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Abel Ferrara: “Cada película es una experiencia sagrada”,.
La
jornada de clausura del 16 Festival de Sevilla ha recibido a una de las
leyendas vivas de cine actual, el director italoamericano Abel Ferrara
(Nueva York, 1951). El autor de clásicos como ‘El rey de Nueva York’
(1990) y ‘The Funeral’ (1996), ha mantenido un encuentro con la prensa
para hablar de su película ‘Tommaso’, con la que compite en el Festival
de Sevilla.
Ferrara ha tejido un relato con el que pone en imágenes las obsesiones y ansiedades de un cineasta americano en Roma. Un retrato visceral de una mente torturada para el que el aclamado director vuelve a confiar en Willem Dafoe como protagonista después de ‘Pasolini’, y con el que regresa a la ficción cinco años después.
Para el director de culto, “no se trata de un autorretrato en sentido estricto, aunque sí hay elementos comunes con mis vivencias”, ha sostenido, ya que “todas mis películas son autobiográficas, si no no haría cine”, ha concluido. La línea entre realidad y ficción se hace más corta porque, pese a que “no se trata de un documental”, según ha afirmado el neoyorquino, la cámara interpela al espectador con primeros planos hasta meterse en la mente de los personajes: “He filmado planos hasta con mi teléfono móvil”.
Todos estos ingredientes le han servido para esbozar su posible autorretrato a través de la historia de un director de cine italoamericano, que vive en Roma con su joven mujer y su hija de tres años (las de Ferrara en la vida real). El protagonista navega confusamente por la vida en una película que es a la vez autoexorcismo, terapia y pesadilla, y que conduce al público por el humor, los demonios personales, las adicciones pasadas, la realidad y las ensoñaciones de un hombre que lleva cuarenta años mostrando una mirada personalísima del celuloide.
Ferrara ha manifestado que vivir en Italia desde hace seis años le ha dado la oportunidad de respirar y experimentar al máximo: “Para mí, hacer películas es una oportunidad de involucrarme en el mundo. Una película es una experiencia sagrada”.
Biografía de Abel Ferrara
Punta de lanza del cine independiente americano, Abel Ferrara nació en Nueva York en 1951 de ascendencia italiana e irlandesa. Junto a autores como Scorsese y Cimino, es parte de una generación de icónicos directores que, al calor del thriller urbano, ahondan en la experiencia de los descendientes de esa gran ola migratoria europea. Desde su debut en 1979 con The Driller Killer, ha firmado una larga lista de títulos de culto (en su mayoría en torno a personajes atormentados y autodestructivos) como ‘El rey de Nueva York’ (1990), ‘Teniente corrupto’ (1992), ‘Secuestradores de cuerpos’ (1993), ‘El funeral’ (1996) y ‘Blackout’ (1997). En la última década ha entregado títulos como ‘4:44 Last Day onEarth’ (2011) y ‘Pasolini’ (2014), además de numerosos documentales. En 2011 Locarno le concedió un Premio Honorífico a su trayectoria, un reconocimiento más a una carrera brillante cuya última referencia es ‘Tommaso’, película autobiográfica estrenada en el Festival de Cannes.
En el número 3 de Savile Row se encuentra una tienda de Abercrombie
& Fitch, la cadena norteamericana de moda para hombres famosa por
tener maniquís con abdominales de plástico y vendedores tan perfectos
que parecen de látex. La firma estadounidense se instaló en el corazón
de la calle de la sastrería británica en 2013. Hasta entonces, el rumor
era que si algo tenían que temer las sastrerías que se reparten por este
pedazo del barrio de Mayfair (Hardy Amies, Gieves & Hawkes, Huntsman…)
y en cuyas dependencias se han vestido desde Napoleón hasta la reina
Isabel II, era que Savile Row se convirtiera en otra Bond Street, o sea,
en otra calle llena de establecimientos de marcas de lujo global.
Con la llegada de Abercrombie, el peligro tomó otra fisonomía: Savile Row ya no iba a transformarse en otro pasaje de lujo lleno de turistas asiáticos y rusos con enormes bolsas cubiertas de logos, sino que iba a ser como Oxford Street, la avenida comercial más célebre del planeta. En Bond Street hay mucho para goce de unos pocos que se lo pueden permitir. En Oxford Street hay mucho para todos. Y en Savile Row ha habido desde siempre lo necesario para aquellos que necesitaban justamente eso. Lo justo y necesario. “Hace unos años se creó la asociación Savile Row Bespoke con el fin de proteger y desarrollar la sastrería que aquí llevamos a cabo”, explica Brian Lishak, socio de Richard Anderson, que fue el más célebre sastre de esta calle durante su periodo al frente de Huntsman, la firma más cara de la zona, y que en 2001 decidió abrir un establecimiento con su propio nombre. “Juntos, a través de esa organización, tenemos más poder para mantener nuestro prestigio. Trabajamos con el Gobierno británico con el fin de formar a gente joven en el arte de la sastrería, para que nuestros conocimientos no se pierdan. Nos reunimos periódicamente y tratamos los temas que nos preocupan. Es un avance”
La llegada de Abercrombie & Fitch a Savile Row conmocionó a un
grupo de londinenses que, ataviados con sus trajes más clásicos, se
manifestaron frente a la puerta del establecimiento. Meses más tarde, la
Corte de Westminster era la que fallaba en contra de la firma
norteamericana. Los vecinos la habían denunciado por pintar su segunda
planta de un color no permitido (marrón) en un edificio catalogado. “A
mí me parece mucho más grave la ropa que venden, pero cualquier victoria
es válida”, bromea Jeffrey Doltis, propietario de Savile Row Co., un
negocio de camisería a medida que inició su padre en 1938 y que trata de
mantener el equilibrio entre la tradición, fabricando camisas de
inspiración clásica a medida, y la modernidad, sirviendo a través de
Internet prendas a clientes de más de 37 países. “El futuro de Savile
Row sigue siendo prometedor”, cuenta Mark Henderson, el que fuera
fundador de la asociación Savile Row Bespoke. “Pero no podemos negar que
esta calle es un microcosmos delicado. Creo que ya ha pasado esa época
en que la prensa publicaba día sí, día también que el futuro de la
sastrería pendía de un hilo. Eso ha cambiado porque algunos nos hemos
esforzado en mantener esta calle como el bastión desde el que se
defiende la idea de la elegancia del hombre británico”.
Una camisa a medida de la compañía de Doltis puede costar unos 600
euros y un traje de otra de las firmas más clásicas de la calle, Dege & Skinner,
unos 5.000. “Mira, si bajas andando unos 100 metros, a la izquierda
tienes la tienda de unos muchachos canadienses que venden muchos bolsos.
Y trajes. Ahí, un dos piezas cuesta la mitad. No te diré que porque
esté hecho en China, que lo desconozco, pero sí en gran parte porque, si
en tu dirección aparecen las palabras Savile y Row, el alquiler se
duplica. Y estamos en Mayfair. Te puedes imaginar lo que eso significa”,
informa Robert Whittaker, sastre de la casa. Dege & Skinner es una
de las pocas sastrerías tradicionales que aún se dedican solamente a
hacer piezas a medida. Hardy Amies ya no hace nada a medida e incluso
Gieves & Hawkes ha abierto una tienda en la misma calle solo
dedicada al prêt-à-porter. Curiosamente, cuando las firmas de
lujo que decoran Bond Street, el paseo de Gracia, la calle de Serrano o
la Quinta Avenida se afanan en otorgarse una pátina de autenticidad
ofreciendo servicios de sastrería a medida (aunque en bastantes casos se
limiten a ajustar los puños o los bajos del pantalón), algunas de las
más reputadas y clásicas firmas de sastrería de Savile Row han decidido
recorrer el camino inverso con el fin de sobrevivir. Esa es la paradoja.
El universo del caballero inglés se ha convertido casi en un lugar
común. Cualquier tienda con ínfulas de elegancia clásica tiene un sofá
Chester hecho con algo que imita al cuero, papel en las paredes y
muebles barnizados con el pantone más oscuro. Todos quieren un
trozo de lo que creen que es el mítico Savile Row, incluso quienes han
abierto el único restaurante que hay en la calle, que es un italiano
llamado Sartoria
–referencia obvia a la elegancia– y que vende milanesas de ternera a 30
euros. En el semisótano del edificio de al lado se puede ver a los
sastres y costureras de la tradicional Welsh & Jefferies cosiendo con la misma técnica que practicaron sus padres y sus abuelos.
