LAS HUCHAS DE LAS MONEDAS - El nuevo Gobierno se enfrentará a un año económico que debería ir de menos a más ,. fotos,.
El nuevo Gobierno se enfrentará a un año económico que debería ir de menos a más,.
La lejanía de un 'brexit' sin acuerdo y la paz comercial pueden acercar una reactivación en el segundo semestre,.
Bajo esa evolución subyace que las expectativas sobre la economía son mejores o, al menos, que las más catastrofistas parecen haber perdido crédito. «Se llegó a esperar una recesión, y ahora ese riesgo se ha descartado», ratifica Santiago Carbó, catedrático de Economía y Finanzas de Cunef. María Jesús Fernández, economista senior de Funcas, quita hierro a las perspectivas más aciagas del pasado más inmediato: «Ni nos parecía justificada la percepción de que se iba a otra crisis ni ahora creemos que haya mejorado la situación». Y Matilde Mas, del IVIE, realiza un comentario en la misma línea y desliza, como Fernández, una advertencia: «En estos momentos podría haber cierta autocomplacencia: ni antes estábamos tan mal, ni ahora tan bien».
Los recelos empresariales: ¿una piedra en el zapato para la economía?
Las organizaciones empresariales no han lanzado mensajes muy amistosos al nuevo Gobierno, aunque en la última semana la CEOE ha ofrecido lealtad institucional al Ejecutivo de Pedro Sánchez. Pero cabe preguntarse si sus posiciones, que muestran una cierta desconfianza, no tendrán como consecuencia un frenazo en la inversión, en la contratación y, en definitiva, en el crecimiento de la economía española.Andreu García, de Afi, opina que la de los empresarios es una estrategia de presión al Ejecutivo, especialmente en dos materias: la fiscal y la laboral. Pero García cree que las empresas no van a cambiar sus decisiones de inversión por el mero hecho de que responden a estrategias de largo plazo. De hecho, afirma, para ellas supone un riesgo mayor el rebrote de la guerra comercial que el nuevo Gobierno. Si se produjeran variaciones, retrasos en los programas inversores o en las contrataciones, a juicio de Santiago Carbó, de Cunef, serán muy puntuales, quizás hasta que se conozcan los detalles de los presupuestos y las primeras reformas.
Según Carbó, una de las prioridades del Gobierno debería ser, en todo caso, la de generar confianza y certidumbre entre las élites empresariales; «de lo contrario, sería muy torpe». Y el modo en que están repartidos los ministerios (los más duros, en manos socialistas; los más sociales, en las de Unidas Podemos) puede ir en esa línea.
En la última semana, el mercado proporcionó un mensaje tranquilizador:la primera subasta de deuda pública se saldó con éxito. El dinero aún no ha mostrado reticencias al país, pese al cambio gubernamental.
Pero, de momento, la mayor tranquilidad, o esa capacidad de acostumbrarse a tiempos revueltos que señala Carbó que han desarrollado las economías, han hecho posible que Alemania, la locomotora europea, haya esquivado la caída en recesión a la que parecía condenada en el tercer trimestre.
En todo caso, según las previsiones que el Banco Mundial publicaba esta semana, después de un año 2019 en que se habría registrado el peor dato de crecimiento del PIB global desde la crisis (2,4%), se espera que en 2020 mejore marginalmente hasta el 2,5%, para conseguir algo más de vigor en 2021 (2,6%).
Ello implica que la economía podría estar ya tocando fondo y podría prepararse para reactivarse. Pero no hay que llevarse a engaño: 2020 seguirá siendo un ejercicio de desaceleración para la economía española. Roberto Ruiz-Scholtes, de UBS, es de esa opinión: estima que si bien el crecimiento medio anual en este ejercicio se puede quedar en un raquítico 1,7% (hay estimaciones más pesimistas, hasta el 1,5%, y el último dato disponible, del tercer trimestre de 2019 es del 1,9%), prevé que, a medida que vayan transcurriendo los trimestres, la economía doméstica puede ir acelerando.
