comer a los vecinos. También a los 60 cocineros y camareros de uno de los restaurantes creativos más importantes del mundo: El Celler de Can Roca, el proyecto de sus tres hijos, situado a un paso de la casa familiar.
Joan y Josep tenían, respectivamente, 22 y 20 años cuando anunciaron a sus padres que abrirían un restaurante. Habían pasado por la escuela de hostelería de Girona y querían su propio proyecto, no seguir en el bar. Abrieron El Celler, pared con pared, al lado de su casa. No pensaron ni en cruzar el río para instalarse en el centro de la ciudad. Su lugar ya estaba elegido y para siempre.
Los años siguientes fueron trabajo duro y alguna escapada en coche a los grandes templos franceses de la cocina, con vuelta en el día porque no había para gastar en hoteles. Cuando aún no habían cumplido los treinta, y casi sin dinero, compraron Can Sunyer, una casona modernista-colonial cercana a Can Roca en cuyo jardín jugaban de niños, y la dedicaron a celebrar banquetes para poder pagarla hasta que, en 2007, lograron convertirla en el actual 'mejor restaurante del mundo'. La lista de espera es de un año. Todos los servicios están completos desde hace tres.
Esencias para una vida
Para entender El Celler de Can Roca no es necesario hacer una revisión de su cocina a lo largo de casi tres décadas ni analizar el salto que se ha producido desde el 'muslito de pollo con gambas', de 1987, a la 'ostra al vapor de manzanilla', de 2010. Ni siquiera ahondar en la aportación de los Roca a la revolución gastronómica española, con la divulgación de sus técnicas de cocción a baja temperatura o el proceso creativo multidisciplinar del que resultan todas sus experiencias. El Celler se distingue de cualquier restaurante de moda de Nueva York, París o Shanghái por su mecanismo interior, por la filosofía sobre la que está construido el proyecto de toda una vida: un respeto reverencial a sus padres, cordón umbilical y ejemplo de cuanto quieren ser, la conexión íntima con el territorio geográfico y emocional de su barrio, y la generosidad con la que comparten su éxito con su patria chica y con la grande. La experiencia que vive el comensal no se cimienta en la 'caballa con encurtidos y botarga' o en otros sorprendentes platos de Joan, ni en los viejos borgoñas de la bodega de Josep ni en las locuras dulces de Jordi, sino en el modo en que comparten su amor por la vida y sus particulares esencias: la familia, la amistad y la búsqueda de la belleza.
Son los primeros del mundo, pero no les gustan mucho las listas. Están agradecidos por el privilegio, la visibilidad y las oportunidades que les brindan «para poner de nuevo España y Girona en el mapa del mundo y ayudar a la gastronomía y al turismo», pero reconocen que su esencia ordinal va en contra de lo que es un restaurante gastronómico: un lugar lleno de matices y subjetividades. «Desde ese punto de vista, todas las listas son absurdas, pero hoy responden a una demanda social. Y nos han atrapado, se están imponiendo en solo una década. Creo que todos los que integramos ese ranking coincidiríamos en que no se puede listar del 1 al 50 sin ser injustos, pero ya es difícil mantenerse al margen», explica Joan. La cultura sajona avanza. Michelin es Europa. Son dos maneras de mirar el mundo. Los franceses establecen un canon de excelencia con sus estrellas. Una especie de auditoría con la que los cocineros se encuentran más cómodos. «Su criterio es también subjetivo, pero más comprensible. Llevan cien años clasificando a los restaurantes y sus tempos son más sensatos».
Retirado Ferran Adrià de la primera línea, el líder natural de los cocineros españoles, el primus inter pares, es Joan Roca. Él reconoce sentirse observado, pero rechaza asumir la responsabilidad: «Tenemos buen rollo, armonía entre nosotros y el momento es maduro y dulce. Ahora hay complementariedad. No somos los únicos que estamos en la lista o que tenemos tres estrellas Michelin. Los liderazgos son necesarios en un momento de revolución, como la que encabezó Ferran, pero, una vez asentada, lo importante es que la gente sea libre y que pueda hacer, decir y decidir sin ir detrás de la manada».
Los Roca han roto la tendencia de los grandes chefs franceses que se replican por el mundo en presuntos clones de sí mismos en tantos restaurantes como puedan abrir. Para ellos, que son tres, aún sería más fácil. Pero el negocio solo es una parte de su proyecto vital y, como dicen, «ninguno de los tres aspiramos a un yate». Tampoco comparten la idea de El Bulli y otros restaurantes de cerrar seis meses al año para ser creativos. Ellos tienen su propio modelo. Cierran los domingos y los lunes. También el martes al mediodía. Se trasladan con todo el personal a La Masía su flamante centro de innovación junto con su equipo de apoyo, formado por una científica, un botánico, un perfumista, un enólogo y un ingeniero. Charlas, lecturas, intercambio de roles... y allí pasan cosas. «Lo más importante es cuidar a tu gente, ser proactivos al talento y hacer que se sientan partícipes de un proyecto que también es suyo», explica Joan.