Hoy la calle es un menú en el que se pueden encontrar muchos de los episodios acaecidos en Londres en los últimos 50 años. Desde la irrupción del pop hasta el advenimiento de los Sloane Rangers, epígonos londinenses de la cultura yuppy, pasando por la llegada de los renovadores de la sastrería, como el diseñador Ozwald Boateng, y el concepto actual de calle museo con vocación de centro turístico, algo que el sastre Lishak no va a esforzarse en desmentir: “Aprovechamos que la mayoría de los turistas con dinero se alojan cerca y pueden venir andando a nuestra tienda. Cada vez vendemos más a extranjeros”. Lishak admite sin pudor que las casas se han ido adaptando a los tiempos introduciendo nuevos tejidos y formas contemporáneas y que han sido, en gran medida, los clientes extranjeros quienes lo han propiciado.
Si existe un establecimiento en la calle que haya sobrevivido a todos
estos vaivenes con inevitable elegancia y que sirva como ejemplo de
todo lo que ha sido, es y será Savile Row, es Huntsman. Pasó de vestir a
Eduardo VII o Winston Churchill a los Rolling Stones y los Beatles,
quienes, por cierto, escogieron como sede de su discográfica, Apple
Records, en el mismo edificio que hoy ocupa Abercrombie & Fitch. La
firma sigue siendo la más cara de la calle, con trajes de hasta 8.000
euros. Su aparentemente humilde entrada esconde un palaciego interior
decorado con cabezas de ciervo, relojes del siglo XIX y hasta una
chimenea en funcionamiento. Como casi todos los locales de esa calle,
cuando uno entra en él se lo encuentra totalmente vacío. Savile Row no
es lugar para curiosear. Solo un par de educadísimos empleados reciben
con una amabilidad perfectamente impostada. A diferencia de la
convicción de que lo van a expulsar por zarrapastroso al entrar en
cualquier tienda de marca de lujo, cuando uno va a los establecimientos
de The Row jamás percibe que alguien le vigile por si roba algo, ni que
la mala educación o la fría distancia sean algo que los dependientes
piensen que es un arma infalible a la hora de distinguir al cliente
potencial del incauto curioso. Aquí siempre son amables, siempre son
elegantes. Para bien o para mal, en Savile Row viven tanto de sus
maneras como de sus ingresos, algo que esta calle única espera que los
millonarios globales, como el chino William Fung, sigan comprendiendo.
Fung adquirió recientemente las casas Huntsman y Gieves & Hawkes.
De la primera ha mantenido intacta la pátina de elegancia casi pop,
pero ha añadido tejidos europeos y trajes a 1.000 euros. De los segundos
ha adquirido no solo el negocio, sino también todas las reliquias que a
través de los años ha ido adquiriendo esta firma centenaria. Retratos
de la familia real, cartas escritas por el almirante Nelson, trajes
victorianos y demás recuerdos de lo que una vez fue el Imperio
Británico. “Hay que enseñarlo todo. Hay que abrirse y dejar de lado el
secretismo que ha acompañado a Savile Row desde siempre”, proclama
Richard Cohen, ejecutivo de Trinity Group, el entramado comercial a
través del que Fung opera en Europa. La llegada del millonario chino a
Savile Row se parece mucho al aterrizaje de magnates rusos y asiáticos
en la Premier League y en el mercado inmobiliario de la capital
británica: quieren la bicicleta porque es bonita, pero si hay que poner
una tercera rueda para no caerse, no les da ningún pudor instalarla.
Solo hace falta enfilar Burlington Gardens, andar unos 50 metros y cruzar Regent Street para adentrarse en el Soho. Allí está la célebre Carnaby Street, epítome del Swinging London y convertida hoy en calle comercial intercambiable. Podría estar en cualquier otra ciudad del mundo. En uno de los callejones que salen de ella, Marlborough Court, se encuentra The Face. Es una tienda regentada por un viejo mod que vende trajes de tres piezas, corbatines, chelsea boots y demás parafernalia de inspiración sesentera. En el escaparate muestra cómo vistieron estos conjuntos tribales los Kinks o George Best. “El negocio va horrible porque el entorno es horrible”, cuenta el propietario, quien ve con estupor que ni el hecho de ser una reliquia en tiempos de adoración por el vintage le sirve para salir adelante. Cuando se le pregunta si Savile Row corre el riesgo de convertirse en Carnaby Street, contesta: “No creo. Siempre habrá millonarios. Habrá peor gusto, pero se seguirá vendiendo”. Nos probamos dos trajes y camisas con chorreras y, al final, le compramos una camiseta. Tal vez le hemos decepcionado. Pero tal vez sea la única venta que haga hoy. “Al otro lado, en Savile Row, con una venta al día ya les debe alcanzar, ¿no?”, bromea. Ya no.
TITULO: El país de El desenfrenado culebrón brasileño de El Dioni ,.
Ferrara ha tejido un relato con el que pone en imágenes las obsesiones y ansiedades de un cineasta americano en Roma. Un retrato visceral de una mente torturada para el que el aclamado director vuelve a confiar en Willem Dafoe como protagonista después de ‘Pasolini’, y con el que regresa a la ficción cinco años después.
Para el director de culto, “no se trata de un autorretrato en sentido estricto, aunque sí hay elementos comunes con mis vivencias”, ha sostenido, ya que “todas mis películas son autobiográficas, si no no haría cine”, ha concluido. La línea entre realidad y ficción se hace más corta porque, pese a que “no se trata de un documental”, según ha afirmado el neoyorquino, la cámara interpela al espectador con primeros planos hasta meterse en la mente de los personajes: “He filmado planos hasta con mi teléfono móvil”.
Todos estos ingredientes le han servido para esbozar su posible autorretrato a través de la historia de un director de cine italoamericano, que vive en Roma con su joven mujer y su hija de tres años (las de Ferrara en la vida real). El protagonista navega confusamente por la vida en una película que es a la vez autoexorcismo, terapia y pesadilla, y que conduce al público por el humor, los demonios personales, las adicciones pasadas, la realidad y las ensoñaciones de un hombre que lleva cuarenta años mostrando una mirada personalísima del celuloide.
Ferrara ha manifestado que vivir en Italia desde hace seis años le ha dado la oportunidad de respirar y experimentar al máximo: “Para mí, hacer películas es una oportunidad de involucrarme en el mundo. Una película es una experiencia sagrada”.
Biografía de Abel Ferrara
Punta de lanza del cine independiente americano, Abel Ferrara nació en Nueva York en 1951 de ascendencia italiana e irlandesa. Junto a autores como Scorsese y Cimino, es parte de una generación de icónicos directores que, al calor del thriller urbano, ahondan en la experiencia de los descendientes de esa gran ola migratoria europea. Desde su debut en 1979 con The Driller Killer, ha firmado una larga lista de títulos de culto (en su mayoría en torno a personajes atormentados y autodestructivos) como ‘El rey de Nueva York’ (1990), ‘Teniente corrupto’ (1992), ‘Secuestradores de cuerpos’ (1993), ‘El funeral’ (1996) y ‘Blackout’ (1997). En la última década ha entregado títulos como ‘4:44 Last Day onEarth’ (2011) y ‘Pasolini’ (2014), además de numerosos documentales. En 2011 Locarno le concedió un Premio Honorífico a su trayectoria, un reconocimiento más a una carrera brillante cuya última referencia es ‘Tommaso’, película autobiográfica estrenada en el Festival de Cannes.
TITULO: El Juego Rana - El Juego Oca - Si hoy es martes, esto es un Brueghel ,.
El Juego Rana - El Juego Oca - Si hoy es martes, esto es un Brueghel , fotos,.
Si hoy es martes, esto es un Brueghel,.
El diablo, tal vez. El mundo de los Brueghel,.
El Museo Nacional de Escultura muestra
las mil caras del diablo a través del mundo de los Brueghel. Dibujos,
pinturas, relieves, moviliario, vido instalación, un conjunto formado
por 108 piezas que estarán reunidas en esta exposición hasta el 3 de
marzo de 2019.
Un proyecto expositivo en torno a dos
obras: Las tentaciones de San Antonio, de Jan Brueghel de Velours
(1600-1625) y Los siete pecados capitales de A. Roegiers (2011). La
exposición se propone como un ejercicio de confrontación y, a la vez, de
diálogo entre obras separadas entre si por cuatrocientos años, que,
utilizando lenguajes y medios técnicos diferentes, recrean un tema que
adquirió en el arte del siglo XVI y en el ámbito flamenco un notable
protagonismo y una originalidad sin precedentes.
