Jaime tenía un complejo de Edipo impresionante”, comienza su historia Marina, de 30 años. Aunque nunca ha pasado por el diván del psicólogo, Marina manipula el vocabulario psicológico con aplomo de especialista. De hecho, no dudó en utilizarla como un arma arrojadiza contra su novio en cuanto lo vio necesario. “Él se enfadaba mucho cuando le sacaba el tema, pero es que, en 10 años de relación, jamás tomó una decisión sin consultarme, ya fuera cambiar de trabajo o elegir una película. Creo que es lo que se llama, en Psicología, una transferencia. ¡Me había convertido en su madre!”.
Su obsesión, indagar en el pasado de Jaime buscando respuestas, fue la peor idea que pudo tener. “Quise averiguar más cosas sobre su infancia, sus traumas, la relación con su madre... Él no lo pudo soportar. Sentía que estaba violando su intimidad”, reconoce Marina. La pareja, claro, saltó por los aires. Tras esta mala experiencia, ella jura y perjura que no volverá a repetir el error: “En mi nueva relación me limito a vivir el instante, no trato de darle vueltas a las cosas ni de ir más allá. Y disfruto como nunca. He aprendido que analizar todo puede ahogar el amor”.
¡Abandona ese cuerpo!
¿Quién no ha participado alguna vez en ese juego, aparentemente inocente, de la disección psicológica del amor? Desnudar el inconsciente del otro para comprender (al fin) las manías que tanto nos agobian es tentador. Descubrir también, y sobre todo, si él (o ella) nos aman por razones verdaderas y no por repetir un esquema arcaico infantil... Queremos saberlo todo, pero el mejor consejo es no hacerlo. ¡Stop! “Tenemos que parar de buscar las razones de nuestras dificultades amorosas en inconscientes presuntamente dolientes y en infancias supuestamente tortuosas”, se rebela la socióloga Eva Illouz, profesora de la Universidad de Jerusalén y autora del ensayo “Por qué duele el amor” (Ed. Clave Intelectual / Katz). “Con el pretexto de mejorar las relaciones, asistimos a una invasión del vocabulario psicoanálitico en el lenguaje amoroso –reflexiona–. Conceptos freudianos complejos se utilizan a tontas y a locas para racionalizar el amor. No digo que la introspección y el trabajo sobre uno mismo sean inútiles en la vida conyugal, al contrario; pero lamento que la psicología se convierta en el único medio para interpretar nuestros amores”.
Lo mismo opina Olga Córdoba, psiquiatra y psicoterapeuta y coautora, junto a Iñaki Vázquez, del blog de pareja ysinembargotequiero.com. “Cuando, en terapia de pareja, dejamos hablar por turnos a cada cónyuge, escuchamos demasiadas veces frases del tipo: “Entiendo que conmigo reacciona así porque tuvo una madre castradora”; “Ella ve en mí el padre autoritario de su infancia y ahora me hace pagar”. Lo que pretenden estos discursos es intelectualizar un problema con un punto de vista muy interesado. Pero nosotros tenemos que desmontar esas teorías e invitar a la pareja a explicar claramente qué les está sucediendo. Si hay que hacer alguna interpretación psicoanalítica, la haremos nosotros”.
“Strip-tease” del inconsciente
Ana, abogada de 40 años, no concibe que una relación pueda funcionar sin un constante análisis y contra-análisis. “La vida de pareja pone delante de nosotros un espejo implacable –asegura–, pero solo la introspección en común nos permite deshacernos de los automatismos, acceder a nuestros deseos más profundos”. ¿De verdad? ¿De dónde viene esta asunción? Podemos encontrar mil y una razones para justificar el deseo irrefrenable de recostar a la pareja en nuestro diván particular: la influencia de las revistas de divulgación psicológica, los “realities” en los que los amantes airean cada microproblema de su relación, los “best-seller” de autoayuda... Julia, diseñadora gráfica de 38 años, lo justifica de otro modo: “Ese análisis promete ofrecernos las claves del alma. En una sociedad que sufre de ansiedad, posibilita el riesgo cero en el amor”.
“Este fenómeno es chocante en las parejas de la generación post-sida,
analiza el psiquiatra francés Philippe Brenot. Los treintañeros se
agolpan alrededor de la fidelidad, erigida en valor absoluto. El
corolario es que exigen saber todo del otro: leer sus mails y sus SMS,
conocer su historia familiar, disecar su infancia...”.
