martes, 2 de abril de 2024

La Hora Musa - 'La jaula de los monos': Un (Museo) ABC por fascículos ,. Martes - 9 , 16 - Abril ,. / Cachitos de hierro y cromo - Miquel Barceló y el milagro de la cerámica como 'pintura amplificada' La Pedrera de Barcelona acoge una gran retrospectiva dedicada a las cerámicas del artista mallorquín ,. Martes - 9 , 16 - Abril ,./ Locos por las motos - A la altura del mejor Márquez ,.

 

   TITULO: La Hora Musa -   'La jaula de los monos': Un (Museo) ABC por fascículos,. Martes - 9 , 16  - Abril ,.


 'La Hora Musa', presentado por Maika Makovski ,a las 22:55 horas, en La 2 martes  - 9 , 16 - Abril  , fotos,.

   'La jaula de los monos': Un (Museo) ABC por fascículos,.

 Ilustración sobre Barcelona datada en 1988 de Montesol

Puede ser un martes o un miércoles, preferiblemente el martes, que para eso el refranero lo propuso como el día en el que no cabía casarse ni embarcarse, es decir, momentos para dedicarse a placeres mundanos. Hay quien espera al fin de semana, pero últimamente ese par de días suele ser sagrado. Al cierre semanal no se le puede pedir demasiado, si acaso que sirva de tránsito feliz para regresar a la rueda laboral sin demasiados altibajos y con la vida más o menos recompuesta. Optemos por el martes, como haría Rob Fleming, el protagonista treintañero de aquella novela que Nick Hornby tituló Alta Fidelidad (1995) y que iba de todo menos de las excelencias de reproductores fieles —no me refiero a hombres leales, sino a aparatos que trasladasen del modo más genuino posible la música que otros grabaron como expresión personal para nuestro deleite y para que nuestro cerebro acabe embebido en dopamina. No, el libro iba de otra cosa. “El martes por la noche”, cuenta el bueno de Rob, “me dedico a reorganizar mi colección de discos (autobiográficamente); es una cosa que suelo hacer en época de altibajos emocionales. Habrá gente a quien le parezca una forma bastante aburrida de pasar una velada, pero yo no estoy entre ellos. Mi vida es mía, es ésta, y resulta agradable sumergirse en ella hasta los codos, tocarla con los dedos.” Sea un martes, pues.

"Estamos a martes, y toca ordenar la discoteca. Se encuentra en el lugar noble de la casa, si es que hay nobleza en un comedor exiguo permanentemente envuelto en el ruido de un tráfico infernal"

El ejemplar de la novela que manejo perteneció a alguien que viajó con el libro de Milano a Malpensa en el Malpensa Express y guardó el billete del viaje como punto de lectura para que yo lo encontrara en una librería de lance años más tarde. Se trata de la primera edición española (Ediciones B, Barcelona, 1995), y traía como subtítulo “una comedia sobre el miedo al compromiso, el odio a tu trabajo, enamorarse, y otros éxitos del pop”. Hoy edita la novela Anagrama, que tiene el grueso de la producción de Hornby en castellano, desde Fiebre en las gradas a Funny Girl, pasando por esa joya infravalorada que es 31 canciones. Por aquel libro que saltó de Italia a España, transitaba, como digo, Rob y sus despropósitos. Alguien ha visto un exceso de misoginia en la novela, pero eso acaso se deba a una pérdida actual de olfato ante el uso del registro irónico que nos asola en estos tiempos de ingenuidades pueriles y flaquezas emocionales. Puede que el peterpánico Rob, al que John Cusack insufló vida con brío en la película que protagonizó bajo la dirección de Stephen Frears (2000), diese voz a algunos lugares comunes sobre las relaciones entre hombres y mujeres, o más bien sobre lo que hombres como él opinan del galimatías emocional del universo femenino (distinto, aunque igual de embrollado que el masculino: en compensación ha aparecido un serial televisivo casi literal a la película, con Zöe Kravitz de protagonista); pero sólo es eso, su punto de vista, su mirada maravillada ante lo supuestamente incomprensible. Y se deja llevar, como ocurre con frecuencia cuando nos enamoramos, o así lo confiesa el mismo Hornby al hablar de dos de sus tres pasiones, en orden intercambiable, el fútbol y las mujeres (el tercero es la música pop): sucede “de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo”. Si también incluye la tercera de sus pasiones se debe a que, a pesar de las alegrías que comporta vivir inmerso en la música pop, a veces hay dolor y sobresaltos, sobre todo, cuando la magia de un grupo se desvanece, cuando el resultado no se acerca a las expectativas creadas, cuando fallece ese miembro querido de tu familia alternativa, cuando, en fin, el mundo se hunde bajo tus pies y sabes que ya nada será igual.

Estamos a martes, y toca ordenar la discoteca. Se encuentra en el lugar noble de la casa, si es que hay nobleza en un comedor exiguo permanentemente envuelto en el ruido de un tráfico infernal, la banda sonora de la recogida neumática de basuras, el camión del reciclaje del vidrio, el de enseres muebles, el autobús de línea, el botellón nocturno y el rugir de un compresor que no sé de dónde viene, pero que produce un sonido de bajas frecuencias que impide la medición de decibelios de las autoridades municipales, pero suficiente para que uno no pueda pegar ojo en toda la noche. Así no hay modo de conciliar el sueño ni de mantener los nervios a raya. La discoteca está en el comedor, sí, pues hube de elegir entre el placer inmediato que proporciona la música o el más moderado en el tiempo que generan los libros. Al final, estos últimos acabaron en el trastero, que es el lugar que la arquitectura contemporánea ha convertido en metáfora del alma para estos tiempos indignos. El lugar oscuro sin apenas tránsito para nuestros sueños postergados: no hay todavía olvido para ellos, pero están enterrados a varios pisos bajo nuestros pies.