La primera de las obras fue realizada
por un gran maestro de la pintura holandesa, Jan Brueghel de Velours. Es
un óleo sobre lienzo, en el que el paisaje cumple un papel esencial. En
el siglo XVI, los pintores flamencos inventan una manera propia de
representar el paisaje, imaginativa y seductora, en el límite entre lo
real y lo imaginario. La naturaleza se convierte en un lugar misterioso,
donde suceden hechos extraordinarios y pesadillas y donde la naturaleza
y los seres que la habitan se confunden con las obsesiones delirantes
del mundo interior. El tema de las tentaciones San Antonio o las
alegorías de los pecados capitales tienen lugar en medio de bosques,
colinas, rocas, ciudades, cabañas y cielos abiertos, animados como seres
antropomorfos y habitados por diablos, seres híbridos y criaturas
extrañas.
Otras pinturas flamencas acompañan a
esta sección poniendo de manifiesto el auge y la riqueza inventiva que
adquirió este mundo de los paisajes endiablados, las tentaciones y las
alegorías de los pecados capitales, en la pintura europea del norte
durante unas pocas generaciones.
Un papel destacado desempeña la serie de
grabados sobre Los siete pecados capitales de Pieter Brueghel el Viejo,
puesto que fue una de estas estampas, «El orgullo», la que directamente
inspiró el cuadro de su hijo, Jan Brueghel, Las tentaciones de San
Antonio, que encabeza la exposición.
La imaginación del gran Brueghel sigue
siendo hoy fecunda. Pues es precisamente esta misma serie de grabados la
que inspira, cuatro siglos después, al artista plástico Antoine
Roegiers (Bélgica, 1980), autor de Les Sept Péchés Capitaux, un ciclo de
dibujos animados en el que cobra vida y movimiento el loco universo de
cada uno de los siete pecados: el orgullo, la lujuria, la gula, la
envidia, la pereza, la avaricia y la cólera. Haciéndoles surgir y
animarse en un movimiento repetitivo y fascinante, el artista recrea en
todos sus detalles el decorado de un mundo imaginario en el que las
criaturas híbridas evolucionan, como empujadas por un aliento demoniaco y
da cuenta de su insospechada riqueza.
Después de un artesanal trabajo
consistente en redibujar detalles de arquitecturas, personajes y
paisajes fabulosos, la video-instalación parece satisfacer un deseo
incumplido del propio Brueghel: abandonar la inmovilidad visual del
grabado y ponerlo todo en movimiento, recorrer los escenarios,
transmutarse y correr de un lado para otro, completar las historias,
contarnos los secretos y las intenciones de cada figura, dilatar el
panorama. Es sorprendente ver cómo dos soportes tan diferentes, el
grabado y la animación digital, pueden ser tan unánimes en la finura en
el detalle, el sentido del humor, la visión maliciosa del mundo y la
imaginación sobre los destinos solitarios de estos seres híbridos y
perdidos en el mundo.
Una temporada en el infierno
Entre 1460 y 1610, la tentación de San Antonio conquista las artes plásticas. La representación de las privaciones del santo y sus visiones diabólicas llegó a ser un artículo muy solicitado en la sociedad flamenca, ansiosa por preservarse de la condena al infierno, un temor colectivo e individual que había cobrado un nuevo auge.
Entre 1460 y 1610, la tentación de San Antonio conquista las artes plásticas. La representación de las privaciones del santo y sus visiones diabólicas llegó a ser un artículo muy solicitado en la sociedad flamenca, ansiosa por preservarse de la condena al infierno, un temor colectivo e individual que había cobrado un nuevo auge.
Las dos grandes invenciones de estos
pintores nórdicos fueron, en primer lugar, el paisaje: la ubicación de
este tormento diabólico en medio de grutas, bosques, ciudades y
castillos en el horizonte. No es el paisaje «heroico» de los italianos.
Es una naturaleza incendiada, negra, llena de energía errática y
salvaje, infectada por las fuerzas metafísicas del mal.
La segunda gran invención fue el
carácter fantasmal y quimérico de la tentación, que se encarna en
mutantes demoniacos vagamente antropomorfos, enloquecidos o seductores,
en homúnculos repugnantes con signos de brutalidad, de estupidez, de
malicia, que embarullan los reinos de la naturaleza: la roca de rostro
humano, el pájaro-soldado, el reptil volante y, en fin, toda suerte de
«disparates». No hay jerarquías y no sabemos dónde dirigir la mirada.
Pronto comprendemos que la necesidad occidental de interpretar ha de ser
sustituida por el placer de ver.
Bruegel el Viejo: el pandemónium de los pecados
El enigmático Bruegel vivió en una Flandes convulsa, cuando la Cristiandad se desangraba partida en dos, en medio de guerras, miserias y furia universal. Atormentadas y pesimistas, las gentes veían abrirse bajo sus pies un abismo infernal donde el demonio, cada vez más encarnizado, y la obsesión por el pecado se agrandaban, en virtud de la creciente autoridad de la Iglesia y los procesos de culpabilización individual.
El enigmático Bruegel vivió en una Flandes convulsa, cuando la Cristiandad se desangraba partida en dos, en medio de guerras, miserias y furia universal. Atormentadas y pesimistas, las gentes veían abrirse bajo sus pies un abismo infernal donde el demonio, cada vez más encarnizado, y la obsesión por el pecado se agrandaban, en virtud de la creciente autoridad de la Iglesia y los procesos de culpabilización individual.
Esta serie fue la que dio al joven
Bruegel su celebridad de gran dibujante. Nos presenta un mundo
embaucador y laberíntico en el que siempre ronda el Maligno. En decenas
de microescenas, hombres, animales, demonios y criaturas de pesadilla,
son mostrados, en un enredo corpóreo, desde arriba, en cuclillas,
enmarañados, en posturas acrobáticas, reptantes, rodeados de centenares
de cosas y detalles.
No podemos despegar la vista. Pero
Bruegel no juzga; es un notario que levanta acta del desenfreno humano:
estupidez, avaricia, crimen, glotonería, procacidad, envidias y muy poca
bondad. Es un mundo doloroso, pero también lúdico, donde asoma el
transgresor aliento de la cultura popular, fundada sobre la
«carnavalización» del mundo y la risa, como compensación a la obediencia
del orden establecido.
El rompecabezas de Bruegel
El magnetismo visual de la tradición flamenca conserva todo su brío nutriendo la imaginación de hoy. La experimentación que combina el lenguaje digital junto con herramientas de los viejos maestros como el dibujo, dan en la obra de un joven artista del siglo XXI como es Antoine Roegiers frutos artísticos de una fertilidad poética tan sutilmente subversiva como lo fue en su tiempo la obra de los Brueghel. Seducido por la libertad y la modernidad del maestro, Roegiers se desliza en la piel de su ilustre predecesor, con el que comparte la finura en el detalle, cierta inclinación a la perversidad, el gusto por la extrañeza y una visión maliciosa del comportamiento humano.
El magnetismo visual de la tradición flamenca conserva todo su brío nutriendo la imaginación de hoy. La experimentación que combina el lenguaje digital junto con herramientas de los viejos maestros como el dibujo, dan en la obra de un joven artista del siglo XXI como es Antoine Roegiers frutos artísticos de una fertilidad poética tan sutilmente subversiva como lo fue en su tiempo la obra de los Brueghel. Seducido por la libertad y la modernidad del maestro, Roegiers se desliza en la piel de su ilustre predecesor, con el que comparte la finura en el detalle, cierta inclinación a la perversidad, el gusto por la extrañeza y una visión maliciosa del comportamiento humano.
Su método creativo tiene mucho de
artesanal. Con impecable maestría técnica, Roegiers redibuja por
separado arquitecturas, personajes y geografías, como en un
rompecabezas, despiezando los miembros del cuerpo, variando el punto de
vista y aislando los elementos del paisaje, que le permitirán luego
describir los destinos de esa miríada de seres híbridos, solitarios y
perdidos.
Bruegel animado: un juego de espejos con el siglo XXI
Empujados por un soplo poético e inquietante, los extraños protagonistas de los pecados se ponen en movimiento. La gran locura flamenca cobra vida. Roegiers explora un gran hallazgo compositivo de las estampas bruegelianas: la simultaneidad de miniacontecimientos, ese patchwork de microrrelatos que ocupan el paisaje y que forman un «milhojas» de escenas superpuestas.
Empujados por un soplo poético e inquietante, los extraños protagonistas de los pecados se ponen en movimiento. La gran locura flamenca cobra vida. Roegiers explora un gran hallazgo compositivo de las estampas bruegelianas: la simultaneidad de miniacontecimientos, ese patchwork de microrrelatos que ocupan el paisaje y que forman un «milhojas» de escenas superpuestas.
Es como si, centenares de años después,
Brueghel viese satisfecho un anhelo entonces inalcanzable: abandonar la
inmovilidad visual del grabado y contarnos los secretos y las
intenciones de cada trama, completar las historias, hacer un efecto de
zoom sobre el panorama.