Sorpresa: los psicólogos reconocen de buena fe el recrudecimiento de lo
que llaman los “análisis salvajes”. “Recibo parejas que se auscultan el
uno al otro a todas horas –cuenta Brenot–. Se juzgan, se
evalúan, se culpabilizan, para intentar explicar el comportamiento
forzosamente insoportable del otro. Entonces para desactivar los dramas,
les digo que dejemos de psicologizar. Pues esta actitud elude lo
esencial: la dificultad de aceptar al otro tal como es”. Que una terapia
iniciada por uno de los integrantes de una pareja estremezca la
relación de los dos no es nuevo. Lo que preocupa a los
profesionales es la generalización de un vocabulario de experto, aun en
personas que nunca han acudido a una consulta. “En lugar de nombrar los
problemas, nos atrincheramos detrás de conceptos abstractos –explica el
psicoanalista Didier Lauru–. En el fondo, es un medio de defensa”. Pero también de ataque: “Los reproches son más dolorosos si se tildan de psicológicos –señala el psiquiatra Stéphane Clerget–. Esta intrusión de un pensar “pseudoanalítico” en la esfera afectiva causa estragos”, reconoce. La psiquiatra y psicoterapeuta Olga Córdoba dictamina que “las personas que tienden a psicologizar las relaciones suelen tener problemas personales no resueltos. Proyectan en los demás sus inseguridades y, al colocarse en el rol de “experto”, se protegen. En vez de asumirlos y buscar soluciones, se dedican a “salvar” a los demás. Huyen de su propia realidad”. Lo sorprendente es que se trata de una situación habitual. “El que intenta psicoanalizar coloca al otro en una posición inferior. Deslizar los problemas de pareja hacia un contexto de “terapia”, protege al que va de terapeuta, porque da por supuesto que los problemas los causa el desequilibrio que sufre su pareja. Esto acarrea muchos conflictos”.
“Las modas psicológicas siguen un movimiento pendular –precisa Luis Muíño, psicólogo y psicoterapeuta–. De las parejas con vidas paralelas y sin comunicación, hemos pasado a “hablarlo todo”. Pero ninguna forma de resolver conflictos funciona con todas las personas ni con todos los problemas. Hablar mucho puede servir para demorar la acción. Es fácil ver a parejas que pueden hablar durante horas de cosas que tienen que cambiar, pero nunca dan el paso para hacerlo. Para muchos, conversar sobre un defecto es más fácil que empezar a resolverlo. Los terapeutas sabemos que muchos problemas no se resuelven: se disuelven. Hay temas que no merece la pena analizar... Si lo resolviéramos todo así, acabaríamos viendo a nuestra pareja como una especie de psicoanalista pesado, denso... y nada divertido. Dejar pasar una gran parte de los conflictos mejora a la larga el clima emocional”.
Terapia o nada
“O vas a terapia o te dejo”. Nicolás, fotógrafo de 48 años,
no olvidará la violencia con la que su ya exmujer le soltó tal frase
una noche, durante la cena. “Acepté, aunque las sesiones me ayudaron más
a salir de una relación tóxica que a retomarla. Y encontré otra
pareja”, recuerda. Hoy es feliz, pero aquello le dejó un
regusto amargo: “El vocabulario del análisis psicológico sigue estando
presente en mi vida conyugal actual... Hace que todo parezca más grave
de lo que es. Siento necesidad de recuperar cierta ligereza, una especie
de inocencia en lo que al amor se refiere”.
Más extremo es el caso de José Juan, un economista de 45 años: su mujer ha leído a Freud y Lacan en su idioma original y profiere sus diagnósticos siempre que puede. “Me siento permanentemente examinado y juzgado por ella”, suspira. Por eso, ha instaurado una nueva regla: nada de confidencias de almohada. “La cama conyugal debe ser lugar de descanso, sexo y juego amoroso. Nada de psicología. Detesto la actitud de los que consideran al inconsciente del otro un continente listo para ser explorado. El amor exige lo contrario: abandono total”. Sin embargo, su pareja, Nathalie, no cede: “Tengo una idea más clara que él de lo que está en juego en su inconsciente. Cuando le someto a mi análisis, se exaspera. Pero cuando supera ese primer enfado, termina por escuchar y eso es lo que hace que nuestra pareja avance”.
¿Antídoto de la pasión?
¿A fuerza de diseccionar tanto al amor no corremos el riesgo de matarlo? “Se
convierte en un objeto de calculo sin fin –reconoce Eva Illouz–.
Necesidades, deseos ocultos, afirmación del yo: todo gira entorno al
tema del Yo, de su satisfacción, de la capacidad para mantener los
intercambios recíprocos y simétricos”. ¿El resultado? Nuestra
sociedad deriva hacia un enfriamiento sentimental, en el que la pasión
se vuelve sospechosa, asimilable a una droga o a una adicción. “El darse
plenamente en una pareja es percibido como una forma infantil de vivir
una relación –continúa la socióloga–. Sin embargo, la pasión
rompe esta economía amorosa que nos imponemos y nos saca del infierno
del ego. Nos compromete totalmente y confirma que estamos vivos”.