Héloïse Vilaseca es la directora del nuevo centro donde se aborda la gastronomía desde disciplinas muy dispares. Lo mismo se trabaja en la gestión emocional del equipo que en la obtención de esencias de cualquier producto a través de la destilación o en la clasificación de plantas, flores y raíces del entorno natural de El Celler. Ya han catalogado más de 2800. Suelen trabajar con unas 400. Y 30 están hoy en el menú. También fabrican de modo artesanal bebidas fermentadas de baja graduación. El destilado de higo chumbo del Cap de Creus ya está casi a punto.
La Masía es el fruto más fecundo que dejó el proyecto El somni. Una experiencia única y no repetida en la que El Celler llevó hasta el límite la interacción posible de la gastronomía con el resto de las disciplinas artísticas. Cincuenta de los más consagrados del mundo aportando visiones y propuestas creativas para construir un viaje en el que el canto, la filosofía, la pintura, el cine, la poesía, el 3D y la cocina interactuaban con ayuda de la tecnología para sublimar la percepción y la sensibilidad de los participantes. Una ópera en doce platos, representada solo una vez, que quedó registrada en un libro y en una película. Es probable que experiencias similares, en pequeña dimensión, puedan a llegar a formar parte del menú de El Celler. Estén atentos.
La gira
Su alternativa a cerrar las puertas medio año para dedicarse a innovar pasa por crear sobre la marcha. Este verano trasladarán por cinco semanas el restaurante, con todo su equipo, a otros tantos países del mundo. Abrirán en Buenos Aires, Miami, Houston, Birmingham y Estambul. Para cada ciudad elaborarán un menú especial en torno a su cultura gastronómica y utilizando sus productos. Su colaboración con el BBVA, compañía de la que son embajadores, les permitirá de nuevo hacerse la pregunta: ¿qué cocina haríamos con nuestra personalidad y experiencia si viviéramos en otro país? La respuesta pasa por atreverse a cocinar desde cero en un nuevo entorno cultural, descubrir los ingredientes locales y sus técnicas de cocina. «Una maravillosa manera de reinventarnos». El viaje permite tener el departamento de I+D en plena ebullición, cohesionar al equipo, promocionar ingredientes desconocidos y dar visibilidad al trabajo de pequeños agricultores de cada país. También seleccionar y becar a dos jóvenes cocineros de cada ciudad, que regresarán con toda la troupe a Girona. «Poder cerrar en Girona nueve o diez semanas en lugar de cinco sería maravilloso. Tendrías que ver cómo vuelve la gente, cómo cuentan los platos en el restaurante cuando los sirven. Han conocido el mundo, han sido parte del proceso», explica Joan.
Hace mucho que el proyecto de los hermanos Roca ha superado la búsqueda de un nuevo sabor o un plato sorprendente, la época en la que lograron traspasar los límites del universo comestible conocido gracias a la ciencia y la tecnología. Sus verdaderos retos pasan hoy por profundizar en el compromiso social y la reivindicación de la emoción. En palabras de Josep, «tenemos que aportar elementos de sensibilidad a una sociedad desnutrida de sentimientos». El foco es cada vez más nítido aunque no nuevo para ellos. Creen que lo que la alta cocina aporta de reconocimiento e influencia debe servir para mejorar el mundo. Joan imparte una conferencia en el Foro de Davos un día y otro hace la comida popular con la que homenajean cada 15 de mayo, desde hace 40 años, a los mayores de su barrio. Jordi firma libros como mejor pastelero del mundo y prepara la chocolatada infantil de carnavales en Taialà. «Es el compromiso con la sociedad desde la excelencia», dicen satisfechos.
Presente y futuro
* El Celler de Can Roca elegido dos veces número uno del mundo en los últimos tres años por la prestigiosa revista británica Restaurant es ya un hito en la gastronomía mundial. Y un centro de referencia: Joan Roca (en la foto) y sus hermanos, Josep y Jordi, impulsan ahora La Masía: su propio centro de I+D, llamado a ser uno de los más novedosos en innovación gastronómica a nivel internacional. Allí, a un paso de El Celler, ingenieros químicos, botánicos, agrónomos y cocineros crean un lenguaje común entre ciencia y sabor.