En un movimiento repetitivo y
fascinante, el decorado se anima: de una «nada vacía» surgen
encapuchados o figuras que avanzan a gatas; cabezas-patas que recorren
bosques; una misteriosa soldadesca que corre en pos de algo, caracoles y
orugas que se arrastran sobre el terreno o se lanzan por el aire sobre
su presa. El artista hace entrar al espectador en el interior de los
dibujos para pasearle más allá de donde le había llevado Bruegel. Le
convierte en un ávido voyeur.
TITULO: EL JUEGO LA PERA - EL JUEGO RELOJ - El imperio de la sastrería ,.
EL JUEGO LA PERA - EL JUEGO RELOJ - El imperio de la sastrería , , fotos,.
El imperio de la sastrería,.
Savile Row es desde hace más de dos siglos el paraíso del buen vestir al más puro estilo británico. Hoy lucha por sobrevivir,.
Con la llegada de Abercrombie, el peligro tomó otra fisonomía: Savile Row ya no iba a transformarse en otro pasaje de lujo lleno de turistas asiáticos y rusos con enormes bolsas cubiertas de logos, sino que iba a ser como Oxford Street, la avenida comercial más célebre del planeta. En Bond Street hay mucho para goce de unos pocos que se lo pueden permitir. En Oxford Street hay mucho para todos. Y en Savile Row ha habido desde siempre lo necesario para aquellos que necesitaban justamente eso. Lo justo y necesario. “Hace unos años se creó la asociación Savile Row Bespoke con el fin de proteger y desarrollar la sastrería que aquí llevamos a cabo”, explica Brian Lishak, socio de Richard Anderson, que fue el más célebre sastre de esta calle durante su periodo al frente de Huntsman, la firma más cara de la zona, y que en 2001 decidió abrir un establecimiento con su propio nombre. “Juntos, a través de esa organización, tenemos más poder para mantener nuestro prestigio. Trabajamos con el Gobierno británico con el fin de formar a gente joven en el arte de la sastrería, para que nuestros conocimientos no se pierdan. Nos reunimos periódicamente y tratamos los temas que nos preocupan. Es un avance”
Hace unos años se creó la asociación Savile Row Bespoke para proteger y desarrollar la sastrería mas clásica
El único restaurante que hay en la calle es un italiano llamado Sartoria que vende milanesas de ternera a 30 euros
Hoy la calle es un menú en el que se pueden encontrar muchos de los episodios acaecidos en Londres en los últimos 50 años. Desde la irrupción del pop hasta el advenimiento de los Sloane Rangers, epígonos londinenses de la cultura yuppy, pasando por la llegada de los renovadores de la sastrería, como el diseñador Ozwald Boateng, y el concepto actual de calle museo con vocación de centro turístico, algo que el sastre Lishak no va a esforzarse en desmentir: “Aprovechamos que la mayoría de los turistas con dinero se alojan cerca y pueden venir andando a nuestra tienda. Cada vez vendemos más a extranjeros”. Lishak admite sin pudor que las casas se han ido adaptando a los tiempos introduciendo nuevos tejidos y formas contemporáneas y que han sido, en gran medida, los clientes extranjeros quienes lo han propiciado.
Los dependientes son siempre amables y elegantes. En Savile Row viven tanto de sus maneras como de sus ingresos
Solo hace falta enfilar Burlington Gardens, andar unos 50 metros y cruzar Regent Street para adentrarse en el Soho. Allí está la célebre Carnaby Street, epítome del Swinging London y convertida hoy en calle comercial intercambiable. Podría estar en cualquier otra ciudad del mundo. En uno de los callejones que salen de ella, Marlborough Court, se encuentra The Face. Es una tienda regentada por un viejo mod que vende trajes de tres piezas, corbatines, chelsea boots y demás parafernalia de inspiración sesentera. En el escaparate muestra cómo vistieron estos conjuntos tribales los Kinks o George Best. “El negocio va horrible porque el entorno es horrible”, cuenta el propietario, quien ve con estupor que ni el hecho de ser una reliquia en tiempos de adoración por el vintage le sirve para salir adelante. Cuando se le pregunta si Savile Row corre el riesgo de convertirse en Carnaby Street, contesta: “No creo. Siempre habrá millonarios. Habrá peor gusto, pero se seguirá vendiendo”. Nos probamos dos trajes y camisas con chorreras y, al final, le compramos una camiseta. Tal vez le hemos decepcionado. Pero tal vez sea la única venta que haga hoy. “Al otro lado, en Savile Row, con una venta al día ya les debe alcanzar, ¿no?”, bromea. Ya no.
TITULO: El país de El desenfrenado culebrón brasileño de El Dioni ,.
El Martes -14- Enero 22:00 por la Sexta,fotos.
El desenfrenado culebrón brasileño de El Dioni,.
El guardia jurado venido a menos que en 1989 se llevó 300 millones de pesetas del furgón de seguridad que custodiaba llegó hasta Brasil tratando de emular la vida de lujo de su ídolo Julio Iglesias
De todo lo que ha contado Dionisio Rodríguez Martín a quien ha
querido o tenido que escucharle sólo hay una afirmación que puede ser
considerada absolutamente verdadera: le gusta Julio Iglesias. Lo demás
no hay por dónde cogerlo: una mezcla constante de medias verdades y
falsedades totales. Si alguien intentara relatar los hechos en los que
intervino sobre la base de lo que él confiesa, acabaría paralizado por
la perplejidad. No cuadran ni las horas y el baile de nombres es
constante. Recuerda a uno de esos culebrones malos, más que malos,
pésimos, en los que los personajes aparecen y desaparecen sin motivo
alguno.
Hay, desde luego, hechos fuera de duda. A saber:
— Dionisio Rodríguez Martín, Dioni, nacido en Madrid el 31 de octubre de 1949, se llevó un furgón blindado de la empresa de seguridad Candi, en el que había unos 320 millones de pesetas.
Dejó una parte y se hizo con 298 millones de pesetas (1,8 millones de
euros), antes de huir a Brasil, donde fue detenido y extraditado a
España. Tras su detención con algunos cómplices, la policía logró
encontrar en un piso de Madrid la mitad aproximada del botín. Los jueces
le impusieron una pena ligeramente inferior a cuatro años, que no
llegó a cumplir íntegra. Hoy anda por la calle tras haber tenido sus
minutos de fama, grabado un disco, haber sido entrevistado en las
televisiones y dedicarse a otras actividades de dudoso interés.
El resto, como relataban los jueces de la Audiencia de
Madrid que le impusieron la condena, luego refrendada por el Tribunal
Supremo, es pura nebulosa.
» El Tribunal reconoce humildemente su desconocimiento de
muchos de los hechos que se produjeron en la tarde del día 28 de julio
de 1989 y en días posteriores [ ... ], si el delito fue planificado
cuidadosamente o relativamente improvisado.
» El Tribunal desconoce igualmente si Dionisio Rodríguez
fue auxiliado por terceras personas en el traslado del importe
sustraído desde el furgón a otro automóvil.
» Desconoce el lugar de la entrega y la cantidad que Dionisio entregó a Miguel Ángel Dueñas [...].
» No sabe lo que significa "para Marcelo 5k".
» Desconoce la forma de ausentarse de Dionisio de España.
» Ignora el lugar en que se confeccionó el pasaporte falso.
» Ignora cuánto dinero llevó Dionisio a Brasil.
» Desconoce por qué razón Dionisio lleva su automóvil a
Barajas y si es por una cita, por un primer impulso de huida o con ánimo
de dejar una pista falsa.
» Ignora, en fin, qué ha sido del dinero que falta y que asciende a 140.783.000 pesetas.»
Hasta aquí pocas certezas y muchos interrogantes. De ello habrá que hablar.
Cómo empezó todo
Dioni dice que todo empezó el 28 de julio de 1989, día en
que se llevó el furgón, pretende que espontáneamente. Era un viernes
veraniego y caluroso. Ese viernes, según sabe bien un psiquiatra que
declaró en el juicio a propuesta de la defensa, Dioni iba, más que
tenso, como loco. No es que el declarante lo hubiera visto ese día, no.
Pero es bien sabido que el carácter de ciencia exacta de la psiquiatría
le permite tanto predecir comportamientos, sin márgenes de duda, como
describir sensaciones pasadas con apenas mirar a los ojos del sujeto en
cuestión. Y, a veces, ni falta hace ver al tipo. Así es la ciencia, esa
ciencia de las almas.