Mejoran las exportaciones
María Jesús Fernández expone que la economía española debería estar tocando suelo entre finales de 2019 y los primeros trimestres de 2020 con crecimientos trimestrales de entre el 0,3% y el 0,4%, para en el último tramo de este ejercicio, si el contexto internacional así lo permite, reactivarse. «La primera mitad del año quizás la economía puede estar más débil, para luego estabilizarse y lograr un mayor vigor en la segunda parte del año», coincide Andreu García, de Afi.En este sentido, Ruiz-Scholtes precisa que, a partir del tercer trimestre de este año, el PIB podría recuperar ritmos de crecimiento intertrimestral del 0,5%, lo que implica expansiones anualizadas del 2%, nivel del que justamente se acaba de caer en el tercer trimestre del año pasado. La economía española encontrará sus principales apoyos, de acuerdo con Ruiz-Scholtes, en el mejor tono de las exportaciones, siempre que la mejora del comercio mundial se materialice, y en la mayor inversión en bienes de equipo. De acuerdo con Carbó, existe una probabilidad inferior al 30% de que el crecimiento de la economía española este año llegue al 2%. Y, lo que es más, Fernández considera que no sólo este año, sino que a medio plazo, el crecimiento de la economía española se mantendrá por debajo del 2%. Señala que la desaceleración económica que persiste y que califica de «suave» ha venido motivada por el agotamiento de la demanda nacional y por los problemas del comercio internacional. Pero añade que en los últimos años de crecimiento en España no se han gestado desequilibrios. Por ello, en parte, Carbó cree que es poco probable que ocurra algo que haga saltar por los aires la economía española. El peligro de que se produzca un 'accidente' económico es reducido.
Aunque Carbó apunta como riesgo que el mercado comience a atisbar la posibilidad de un endurecimiento monetario por parte del Banco Central Europeo si la mejora de las expectativas económicas se confirma. Si España ha sido uno de los países más favorecidos por los tipos bajos, e incluso negativos, habrá que ver cómo puede afrontar el punto final a ese fuerte viento de cola.
El precio del dinero tiene su impacto, sobre todo para afrontar una de las principales debilidades de la economía española: el déficit. Carbó lamenta que no se hayan aprovechado los últimos años de crecimiento para atajarlo, ya que se encuentra en niveles que, según sus palabras, no constituyen una opción para una economía como la española. Aunque concede que esa laxitud presupuestaria ha podido contribuir a los saludables ritmos de expansión de que ha disfrutado España estos pasados ejercicios. Los recortes a los que tenga que hacer frente el nuevo Gobierno para cumplir con los objetivos de Bruselas y que podrían oscilar entre los 6.000 y los 10.000 millones de euros podrían tener su impacto en la evolución del PIB.
El mal del déficit
Los expertos se muestran escépticos respecto a la disposición del país a rebajar el déficit.Ruiz-Scholtes prevé un incumplimiento de objetivos y anticipa su efecto inmediato:la incapacidad de la reducción del ratio de deuda pública sobre el PIB. Andreu García recuerda que el Gobierno es en este punto precisamente en el que más capacidad de actuación tiene, por lo que podría procurar que en los nuevos presupuestos los nuevos gastos previstos se compensen con nuevos ingresos.Fernández cree que habrá más subidas de impuestos de las que ha anunciado el Gobierno, aunque considera que ello tendrá un impacto inmediato reducido en la economía. Pero a medio plazo, si los ingresos públicos no se usan bien, con destinos productivos, sí se puede minar la capacidad de crecimiento.
El ciclo global, sobre todo el americano, que presta su apoyo a los demás, está durando mucho, más que nunca, y España ha mostrado mucha fortaleza. Aunque se lleva bastante tiempo hablando del final del crecimiento, parece que asistimos a una enésima prórroga. Por eso Matilde Mas habla de la posibilidad de que estemos ante una economía diferente, cuyas claves y características aún se nos escapan.