La guerra de los psicoataques
“Estúpido”, “necio”, “imbécil”... El clásico vocabulario de las peleas ha pasado a la historia. La psicología nos ofrece un arsenal de descalificaciones más refinadas. ¿Telefonea él (o ella) a su madre tres veces al día? Se evoca a Edipo, “superstar” entre los complejos que torpedean a la pareja. El egocéntrico Narciso le pisa los talones. ¿Él (o ella) frustra nuestras expectativas? Le acusamos de “perverso narcisista”. ¿Se niega a reconocer sus errores? Invoquemos las palabras mágicas “resistencia” o “negación”. ¿Quizá se obstina? Es el momento de sacar el arma secreta: “Reaccionas con prepotencia infantil”. El intercambio de acusaciones puede terminar lastimando mucho, sobre todo si el otro se ha mostrado vunerable. A “la víctima” siempre le queda un recurso: acusar al atacante de estar “proyectando”. Decirle: “¿No querrás decirte todo eso a ti mismo?”.
“Best-sellers”, Amor por la vía rápida
Eso es lo que prometen los libros de autoayuda que se meten en el terreno sentimental, un lucrativo filón para las editoriales, que saben lo que venden los problemas de las parejas. Libros como “Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus”, de John Gray, han sido éxitos planetarios, con 50 millones de ejemplares vendidos. Los “coach” australianos Allan y Barbara Pease vendieron 14 millones de su serie “¿Por qué los hombres... y las mujeres...?”. También prometían la felicidad conyugal o “Las mujeres que aman demasiado”, de Robin Norwood.
TÍTULO; ESTILO, COLGADAS DEL TRAPECIO,.
La amistad cuajó hace cuatro años con el nacimiento de ‘Capicúa’, la compañía catalano-aragonesa que ayer descolgó desde las alturas un catálogo multiartístico sobre el paseo del Espolón con su tercera obra, ‘Cabaret’.
El espectáculo es el arte casi total. En él se combinan danza, acrobacias aéreas, interpretación y magia, marinado todo con una buena dosis de humor y sazonado con una deliciosa música y unas pizcas de sorpresa hasta culminar en el truco final.
«Ofrecemos mucha diversión y sorpresas. La verdad es que la gente responde de maravilla, le gusta el espectáculo porque es muy poético y le hace reír mucho», prometía por la mañana Iris Mur en declaraciones a Diario LA RIOJA a bordo de la furgoneta que acercaba a la compañía a la capital riojana. «Además, el público agradece que juguemos mucho con él, interactuamos con los presentes, sobre todo en la segunda parte de la obra y eso gusta», añadía la artista, preocupada por el riesgo de lluvia anunciado.
‘Capicúa’ cumplió su promesa, pero el cielo no certificó su amenaza y eso ayudó a pergeñar una noche perfecta. Con unos veraniegos 24 grados, una multitud de pie (los centenares de sillas preparados en forma de U habían sido ocupados desde media hora antes) contuvo la respiración, se asombró y rió ante lo que veía en el sencillo escenario habilitado a los pies de la Concha del Espolón.
Sin pestañear
Los más pequeños ni pestañeaban. Como Álvaro, de cinco años, sentado en el suelo entre sus padres, Silvia y Juan Carlos, y con la espalda apoyada en el vallado, quien se limitaba a asentir con la cabeza, la boca entreabierta y los ojos como platos cuando mamá le preguntaba divertida: «¿Te gusta, cariño?».
La historia de madamme Consolata enganchó a Álvaro y como a él a cientos de personas.
La triste protagonista se adormece en una vieja taberna con el recuerdo de su desaparecido marido y de otros tiempos de teatro y circo, un pasado que recuperará, junto a su vieja amiga Camila, con ‘Cabaret’ como homenaje a su recordado esposo. Una vieja canción y un sorbo de pócima la transportan a un mundo de magia, de trapecios, telas, luces, música... y dos misteriosos y sorprendentes baúles.
Con la escenificación de una buena parte de la obra a varios metros de altura, sólo dos personajes (¿o no?), protagonizan el grueso del espectáculo, una historia simple, pero preñada de la magia del circo y del teatro que se desarrolla, sin palabras, sólo con gestos, música y sonidos, entre ropajes y atrezzos, entre armoniosas danzas aéreas, sorprendentes encuentros, situaciones absurdas y divertidos giros. El arte sobrevoló y tocó tierra anoche en el Espolón logroñés.
Un escenario en el vacío a 6,20 metros de altitud
La magia flota en el aire. ‘Capicúa’ construye un escenario suspendido a 6,20 metros del suelo, de él cuelgan el trapecio y las telas sobre las que se desarrolla el núcleo del espectáculo ‘Cabaret’.
Debajo, en el ‘tablado’, el sencillo decorado lo componen una mesita, una silla, dos copas, una botella ‘mágica’ de vino, un trapecio, telas colgantes y, eso sí, dos misteriosos baúles. Pese a la aparente sencillez, su montaje necesita de tres horas de trabajo para regalar luego al auditorio 50 minutos de arte casi total. ‘Cabaret’ es una pieza en la que prima lo visual, pero en la que dejarse llevar por los sentidos es casi una obligación.
El espectáculo se estrenó el pasado octubre y fue bendecido casi de inmediato con el premio Concurso Off de Calle del Pilar de Zaragoza. Ha recorrido ya una treintena de escenarios vascos, catalanes y aragoneses y su magia se derramó anoche en el Espolón.