Los sucesos de EL PAÍS
Los reportajes y ensayos de esta veraniega serie han sido extraídos del libro Los sucesos de EL PAÍS,
publicado en 1996 como parte de la conmemoración de los 20 años del
diario, lanzado el 4 de mayo de 1976. Históricas firmas del periódico,
como Rosa Montero, Juan José Millás o Jesús Duva desmenuzan algunos de
los crímenes que han marcado la reciente Historia de España, de la
matanza de Atocha al crimen de los Marqueses de Urquijo.
Pues el caso es que en la tarde de autos, Dioni,
enloquecido, se enfrentó a uno de los jefes de la empresa Candi porque
había sido degradado. Los motivos de tal degradación están bien claros
en su propia autobiografía (El Dioni: Palabra de ladrón. Con la
colaboración de Jordi Cordon y Mariano Sánchez Soler. Prensa 7,
Martorell, 1994), a la que luego se harán más referencias:
"Trataron de quitarme la dignidad y el orgullo. Y todo por defender el buen nombre de la empresa".
Además de defender el buen nombre de la empresa, labor
ímproba donde las haya, como experimentó Dioni en carne propia, al
hombre le «habían rebajado de sueldo y categoría profesional» y pasó «a
ganar alrededor de cien mil pesetas, cuando como guardaespaldas
cobraba hasta 180.000 pesetas». Pero a él no le dolía tanto lo
económico como el honor empresarial.
Dioni, que antes había sido representante de charcutería y
de papelería, llevaba años en la empresa de seguridad Candi. Casi diez.
En ese tiempo fue escolta de mucha gente. Él cita a Fernando Castedo,
que fue director general de RTVE con VCD y luego se incorporó al CDS; a
Miguel Marín, director general de CEPSA; al banquero Alfonso Fierro, a
diversos miembros del consejo de administración de Banco Central y a dos
directores generales de la ONCE: Antonio Mosquete, que murió al caer
por el hueco de un ascensor, y Miguel Durán, que luego se convertiría en contertulio de Tele 5.
El motivo de que diera con sus huesos en un blindado fue
una discusión a voz en grito en una cafetería de la calle Diego de León.
Discusión en la que él no tomó parte. Los que gritaban eran dos
directivos de Candi. Uno de ellos poco menos que amenazaba con irse de
la lengua y explicar que la empresa se dedicaba a importar ilegalmente
oro de México, oro que entraba en maletas por la aduana «sin problemas».
Dioni trató de imponer silencio al tipo que gritaba tales cosas, sin
que cuando lo cuenta deje claro si lo hizo por creer que se trataba de
una calumnia o porque son cosas que no conviene aventar, aunque puedan
ser ciertas. Y menos aún, en el caso de que lo sean. Y el premio a sus
desvelos fue el blindado. Lo que, a la postre, le daría sus mejores días
de gloria.
Previamente a la ignominia tuvo un pequeño altercado. Lo
tuvo con José Stojan, un colombiano que trabajaba en Candi. Stojan fue,
precisamente, quien contó a quien quiso oído que Candi se dedicaba al
contrabando de oro. Se calló porque Dioni se lo impuso, pero los hechos y
las voces debieron de trascender y poco después fue despedido de la
empresa. Stojan era, a decir de Dioni, alcohólico. Se desayunaba vodka
con naranja y permanecía «en estado etílico permanente». Como
damnificado de Candi, la compañía sospechó de él, dice Dioni, tras la
desaparición del furgón. Pero no. Resultaba imposible que fuera
cómplice del Dioni porque entre ambos hubo más que palabras.
Fue una noche, en la discoteca madrileña Retro, a la que
Dioni iba tanto o más que al pub Adam's Appel. Así lo cuenta Dioni:
"Cuando parecía que se iba a marchar, de una forma cobarde y
traicionera me rompió un vaso en la cabeza. Mi peluquín cayó al suelo,
mis gafas Rayban volaron por los aires y un hilillo de sangre discurrió
por mi frente". La traición era doble: no sólo le golpeó sin previo
aviso sino que, además, se trataba de una encerrona. Al poco apareció
la policía para descubrir que el agredido iba armado. Alguien declaró
que Dioni había sacado el revólver. Él jura que no. El resultado fue un
juicio de faltas y su pase a blindados por «defender el buen nombre de
la empresa». La discusión con Stojan fue en mayo.
A principio de junio, al reincorporarse a la empresa tras
unos días de permiso, Dioni se encontró con que ya no era
guardaespaldas.
En el blindado
Durante un mes entero y casi todo otro, el de julio, Dioni
viajaría de uniforme en un blindado, llevando dinero, millones cada día,
de un lado para otro, de unas manos a otras, sin más beneficio que su
sueldo demediado. Por las noches iba a Retro o a Adam's Appel y allí
pegaba la hebra con unos y con otras. Sobre todo, de hacer caso a la
mayoría de los testimonios, con otras.
"Dionisio Rodríguez llevaba una vida amorosa muy intensa",
asegura el periodista Jesús Duva (EL PAÍS, 4 de agosto de 1989) en un
texto titulado «Un donjuán con bisoñé» que el propio Dioni reproduce en
su autobiografía, sin reputarlo de falso. Duva recoge el testimonio de
un camarero del pub que explica que al vigilante jurado las mujeres se
le daban como rosquillas. Según este artículo, Dioni se hacía llamar
Raúl y bebía, con preferencia, whisky Passport.
La información de Duva, la tercera que recogió EL PAÍS (la primera fue la noticia estricta, firmada por P. M., es decir, Pedro Montoliú, el domingo 30 de julio,
y la segunda, dos días después, del mismo Jesús Duva, daba cuenta del
hallazgo del coche del fugitivo), terminaba de una forma casi
premonitoria:
"Quién sabe si ahora mismo está [Dioni] en una playa brasileña, como el protagonista de un conocido anuncio de televisión".
Así pues, en la tarde del 28 de julio de 1989, Dioni estaba
muy cabreado porque había discutido muy en serio con su jefe. Y decidió
hacer lo que, desde hacía días, andaba diciendo a modo de baladronada:
"Un día de estos me llevo un blindado".
En el juicio, Dioni se mantuvo en sus trece: le "salió así", dijo a los jueces tal que el 23 de mayo de 1991,
según recogió al día siguiente Julio M. Lázaro en el suplemento
MADRID, de EL PAÍS. No le creyeron, a juzgar por la sentencia.
Un hecho probado es que fue él y sólo él quien se llevó el
furgón, en cuyo interior había más de 300 millones de pesetas. Se lo
llevó de delante de la pastelería Mallorca, situada en la calle de
Alberto Alcocer, en Madrid, no antes de las 19.15 horas y no más tarde
de las 19.45. Condujo el furgón durante un trayecto de 700 metros,
aproximadamente. Allí tenía Dioni aparcado su vehículo, un Audi 80, de
color azul, matrícula M- 7682- DG.
Dioni afirma en sus varios relatos de los hechos, no todos
coincidentes, que antes de hacerse con el furgón y el dinero, lo
intentó una vez y que le salió mal. Fue, de hacerle caso, lo que no es
ni obligatorio ni conveniente, ante la pastelería Mallorca de la calle
de Comandante Zurita. Previamente, en una parada hecha en la calle de
Bravo Murillo, en otro local de la misma firma pastelera, comprobó por
vez primera que aducir que tenía un ataque de ciática le servía para
quedarse solo en el vehículo.
De todas las versiones conviene resaltar dos. La primera,
la de Dioni; la segunda, la de los dos compañeros que iban con él en el
furgón y que se vieron burlados. Empecemos por ésta, según se reprodujo
en EL PAÍS (4 de agosto de 1989, J. Duva).
Al llegar frente a la pastelería, Dioni empezó con su comedia:
D. —Otra vez me está fastidiando la ciática.
A continuación pide a José Luis Terrón Prats, conductor del furgón, que baje y éste le contesta:
T. —Pero tú sabes que yo no puedo abandonar el vehículo.
D. —Yo soy el que manda aquí. Te he dicho que bajes, coño.
Y bajan Terrón y el segundo vigilante, Juan Luis Macarro
Marcos. Cuando volvieron de recoger la recaudación, el vehículo, el
Dioni y los millones habían desaparecido. Toda una experiencia.
La versión del protagonista es ligeramente diferente. Él no
narra resistencia alguna por parte de Terrón y mucho menos que tuviera
que recurrir al principio de autoridad para imponerse. Más aún,
aprovecha para dejar caer que, en ocasiones, era precisamente el
conductor quien se ofrecía a bajar debido a que coqueteaba con la
dependienta de una de las pastelerías de la ruta, so pretexto de
comprar ensaimadas para su mujer.
Fuese como fuese, el caso es que Dioni se largó. Se puso al
volante del furgón y recorrió los 700 metros escasos que le separaban
de la calle Maestro Lasalle, donde por la mañana había aparcado su Audi.