El gran reto de seguir creando empleo con un crecimiento inferior al 2%
La gran cuestión es si la economía española será capaz de seguir creando empleo con un crecimiento del PIB que, muy previsiblemente, se situará por debajo del 2% este año. En los últimos trimestres ya se ha observado una paulatina desaceleración en el aumento del número de ocupados desde tasas cercanas al 3% interanual, hasta situarse por debajo del 2%.Pero los expertos creen que la economía va a seguir siendo capaz de generar empleo siempre que el PIB se expanda como mínimo a un ritmo del 1,5%. Roberto Ruiz-Scholtes, de UBS, considera que en este 2020 podrían generarse entre 350.000 y 370.000 nuevos puestos de trabajo, cifra que considera «muy respetable». En 2019, hasta el tercer trimestre del año, el número de ocupados aumentó en algo más de 300.000.
María Jesús Fernández, de Funcas, muestra unas expectativas bastante más modestas:cree que la creación de empleo este año puede bajar hasta alrededor de los 200.000. Fernández, además, plantea el dilema de los precios y las cantidades que atenazan al mercado laboral: precios –es decir, salarios– más elevados, implican, afirma, un menor número de ocupados. A corto plazo, esta ecuación supone una prisión que impide crear mucho empleo y bien pagado. Para que sea posible incrementar contratos y salarios, habría que tomar medidas que busquen la mejora de la productividad y la competitividad a largo plazo. Por esta inquietud, los expertos están pendientes de cómo se acometa la reforma de la regulación laboral, que seguro tendrá consecuencias.
TÍTULO: LOS LIMONES - EL BOMBON DE HELADO - Ángelica Liddell comparte su duelo con Oliver Laxe,.
LOS LIMONES - EL BOMBON DE HELADO - Ángelica Liddell comparte su duelo con Oliver Laxe, fotos .
Ángelica Liddell comparte su duelo con Oliver Laxe,.
La directora estrena su nueva obra, ‘Padre’, donde se enfrenta a un Jesucristo interpretado por el cineasta,.
Angélica Liddell
es huérfana desde hace dos años. Incineró a sus progenitores con solo
tres meses de diferencia. La experiencia telúrica del luto ha dado pie a
dos nuevas obras firmadas por la siempre escandalosa directora teatral,
de 54 años. La primera, Madre, pudo verse hace unos meses en el festival Temporada Alta de Girona. La segunda se titula Padre,
estrenada el pasado viernes en el Teatro de la Colline, uno de los
escenarios más prestigiosos de París, donde Liddell recibió aplausos
algo perplejos en la primera función, como si el público no hubiera
tenido tiempo de digerir todavía lo que acababa de presenciar.
Si Liddell dedicó a su madre un viaje a la Extremadura de sus ancestros, con acompañamiento musical del cantaor El Niño de Elche, ahora firma un réquiem por su padre, un militar llamado Anastasio, donde alterna su propio vía crucis con el de otro hijo desconsolado: un Jesucristo al que interpreta el cineasta Oliver Laxe, que troca su habitual sosiego por los diálogos a grito pelado que le ha escrito la directora.
“Cada día me esfuerzo por olvidar sus vidas. No quiero tener otro recuerdo que sus muertes, que me devolvieron el gigante del perdón y la piedad”, escribe Liddell en el programa de mano, única pista disponible para entender sus intenciones. La directora, en plena cuaresma mediática, dejó de conceder entrevistas en 2016. Padre describe el proceso que la llevó a llorar por quienes había odiado en su juventud, hasta llegar a profesarles amor.
La obra reafirma la apuesta de Liddell por un teatro cada vez menos narrativo, formado por una larga serie de estímulos visuales y filosóficos. Es una obra sobre “lo ininteligible”, en sus propias palabras, que abarca nociones tan inasibles como la muerte, la belleza o la relación con Dios. Es también una de sus funciones más crípticas, un poema visceral influido por los ensayos sobre la estética de Hegel y los textos sobre el masoquismo que firmó Deleuze, cuya teoría sobre la “mujer-verdugo” parece encontrar un reflejo en la poética escénica de Liddell.