Esencia pura
* En El Celler de Can Roca, la experiencia del comensal se cimenta en el modo en que los hermanos comparten su amor esencias: la familia, la amistad y la búsqueda de la belleza.
Un asunto de familia
Entre acentos del sur
* Los Roca aquí, Josep y Joan en la escuela crecieron en el barrio de Germans Sàbat, en Taialà. Un barrio en construcción en el extrarradio de Girona al que llegaban andaluces, aragoneses y extremeños en busca de una vida mejor.
Chófer y barman
* A la izquierda, sentado, Josep Roca padre. Conducía un autobús de línea entre Sant Esteve de Llémena y Girona, que tenía una parada delante del bar familiar Can Roca, conocido en el barrio como el bar del chófer.
Y nació Joan
* En febrero de 1964 nació Joan Roca i Fontané, hijo de Josep y de Montserrat Fontané Montse, cocinera del restaurant Lloret de Girona y pieza clave tras la vocación de los tres hermanos.
El fogón: cuna y herencia
* Joan y Josep tras la barra de Can Roca. El bar de sus padres era la sala de estar, el lugar en que jugaban, hacían los deberes, miraban la tele... entre los aromas de los guisos de la madre, Montse, y la Iaia, Angeleta.
Paso a paso, hasta la cumbre
* Joan y Josep en el primer El Celler, abierto en 1986, pegadoal bar de sus padres. En 1996 lo renovaron. Y en 2007 se trasladaron a Can Sunyer, la actual ubicación del mejor restaurante del mundo.
Tres, mejor que dos
El pequeño de los Roca, Jordi, nació 14 años después de Joan en un país con tele en color y democracia. Su infancia fue mucho más fácil que la de sus hermanos, pero no así encontrar su sitio cuando pegó el estirón. Joan y Josep abrieron El Celler cuando él tenía ocho años. Todos en aquella casa estaban locos por la cocina y él quería ser cualquier otra cosa. Pintaba feo hasta que en 1996 llegó al restaurante un pastelero escocés llamado Damian Allsop, formado en los mejores restaurantes de Francia, y a falta de un ayudante lo tomó a su cargo. «Yo no quería ser cocinero. En realidad, no sabía qué hacer y mis hermanos tampoco sabían qué hacer conmigo. Este era su restaurante. Yo me incorporaba haciendo cualquier cosa los fines de semana porque había que ayudar en casa. Tampoco era una lumbrera. Hasta que llegó Damian. Con él aprendí cosas que me enseñaba a mí solo, cosas que no sabían ni Josep ni Joan. La pastelería me ayudó a formar mi identidad y a encontrar mi papel. Si hubiera sido cocinero, sería solo un cocinero de Joan, o si hubiera estado en la sala, un camarero de Josep. Pero encontré mi sitio», explica el Jordi más satisfecho del mundo.
Desde que son realmente tres, cada uno con su mundo e identidad propia, la fórmula ha funcionado. Jordi aporta la frescura y la vivacidad de quien pertenece a otra generación. El mayor se ocupa de aplicar el 'seny' mientras Josep Pitu, el poeta tiende a elevarse a lo sublime música y poesía desde una bodega-catedral con 56.000 botellas en la que ha creado hasta una suerte de capillas dedicadas a sus santos vinos fetiche Jerez, Champagne, Priorato, Riesling y Borgoña. Los afortunados que consiguen ser invitados escuchan los sonidos del suelo de las viñas, las piezas clásicas con las que él identifica las sensaciones que le produce cada vino y una historia mágica encerrada en cada botella.
Aseguran que el trío es mejor que la pareja para solventar los problemas de la vida diaria: «El que opina diferente, la minoría, tiene que traer una idea realmente buena para lograr convencer a los otros dos». No hay empates técnicos ni cabreos. Algunos de los proyectos más singulares de los últimos años son fruto de este modo de trabajo, de la defensa numantina de una idea por uno de los hermanos que los otros dos no acababan de ver, como El somni, una locura de Josep, o las heladerías Rocambolesc, de Jordi.
Una Hermandad indestructible
* Joan (en el centro) brilla en la cocina; Josep (sentado), en la sala, con las joyas de su bodega; y Jordi, a la hora de los postres. Sin prisas ni imposturas, pero con granesfuerzo y momentos de incertidumbre, los hermanos Roca han sabido encontrar cadauno su identidad y su rol, más que en un negocio familiar, en un auténtico proyecto de vida.
La reconquista
* Los hermanos Roca celebran, semanas atrás, en Londres su reconquista del primer lugar en el ranking de los mejores restaurantes del mundo. Con ellos, el italiano Massimo Bottura (con gafas), cuya Osteria Francescana, en Módena, ha logrado el segundo lugar de The World's 50 Best Restaurants 2015.