"Caigo en la cuenta de que existen unos cuantos volúmenes de mi discoteca que funcionan como trampantojo, como esos fake books que comercializa la influencer francesa Maddy Burciaga"

En ese trajinar de discos, caigo en la cuenta de que existen unos cuantos volúmenes de mi discoteca que funcionan como trampantojo, como esos fake books que comercializa la influencer francesa Maddy Burciaga y que se hicieron famosos durante los días de confinamiento por la pandemia: plafones que imitaban los lomos de libros selectos, un potencial decorativo que, como ha señalado Patricio Pron, sirven a su vez para “obtener el respeto y el capital simbólico que quienes no tienen por costumbre leer otorgan a quienes sí lo hacen”, o como dice la especialista en adicción a los libros Jessica Pressman en Bookishness. Loving Books in a Digital Age (Columbia University Press, 2020), para “construir y proyectar identidad a través de la posesión y la presentación de libros”. En mi caso, sin embargo, su presencia tiene que ver con un asunto de practicidad: ¿han probado de colocar esos libros de hojas satinadas y formato mayor en una estantería Billy®? Se comban a la menor ocasión, si es que han conseguido hacerse con un ejemplar, que me dicen los amigos que haberlas haylas, y que Ikea no deja de reeditarlas, pero que cuesta dios y ayuda hacerse con una de ellas (tal vez ahora, con la idea de Burciaga, sea más fácil, ya se verá).

Junto a esos libros objeto, compendio de álbumes que por varios motivos tienen interés por su diseño, por su valor artístico o simplemente como ejemplares que responden a una época determinada, existen otros volúmenes en la misma estantería Kallax® —no me puedo permitir otra— que funcionan como discotecas alternativas. Son estos un tipo de libros donde aparecen registradas discotecas ajenas, con sus fotografía extensibles, como si fueran las primeras páginas de la revista Hola, en las que se muestran fotografías de las casas de los famosos. Aquí lo que se ilustra son las discotecas de ensueño de algunos de los líderes espirituales en lo que concierne a la colección de discos de vinilo. Puro fisgoneo enfermizo, oigan; pero también valen como lo que les decía, como discotecas potenciales, a modo de metacolecciones: una colección que incluye en ella lo que otros coleccionan, como si fuera un dibujo infinito de Escher en el que se sustituyera la cinta de Moebius por la disposición libérrima de los álbumes, maxis y singles. Todavía queda la tarea de montar un volumen de la serie Unpackin My Library: Writers and Their Books (Yale University, 2011), del profesor de inglés de Harvard Leah Price, donde se sustituya el título por un posible Unpackin My Discotheque: DJs and Their Vinyls. Es una idea.

El caso es que esa acumulación de libros en formato vinilo sobre la cofradía de amantes del surco funciona como ilusión, porque de esto va esta columna, de ilusiones. Uno cree escribir sobre los discos que le importan, cuando en realidad está escribiendo su autobiografía. Eso imaginaba al menos Ricardo Piglia cuando hablaba de la labor entre líneas de crítica literaria. No andamos demasiado lejos de la idea de ese otro argentino universal. Va de ilusiones, de trampantojos y de retromanía, que es el amor fervoroso por el tratamiento con aire añejo de cualquier novedad unido al amor por todo lo antiguo, objetos y actitudes que por el hecho accidental de haberse depositado el paso del tiempo en ellos se les otorga un valor añadido, que no porque a veces resulte justificado deja de catalogarse de desmedido.

"Hoy, en cambio, prima la triple A. Todo analógico, por favor. Así lo querría Rob, y seguro que también sus amigos Barry y Dick."

La retromanía, la nostalgia de que cualquier tiempo pasado fue mejor, unida al alocado consumo de artefactos culturales como forma de autoconocimiento y de recuperación ilusoria de unos años que ya no volverán. De eso hablaba precisamente Simon Reinolds en su libro homónimo, que subtitulaba La adicción de la cultura pop a su propio pasado (Caja Negra, 2012), esto es, el mundo visto desde el punto de vista de arqueólogos, profanadores y archivistas. Una obra que se pregunta si este fenómeno revivalista “supone una sentencia de muerte para toda originalidad o si llegará nuevamente un tiempo en el que el pasado dejará de ser un museo y un archivo para volver a ser un conjunto de recursos utilizados en la búsqueda de territorios sonoros desconocidos.” Por ahí andará nuestro querido Rob Fleming y sus famosos Top 5. Tal vez tendría en su discoteca, por muy pop que se precie el personaje —alter ego del propio Nick Hornby—, ejemplares de Triplicate (Columbia, 2017) de Bob Dylan, con su aire de álbum de los tiempos en que el joven ilustrador, diseñador y tipógrafo Alex Steinweiss tuviera la idea de ilustrar las carátulas de los discos, allá a finales de los años Treinta. Valga como dato que en 2007 Dylan ya había sacado una triple caja de CDs cuyo diseño imitaba los logos de la antigua Columbia que produjera las primeras portadas de Steinweiss y reproducía en ese deluxe box set en cofre de tela roja una impresión de los ejemplares de CDs imitando los surcos de vinilo en riguroso negro acetato.