Padre, que se representa en París hasta el 7 de febrero alternada con ocho funciones de Madre,
podrá verse en abril en el Internationaal Theatre de Ámsterdam, que
dirige el omnipresente Ivo van Hove, y luego en los Teatros del Canal de
Madrid, coproductores del espectáculo, que acogerán tres
representaciones a comienzos de mayo. La nueva obra puede entenderse
como un compendio de todo el teatro de Liddell, marcado a fuego por su
obsesión con la muerte desde que firmó su primera obra con marionetas,
allá por 1988. En su trayectoria, arte y vida suelen ser lo mismo.
“Trabajo con mis sentimientos, que pertenecen a mis noches, a lo que ha
sucedido en mi vida”, afirma Liddell sobre su teatro, que una vez
calificó de “asquerosamente confesional”.
Figura marginal que pasó la gorra en el Retiro y trabajó en “un espectáculo de chinos” en Port Aventura, la directora conquistó la fama internacional en 2010 en el Festival de Aviñón. Desde entonces, no se ha dormido en los laureles. El teatro de Liddell, que ha practicado la masturbación y la automutilación sobre el escenario, sigue siendo una agresión en toda regla.
Tras denunciar en su anterior obra, The Scarlett Letter, el MeToo como “una justicia de revista de peluquería” liderada por “misandras totalitarias”, Liddell regresa ahora con un espectáculo que puede recordar a aquellas coplas medievales donde la muerte de un allegado era una ocasión para reflexionar sobre la vida y el devenir de los tiempos. Aunque, en su caso, haya menos resignación cristiana que odio y dolor.
Como ha sido habitual en sus últimos trabajos, las referencias a la historia del arte siguen siendo recurrentes en esta nueva obra. Padre arranca con un cadáver tumbado en una camilla bajo las manos gigantes de la Virgen de la Anunciación, la obra maestra del pintor renacentista Antonello da Messina. Más tarde, irrumpe en escena un asno, media docena de jóvenes obesas (y desnudas) con palomas en la mano y un Jesucristo con aspecto de vendedor de seguros o de prosélito mormón, que se arrodilla sobre una alfombra islámica para rezar.
En el siguiente acto, Liddell custodia a su padre en el hospital, un anciano que se ha convertido en bebé, lo que obliga a la directora a ejercer de madre pese a no haber procreado. Reclamando su derecho a seguir siendo hija, Liddell decide quitarse las bragas, manchadas de heces, y obliga a su padre a limpiarle las nalgas. Las obras de la dramaturga siguen siendo peligrosos artefactos en un mundo teatral que sigue controlado por las certezas aristotélicas y los consensos blandos. Su teatro logra adentrarse en zonas del subconsciente en las que pocos directores se aventuran.
Frente al maltrato al que le sigue sometiendo la vida, la directora no tiene más remedio que seguir acatando cada zarpazo. Pero, sobre el escenario, Liddell reina con métodos absolutistas, intentando someter hasta al propio Jesucristo. “Eres entre mis manos un instrumento ciego, un esclavo que me obedece en todo. Soy tu soberana, la dueña de su vida y de tu muerte”, pronuncia frente a un Laxe arrodillado. Hacia el final, suena una marcha procesional, uno de esos pasacalles fúnebres, mientras una vieja ambulancia aterriza desde los cielos, como si fuera un deus ex machina dispuesto a resolver el entuerto. Solo que, en lugar de salvar, mata. En el mundo de Liddell, no está claro que sean antónimos. Después de todo, Anastasio significa, en griego antiguo, “el resucitado”.
La propuesta formulada por Liddell le cogió por sorpresa. “Se identificó conmigo al ver mi película anterior, Mimosas, y al leer alguna entrevista. Los dos citamos palabras denostadas por la modernidad, al hablar de conceptos como el alma, el espíritu o la eternidad”, afirmaba Laxe a pocas horas del estreno. “Para nosotros, lo sagrado, la fe como rezo y la prosternación a través de la obra de arte son cosas importantes. Nos alivia conocernos y ha sido bello trabajar juntos”.