TÍTULO: ENTREVISTA, Lance Armstrong: "¡Ya he sufrido lo suficiente!" ,.
Lance Armstrong: "¡Ya he sufrido lo suficiente!"
Lance Armstrong quiere pasar página.
Cree que ya ha recibido suficiente castigo por haberse dopado de forma
sistemática durante su carrera como ciclista profesional. Dice que se
han ensañado con él. Pero le siguen gustando los desafíos. Y ya está
preparando el siguiente...
Lance Armstrong habla con rabia. "Yo soy ese fulano al que
todo el mundo finge no haber conocido -dice-. Pero todas esas cosas
sucedieron. Todo el mundo sabe lo que pasó. ¡Me siento como Voldemort,
ese personaje de 'Harry Potter' sobre el que no se puede hablar!".
El ciclista se queja de la hipocresía que, en su opinión, impera en el ciclismo y sus altas esferas. El principal blanco de su ira es Brian Cookson, el presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), organismo que rige esta disciplina. Lance afirma que Cookson debería centrarse en los incontables problemas del ciclismo, en lugar de criticarlo a él por participar en una carrera benéfica, por mucho que dicha carrera tenga lugar en paralelo al Tour de Francia, el escenario de los principales 'crímenes' deportivos cometidos por el estadounidense. También le indigna la demanda judicial de cien millones de dólares interpuesta por Floyd Landis, su antiguo compañero en el equipo US Postal, a la que el Gobierno de los Estados Unidos se sumó en 2013. Armstrong asegura que podría dejarlo en la ruina, aunque dice sentirse «optimista» sobre sus probabilidades de ganar el juicio. Y, por supuesto, Armstrong sigue batallando para que le levanten la prohibición de volver a competir.
Amenazas, prohibiciones, libros escandalosos...
«He pasado por todo -dice Armstrong-. Por una investigación gubernamental, una investigación criminal, una investigación civil, la amenaza del encarcelamiento por perjurio, las amenazas del organismo antidopaje de prohibirme volver a montar en bicicleta, libros escandalosos... Pero lo tengo todo atado. Hablo en serio». Tomando una cerveza en su casa de Aspen, Armstrong menea la cabeza. «La situación no va a seguir así eternamente, no va a ser para siempre. No puede funcionar; la gente no es idiota».
En este rincón de lujo de las Montañas Rocosas acaban de terminar unas jornadas de entrenamiento para los corredores que participan en One Day Ahead, la carrera en paraleo al Tour organizada por el antiguo futbolista inglés Geoff Thomas, con la intención de recaudar un millón de libras para la organización Cure Leukaemia, en la que el texano corre.
Durante los dos últimos días, Armstrong ha estado llevando al grupo por distintas rutas cercanas a Aspen, que me muestra en coche. En el camino de regreso hacemos un alto para almorzar en la taberna Woody Creek, antaño frecuentada por el periodista y escritor norteamericano Hunter S. Thompson, famoso por vivir al límite. Durante la comida, Armstrong insiste en leerme la conocida nota de Thompson en la que el periodista compartía con sus lectores su dieta diaria: «Diez de la mañana, unas gotas de LSD; 11 horas, Chartreuse, cocaína y marihuana; 11.30, cocaína (etcétera, etcétera); 12 de la noche, Hunter S. Thompson ahora está preparado para escribir». Armstrong dice a continuación: «Nada de esto era una invención». La escena de la lectura tiene su punto surrealista.
Por la tarde, Armstrong y su pareja, Anna Hansen, montan una barbacoa en casa e invitan a familiares y amigos. Sus hijos -tres de ellos los tuvo con su exmujer, Kristin, y dos con su pareja actual- corretean por la vivienda, entrando y saliendo de las habitaciones. A pesar de su simpatía y el buen ambiente en el que vive, Armstrong tiene aspecto fatigado y aparenta todos y cada uno de sus 43 años.
"La gente va a pensar que soy un cabrón arrogante"
Hace un tiempo, un compañero y también rival, el ciclista Christophe Bassons, habló de la posibilidad de que Armstrong se suicidase. Le pregunto a él qué pensó al leer las declaraciones del francés. Menea la cabeza y responde: «Diga lo que diga, la gente va a pensar que soy un cabrón arrogante. Y bien, agradezco que Bassons se preocupe por mí, pero eso que dice del suicidio no tiene ningún sentido. Yo estoy bien».
Sin embargo, y como él mismo reconoce, el antaño hombre de éxito se ha convertido en un paria que reside en una especie de lujoso purgatorio. La mayor parte del tiempo la pasa jugando al golf. «Eso sí que es para pegarse un tiro. ¡No hay forma de que mejore mis putos golpes!». No sale de compras ni frecuenta bares o clubes nocturnos. «Porque no tengo ganas de charlar con desconocidos ni perder el tiempo en chorradas», apuntala.