Habrá quien piense que el relato del Dioni sobre la improvisación,
sobre la tentativa de largarse en una parada anterior del recorrido
forman parte de su imaginario personal. Que la memoria, tensada por la
discusión y la decisión, le traiciona. Otros, quizás, preferirán creer
que no fue casual que el golpe se diera, precisamente, en el punto más
cercano a su vehículo y que este tipo de casualidades casan mal con la
improvisación, con los prontos motivados por discrepancias laborales.
El trayecto de Dioni desde la pastelería hasta el coche
tiene también varias versiones. La más interesante no es la que él
contó a los jueces, sino la de Palabra de ladrón, texto que, de
haber obrado en poder de la Audiencia, hubiera dado a los magistrados
la posibilidad de despejar parte de sus dudas. Recordemos algunas:
"El Tribunal reconoce humildemente su desconocimiento de
muchos de los hechos que se produjeron en la tarde del día 28 de julio
de 1989 y en días posteriores [...] , si el delito fue planificado
cuidadosamente o relativamente improvisado".
"El Tribunal desconoce igualmente si Dionisio Rodríguez fue
auxiliado por terceras personas en el traslado del importe sustraído
desde el furgón a otro automóvil".
Hubo planificación. El robo no fue improvisado en absoluto,
según ha contado el propio Dioni. Lo de la actuación en solitario y
espontánea únicamente lo ha mantenido Dioni a efectos judiciales. No
hay que apostar que todo lo que explica en su libro sea verdad, pese a
que Gordon y Sánchez Soler, en un esfuerzo de profesionalidad infinito,
intentan hacer verosímil lo increíble. Pero hay cosas que sí son de
creer. Una de ellas, que hablara del golpe antes de darlo con varias
personas a las que pidió ayuda de diverso tipo. También es creíble que
las personas fueran exactamente las que relaciona en el volumen, sin que
ello implique negar que pudiera haber otras. Más difícil es creer que
la primera conversación se produjera la noche anterior: ¿cómo iba a
saber que el cabreo con su jefe lo iba a pillar precisamente al día
siguiente? ¿Por qué no suponer que podían reintegrarlo a la tarea de
escolta?
Todo apunta a que fue el cirujano quien dio aviso a la policía, que lo detuvo poco después
Dioni implica en la preparación supuestamente improvisada
del golpe a Jorge Medina, con quien dice que el 27 de julio por la noche
estaba tomando copas en la terraza del pub Adam's. Y una vez cuenta
con su compromiso, le pide que avise a Jesús Arrondo, Cocoliso.
Hagamos un alto.
En julio de 1991, dos años después del golpe y un mes
después de la salida de Dioni de la cárcel en libertad provisional, la
revista Panorama publica un reportaje en el que se afirma que el golpe fue organizado por una trama parapolicial. El ex vigilante jurado se ve obligado a convocar una conferencia de prensa para desmentir los hechos. Panorama
implicaba en el golpe a Medina y Cocoliso, además de Luis Miguel
Ciudad Martínez y Celso Antonio Bravo Benavides. Los desmentidos de
Dioni son rotundos, van incluso más allá de lo conveniente, porque nada
le obligaba a decir que a Cocoliso apenas le conocía de otra cosa que de
haber "echado algún polvete en su piso". Especialmente cuando, más
tarde, al facilitar el material para su libro, haría referencia a la
muerte en accidente de Arrondo como uno de los peores momentos pasados
en la cárcel de Río. ¿Quién era Cocoliso? ¿Quiénes son los demás?
Patagón y Cocoliso
Jorge Medina Bringuier, por seguir el orden de aparición,
era o es un argentino conocido entre los servicios de espionaje militar
como Patagón (EL PAÍS, 18 de julio de 1991). Medina reaparecerá a lo largo de la historia como la conexión constante de Dioni con Madrid y, también, con parte del dinero.
Cocoliso fue todo un personaje. Las páginas de EL PAÍS le
acogieron como protagonista de una noticia por vez primera el 19 de
abril de 1977. El titular rezaba: "Guipúzcoa: piden la detención de un individuo".
Y un antetítulo aclaraba: «Le acusan de disparar contra un grupo de
personas». Ya el texto explicaba que las Gestoras pro Amnistía habían
denunciado que el sábado santo, 9 de abril, Jesús Arrondo se había
plantado ante un grupo que efectuaba un encierro y "esgrimiendo una
pistola" obligó a los presentes a tirarse al suelo y luego hizo dos
disparos contra la multitud, "el último a treinta metros escasos de la
Policía Armada". El texto añadía que Arrondo había sido miembro de ETA
y, por ello, detenido por la policía, que logró captarlo como
infiltrado en la organización terrorista. Las Gestoras le atribuían una
participación directa en los hechos que se produjeron a mediados de los
setenta en la playa de los Frailes, en Hondarribia, que se saldaron
con dos supuestos activistas de ETA muertos.
Poco más de un año después, un segundo artículo, éste firmado por Patxo Unzueta, se ocupaba de Arrondo:
"Cocoliso es el antiguo nombre de guerra de Jesús Arrondo Marín,
presunto miembro de la extrema derecha, infiltrado en los círculos de
refugiados de Bayona y San Juan de Luz en 1971 [....]. El 20 de mayo de
1974 participó en un intento de desembarco en la playa de los Frailes en
Hondarribia. La policía, que esperaba en los alrededores, abrió fuego
contra dos de los tres tripulantes de la embarcación, Roque Méndez y
José Luis Mondragón, que resultaron muertos en el acto. El presunto
delator consiguió ponerse a salvo de las balas refugiándose del lado de
los policías, según la versión de los hechos que daría ETA
posteriormente".
Patxo Unzueta añadía: "Dos años después Arrondo sería
detenido por la policía francesa en un control de carreteras, acusado
de transportar armas y explosivos".
Arrondo, nacido en Erandio, murió el 26 de octubre de 1989,
a los 38 años, en un accidente de tráfico ocurrido en el término
municipal de Vélez-Málaga. Viajaba, en compañía de su esposa, a bordo
de un coche Mercedes. Su esquela fue insertada en el diario Abc y Egin le dedicó toda una página, minimizando su labor como infiltrado en ETA. La información de Egin,
sin firma, vinculaba a Arrondo con Fuerza Nueva y lo relacionaba con
diversos atracos bancarios, cuyo botín estaría, supuestamente,
destinado a la creación de movimientos armados vascos, pero al margen de
ETA. También daba un dato muy curioso, a efectos de la historia de
Dioni: en el momento de su muerte, Cocoliso se había establecido como
empresario con otros socios. Uno de estos socios se llamaba Luis Ciudad.
Luis Ciudad Martínez, citado en Panorama como
miembro de la trama parapolicial que dio el golpe del furgón, del que
Dioni sería un mero ejecutante, es la persona que Medina envía a Lisboa
para ayudar a Dioni a llegar a Brasil sin más contratiempos que los que
el propio ladrón ponía con su conducta, lo más llamativa posible.
Nada de esto significa que Dioni no diera el golpe solo,
arrebatado por injusticias laborales, medio ido tras la discusión con
su jefe, como sugirió el psiquiatra ante el Tribunal. Se trata
únicamente de la suma de una serie de hechos: Dioni asegura en sus
memorias, contra lo que dijo al Tribunal, que el día antes habló del
golpe con una serie de personas, a las que comprometió a colaborar; una
publicación sugirió que estas personas, realmente relacionadas entre sí
y con ideologías afines a la extrema derecha, fueron, de hecho, las
verdaderas promotoras y organizadoras del golpe. La fe es libre y cada
uno puede creer lo que más guste. Incluso es posible que la verdad no
sea ni la del Dioni ni la de Panorama. En cualquier caso, añadamos dos datos que facilita el propio ex vigilante.
En la página 119 de Palabra de ladrón cuenta que
llama por teléfono a varios amigos policías para saber cómo van las
pesquisas sobre él, pero no los encuentra porque están de vacaciones. Es
decir, sugiere que tenía amigos policías dispuestos a dar información a
un delincuente huido de la justicia para facilitar esa misma huida. Más
tarde, anota que en la cárcel de Río pretenden quitarle la pulsera en
la que lleva la bandera española, adorno estadísticamente más frecuente
entre la extrema derecha y sectores paramilitares que entre otros
grupos sociológicos.
Dioni no sólo se entrevistó con Medina la noche antes del
día de autos —fecha que bien puede ser, como los días de la creación del
Génesis, metafórica— sino que volvió a verse con ellos la
misma mañana de la fecha fatídica. Una jornada que ha reconstruido
minuciosamente, aunque con evidentes errores, en sus memorias:
El 27, una vez acordado el golpe, se va a su casa pasada la
una de la noche. Allí está su novia, Mari Carmen, y hasta recuerda que
hicieron el amor. Duerme bien, sin sobresaltos, a pesar de la tensión
que descubrirá el psiquiatra. Se levanta a las 9.30 horas y las
abluciones, el desayuno y desplazarse hasta Candi le ocupan una hora.
