Peter Falk, el teniente Colombo y el perro - LA PRIMERA MAREA DE HACHIS - TORREMOLINOS 1977, fotos,.
La primera marea de hachís
La serie 'Brigada Costa del Sol' se inspira en un grupo policial pionero en la investigación del narcotráfico en España. Así nació la leyenda. Reconstruimos los pasos iniciales del narcotráfico por el Torremolinos de las suecas, el destape y los albores de la democracia con uno de los seis policías de la auténtica 'Brigada Costa del Sol'. Corría 1977...
Patrullaban en un Seat 127 y un Simca 1200, nada confortables para las interminables vigilancias nocturnas, que sobrellevaban a base de bocadillos, cervezas y mucho tabaco. Perseguían a los narcos por aquellas carreteras de Dios mientras tarareaban su particular himno, una letra del grupo Los Llopis con la que se identificaban: «Otra noche más que no duermo... Otra noche más que se pierde». El ritmo de trabajo era trepidante. «Sabíamos cuándo salíamos, pero nunca cuándo regresábamos», asegura a este periódico Fernando Martínez Camacho (Cúllar, 1947), apodado 'El chino'. Él fue uno de los seis inspectores de Policía que, procedentes de distintas plantillas, echaron a andar el Grupo Especial de Investigación de Estupefacientes Costa del Sol en enero de 1976. Entonces, nadie sabía quiénes eran. Hoy son leyenda.
Las andanzas de aquel mítico grupo de treintañeros, al que posteriormente se sumarían otros tres integrantes, han inspirado la serie recientemente estrenada en televisión 'Brigada Costa del Sol'. La ficción ha traído a la memoria, «con más errores que aciertos», según Martínez Camacho, los orígenes de la única unidad en España que nació con denominación de origen. Su campo de actuación era todo el litoral malagueño, aunque su campo base lo tenían en la comisaría de Torremolinos, que por entonces era un barrio más de Málaga hasta que fue desanexionado en septiembre de 1988. Allí les cedieron «dos cuartuchos interiores, con cuatro sillas viejas, una máquina de escribir, un armario donde se guardaban los folios para instruir las diligencias, un archivador y un perchero», describe José Cabrera, otro de los inspectores del grupo (ya fallecido) en su libro 'Vivencias de un policía. Tráfico de drogas en la Costa del Sol 1976-1992'.
Fernando Martínez Camacho Inspector del grupo«No teníamos ni idea de drogas y tuvimos que hacer un curso en Madrid»
José Cabrera (fallecido)Inspector del grupo«El grupo irrumpió como un elefante en cacharrería entre la red del narcotráfico»
En busca del 'sun, sea & sex'
En aquella década dorada de Torremolinos, los turistas centroeuropeos y escandinavos llegaban por miles todas las semanas en busca de lo que algunos resumieron en las tres 's': 'sun, sea & sex' (sol, playa y sexo). Sabían que la diversión estaba asegurada a cualquier hora, especialmente por la noche en las cientos de discotecas, salas de fiesta y tablaos flamencos que surgieron como setas en la zona. Los jóvenes españoles acudían al reclamo de las liberadas suecas en aquel oasis de tolerancia. Mientras tanto, el régimen, con Franco todavía vivo, hacía la vista gorda. Las divisas entraban a raudales y perdonaban comportamientos que no se ajustaban a la encorsetada moralidad de la época.Torremolinos respiraba libertad, pero aquel movimiento extraordinario de personas, el ambiente festivo casi permanente y la proximidad con Marruecos (en aquel momento, el mayor productor de hachís del mundo) propiciaron la entrada de droga para satisfacer la demanda de esos nuevos consumidores. «Hasta ese momento, la droga nunca había sido un problema en Málaga; lo que se perseguía era el contrabando de tabaco, muy extendido por la cercanía con Gibraltar. Hubo pescadores, que en su día se prestaron a este negocio, que luego se pasaron al tráfico de hachís por las enormes ganancias que dejaba», recuerda Martínez Camacho.
La droga empezaba a penetrar en el tejido social y, tras una directiva de la ONU que advirtió a los gobiernos de la necesidad de crear grupos especializados en la lucha contra el narcotráfico, España decidió constituir en 1967 la Brigada Especial de Investigación de Estupefacientes en Madrid. De ella dependería el grupo Costa del Sol, que fue el primero que se fundó en la periferia del país. «El problema es que no teníamos ni idea de drogas», asegura Martínez Camacho. «Estábamos tan verdes en el asunto que nos mandaron dos semanas a Madrid a dar un curso».
Allí los pusieron al día de las sustancias que había en el mercado y les enseñaron a identificar el hachís (su olor, cómo venía empaquetado...), la grifa, la heroína, la cocaína, el LSD... De vuelta a Málaga quedaron a las órdenes de Augusto Blanco Castilla. «No sabíamos por dónde empezar, pero decidimos que lo más fácil sería localizar a pequeños consumidores para que con el tiempo nos llevaran hasta los traficantes. En aquel momento, el consumo estaba prohibido y les amenazábamos con detenerlos si no nos pasaban información. Así fue como nos fuimos infiltrando y haciendo con una red de colaboradores», explica.