Nos movemos en un tiempo en el que se denosta aquella por entonces preciada leyenda que traían los discos digitales en los Ochentas, la que respondía a las siglas DDD (grabación digital, masterización digital y producción digital). Hoy, en cambio, prima la triple A. Todo analógico, por favor. Así lo querría Rob, y seguro que también sus amigos Barry y Dick, los dependientes de la tienducha londinense —en la película de Frears la acción se trasladaba a Chicago y Rob pasaba a apellidarse Gordon— que era el cuartel de operaciones del infame trío de posesos musicales. Si Walter Benjamin los hubiese conocido, seguro que le hubieran inspirado la frase que recogió en una de sus Iluminaciones (Taurus, 2008) cuando hablaba de que “para el coleccionista auténtico, adquirir un libro (disco) significa hacerlo renacer”, renacer él y renacer el disco, añadiríamos. De seguir con la tienda y con la colección, Rob y su tribu se habrían hecho con las tres versiones del último disco de Leon Bridges, Gold-Diggers Sound (Columbia, 2021), la original, la de acetato dorado comercializada por Amazon y la de portada alternativa Indie para tiendas de barrio fuera del circuito de grandes almacenes.  A la portada en dorado brillante y al libreto interior con veinte páginas con la reproducción de las letras correspondientes a las once canciones, Leon Bridges añade una tipografía vintage (ya salió la palabrita), consejos impresos en la funda interior sobre los cuidados que requiere una grabación de alta fidelidad vinílica y un sonido envolvente y orgánico. La información que contiene el álbum desea poner al alcance de los fans advenedizos los tesoros del universo del microsurco, desde la etimología de las siglas LP (Long Playing 331/3 rpm, revoluciones por minuto), curiosidades como la de las causas de anchura variable en los surcos, también las notas técnicas de la producción de discos, los cuidados que requiere el formato, hasta un decálogo de las bondades y ganancias que proporciona una grabación de estas características más allá de su simple placer musical, todas en la línea del renacimiento del formato para alegría de la comunidad de amantes de las cosas bien hechas y de las agujas de diamante o zafiro. Se ha citado a Leon Bridges pero podría haberse hablado aquí de Sob Rock, el octavo álbum de estudio de John Mayer (Columbia, 2021), con esa atmósfera ochentera, los colores pastel de la portada, la pose de icono pop adolescente, la imagen de walkman-cassette rodante cuando se pincha una de sus canciones en Spotify, los adhesivos de “The Nice Price” que nada tienen de nice ni de price, y si no que se lo pregunten a los millennials (eso en la época estaba reservado a las series medias, la segunda vida del disco para bolsillos humildes, tras meses en las cubetas de novedades reservadas a pudientes o a fanáticos intrépidos que conocían el bolsillo interior del monedero de sus madres), o esa etiqueta donde debiera estar impreso el precio pero que se dedica a publicitar el año en que Spotify o Apple Music han incluido la grabación en su catálogo. La cosa se ha puesto seria. Pero si hasta una pionera de las revistas de Jazz (ahora también de “Blues & Beyond”) como Downbeat, en la que me vanaglorio de haber publicado, acaba de sacar en su número de julio de 2021 una sección especial llamada “We Love Vinyl!”.

"Diviértanse y recuerden que, como diría el Padrino del Rap, la revolución no será televisada, será retransmitida en un podcast de Spotify"

Así están las cosas. Suerte que nos queda el mensaje del irreductible Gil Scott-Heron para poner las cosas en su sitio. Se trata de un manifiesto que vale como evangelio, no exagero. El texto aparece en los créditos de la funda interior de su última grabación en vida, el fantástico I’m New Here (XL, 2010), el mismo disco que luego el baterista y arquitecto sonoro Makaya McCraven reimaginaría como palimpsesto para crear en We’re New Again (XL, 2020) una nueva pieza repleta de maravillas añadidas a las originales del rapsoda del Bronx, aunque nacido en Chicago y criado por su abuela en Jackson (Tennesse). Lo traduzco literal. Dice así:

“Existe un procedimiento adecuado para aprovechar cualquier inversión. La música, por ejemplo. Comprar música es una inversión. Para amortizarla al máximo debes…

ESCÚCHALO POR PRIMERA VEZ EN CONDICIONES ÓPTIMAS.

No en tu automóvil o en un reproductor portátil a través de auriculares.

Llévalo a casa.

Deshazte de todas las distracciones (incluso de él o ella).

Apaga tu móvil.

Apaga todo lo que suene o vibre o retumbe o silbe.

Ponte cómodo.

Reproduce tu LP.

ESCÚCHALO hasta el final.

Piensa en lo que tienes.

Piensa en quién agradecería esta inversión.

Decide si hay alguien con quien compartir esto.

Ponlo de nuevo.

Diviértete.”

El martes no ha acabado. Así que, con su permiso, yo sigo a lo mío. A ver si entre tanta reordenación de la discoteca aparece un mensaje que me diga, finalmente, quién soy, qué hago aquí y qué va a ser de mi vida. Todo bueno si tengo la música cerca y a alguien a mi vera con quien compartirla. Diviértanse y recuerden que, como diría el Padrino del Rap, “la revolución no será televisada”, será retransmitida en un podcast de Spotify, afirmo. Dedíquense un martes, al menos un martes por semana. Será siempre un día de ganancias y así evitarán lo que le sucedió al protagonista de El hombre que ordenaba bibliotecas (Pre-Textos, 2021), la elegante primera novela del también poeta Juan Marqués (contarlo sería destripar el relato). Lo dicho, resérvenle unas horas a su discoteca. No serán horas perdidas en vano. Para cualquier reclamación, razón aquí.

 

TITULO:  Cachitos de hierro y cromo -  Miquel Barceló y el milagro de la cerámica como 'pintura amplificada' La Pedrera de Barcelona acoge una gran retrospectiva dedicada a las cerámicas del artista mallorquín  ,. Martes - 9 , 16  - Abril  ,.

