A sus 69 años, Pou es un referente
incuestionable del teatro español. Ahora dirige 'Los hijos de los
Kennedy', una mirada a los años sesenta cuando se cumple medio siglo del
asesinato del presidente estadounidense. Hablamos con este actor y
director de físico singular, apasionado y encantador, pero que, llegado
el caso, está «dispuesto a morder».
Ha dormido poco, confiesa, porque tiene demasiadas cosas en
la cabeza. Le suele ocurrir. Aunque viendo el entusiasmo con el que
habla, no se aprecian secuelas del insomnio. A Pou, desde luego, no le
faltan razones para estresarse. Desde que se puso al frente de La cabra,
de Albee, la primera obra que dirigió, se lo disputan para colocarse
detrás del telón. De hecho dirige el Teatro Goya de Barcelona. Pero
también sigue actuando. Solo le falta escribir y 'amenaza': «Algún día
escribiré mi propia obra de teatro». Así que es lógico que diga: «Yo no
sé lo que es el aburrimiento. No entiendo que alguien pueda aburrirse».
XLSemanal. ¿Cómo es que hay tan poco trabajo en el mundo del teatro y usted tiene siete proyectos en marcha?
José María Pou.
No lo sé. Y lo digo sin falsa humildad. Todo tiene que ver, creo, con
la pasión que transmito. Mi trabajo me entusiasma como actor y director.
Aunque, si me dan a elegir, me quedo con ser actor. Yo soy actor, que
es lo más excelso que hay. Por encima de ser director.
XL.
Pero el hecho es que ahora dirige... y a destajo. ¿Por qué cree que
despierta una unánime empatía? ¿Quizá porque ninguna administración le
tiene inquina?
J.M.P. No. Es que yo no creo que influya absolutamente para nada el que las administraciones te quieran o no te quieran.
XL. No es lo que piensan muchos de sus colegas, como bien sabe.
J.M.P.
Yo soy un claro ejemplo de que eso no es verdad. Yo tengo un Premio de
Cultura que me otorgó un gobierno del PP, y el Premio Nacional de Teatro
de la Generalitat de Cataluña, con un gobierno del PSC... No creo que
los premios y los contratos se den por ideología política. Es lo
mediocre lo que se hace por ideología política. Es muy delicado decir
esto: cuando las cosas se hacen bien y el producto es bueno, lo compra
cualquier ideología política.
XL. Y a mí que me da que esto va a ofender a la mitad de su profesión...
J.M.P.
Ojo, por supuesto que hay inquinas. Sí es verdad que puede haber
alcaldes y concejales de Ayuntamiento que digan: «A este no lo contrato
porque es de izquierdas». Eso sucede. Pero en general no es así. Este
Gobierno no facilita las cosas porque la cultura le importa un huevo,
pero luego un Ayuntamiento del PP como el de Madrid ha tenido ocho años
de director del Teatro Español a Mario Gas, que no es en absoluto afín
al PP. ¿Por qué? Pues porque es un director como la copa de un pino.
XL. ¿Cree usted que el teatro está politizado?
J.M.P. El
teatro tiene que ser siempre comprometido en contra del poder. Siempre.
Porque es una tribuna donde cuestionarse las cosas. La política no es
más que el arte de saber convivir. Yo no entiendo a esa gente que dice:
«Yo soy apolítico».
XL. Pues usted no se ha posicionado nunca políticamente.
J.M.P.
Hay dos preguntas a las que yo no he contestado jamás en mi vida, y me
las han preguntado montones de veces: a quién voto y con quién me
acuesto. Pertenece a mi privacidad. El que quiera saber lo que pienso lo
puede ver a través de mis actos y de las funciones que hago. Nunca me
habrás visto en ninguna campaña electoral, nunca. Y me han pedido
presentar mítines de todos los colores. No digo que los que lo hacen no
tengan derecho; me parece muy bien. Pero yo creo que eso forma parte de
mi privacidad.