Vestían de paisano y su indumentaria informal les ayudaba a pasar inadvertidos en los barrios marginales. También en la movida nocturna que, concentrada en la zona de Montemar, se convirtió en un caladero idóneo para echar las redes y esperar a que cayera un pez gordo. Aquel grupo de policías al más puro estilo Starsky y Hutch, con deportivas, chupas de cuero y portando sus 'magnum' en las sobaqueras, tenían claro que había que «alternar» para obtener información. «Y si no caía nada, pues un poquito de juerga no le venía mal al cuerpo», recoge Cabrera en el libro.
En los inicios, detener a alguien fumando un porro ya era un éxito para el grupo, pero su objetivo estaba en los traficantes. Eso les obligó a hacer seguimientos y a pinchar teléfonos. «Al principio, había que hacer guardias y esperar a que sonara para ponerte a escuchar», relata Martínez Camacho, que admite que todo fue mucho más sencillo cuando les llegó un magnetófono, que saltaba de forma automática y empezaba a grabar cuando entraba la señal. Repasa con este periódico las horas interminables que se tiraban buscando direcciones en la guía de teléfonos. «Cuando los traficantes efectuaban una llamada desde aquellos teléfonos antiguos de disco, intentábamos averiguar a qué número llamaban contando los pulsos de la marcación cuando la rueda volvía a su posición inicial. Así conseguimos muchos de ellos y luego, en función del dígito por el que empezara, ya sabíamos a qué municipio pertenecía. Ya solo era cuestión de repartirse la guía e ir buscando uno por uno hasta dar con el número y, con él, la dirección del traficante».
Agentes infiltrados
A aquel trabajo artesanal se unió muchas veces la necesidad de hacerse pasar por 'malos' para llegar hasta ellos. Actuaban como agentes encubiertos y en lugar del Seat 127 o el Simca 1200 aparecían en el escenario del intercambio conduciendo un Mercedes y con maletines de 200.000 dólares falsos, con algunas miles de pesetas de curso legal para despistar. «Era material aprehendido en otras operaciones, como cuando pillamos un cargamento con 1.800 kilos de hachís que viajaba en un velero hacia Italia. Se les averió el motor y al llegar a puerto descargaron la mercancía, con tan mala suerte que al intentar venderla lo hicieron a un colaborador nuestro que nos dio el chivatazo. No solo nos hicimos con la droga, sino también con el Mercedes, que era robado. Hasta que la Interpol localizó a su verdadero propietario y vino a recogerlo nos salvó más de una operación. En aquellos años no había depósitos judiciales de vehículos ni una regulación sobre su uso policial como hoy en día», subraya Martínez Camacho.El éxito del grupo fue tal que llegaron a interceptar el 30% de la droga que circulaba por la Costa del Sol en un momento en el que La Línea y Algeciras aún no estaban tan volcadas en el tráfico de estupefacientes. Aún así, ya había clanes con lanchas, similares a las que hoy pueden tener los narcos de la comarca del Campo de Gibraltar, con nombres tan provocadores como 'See You Later' (Nos vemos pronto). «El grupo irrumpió como un elefante en una cacharrería entre las muy bien tejidas redes del narcotráfico. A partir de ese momento nada sería igual. Los traficantes sabían que los teléfonos se podían intervenir y que teníamos mucha información: conocíamos físicamente a muchos de ellos y podíamos sorprenderles en cualquier momento», cuenta José Cabrera en 'Vivencias de un policía'.
Martínez Camacho recuerda las persecuciones con el Seat 127 a vehículos de alta gama por la antigua nacional N-340. Su destreza al volante era conocida y los compañeros confíaban en su habilidad conduciendo, pero también en su memoria. «Solía ir siempre por el carril izquierdo y fijándome en las matrículas de los vehículos que venían de frente. En un comunicado, la Interpol nos puso sobreaviso de la llegada de un marroquí a la Costa del Sol para hacer un pase de droga. Conducía un Mercedes con matrícula FNW, más unos números que yo memoricé con una regla nemotécnica: 'Fuerzas Navales del Water'. Un día de regreso a Málaga nos lo cruzamos. Dimos la vuelta y los seguimos hasta un chalé en primera línea de playa. Desde allí introducían la droga», relata Martínez Camacho con una prodigiosa memoria a sus 71 años.
Trabajaron codo con codo hasta 1982, en que se disolvió el grupo. «Nacieron otros y nosotros estábamos ya muy quemados», asegura. En sus primeros cuatro años, ya contaban con miles de kilos incautados, 800 detenciones y 16 organizaciones nacionales e internacionales desarticuladas. Aquello les valió numerosas felicitaciones públicas y casi todos recibieron la medalla al mérito policial. Martínez Camacho puede presumir de dos con distintivo rojo y «pensionadas», recalca. Hoy, tras una jubilación anticipada, ya como comisario, a los 53 años por una enfermedad neurodegenerativa, echa la vista atrás y recuerda orgulloso «aquellos maravillosos años».
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