   El martes -  9 , 16 - Abril  a las 22:30 horas por La 2, fotos,.

 Miquel Barceló y el milagro de la cerámica como 'pintura amplificada' La Pedrera de Barcelona acoge una gran retrospectiva dedicada a las cerámicas del artista mallorquín ,.

Miquel Barceló ojea un catálogo de la exposición de sus cerámicas en La Pedrera,.
 

Se hizo la luz, se multiplicaron los panes y los peces y, milagro, Miquel Barceló tocó el cielo no solo como pintor y artista de vanguardia, sino también como ceramista. 300 metros cuadrados de lienzo cerámico, 2.000 fragmentos y una nueva piel de barro hecha a golpes y puñetazos. «Esta cerámica es igual que un cuadro. Es otra forma de pintar«, dijo entonces Barceló para resumir su trabajo en la Capilla del Santísimo de la Catedral de Palma de Mallorca. «La cerámica es la pintura amplificada. El proceso de cocción, petrificar lo que era blando (como la pintura) lo revista de relevancia. La cerámica es la madre de la pintura», leemos ahora en la sala de exposiciones de La Pedrera, donde un par de planchas preparatorias del retablo dan cuenta de la magnitud de la empresa.

A su alrededor, una generosa y extensa representación de toda esa 'pintura amplificada' que el mallorquín ha venido creando con regularidad desde que moldeó en Mali sus primeras mezclas de arcilla y excrementos de animales. Un Pinocho muerto, un torso, una máscara. Cabezas de animales y los bustos de Domo, Amo y Amassagou.

«Hay artistas que en un verano hacen veinte cerámicas y ya está, pero en el caso de Miquel se ha convertido en un aspecto central de su obra», apunta Enrique Juncosa, comisario de una exposición que, por primera vez, muestra de forma cronológica tres décadas de trabajo cerámico. Más de 4.000 piezas resumidas en las cerca de ochenta creaciones que se pueden ver en La Pedrera hasta el 30 de junio y con las que Barceló viaja del neolítico al siglo XXI sin abandonar sus talleres de Vietri Sul Mare o Vilafranca de Bonany. Además, la muestra reúne también cuadernos preparatorios y pinturas que contextualizan y complementan el discurso expositivo.

Tejas, ladrillos y arcilla

Esta misma semana, el artista de Felanitx ha presentado su monumental Grotte Chaumont, un 'monstruo' de cerámica de casi ocho toneladas instalado en un bosque del valle de Loria, pero lo que puede verse en La Pedrera es el camino de puntos que , paso a paso, lo ha llevado hasta ahí. De los bustos africanos, las ánforas antropomórficas y los autorretratos irónicos la Capilla del Santísimo, el bosque francés y los tótems fantasmagóricos hechos a partir de grandes ladrillos de barro.

 
Barceló posa para los fotógrafos ,.

«Cuando caen los imperios, se destruyen los palacios, las pinturas, se funden los bronces, pero la cerámica se conserva, porque al fin y al cabo no vale nada», defiende el propio artista, quien hace suyo el 'todos somos griegos' del poeta romántico Percy Bysshe Shelley para convertirlo en lema de la exposición.

«Está claro que él la cerámica la toma en serio», asegura Juncosa. «Cuando expuso en Barcelona en 1988, le invitaron a escoger piezas de museos de la ciudad, y el 80 por ciento de lo que escogió ya eran cerámicas de Guinea Ecuatorial y Grecia», añade el comisario. En aquel momento, Barceló ya había experimentado con la materia en transformación y las imágenes que surgían de la propia viscosidad de los materiales, pero fue un feliz accidente el que le introdujo en la cerámica como forma de expresión artística.

A mediados de los noventa, durante un viaje a Mali, las fuertes tormentas de viento llenaban de polvo los cuadros y convertían la pintura en una auténtica odisea, por lo que empezó a trabajar con arcilla «a partir de la técnica tradicional de la zona, donde se mezcla con excrementos de animales, como vacas o asnos, que dan como resultado unas obras muy frágiles, que rápidamente son sustituidas por otras». Y es que la cerámica, asegura Barceló, «es el material que mejor recoge los defectos y las imperfecciones, sobre todo cuando se cuece con leña», como hacían las mujeres en Mali.

 
Detalle de los tótems de Barceló ,.

En 2008, después de concluir el encargo para la catedral de Mallorca e iniciar una «larguísima conversación» con Gaudí que, dijo, sigue «aquí en La Pedrera», Barceló compró una antigua tejería en Vilafranca de Bonany (Mallorca), puso en marcha un taller dedicado exclusivamente a la cerámica, y empezó a experimentar con pigmentos, colores y temas troncales en toda su obra como la naturaleza, la zoología o la tauromaquia.


También llevó su trabajo con arcillas blandas al Festival de Aviñón, donde junto al coreógrafo Josep Nadj presentó el espectáculo 'Paso doble', del que se puede ver un fragmento en video justo antes de enfrentarse a los Tótems de Barceló: enormes construcciones modulares con guiños a las culturas clásicas y a algunos animales fantásticos que conectan directamente con el monstruo dentado de la Grotte Chaumont.

 

TITULO:  Locos por las motos - A la altura del mejor Márquez ,.

 

A la altura del mejor Márquez,.

La victoria de Martín en Portimao le dio a Ducati su undécimo triunfo consecutivo en MotoGP. El récord histórico son las 12 de Honda en 2014 que redondeó Marc.