XL. Pues los actores no desaprovechan un escenario para hacer comentarios políticos...
J.M.P.
¡No hacen declaraciones políticas! ¡Hacen reivindicaciones sociales!
Eso es perfecto y lo admiro. Es aprovechar el altavoz que, por suerte,
tenemos los actores para ser portavoces de los que no tienen voz. Es
estupendo.
XL. ¿Es crítico usted también con la clase política?
J.M.P. Lo
he escrito ya varias veces. Estoy harto de que los políticos nos
dirijan como si fuésemos tontos de capirote. A punto estoy de romper mi
carné de ciudadano y lanzarme a vivir por libre, a lo buen salvaje. ¿Qué
coño hemos hecho para tener la mala suerte de coincidir en un momento
tan delicado como este con una clase política tan incapaz, tan mediocre y
tan absurda?
XL. ¿No salva a nadie?
J.M.P. Ya
sé que no es bueno generalizar. Pido pues disculpas a las excepciones,
que las hay. Escondidas, pero las hay. Por desgracia están desactivadas.
XL.
Volvamos al teatro. ¿Por qué insisten tanto en montar funciones que te
remuevan, de las que «se salga pensando», en sus propias palabras, en
detrimento del entretenimiento?
J.M.P.
No, no, no... Es compatible. Pero es que el teatro no puede ser solo
entretenimiento. También es cultura, confesionario, lugar de encuentro,
foro de debate... y entretenimiento, claro que sí. Contra lo que me
revelo es contra esa gente, o gentuza, que dice que el teatro es solo
entretenimiento y así le aplica el IVA de entretenimiento. Eso es una
estupidez. Subir el IVA al 21 por ciento es propio de bárbaros y
estúpidos. Así de claro. Pero da pereza seguir hablando del IVA. Ahí
están los resultados del inmenso error. Están destruyendo el tejido
empresarial del teatro.
XL. Sin embargo, mantiene usted con total convencimiento que el teatro no va a desaparecer.
J.M.P.
Eso está clarísimo. Por eso quiero explicar una cosa: el IVA es la
causa primera de la crisis de muchas empresas teatrales, pero no tanto
de que la gente haya dejado de ir al teatro. El precio de la entrada ha
subido 'solo' uno o dos euros. Las empresas lo han repercutido en sus
cuentas y no tanto en la entrada. La gente ha dejado de ir al teatro
porque vive en permanente estado de angustia, con una pérdida total de
confianza en el futuro. Y en ese estado de incertidumbre, creado por
ciertas políticas sociales, la gente se queda en casa. Pero la gente
quiere ir al teatro y volverá.
XL. Le augura peor futuro al cine...
J.M.P. Es
inevitable. Las salas de exhibición de cine cerrarán todas. O quedarán
salas enormes con butacas que se convertirán en camas... Una en cada
ciudad, como cosa extraordinaria, pero no va a tener sentido salir de
casa para ir al cine. El teatro es otra cosa. Es otro tipo de
experiencia. Es algo que ocurre ahí. Eso no va a desaparecer.
XL. Es usted fan confeso de varias series de televisión.
J.M.P.
¡Sí! The wire me parece la mejor serie que se ha hecho jamás. A dos
metros bajo tierra, Mad Men... Esas series me vuelven loco.
XL. ¿Se las descarga ilegalmente de Internet?
J.M.P.
No, no me he bajado nunca una. Pero no por puridad y honestidad, es
porque no tengo tiempo de buscar dónde se bajan y, cuando un amigo me
envía un enlace..., ¡tardan una barbaridad en bajar! Así que me voy a
FNAC o entro en Amazon y las compro.
XL. ¿Es cierto ese mito de que es usted un hombre solitario rodeado de libros?
J.M.P.