Lance prefiere relacionarse con sus familiares o con los amigos de verdad. Scott Mercier, el antiguo compañero de equipo que abandonó la competición porque no estaba dispuesto a doparse, hoy es uno de sus íntimos.
Pero Armstrong tampoco es un hombre que mueva a la compasión. No vive precisamente en la miseria. A pesar del dopaje, las mentiras, la intimidación, las amenazas formuladas contra toda persona que lo incomodara y los interminables pleitos judiciales, sigue codeándose con algunos de los individuos más ricos del mundo. Muchas personas piensan que su peor defecto es su aparente falta de arrepentimiento. Armstrong responde que está «evolucionando en ese sentido, como tiene que hacer un hombre».
Tanto él como Hansen -su mujer- visitan a un psicólogo con regularidad. «Todos podemos mejorar -afirma-. Está claro que a mí me queda mucho camino por recorrer en ese campo. Reconozco que durante mucho tiempo fui un capullo absoluto. Durante 20 o 30 años estuve haciendo lo que me venía en gana, y todo cristo me reía las gracias sin parar». Y añade: «Eso complica mucho las cosas... Sobre todo cuando eres joven, en la primera adolescencia. Y luego llegan los éxitos, las victorias, el dinero, la fama, y no haces más que comerte el mundo. Así no hay quien aprenda a relacionarse debidamente con los demás».
«Pero hay cosas de las que no me arrepiento -agrega-. Sí que lo siento por aquellos que creían en el deporte, que eran mis admiradores, que siempre me apoyaron y defendieron y que al final se sintieron traicionados. Es natural que me sienta muy arrepentido por todo eso. Pero las demás cosas [sus continuos pleitos con este u otro organismo ciclista] son pura carnaza para la prensa. La cosa casi se ha convertido en una pequeña industria».
La posibilidad de verse arruinado
Hay quienes nunca van a perdonarlo hasta que se vea privado de todo lo que tiene. Y podría suceder. El Gobierno estadounidense le ha puesto una querella que, según asegura, lo dejaría en la ruina si la perdiera. «Están pidiendo una indemnización de cien millones de dólares -explica-. Si se salen con la suya, ya puedo decirle adiós a este salón, a esta casa y a todo cuanto tengo. Me dejarían en la calle».
Sin embargo, Armstrong matiza que la cosa «no tiene mala pinta». Para empezar, en los pleitos de este tipo, el veredicto de culpabilidad tan solo se consigue cuando el jurado lo decide de forma unánime, y el ciclista considera que el equipo US Postal (representante del servicio de correos estadounidense) no va a poder demostrar que sufrió pérdidas económicas sostenidas por su culpa. «En un caso de este tipo, el querellante tiene que dejar meridianamente claros los perjuicios causados al Gobierno federal -indica-. El servicio de correos en 2004 encargó unos estudios reveladores de que estaban sacándose cien millones de dólares al año gracias a mí. Hubo años en los que ganaron hasta veinte millones, incluso antes del comienzo de la temporada. Si uno ve estas cifras, es inevitable que se pregunte: '¿Dónde están los perjuicios?'».
«¡Hay mucho dinero de por medio! y yo no he sido el mayor estafador»
Sobre la posibilidad de que le levanten la prohibición de volver a competir es menos optimista. Lo considera «muy poco probable». Sigue manteniendo conversaciones con Travis Tygart, pero dice que ya no tiene nada más que ofrecer a cambio de un eventual perdón. «¿Qué quieren que haga? ¿Que dé más nombres? ¿Que acuse a otros más de haberse dopado? Yo ya no sé qué hacer. ¡Un poco de seriedad, por favor! Siempre puedo dar el nombre de esta u otra persona del US Postal, pero no sé para qué serviría. Para fastidiarle la vida a otro más, supongo... Pero, claro, si me preguntan de forma directa, voy a tener que dar una respuesta. Tampoco me siento obligado a proteger a otros. ¿A estas alturas? ¡Qué coño!».
Armstrong se siente injustamente tratado por todo el proceso judicial. «Me gustaría hablar con seriedad de lo sucedido, como adultos que somos: 'Mire usted, lo que pasó fue esto, esto y esto. Los involucrados fueron estos otros, hay que marcar unos límites claros y pasar página'. Pero no fue eso lo que sucedió. Había muchas expectativas y un montón de dinero de por medio. Me llegó el turno de hablar y no me corté un pelo. Respondí a todas las preguntas que me hicieron. Pero me jodieron a base de bien. Además, no aspiro a convertirme en director de un equipo o volver al Tour para que me den palmaditas en la espalda». Entonces, ¿por qué insiste en ser perdonado? «En primer lugar, porque me gustaría competir en triatlón. Y, en segundo, porque la gente se ha quedado con la imagen de que soy el mayor estafador en la historia del deporte... y eso no es verdad».