A la altura del mejor Márquez - AS.com

foto / Nunca antes se había dado un periodo tan dominador en la era MotoGP como el de Marc Márquez junto a Honda en 2014. El curso comenzó con 10 triunfos consecutivos para el español, y aunque la racha se interrumpió en el GP de la República Checa con una victoria de Dani Pedrosa, esa actuación mantenía a la marca del ala dorada imbatible en la clase reina. Hace una década el fabricante japonés estaba en una posición completamente opuesta a la actual, pues en este inicio de curso están luchando por intentar no cerrar la tabla, y esa racha de carreras en lo más alto del podio se prolongó hasta las 12 gracias a la carrera que se llevó el ocho veces campeón en el GP de Gran Bretaña. Cifra que hasta día de hoy, sigue marcando el récord histórico de victorias consecutivas en la máxima cilindrada.

Valentino Rossi con la Yamaha en su gran premio de casa (San Marino) fue el encargado de acabar con una racha que parecía inalcanzable. Pero en el último lustro esa palabra ha desaparecido del diccionario de Ducati y el triunfo de Jorge Martín en Portimao, deja a la casa de Borgo Panigale a la altura del mejor Márquez y la mejor Honda en MotoGP. O al menos así los dicen los números. La victoria del piloto de Pramac en el trazado portugués supuso la undécima consecutiva para la Desmosedici en la clase reina. Hay que retroceder hasta el GP de Cataluña de 2023 para encontrar la última carrera que no conquistó la moto italiana (se la llevó la Aprilia de Aleix Espargaró) y desde entonces, seis pilotos han tenido el privilegio de ir engordando la historia de los de Bolonia en el Mundial.

El propio Martín (4), Bagnaia (3), Bezzecchi, Zarco, Bastianini y Di Giannantonio se han encargado de distribuir entre ellos las victorias en estas últimas once carreras que ha celebrado MotoGP. En el caso de Honda el reparto de las 12 consecutivas fue cosa de dos pilotos (Marc y Pedrosa), y Márquez se encargó de alcanzar esa cifra máxima a la que ahora aspira Ducati. El ocho veces campeón le dio la duodécima a la marca del ala dorada y lo que puede parecer casualidad, igual es cosa del destino: ahora los de Borgo Panigale pueden alcanzar el registro del fabricante japonés en Las Américas.

La próxima visita que marca el calendario de MotoGP lleva al Mundial hasta el circuito de Austin. Desde que el trazado americano debutó en el campeonato (2013) hasta 2021 (en el 2020 no hubo competición por la COVID-19), Márquez conquistó todas las citas en Texas, con la única excepción de un 2019 donde perdió el triunfo a causa de una caída cuando lideraba. Las Américas se convirtió en el jardín de Marc y de la misma manera en la que el ocho veces campeón culminó ese récord de 12 triunfos para Honda, ahora tiene la oportunidad de igualar con Ducati dicha cifra.

Ducati solo ha ganado con Gresini en Austin

Los históricos le dan el último triunfo en Las Américas a la Honda, gracias a una victoria de Rins que al mismo tiempo fue la única del fabricante japonés en 2023. Sin embargo, con un Márquez lastrado por su lesión de hombro que marcó la trayectoria del español en el Mundial desde 2020 hasta el pasado curso, el otro triunfo que se repartió (2022) fue para una Ducati... del Gresini. Bastianini se impuso en el trazado americano con la Desmosedici, y esa fue la primera y única vez que la moto italiana salió como ganadora de Austin. De volver a conseguirlo entrarían en los libros de historia y Marc, tiene la oportunidad de acompañar a los de Borgo Panigale en esa aventura. Ya lo hizo en el pasado con Honda y en Texas, es casi infalible.

Metrópolis - El peor genero musical de la histora el nu-metal ,. / DIAS DE TOROS - Enrique Ponce sobre José Tomás: "pudimos haber toreado juntos, incluso este año" , . / Retratos con alma - El amor que no podía ocultarse, un cuento de Enrique Jardiel Poncela,.

 

 TITULO: Metrópolis -  El peor genero musical de la histora el nu-metal  ,.

  El lunes - 8 , 15 - Abril , los lunes a partir de las 00:30, en La2, foto,.

  El peor genero musical de la histora el nu-metal,.

 El libro del sepulturero, de Oliver Pötzsch

En el Prater, el parque más importante de la ciudad, aparece el cuerpo de una criada asesinada de forma brutal. Leopold von Herzfeldt, un joven inspector de policía, será el encargado del caso, a pesar de no contar con el favor de sus colegas, que no quieren saber nada de sus novedosos métodos de investigación, como la inspección de la escena del crimen, la obtención de pruebas o la toma de fotografías. Leopold contará con el apoyo de dos personajes del todo dispares: Augustin Rothmayer, el sepulturero mayor del cementerio central de Viena; y Julia Wolf, una joven operadora de la recién inaugurada central telefónica de la ciudad con un secreto que no quiere que salga a la luz.

Leopold, Augustin y Julia se verán inmersos en los profundos abismos ocultos tras las puertas de la glamurosa ciudad en una carrera para dar con un asesino despiadado que sembrará Viena de cadáveres inocentes.

Zenda adelanta el prólogo y las primeras páginas de El libro del sepulturero, una novela de Oliver Pötzsch publicada en España por Planeta.


PRÓLOGO

El hombre del ataúd abrió los ojos y escuchó su propio sepelio.

Al fondo de la fosa llegaban retazos de palabras sordas entremezclados con los lamentos y el llanto de una mujer. El enterrado creyó saber quién estaba llorando y se le partió el alma.