Vivo solo y rodeado de libros y de discos. Eso es cierto. Ahora cada
vez menos, porque llevo los libros en el iPad y me bajo música de
iTunes, pero mi casa es como un enorme almacén de libros. Pero no soy un
ser solitario. Como por mi trabajo vivo permanentemente en relaciones
sociales, necesito vitalmente, en un momento determinado, llegar a mi
casa y dar la vuelta a la llave por dentro. Mi casa es un santuario, un
templo donde estoy muy a gusto. No soy un misántropo, tengo muchos
amigos, pero me gusta ser dueño del poco tiempo que tengo para mí.
Defiendo muchísimo mi soledad porque defiendo muchísimo mi
independencia. Yo soy más un ser independiente que un ser solitario.
Muerdo cuando alguien quiere invadir mi terreno.
XL. Habla
usted también del teatro como terapia; dice que se ha ahorrado mucho en
psicoanálisis. ¿Qué ha aprendido de usted mismo?
J.M.P.
A tener clarísimo que se vive estupendamente bien solo. Que es un
compromiso muy grande. Meconozco muy bien. Hasta dónde puedo llegar en
mi capacidad de trabajo, en mis afectos... He aprendido a controlar la
afectividad y las emociones.
XL. ¿Cómo se definiría tras ese aprendizaje?
J.M.P. Yo creo que lo que más me define es la pasión. A mí me apasiona todo. Hasta hacer esta entrevista.
XL.
Estrenó en Bilbao, al día siguiente estaba ya ensayando otra obra en
Barcelona, luego vuelve a Madrid. ¿No se cansa con tantas idas y
venidas?
J.M.P. Yo voy a cumplir 69
años. Podría estar jubilado. Pero no me lo creo. Yo voy por el mundo con
la misma curiosidad que tenía a los 18 años. Cuando viene gente joven y
me dice «maestro»... creo que se han equivocado con otro. Yo me siento
como él, con las mismas ganas. Yo no he estado en mi vida ni un solo día
enfermo. Nunca he estado en un quirófano ni en una camilla. He tenido
una rotura de ligamentos y un esguince, pero nunca enfermedades.
XL.
Proviene usted de una familia humilde de Mollet, pero con muchas
inquietudes culturales. Su padre hacía ya teatro popular, ¿no?
J.M.P.
Sí, mi padre era obrero del metal, pero le encantaban el teatro y leer.
En Mollet, como en casi todos los pueblos de Cataluña, ha habido
siempre una gran tradición de teatro de aficionados. Mi padre no se
subió nunca a un escenario, aunque formaba parte del equipo directivo.
Él era el que elegía las obras y organizaba mínimamente todo aquello.
Eso hacía que yo no solo fuese a las funciones todos los domingos, sino
que todos los sábados, después de comer, iba con mi padre a ver cómo él y
otras dos personas montaban los decorados. Llegaban en papeles doblados
en unas cajas. Yo me sentaba en el patio de butacas solo, lo cual era
un privilegio, y veía cómo sacaban ese papel, lo clavaban, lo levantaban
en una barra y surgía un bosque, un palacio... Era magia. Estoy seguro
de que mi vocación nació allí.
XL. Sin embargo, sus padres querían que usted fuese ingeniero... ¡Y casi lo consiguen!
J.M.P. Sí,
mi madre sobre todo. Yo les hice una faena muy gorda. Mis padres
lucharon mucho por conseguir unas becas de las universidades laborales
que concedían a los hijos de obreros. Yo pasé el primer examen para
obtener la beca, claro, e iba a hacer Ingeniería Técnica, pero luego
suspendí a propósito. Para perder la beca. Sin decírselo a mis padres.
No lo hablé nunca con ellos, pero creo que lo aceptaron maravillosamente
bien.
XL. Se traslada entonces a Madrid. En realidad a
hacer la mili, pero acaba en la Escuela de Arte Dramático y en 1968
debuta en el Marat/Sade dirigido por Adolfo Marsillach. ¿Sus padres
llegaron a ver su éxito?
J.M.P. Mis
padres han muerto ya, pero llegaron a ver mi éxito o mi reconocimiento.