Su última apuesta ha levantado ampollas
Ahora vuelve a ponerse bajo los focos. Cookson expresó el sentir de muchos cuando describió la participación de Armstrong en paralelo al Tour como «un despropósito y una falta de respeto absolutos». Lance lo tiene claro: «Lo que digan me da igual. No conozco a Cookson; no he hablado con él en la vida. Pero el último de sus problemas es que yo vaya en bicicleta por Francia por una buena causa. Más le valdría ocuparse de otros asuntos, porque no creo que el ciclismo haya mejorado en lo más mínimo desde que yo dejé de competir».
A prueba
Armstrong pasa una prueba de indicadores de cáncer para una investigación el pasado febrero. Hace 19 años sufrió un cáncer de testículo del que se recuperó. Tres años después, entre 1999 y 2005, logró siete triunfos en el Tour.
Una familia unida... pese a todo
Armstrong tiene cinco hijos. Tres de su primer matrimonio con Kristin Richard y dos de su actual pareja, Anna Hansen. Él admite que fue duro reconocer sus adicciones y mentiras a sus hijos, pero ellos siempre lo han apoyado.
La mujer que resistió
Anna Hansen es la pareja de Armstrong desde 2008. No están casados. Juntos han pasado todo el 'calvario' desde que en 2012 él fue acusado de dopaje. Entre 2003 y 2006, salió con la cantante Sheryl Crow.
La película que viene
Se titula The program y cuenta el ascenso y caída de Armstrong. Dirigida por Stephen Frears, protagonizada por Ben Foster que ha logrado mimetizarse con el ciclista y con Dustin Hoffman y Guillaume Canet en el reparto.
La nueva mentira de Armstrong
El suceso en sí mismo no era muy importante, pero un conductor que se da a la fuga siempre es noticia. Eso pasó en diciembre en Aspen. Al salir de una fiesta, Armstrong y Anna Hansen golpearon con su coche a otros dos vehículos aparcados y se largaron sin avisar. La denuncia de uno de los afectados llevó a realizar una investigación. Hansen aseguró al día siguiente que era ella la que conducía, pero un testigo vio que lo hacía Armstrong. Finalmente, Hansen reconoció que mintió. Los cargos se redujeron a exceso de velocidad y una multa por no informar del accidente, pero la fama de mentiroso del ciclista volvió a los titulares.
El ciclista se queja de la hipocresía que, en su opinión, impera en el ciclismo y sus altas esferas. El principal blanco de su ira es Brian Cookson, el presidente de la Unión Ciclista Internacional (UCI), organismo que rige esta disciplina. Lance afirma que Cookson debería centrarse en los incontables problemas del ciclismo, en lugar de criticarlo a él por participar en una carrera benéfica, por mucho que dicha carrera tenga lugar en paralelo al Tour de Francia, el escenario de los principales 'crímenes' deportivos cometidos por el estadounidense. También le indigna la demanda judicial de cien millones de dólares interpuesta por Floyd Landis, su antiguo compañero en el equipo US Postal, a la que el Gobierno de los Estados Unidos se sumó en 2013. Armstrong asegura que podría dejarlo en la ruina, aunque dice sentirse «optimista» sobre sus probabilidades de ganar el juicio. Y, por supuesto, Armstrong sigue batallando para que le levanten la prohibición de volver a competir.
Amenazas, prohibiciones, libros escandalosos...
«He pasado por todo -dice Armstrong-. Por una investigación gubernamental, una investigación criminal, una investigación civil, la amenaza del encarcelamiento por perjurio, las amenazas del organismo antidopaje de prohibirme volver a montar en bicicleta, libros escandalosos... Pero lo tengo todo atado. Hablo en serio». Tomando una cerveza en su casa de Aspen, Armstrong menea la cabeza. «La situación no va a seguir así eternamente, no va a ser para siempre. No puede funcionar; la gente no es idiota».
En este rincón de lujo de las Montañas Rocosas acaban de terminar unas jornadas de entrenamiento para los corredores que participan en One Day Ahead, la carrera en paraleo al Tour organizada por el antiguo futbolista inglés Geoff Thomas, con la intención de recaudar un millón de libras para la organización Cure Leukaemia, en la que el texano corre.