Contra todo pronóstico, dentro del féretro no olía mal. La madera de abeto rojo recién cortada desprendía un agradable aroma de resina y por las estrechas rendijas que dejaba la unión claveteada de la tapa con la caja entraba un poco de aire. Un débil resplandor, apenas visible, se colaba en el interior. Una voz profunda sonó entonces en la superficie. El hombre del ataúd no captó el contenido exacto del discurso, pero seguro que fue un buen parlamento, de aquellos que hacían ver a los demás la gran persona que había sido uno. ¿Por qué nunca habían hablado así de él cuando todavía vivía?

Pero ¿en qué estaba pensando? Estaba vivo.

Le dolía mucho la cabeza, como si la tuviera sumergida en un barreño de aceite de linaza, pero sin duda estaba vivo. Para comprobarlo, primero movió los dedos de las manos y los pies; después, el pie derecho y el izquierdo, y finalmente los brazos. El ataúd era más espacioso de lo que había pensado al principio, solo que un poco duro, y un clavo mal remachado le oprimía el omoplato derecho. Por lo demás, tenía frío y no le habría venido mal una manta.

En la superficie, la mujer volvió a gemir y un sonido monótono y gutural salió simultáneamente de muchas gargantas. Era una palabra de dos sílabas que murmuraron los asistentes y que el hombre tardó en reconocer.

«Amén.»

La ceremonia concluyó.

De repente se oyó un ruido distinto, mucho más cercano esta vez, un ligero estrépito seguido de un repiqueteo a intervalos regulares. Chas… Chas… Chas…

El hombre contuvo la respiración. Estaban paleando tierra sobre el ataúd. Las piedrecillas tamborileaban y rodaban sobre la tapa de madera, y la luz en el interior de la caja iba atenuándose gradualmente a medida que la fosa se llenaba de tierra grasa y arcillosa.

Chas… Chas… Chas…

Entonces se hizo la oscuridad, una oscuridad, precisamente, sepulcral.

Chas…

Una última paletada, voces que se desvanecían, pasos que se alejaban.

Silencio.

El hombre casi podía palpar el silencio. Era como una masa oleosa, negra y viscosa que le subía por las piernas, le recorría el cuerpo tembloroso, llegaba hasta la cabeza y el cabello y le taponaba los oídos. Estaba literalmente bañado en silencio. Era una sensación agradable, en parte porque sabía que no duraría eternamente.

El hombre esperó. Aguzó el oído y se mantuvo a la escucha hasta que por fin oyó algo. Era un golpeteo constante, como si alguien estuviera llamando a una puerta lejana. Los golpes eran cada vez más rápidos, más sonoros.

«¡Ya están aquí! ¡Por fin han llegado!»

Pasó todavía un rato hasta que se dio cuenta de que el sonido que escuchaba eran los latidos de su propio corazón. Palpitaba a toda prisa, como un reloj cuando le dan cuerda demasiado rápido.

«¿Qué está pasando ahí arriba? ¿Por qué no ocurre nada?»

El hombre gritó y su propio grito le resonó tan fuerte en los oídos que el mundo entero debió de escucharlo. Pero nadie le oía, a lo sumo los pocos escarabajos, cochinillas y lombrices que reptaban y serpenteaban muy cerca de él a la espera de hurgar en sus oídos, ojos y tripas. El aire empezaba a escasear. ¿Cuánto tiempo podría durar metido en esa caja? ¿Una hora? ¿Media? ¿Menos? Alzó las manos desesperadamente hasta que le quedaron a la altura del pecho y empujó con todas sus fuerzas la tapa del ataúd. La tierra entraba por los bordes y le caía en los ojos. El hombre tosía, gritaba, empujaba, vociferaba, presionaba… Pero era inútil. Clavaba las uñas en la madera como si así pudiera abrirse paso a través del ataúd y la tierra y salir al exterior, de vuelta al mundo de los vivos.

El hombre volvió a gritar.

Gritó porque pensaba que así despertaría. De niño había tenido una pesadilla: un lobo enorme con el hocico ensangrentado tiraba violentamente de él y lo despedazaba sin matarlo. En aquella ocasión había gritado y se había despertado bañado en sudor frío. Su madre acudió a su cama, le cantó una nana y todo volvió a la normalidad. Ahora esperaba, rezaba por que esta vez se tratara también de un sueño.

Pero no lo era.

«Es real —pensó el hombre mientras se sumía lentamente en un estado de locura—. Es la cruda realidad. Estoy solo, nadie me va a ayudar, tampoco ella…»

Ese ataúd era su tumba, una tumba tan real como el olor a moho de la tierra, como su propio jadeo cada vez más débil, como el cosquilleo que le producían las cucarachas, cochinillas y arañas, como la eterna oscuridad que tiraba de él hacia un lugar cada vez más profundo.

I

Viena, noche en el Prater, octubre de 1893

El potente haz de la linterna de petróleo se movía a tientas en la noche como un tentáculo fino y alargado. Su sigiloso revoloteo atravesó arbustos y árboles, recorrió un par de puestos de salchichas y tiovivos en la lejanía, palpó la elevada cúpula de la Rotonda y la pared trasera de un colorido teatrillo de títeres de cachiporra y se detuvo finalmente sobre la berlina de caja negra que se aproximaba desde el Prater a gran velocidad. El cochero refrenó los dos caballos y el carruaje se detuvo con las ruedas rechinando sobre la avenida principal del parque. Con una sonrisa burlona miró hacia atrás por la mirilla y, guiñándole un ojo a su pasajero, le dijo:

—Tan rápido como un vapor inglés. Hasta podría apuntarme al Derby del Prater. Servidor de usted, caballero… —Expectante, el hombre extendió la mano y Leopold, tal como habían acordado, le pagó el doble de la tarifa, incluso unas monedas más.