Allí mantiene la airada discusión con su jefe, Javier Vera, que le
humilla e irrita. Se va a Moratalaz a ver a Miguel Ángel Dueñas. Su
reloj marca las 10.30. La misma hora en la que, de hacer caso a su
propio relato, se supone que había llegado a Candi.
Dueñas es un personaje clave en esta historia. Es amigo
personal de Dioni, hasta el punto de que su hija, Carolina, fue
apadrinada por el ex vigilante jurado. Dueñas es el apoyo personal en el
golpe. Si Medina, Ciudad y Cocoliso son el soporte logístico, quienes
pueden ayudarle a esconderse, a buscarle un pasaporte, a cruzarle la
frontera, Dueñas es la persona que merece su confianza. No procede de
los mismos sectores que el resto de socios. Es un constructor y un
amigo. En la hipótesis de que el golpe fuera organizado por un
colectivo que se agarró al Dioni porque en el pub presumió una y otra
noche de los millones que pasaban por sus manos, cabe que el reparto
pactado fuera mitad y mitad. Dioni necesitaba un apoyo a quien
encomendar su propia mitad. Un apoyo de confianza: el elegido fue
Dueñas.
A las 12 de la mañana del 28, apenas ocho horas antes del
golpe, Medina, Cocoliso, Dueñas y Dioni se reúnen en un bar de Diego de
León. En adelante, Dioni no hablará apenas de bares. Ya es rico,
millonario, creso. Y en su imaginación, los ricos no van a bares sino a
los mejores restaurantes —a los mismos que va Julio Iglesias, llega a
decir— y a marisquerías. Así que el bar de Diego de León es,
precisamente, una marisquería, no vaya a ser que alguien crea que se
trata de un mal tugurio.
Tras precisar la cita para el momento después del golpe,
Dioni va primero a su casa, luego a una peluquería para coger dos
peluquines. Sólo hay uno, que se lleva, y encarga un segundo, que no
tendrá tiempo de volver a buscar. Y ya a Candi:
«Eran poco más de las dos y media. Entré en el bar de
Arenillas, junto al garaje de Candi, y me tomé tres vermuts con ginebra
para ponerme las pilas».
El recorrido le fue benévolo e incluyó la recogida de 248
millones de pesetas en billetes nuevos de 5.000 y 10.000 en la central
de Esabe Express. A partir de ahí se entró en una cierta rutina
quebrada en Alberto Alcocer, ante la pastelería Mallorca.
Se va solo. Insistirá Dioni en convencer a los jueces de que fue asÍ.
Se llevó 298.217.000 pesetas en colaboración con
varias personas. La policía recuperó un total de 157.217.000 pesetas.
Del resto del dinero nunca más se supo
Pero tampoco es cierto. Sus cómplices saben cómo y cuándo
y, durante un trecho, le siguen con sus vehículos, dato que casa mal
con la improvisación pura. Aparca el blindado junto a donde estaba su
coche (es el aparcamiento de un supermercado) y cambia las bolsas de
vehículo. Pesan unos setenta kilos. En el furgón deja 20 millones
pertenecientes a la nómina de la empresa Pritchar. Y lo hace por, dice,
solidaridad obrera. También deja las armas que portaba. Han
transcurrido apenas seis minutos desde que adujera que tenía ciática.
Ya dentro del Audi se suma a la caravana que forman el
Mercedes de Dueñas y el Chrysler en el que viajan Cocoliso y Medina.
Van a un descampado, en López de Hoyos. Allí se hace una nueva
redistribución del dinero. Según Dioni, Cocoliso y Medina recibieron 50
millones cada uno. Él se quedó unos cuantos y Dueñas se encarga de
guardar el resto, casi 200 millones. La policía encontraría, dos meses
más tarde, 140 millones en un zulo construido en el mes de mayo en casa
de Dueñas, otros 15 millones en un local de su empresa y dos millones
más en la guantera del Mercedes. Que el zulo fue construido antes del
golpe es un dato indiscutible. Las obras se hicieron en mayo y
originaron una denuncia de los vecinos al Ayuntamiento de Madrid debido a
que afectaban a una viga maestra.
Pero eso será después y aún tienen que pasar muchas cosas. De
momento, repartido el dinero, conviene esconderse. Dioni, al menos, debe
permanecer en un sitio seguro, donde no pueda ser visto. Cocoliso se
encargará de llevar el Audi al aeropuerto de Barajas para sugerir a la
policía que el vigilante ha cogido un avión y está fuera de España. Lo
que Dioni dice que pasó a continuación es totalmente inverosímil. El
relato está lleno de puras incongruencias de película de serie Z.
Pretende que ordenó que le buscaran un coche y que Medina
se presentó con una mujer chilena, a la que él no conocía, que le
vendió un Escort por un millón de pesetas. Allí mismo, en la terraza de
un bar, firmaron los papeles. Dioni olvida decir si con su nombre
verdadero o con alguno falso. Luego, el buen hijo se va a ver a su madre
a El Molar, pero a la entrada del pueblo observa vigilancia de la
Guardia Civil, se asusta y pasa de largo. Para no ser descubierto
conduce el coche hacia la discoteca Retro y el pub Adam's, es decir,
hacia aquellos lugares donde es más posible que alguien le reconozca.
Tras no pocos sudores e indecisiones que sólo pueden servir para poner
nervioso a un lector que ya lo estuviera, Dioni narra que decidió llamar
a Luisa, nombre en clave de la chilena que le ha vendido el coche. La
telefonea a su casa y le dice:
—Soy Raúl.
Y con eso, por lo visto, ella ya sabe que es Dioni.
La casa de Luisa, de tres habitaciones, está en Vallecas.
En ella viven la mujer, el marido, un cuñado y tres hijos. Para colmo,
durante tres días tendrán una visita de la que Dioni consigue
esconderse. Finalmente, la visita resultará ser Celso Antonio Bravo
Benavides. Personaje cuyo nombre no consta si es auténtico o
falsificado y que, entre otras cosas, regalará a Dioni un reloj Omega
Constaltion que dijo haber robado en un chalet de Grodillo, en Pozuelo.
Celso será, en adelante, su lazarillo.
No viene a cuento narrar las peripecias de Dioni en esta
reclusión. Se dedica a evocar su infancia y su juventud, con diversa
fortuna a la hora del rigor histórico. Además, vive, dice, una gran
incertidumbre por el hecho de depender para saber de sí y de sus
asuntos de la televisión y la prensa, que van dando noticias y
fotografías suyas. Por suerte para él, afirma, las fotos son viejas y
malas, de la única época en que se dejó bigote, a principio de los
ochenta. El caso es que, tal como Dioni cuenta su vida en estos días, la
narración no es ni siquiera verosímil. Más aún, ni siquiera es
consistente porque la familia tiene primero tres hijos y luego ya uno
solo y el cuñado no aparece jamás de los jamases.
La suposición más verosímil, a la que llegaron policías y
jueces, es que Dioni permaneció escondido los días siguientes inmediatos
al golpe y que sobre el 15 de agosto cruzó a Portugal, muy
probablemente por Ayamonte, versión que Dioni da en el libro, aunque
antes había afirmado a la revista Interviú que cruzó por la frontera
gallega.
Vida en Río
El relato del viaje de Madrid a Portugal es otro ejemplo de
intriga soporífera. El trayecto lo hacen la familia chilena, hijo
incluido, en un coche, y Celso y él, en otro. Para que no falte de nada,
la Guardia Civil los parará para multarlos. Cuando pongan gasolina, los
empleados de la gasolinera estarán hablando de la desaparición del
furgón. Ya en la frontera, los guardias paran al coche antes de subir al
barco que cruza el Guadiana. Por supuesto, hablan de Dioni. Asimismo,
en la primera narración de la huida, la publicada en Interviú, el
fugitivo lleva ya un pasaporte falso, mientras que en la segunda cruza
con su propia documentación que, naturalmente, nadie le pide ni
comprueba.