Una de las grandes loterías que me ha tocado en la vida ha sido nacer en
una casa que estaba llena de libros y en la que yo veía a mi padre y a
mi madre leer continuamente, antes de que se inventara la televisión y
también después.
XL. Y casi que nos quedamos sin hablar de su nueva obra, Los hijos de Kennedy. ¿Miramos a los sesenta con nostalgia?
J.M.P.
Pero no 'nostalgia', dicho así, que tiene algo de cursi. El problema de
ahora es que estamos sin referentes, sin líderes, sin héroes, sin
ideólogos, y no solo políticos... Estamos volviendo la vista atrás
porque los años sesenta es una época en que todo esto sí estaba. Martin
Luther King, la lucha contra la guerra en Vietnam, Kennedy, el
movimiento hippy, Ginsberg, Kerouac...
XL. ¿Hacen esta función para reivindicar todos esos 'valores' de aquella época?
J.M.P. La
hacemos, por encima de todo, porque es un buen texto teatral. No surge
porque yo tenga la necesidad de revisitar la década de los sesenta. Lo
que se cuenta aquí es lo que pasó, la conmoción que supuso la muerte de
Kennedy entonces, que fue el mismo tipo de conmoción que ha supuesto el
11-S ahora. Todas aquellas esperanzas se derrumbaron. La muerte de
Kennedy es un símbolo. Hemos ido a peor.
XL. ¿Hemos ido a peor o es que algunos nos estamos haciendo viejos?
J.M.P. Bueno,
por eso digo que el teatro es lugar de debate y el espectador decidirá
si es peor o no. Yo, que viví los sesenta, pienso que entonces la gente
creía en algo. Yo no veo eso ahora. ¿En qué se quedó el 15-M? El mayo
francés sí tuvo repercusiones. De entrada sirvió para que ser joven
tuviese un valor. Ojalá tuviésemos ahora los ideales, las ilusiones y
las esperanzas que tuvimos entonces.
PRIVADÍSIMO
-Su
primera intención fue dedicarse a la radio. Se apuntó a la escuela de
interpretación para mejorar su dicción, pero ya salió actor.
-Con
todo, hizo muchos años un programa de radio La calle 42 sobre musicales.
Él mismo protagonizó alguno, aunque confiesa estar «limitadito» para
cantar y bailar.
-«Mi físico me condicionó al principio. Era
desgarbado y muy alto. Luego, me ayudó; los directores me daban papeles
más complejos». El único problema es que algunas actrices no querían
salir con él para no parecer enanas.
-Está muy orgulloso de su
papel como el inspector Ferrer en la serie Policías. En cine destaca su
interpretación en Amigo/amado.
-Con 18 años ya viajaba a Londres y Nueva York para ver teatro. Ahora pasa temporadas en la Gran Manzana. Se ve retirado allí.
-Es fan de varias series de televisión: The wire, A dos metros bajo tierra y Mad Men son sus favoritas. Ahora ve The good wife.
TÍTULO; EN PRIMER PLANO ATRAPADOS POR SIEMPRE JAMAS,.

Haley McWaid es la hija adolescente de la que cualquier padre se sentiría orgulloso: una chica responsable,
una estudiante aplicada y buena deportista. Por eso, cuando una mañana su madre descubre con sorpresa que no ha dormido
en casa, la primera reacción es de extrañeza y la segunda de pánico. El paso del tiempo provoca que la familia se tema
lo peor. Casos como el de Haley llaman la atención de la periodista Wendy Tynes, que trabaja en un programa de
televisión centrado en localizar por internet a pedófilos, engañarlos y atraparlos con las manos en la masa. El próximo
objetivo de Wendy es Dan Mercer, un trabajador social que ayuda a adolescentes con problemas. La rápida emisión del
programa que acusa a Dan de pedófilo arruina su vida, a pesar de que él proclama desde un principio su inocencia. Pero
tal vez en esta ocasión Wendy se haya precipitado a la hora de actuar, porque los indicios que apuntan a la
culpabilidad de Dan son realmente débiles.