—Muchas gracias —respondió Leopold, y, acompañándose de un leve quejido, se incorporó en el asiento forrado de cuero. El trayecto infernal lo había dejado baldado—. Ha ido usted condenadamente rápido. Puede estar contento de que no nos haya parado ningún guardia.

—Descuide, que con un policía en mi fiacre no nos detendrá ningún guripa —respondió el cochero. Cuando el conductor abrió la portezuela, una humedad fría con olor a hierba, estiércol de caballo y fango, típica de las tormentas otoñales vienesas, dio la bienvenida a Leo. El hedor le hizo pensar en una gran bestia en estado de descomposición.

Hacía horas que llovía, pero no tan fuerte como al principio. La intensa lluvia de octubre golpeaba el techo del carruaje y goteaba de los castaños como si fuera resina. Leo abrió la tapa de su Savonette de plata: el reloj de bolsillo indicaba que eran exactamente las doce y ocho minutos de la noche. Apenas habían tardado doce en llegar hasta allí desde la Jefatura de Policía en el Schottenring haciendo caso omiso de todas las normas de tráfico. Habían tenido suerte de que no se les hubiera cruzado ningún tranvía tirado por caballos o, peor aún, ninguno de esos nuevos automóviles conducidos por ricachones borrachos acompañados de sus amantes que Leo había visto circular por las calles de Viena.

Volvió brevemente la mirada por encima del hombro hacia la avenida que, trazando una franja negra, dividía el gran parque en dos mitades. El Prater era una extensa zona de recreo jalonada por los humedales del Danubio, pequeños grupos de bosques y arbustos; llegaba hasta el edificio del Lusthaus y el hipódromo de Freudenau, donde acudían a divertirse la nobleza y la burguesía. Justo detrás de los árboles, donde terminaba el también llamado Wurstelprater, la ciudad parecía refulgir. Las numerosas farolas de gas envolvían los teatros de variedades, cafés, salas de espejos mágicos y puestos de puntería con una cálida luz amarillenta. Aquí, al noroeste del parque, era donde el pueblo llano venía a divertirse siempre de la misma manera. Incluso a esa hora tan avanzada salían de las cantinas risas, gritos y los acordes melancólicos pero a la vez cantarines del schrammel, el género musical tradicional vienés. Una guitarra desafinada, acompañada por un acordeón de botones típico de la región de Estiria, tocaba una vieja tonadilla:

Ligera como el viento corre la sangre por mis venas,
solo soy un verdadero, un hijo de Viena…

Sin darse cuenta, Leo se puso a tararear la melodía. Se colgó al hombro la raída bolsa de la cámara y un estuche con placas secas, tomó con una mano su descuadrado maletín de piel y se bajó del carruaje. Con un último chasquido del látigo, el cochero dio media vuelta y se dirigió hacia el lugar de donde venían la música, las luces y el bullicio, allí donde había vida.

En el bosque aguardaba la muerte.


TITULO:  DIAS DE TOROS  - Enrique Ponce sobre José Tomás: "pudimos haber toreado juntos, incluso este año",.

 

 

Enrique Ponce sobre José Tomás: "pudimos haber toreado juntos, incluso este año",.

El torero valenciano, que reaparece este 2024 para poner fin a su carrera en activo, habló con la Asociación El Toro de Madrid,.

Enrique Ponce: “Siempre pensé despedirme en Valencia"
 
foto / Enrique Ponce: “Siempre pensé despedirme en Valencia"Mateo,.

El diestro Enrique Ponce fue el protagonista de una extensa tertulia organizada por la asociación 'El Toro de Madrid', que congregó a numerosos aficionados en el restaurante Puerta Grande de la capital española. Durante más de dos horas, Ponce abordó diversos temas, incluyendo su temporada de despedida de los ruedos en el año 2024.

El diestro destacó la ausencia de su presencia en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla este año, aunque confirmó su participación en plazas como Nimes, Madrid y Valencia. Sin embargo, señaló que no tiene previsto realizar un gran número de festejos, estimando que su temporada no superará los veinte eventos entre España y Francia.

Entre los aspectos más destacados de la tertulia estuvo la mención de José Tomás, con quien Ponce no ha compartido plaza desde hace más de quince años. Ante la pregunta de un aficionado sobre la posibilidad de haber toreado juntos en el pasado, Ponce reveló que, si bien intentaron coordinar esa posibilidad, no se llegó a un acuerdo debido a discrepancias en las condiciones. Afirmó que, “Hubo momentos en los que pudimos haber toreado juntos unas corridas y es verdad que no se llegó a un acuerdo por temas de despachos. Es verdad que en alguna ocasión Simón Casas lo intentó. Vino a hablar conmigo, yo le dije que perfecto, pero había algunas condiciones en las que, según Simón, él no quiso. Ni yo iba a ganar menos que él, ni tampoco él más que yo. Le dije a Simón de hacer varias corridas, y al final me dijo que no. Intenté que fuera que sí, y este año también”.

 

En cuanto a su estilo de toreo, Ponce defendió la pureza y la estética en su técnica, destacando su enfoque en sentir la tauromaquia en cada faena. Argumentó que cada toro demanda un trato distinto y que es esencial adaptarse a las características de cada animal para ejecutar una lidia efectiva y estética. Destacó la importancia de la plaza de Madrid en la valoración de este arte, subrayando la sensibilidad del público de esta plaza hacia el toreo bien ejecutado.

 

TITULO:  Retratos con alma - El amor que no podía ocultarse, un cuento de Enrique Jardiel Poncela ,.

 

La periodista Isabel Gemio regresa a la televisión para presentar 'Retratos con alma', el nuevo programa producido por RTVE en colaboración,.  