Sus lenguajes artísticos no son, con todo, demasiado parecidos. “Aun así, los dos aspiramos al mismo silencio, al mismo éxtasis a partir del lenguaje. Compartimos ese patetismo que conlleva ser artista hoy en día y ser creyente en el final de los tiempos”, opina el director. Laxe, que nunca había visto una obra de Liddell, al haber vivido 12 años en Marruecos antes de regresar a Galicia, dudó antes de aceptar el papel. Terminó haciéndolo durante un encuentro con Liddell en el pasado festival de San Sebastián. “Los dos tendemos a validar o desacreditar rápidamente a los demás”, admite Laxe. “En Angélica he sentido una verdad de forma inmediata. Ella pone toda su alma en lo que hace. Y eso, desafortunadamente, no es tan habitual en el arte”.
Pese a no tener “ninguna ambición como actor”, Laxe decidió desviarse hacia el teatro en su momento de mayor reconocimiento en el cine. “Estoy cansado de mí mismo. Estoy en una búsqueda por no ser nadie. Anular mi personalidad y ponerme al servicio de otro artista ha sido muy sano”, apunta Laxe, nominado a cuatro premios Goya por Lo que arde. El 25 de enero no hay función en París, por lo que no faltará a la ceremonia. “En realidad, ya hemos ganado. Hemos llegado a espectadores que no ven este tipo de cine, alejándonos de las élites autistas que tantas veces somos. La gente ha respondido con un gran nivel de madurez y sensibilidad. Es esperanzador para todos”.
Si Liddell dedicó a su madre un viaje a la Extremadura de sus ancestros, con acompañamiento musical del cantaor El Niño de Elche, ahora firma un réquiem por su padre, un militar llamado Anastasio, donde alterna su propio vía crucis con el de otro hijo desconsolado: un Jesucristo al que interpreta el cineasta Oliver Laxe, que troca su habitual sosiego por los diálogos a grito pelado que le ha escrito la directora.
“Cada día me esfuerzo por olvidar sus vidas. No quiero tener otro recuerdo que sus muertes, que me devolvieron el gigante del perdón y la piedad”, escribe Liddell en el programa de mano, única pista disponible para entender sus intenciones. La directora, en plena cuaresma mediática, dejó de conceder entrevistas en 2016. Padre describe el proceso que la llevó a llorar por quienes había odiado en su juventud, hasta llegar a profesarles amor.
La obra reafirma la apuesta de Liddell por un teatro cada vez menos narrativo, formado por una larga serie de estímulos visuales y filosóficos. Es una obra sobre “lo ininteligible”, en sus propias palabras, que abarca nociones tan inasibles como la muerte, la belleza o la relación con Dios. Es también una de sus funciones más crípticas, un poema visceral influido por los ensayos sobre la estética de Hegel y los textos sobre el masoquismo que firmó Deleuze, cuya teoría sobre la “mujer-verdugo” parece encontrar un reflejo en la poética escénica de Liddell.
Figura marginal que pasó la gorra en el Retiro y trabajó en “un espectáculo de chinos” en Port Aventura, la directora conquistó la fama internacional en 2010 en el Festival de Aviñón. Desde entonces, no se ha dormido en los laureles. El teatro de Liddell, que ha practicado la masturbación y la automutilación sobre el escenario, sigue siendo una agresión en toda regla.
Tras denunciar en su anterior obra, The Scarlett Letter, el MeToo como “una justicia de revista de peluquería” liderada por “misandras totalitarias”, Liddell regresa ahora con un espectáculo que puede recordar a aquellas coplas medievales donde la muerte de un allegado era una ocasión para reflexionar sobre la vida y el devenir de los tiempos. Aunque, en su caso, haya menos resignación cristiana que odio y dolor.
Como ha sido habitual en sus últimos trabajos, las referencias a la historia del arte siguen siendo recurrentes en esta nueva obra. Padre arranca con un cadáver tumbado en una camilla bajo las manos gigantes de la Virgen de la Anunciación, la obra maestra del pintor renacentista Antonello da Messina. Más tarde, irrumpe en escena un asno, media docena de jóvenes obesas (y desnudas) con palomas en la mano y un Jesucristo con aspecto de vendedor de seguros o de prosélito mormón, que se arrodilla sobre una alfombra islámica para rezar.