Ya está en Portugal, camino de Lisboa. Aquí será donde consiga, de seguir Palabra de ladrón,
el pasaporte a nombre de Carlos Patricio Martínez Valenzuela. El resto
del relato carece de interés, salvo en lo que tiene de sintomático de
la personalidad de Dioni, un hombre a quien, como se ha dicho al
principio, le gusta Julio Iglesias. Le gusta, por supuesto; como
cantante. Pero le gusta también como modelo de comportamiento. Todo su
esfuerzo relator en estos capítulos y en los que seguirán, llegado ya a
Brasil, se centra en dar al lector una imagen de sí mismo similar a la
que del tonadillero pueda dar cualquier revista del corazón y la
entrepierna: un hombre permanentemente rodeado de bellezas que lo
adoran, por sí y por su dinero. Y la imagen necesita un decorado:
hoteles de lujo, champán, marisco, un poco de cocaína para ellas ...
Finalmente, tras varios días en Lisboa en los que Luis
Ciudad, por encargo de Jorge Medina, le libra de los chilenos, que si al
principio eran estupendos a estas alturas se habían puesto ya pesados,
Dioni se sube el 19 de agosto a un avión de las líneas Varig que lo
llevará hasta la libertad, en Río de Janeiro. Asegura que iba
totalmente borracho.
Si las aventuras de Dioni en Lisboa tienen poco que
retener, otro tanto ocurre con las que vive en Río. La imagen se repite:
vive como un millonario caprichoso que puede darse todos los lujos, que
para él son bebida, mujeres y el sonido de Julio Iglesias.
En Río cuenta con dos cicerones a los que llega recomendado
por Celso: Marcelo y Alberto, si bien en un primer momento la relación
la mantendrá esencialmente con el primero y con la novia de éste, Kenia,
que le cuenta que es portuguesa nacida en Angola y metida en asuntos
turbios por puritito amor.
Dioni vivirá, seguramente, el resto de sus días recordando
el tiempo pasado en Brasil antes de ser detenido. Al margen de que fuera
o no como él lo cuenta, ese tiempo fue su paraíso. Sólo así se explica
el modo en que lo describe en las memorias. He aquí algunos fragmentos:
"Era asombroso la gran cantidad de mujeres jóvenes y
preciosas que había allí y la facilidad para llevárselas a la cama. A
los pocos días, mi generosidad se hizo tan famosa que ellas
esperaban impacientes su turno... comencé a citarme con mujeres por
teléfono. Aquello era de locura... Cada vez eran más bonitas y más
esculturales".
"Al principio pedía a Marcelo que me alquilara un coche
modosito, un Ford Escort. Al poco tiempo empecé a darme satisfacciones y
ya no paré. Cambié el Ford por un Volkswagen Golf y me marché a conocer
el famoso hotel Meridien. Allí descubrí, en un folleto, un anuncio de
alquiler de limusinas con chófer incluido, y no me pude contener... ¿De
qué color la desea? —preguntó el empleado. Negra —respondí sin pensarlo.
Posteriormente recorrería toda la gama de colores según la piel de la
brasileña que me acompañaba en cada momento".
"Me hice cliente asiduo del restaurante El Pescador, propiedad del gallego Chico Recarey, donde iba a cenar Julio Iglesias".
"Acabé cogiendo algo de vicio. Como al champán y las ostras
por la mañana, contra la resaca, me habitué al biberón [una felación
dentro de la limusina] por el puente Niqueroy".
"No estaba dispuesto a renunciar a nada. Incluso me permití el lujo de que una orquesta italiana me tocara Oh sole mio en el restaurante Bella Roma".
Una idea que le rondaba por la cabeza era la de comprar un
cadáver: "Celso me había dicho que en Brasil todo era cuestión de
dinero; que inclusive podríamos comprar un muerto en accidente, con
coche quemado incluido, y la policía se prestaría a certificar que el
muerto era el Dioni".
Mientras tanto, se apresta a hacerse la cirugía estética.
Contacta con Luis Haroldo Pereira, "discípulo de Ivo Pitanguy, el que
arregla los rostros y los cuerpos de las grandes estrellas", y decide
cambiarse la nariz, injertarse pelo y quitarse un poco de barriga.
Total: 5.000 dólares. La operación sería el 28 de agosto. Conviene
insistir en la fecha para comprender la cantidad de fantasía que Dioni
arroja sobre su estancia en Río. Todas esas costumbres adquiridas, esos
hábitos, las asiduidades son cosa de un periodo tan corto como el que
pasa cualquier turista: poco más de una semana, porque Dioni,
recordémoslo, había salido de Lisboa el 19 de agosto.
Todo apunta a que fue el cirujano quien dio aviso a la
policía, que lo detuvo poco después. De todas formas lo hubieran
detenido tarde o temprano porque se dedicó a llamar la atención tanto
como pudo, quizás lamentando no ser tan reconocido como se supone que
debe serlo Julio Iglesias. Entre otras imprudencias, hizo volar a Río a
una amiga suya llamada Pilar, de nacionalidad peruana, pero residente en
Madrid, y a un matrimonio también amigo: José Luis Ontalva y María José
Domínguez, que le llevaron dinero. Ambos serían detenidos en Brasil,
expulsados a España, donde les esperaba la policía que también los
detuvo, juzgados y condenados.
Si el matrimonio Ontalva-Domínguez fue a Brasil para
llevarle dinero, Pilar viajó desde Lima para cuidarle tras la operación.
Luego se volvió a Perú. "Pilar y yo nos despedimos haciendo el amor
desenfrenadamente, en la cama, en el suelo, tan sólo nos faltó hacerla
en la nevera. Éramos dos máquinas imparables".
Tres días antes que el matrimonio, llegó a Río Celso, con
más dinero. Poco después, sin embargo, Celso, Marcelo, Kenia y algunos
más que nada pintan en esta historia fueron detenidos por la policía, o
eso le dijeron. Dioni decide en ese instante poner tierra por medio
durante unos días y viaja a Iguazú, con el matrimonio amigo y una
muchacha contratada a través de una agencia de «señoritas de compañía».
La chica, Andrea de nombre, tendría sus minutos de gloria.Una revista
española publicaría un reportaje de desnudos suyos.
A la vuelta de Iguazú, Dioni tuvo la visita de la policía.
Nada cortés, de hacerle caso. Unos verdaderos mal educados que le
abrieron el frigorífico y se le bebieron "el champán a morro", además de
amenazarle con darle el paseíllo si no les contaba dónde estaba el
botín. Porque la policía brasileña encontró, a falta de otras cosas, una
carpeta con recortes de prensa sobre el robo del furgón de Candi.
Desde el 26 de septiembre, menos de dos meses después de
cometido el robo, hasta el 26 de julio de 1990, Dioni estuvo en una
prisión en Río de Janeiro. La literatura generada por este periodo tiene
tanto interés como el que pueda sentir Dioni por las obras completas
de Marx y Engels. Anotar simplemente que Dioni era objeto del deseo de
determinados medios. Durante estos meses fue entrevistado, previo pago,
por varias cadenas de televisión y alguna revista. Lo que contó es tan
verosímil como el relato de su estancia en Vallecas.
Durante su viaje a España, en el avión, le acompañó un periodista de la revista Interviú que le preguntó:
"¿Tienes algún buen recuerdo de tu estancia en la cárcel de Río?"
Ésta fue la respuesta de Dioni:
"Siempre recordaré una anécdota. Una noche dos policías
federales, a cambio de mil dólares, me sacaron de paseo, me llevaron a
la sala de fiestas Montelíbano y después a una fiesta privada, donde un
juez se pasó toda la noche intentando que me metiera una raya de cocaína
con él."
El ingrato ni siquiera se acuerda de que la megafonía de la prisión reproducía canciones de Julio Iglesias.
El juicio contra Dioni se abrió el 23 de mayo de 1991. El fiscal pidió seis años y su abogado, Emilio Rodríguez Menéndez,
empezó pidiendo cuatro meses y terminó por reclamar la absolución para
el héroe de Río. Mientras, los comentaristas de prensa se dividían
entre quienes veían en él a un nuevo Robin Hood y quienes le
consideraban simplemente un chorizo. Sabina, perpetuo defensor de
causas perdibles, le dedicó una canción. Más adelante hasta Dioni
grabaría un disco. ¿Por qué no, si también lo hace Julio Iglesias?
Durante el juicio quedó probado que Dioni se llevó
298.217.000 pesetas. Que contó con la colaboración de varias personas,
algunas de las cuales también fueron condenadas. La policía recuperó un
total de 157.217.000 pesetas. Del resto del dinero nunca más se supo.
Dioni declaró a los jueces que se lo entregó a Celso y que no ha vuelto a
saber de él desde los lejanos días de Río. La condena fue de tres años y
cuatro meses. El Tribunal Supremo la ratificó. El Dioni, tras salir de
la cárcel, aseguró que estaba muy, pero que muy arrepentido de aquel
pronto que le impulsó, sin pensarlo apenas, a llevarse un furgón con un
montón de millones. Jura que no lo hará más.
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