 

 Lunes - 8, 15 - Abril -  a las 22:40 horas en La 1 / foto,.

  El amor que no podía ocultarse, un cuento de Enrique Jardiel Poncela,.

 El amor que no podía ocultarse, un cuento de Enrique Jardiel Poncela

«Sus cartas, llenas de una gracia tierna y elegante, habían sido el lugar geométrico de mis besos.» Un hombre, después de sostener un largo romance vía correspondencia con una mujer, se decide finalmente a conocerla en persona. 

El amor que no podía ocultarse, un cuento de Enrique Jardiel Poncela

Durante tres horas largas hice todas aquellas operaciones que denotan la impaciencia en que se sumerge un alma: consulté el reloj, le di cuerda, volví a consultarlo, le di cuerda nuevamente, y, por fin, le salté la cuerda; sacudí unas motitas que aparecían en mi traje; sacudí otras del fieltro de mi sombrero; revisé dieciocho veces todos los papeles de mi cartera; tarareé quince cuplés y dos romanzas; leí tres periódicos sin enterarme de nada de lo que decían; medité; alejé las meditaciones; volví a meditar; rectifiqué las arrugas de mi pantalón; hice caricias a un perro, propiedad del parroquiano que estaba a la derecha; di vueltas al botoncito de la cuerda de mi reloj hasta darme cuenta de que se había roto antes y que no tendría inconveniente en dejarse dar vueltas un año entero.

¡Oh! Había una razón que justificaba todo aquello. Mi amada desconocida iba a llegar de un momento a otro. Nos adorábamos por carta desde la primavera anterior.

¡Excepcional Gelda! Su amor había colmado la copa de mis ensueños, como dicen los autores de libretos para zarzuelas. Sí. Estaba muy enamorado de Gelda. Sus cartas, llenas de una gracia tierna y elegante, habían sido el lugar geométrico de mis besos.

A fuerza de entenderme con ella sólo por correo había llegado a temer que nunca podría hablarla. Sabía por varios retratos que era hermosa y distinguida como la protagonista de un cuento. Pero en el Libro de Caja del Destino estaba escrito con letra redondilla que Gelda y yo nos veríamos al fin frente a frente; y su última carta, anunciando su llegada y dándome cita en aquel café moderno —donde era imprescindible aguantar a los cinco pelmazos de la orquesta— me había colocado en el Empíreo, primer sillón de la izquierda.

Un taxi se detuvo a la puerta del café. Ágilmente bajó de él Gelda. Entró, llegó junto a mí, me tendió sus dos manos a un tiempo con una sonrisa celestial y se dejó caer en el diván con un “chic” indiscutible.

Pidió no recuerdo qué cosa y me habló de nuestros amores epistolares, de lo feliz que pensaba ser ahora, de lo que me amaba…

—También yo te quiero con toda mi alma.

—¿Qué dices? —me preguntó.

—Que yo te quiero también con toda mi alma.

—¿Qué?

Vi la horrible verdad. Gelda era sorda.

—¿Qué? —me apremiaba.

—¡Que también yo te quiero con toda mi alma! —repetí gritando.

Y me arrepentí en seguida, porque diez parroquianos se volvieron para mirarme, evidentemente molestos.

—¿De verdad que me quieres? —preguntó ella con esa pesadez propia de los enamorados y de los agentes de seguros de vida—. ¡Júramelo!

—¡Lo juro!

—¿Qué?

—¡¡Lo juro!!

—Pero dime que juras que me quieres —insistió mimosamente.

—¡¡Juro que te quiero!! —vociferé.

Veinte parroquianos me miraron con odio.

—¡Qué idiota! —susurró uno de ellos—. Eso se llama amar de viva voz.

—Entonces —siguió mi amada, ajena a aquella tormenta—, ¿no te arrepientes de que haya venido a verte?

—¡De ninguna manera! —grité decidido a arrostrarlo todo, porque me pareció estúpido sacrificar mi amor a la opinión de unos señores que hablaban del Gobierno.

—¿Y… te gusto?

—¡¡Mucho!!

—En tus cartas decías que mis ojos parecían muy melancólicos. ¿Sigues creyéndolo así?

—¡¡Sí!! —grité valerosamente—. ¡¡Tus ojos son muy melancólicos!!

—¿Y mis pestañas?

—¡¡Tus pestañas, largas, rizadísimas!!

Todo el café nos miraba. Habían callado las conversaciones y la orquesta y sólo se me oía a mí. En las cristaleras empezaron a pararse los transeúntes.

—¿Mi amor te hace dichoso?

—¡¡Dichosísimo!!

—Y cuando puedas abrazarme…

—¡¡Cuando pueda abrazarte —chillé, como si estuviera pronunciando un discurso en una plaza de Toros— creeré que estrecho contra mi corazón todas las rosas de todos los rosales del mundo!!

No sé el tiempo que seguí afrontando los rigores de la opinión ajena. Sé que, al fin, se me acercó un guardia.

—Haga el favor de no escandalizar —dijo—. Le ruego a usted y a la señorita que se vayan del local.

—¿Qué ocurre? —indagó Gelda.

—¡¡Nos echan por escándalo!!

—¡Por escándalo! —habló estupefacta—. Pero si estábamos en un rinconcito del café, ocultando nuestro amor a todo el mundo y contándonos en voz baja nuestros secretos…

Le dije que sí para no meterme en explicaciones y nos fuimos.

Ahora vivimos en una “villa” perdida en el campo, pero cuando nos amamos, acuden siempre los campesinos de las cercanías preguntando si ocurre algo grave.