Durante los dos últimos días, Armstrong ha estado llevando al grupo por distintas rutas cercanas a Aspen, que me muestra en coche. En el camino de regreso hacemos un alto para almorzar en la taberna Woody Creek, antaño frecuentada por el periodista y escritor norteamericano Hunter S. Thompson, famoso por vivir al límite. Durante la comida, Armstrong insiste en leerme la conocida nota de Thompson en la que el periodista compartía con sus lectores su dieta diaria: «Diez de la mañana, unas gotas de LSD; 11 horas, Chartreuse, cocaína y marihuana; 11.30, cocaína (etcétera, etcétera); 12 de la noche, Hunter S. Thompson ahora está preparado para escribir». Armstrong dice a continuación: «Nada de esto era una invención». La escena de la lectura tiene su punto surrealista.
Por la tarde, Armstrong y su pareja, Anna Hansen, montan una barbacoa en casa e invitan a familiares y amigos. Sus hijos -tres de ellos los tuvo con su exmujer, Kristin, y dos con su pareja actual- corretean por la vivienda, entrando y saliendo de las habitaciones. A pesar de su simpatía y el buen ambiente en el que vive, Armstrong tiene aspecto fatigado y aparenta todos y cada uno de sus 43 años.
"La gente va a pensar que soy un cabrón arrogante"
Hace un tiempo, un compañero y también rival, el ciclista Christophe Bassons, habló de la posibilidad de que Armstrong se suicidase. Le pregunto a él qué pensó al leer las declaraciones del francés. Menea la cabeza y responde: «Diga lo que diga, la gente va a pensar que soy un cabrón arrogante. Y bien, agradezco que Bassons se preocupe por mí, pero eso que dice del suicidio no tiene ningún sentido. Yo estoy bien».
Sin embargo, y como él mismo reconoce, el antaño hombre de éxito se ha convertido en un paria que reside en una especie de lujoso purgatorio. La mayor parte del tiempo la pasa jugando al golf. «Eso sí que es para pegarse un tiro. ¡No hay forma de que mejore mis putos golpes!». No sale de compras ni frecuenta bares o clubes nocturnos. «Porque no tengo ganas de charlar con desconocidos ni perder el tiempo en chorradas», apuntala.
Lance prefiere relacionarse con sus familiares o con los amigos de verdad. Scott Mercier, el antiguo compañero de equipo que abandonó la competición porque no estaba dispuesto a doparse, hoy es uno de sus íntimos.
Pero Armstrong tampoco es un hombre que mueva a la compasión. No vive precisamente en la miseria. A pesar del dopaje, las mentiras, la intimidación, las amenazas formuladas contra toda persona que lo incomodara y los interminables pleitos judiciales, sigue codeándose con algunos de los individuos más ricos del mundo. Muchas personas piensan que su peor defecto es su aparente falta de arrepentimiento. Armstrong responde que está «evolucionando en ese sentido, como tiene que hacer un hombre».
Tanto él como Hansen -su mujer- visitan a un psicólogo con regularidad. «Todos podemos mejorar -afirma-. Está claro que a mí me queda mucho camino por recorrer en ese campo. Reconozco que durante mucho tiempo fui un capullo absoluto. Durante 20 o 30 años estuve haciendo lo que me venía en gana, y todo cristo me reía las gracias sin parar». Y añade: «Eso complica mucho las cosas... Sobre todo cuando eres joven, en la primera adolescencia. Y luego llegan los éxitos, las victorias, el dinero, la fama, y no haces más que comerte el mundo. Así no hay quien aprenda a relacionarse debidamente con los demás».
«Pero hay cosas de las que no me arrepiento -agrega-. Sí que lo siento por aquellos que creían en el deporte, que eran mis admiradores, que siempre me apoyaron y defendieron y que al final se sintieron traicionados. Es natural que me sienta muy arrepentido por todo eso. Pero las demás cosas [sus continuos pleitos con este u otro organismo ciclista] son pura carnaza para la prensa. La cosa casi se ha convertido en una pequeña industria».
La posibilidad de verse arruinado
Hay quienes nunca van a perdonarlo hasta que se vea privado de todo lo que tiene. Y podría suceder. El Gobierno estadounidense le ha puesto una querella que, según asegura, lo dejaría en la ruina si la perdiera. «Están pidiendo una indemnización de cien millones de dólares -explica-. Si se salen con la suya, ya puedo decirle adiós a este salón, a esta casa y a todo cuanto tengo. Me dejarían en la calle».