En el siguiente acto, Liddell custodia a su padre en el hospital, un anciano que se ha convertido en bebé, lo que obliga a la directora a ejercer de madre pese a no haber procreado. Reclamando su derecho a seguir siendo hija, Liddell decide quitarse las bragas, manchadas de heces, y obliga a su padre a limpiarle las nalgas. Las obras de la dramaturga siguen siendo peligrosos artefactos en un mundo teatral que sigue controlado por las certezas aristotélicas y los consensos blandos. Su teatro logra adentrarse en zonas del subconsciente en las que pocos directores se aventuran.
Frente al maltrato al que le sigue sometiendo la vida, la directora no tiene más remedio que seguir acatando cada zarpazo. Pero, sobre el escenario, Liddell reina con métodos absolutistas, intentando someter hasta al propio Jesucristo. “Eres entre mis manos un instrumento ciego, un esclavo que me obedece en todo. Soy tu soberana, la dueña de su vida y de tu muerte”, pronuncia frente a un Laxe arrodillado. Hacia el final, suena una marcha procesional, uno de esos pasacalles fúnebres, mientras una vieja ambulancia aterriza desde los cielos, como si fuera un deus ex machina dispuesto a resolver el entuerto. Solo que, en lugar de salvar, mata. En el mundo de Liddell, no está claro que sean antónimos. Después de todo, Anastasio significa, en griego antiguo, “el resucitado”.
Oliver Laxe: "Compartimos ese patetismo que conlleva ser artista y ser creyente"
A. V.
Cuando era una niña, Angélica Liddell solía hablar con Dios “en
diálogo”, en la soledad de los cuarteles militares donde el oficio de su
padre la obligó a crecer. Esa conversación divina no se ha interrumpido
desde entonces. En Padre, Liddell sigue conversando con un Jesucristo con aspecto de hombre corriente, al que interpreta Oliver Laxe. El director de Lo que ardeafronta
con esta obra su primera experiencia teatral, exceptuando “un breve
papel de pastorcillo” en la función navideña de un colegio español de
París, donde este hijo de inmigrantes gallegos nació en 1982 y vivió
hasta los seis años.La propuesta formulada por Liddell le cogió por sorpresa. “Se identificó conmigo al ver mi película anterior, Mimosas, y al leer alguna entrevista. Los dos citamos palabras denostadas por la modernidad, al hablar de conceptos como el alma, el espíritu o la eternidad”, afirmaba Laxe a pocas horas del estreno. “Para nosotros, lo sagrado, la fe como rezo y la prosternación a través de la obra de arte son cosas importantes. Nos alivia conocernos y ha sido bello trabajar juntos”.
Sus lenguajes artísticos no son, con todo, demasiado parecidos. “Aun así, los dos aspiramos al mismo silencio, al mismo éxtasis a partir del lenguaje. Compartimos ese patetismo que conlleva ser artista hoy en día y ser creyente en el final de los tiempos”, opina el director. Laxe, que nunca había visto una obra de Liddell, al haber vivido 12 años en Marruecos antes de regresar a Galicia, dudó antes de aceptar el papel. Terminó haciéndolo durante un encuentro con Liddell en el pasado festival de San Sebastián. “Los dos tendemos a validar o desacreditar rápidamente a los demás”, admite Laxe. “En Angélica he sentido una verdad de forma inmediata. Ella pone toda su alma en lo que hace. Y eso, desafortunadamente, no es tan habitual en el arte”.
Pese a no tener “ninguna ambición como actor”, Laxe decidió desviarse hacia el teatro en su momento de mayor reconocimiento en el cine. “Estoy cansado de mí mismo. Estoy en una búsqueda por no ser nadie. Anular mi personalidad y ponerme al servicio de otro artista ha sido muy sano”, apunta Laxe, nominado a cuatro premios Goya por Lo que arde. El 25 de enero no hay función en París, por lo que no faltará a la ceremonia. “En realidad, ya hemos ganado. Hemos llegado a espectadores que no ven este tipo de cine, alejándonos de las élites autistas que tantas veces somos. La gente ha respondido con un gran nivel de madurez y sensibilidad. Es esperanzador para todos”.
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