Sin embargo, Armstrong matiza que la cosa «no tiene mala pinta». Para empezar, en los pleitos de este tipo, el veredicto de culpabilidad tan solo se consigue cuando el jurado lo decide de forma unánime, y el ciclista considera que el equipo US Postal (representante del servicio de correos estadounidense) no va a poder demostrar que sufrió pérdidas económicas sostenidas por su culpa. «En un caso de este tipo, el querellante tiene que dejar meridianamente claros los perjuicios causados al Gobierno federal -indica-. El servicio de correos en 2004 encargó unos estudios reveladores de que estaban sacándose cien millones de dólares al año gracias a mí. Hubo años en los que ganaron hasta veinte millones, incluso antes del comienzo de la temporada. Si uno ve estas cifras, es inevitable que se pregunte: '¿Dónde están los perjuicios?'».
«¡Hay mucho dinero de por medio! y yo no he sido el mayor estafador»
Sobre la posibilidad de que le levanten la prohibición de volver a competir es menos optimista. Lo considera «muy poco probable». Sigue manteniendo conversaciones con Travis Tygart, pero dice que ya no tiene nada más que ofrecer a cambio de un eventual perdón. «¿Qué quieren que haga? ¿Que dé más nombres? ¿Que acuse a otros más de haberse dopado? Yo ya no sé qué hacer. ¡Un poco de seriedad, por favor! Siempre puedo dar el nombre de esta u otra persona del US Postal, pero no sé para qué serviría. Para fastidiarle la vida a otro más, supongo... Pero, claro, si me preguntan de forma directa, voy a tener que dar una respuesta. Tampoco me siento obligado a proteger a otros. ¿A estas alturas? ¡Qué coño!».
Armstrong se siente injustamente tratado por todo el proceso judicial. «Me gustaría hablar con seriedad de lo sucedido, como adultos que somos: 'Mire usted, lo que pasó fue esto, esto y esto. Los involucrados fueron estos otros, hay que marcar unos límites claros y pasar página'. Pero no fue eso lo que sucedió. Había muchas expectativas y un montón de dinero de por medio. Me llegó el turno de hablar y no me corté un pelo. Respondí a todas las preguntas que me hicieron. Pero me jodieron a base de bien. Además, no aspiro a convertirme en director de un equipo o volver al Tour para que me den palmaditas en la espalda». Entonces, ¿por qué insiste en ser perdonado? «En primer lugar, porque me gustaría competir en triatlón. Y, en segundo, porque la gente se ha quedado con la imagen de que soy el mayor estafador en la historia del deporte... y eso no es verdad».
Su última apuesta ha levantado ampollas
Ahora vuelve a ponerse bajo los focos. Cookson expresó el sentir de muchos cuando describió la participación de Armstrong en paralelo al Tour como «un despropósito y una falta de respeto absolutos». Lance lo tiene claro: «Lo que digan me da igual. No conozco a Cookson; no he hablado con él en la vida. Pero el último de sus problemas es que yo vaya en bicicleta por Francia por una buena causa. Más le valdría ocuparse de otros asuntos, porque no creo que el ciclismo haya mejorado en lo más mínimo desde que yo dejé de competir».
A prueba
Armstrong pasa una prueba de indicadores de cáncer para una investigación el pasado febrero. Hace 19 años sufrió un cáncer de testículo del que se recuperó. Tres años después, entre 1999 y 2005, logró siete triunfos en el Tour.
Una familia unida... pese a todo
Armstrong tiene cinco hijos. Tres de su primer matrimonio con Kristin Richard y dos de su actual pareja, Anna Hansen. Él admite que fue duro reconocer sus adicciones y mentiras a sus hijos, pero ellos siempre lo han apoyado.
La mujer que resistió
Anna Hansen es la pareja de Armstrong desde 2008. No están casados. Juntos han pasado todo el 'calvario' desde que en 2012 él fue acusado de dopaje. Entre 2003 y 2006, salió con la cantante Sheryl Crow.
La película que viene
Se titula The program y cuenta el ascenso y caída de Armstrong. Dirigida por Stephen Frears, protagonizada por Ben Foster que ha logrado mimetizarse con el ciclista y con Dustin Hoffman y Guillaume Canet en el reparto.
La nueva mentira de Armstrong
El suceso en sí mismo no era muy importante, pero un conductor que se da a la fuga siempre es noticia. Eso pasó en diciembre en Aspen. Al salir de una fiesta, Armstrong y Anna Hansen golpearon con su coche a otros dos vehículos aparcados y se largaron sin avisar. La denuncia de uno de los afectados llevó a realizar una investigación. Hansen aseguró al día siguiente que era ella la que conducía, pero un testigo vio que lo hacía Armstrong. Finalmente, Hansen reconoció que mintió. Los cargos se redujeron a exceso de velocidad y una multa por no informar del accidente, pero la fama de mentiroso del ciclista volvió a los titulares.
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