-foto--ISABEL ALLENDE . Uno viene a este mundo a perderlo todo. y hay que resignarse,.
No olvida el duelo por lo que ha perdido, pero mira
al futuro con curiosidad y alegría. De se nueva vida tras el divorcio,
de la vejez y el amor a cualquier edad nos habla en su entrevista más
íntima.
2015 fue un año duro para ella ("me separé, se murieron amigos, y también mi perra adorada, los nietos ya viven su vida...") y las huellas de esas pérdidas pueden leerse en su última novela, 'El amante japonés' (Plaza&Janés), una historia de amor vivida desde la nostalgia de una residencia de ancianos. Pero, aunque la sombra planee, la vida se abre paso. "El 2016 va a tener que ser muy bueno; el karma me lo debe", asegura.
Mujerhoy. 'El amante japonés' nació de una frase de una amiga, sobre un amigo que había tenido su madre. ¿Cómo se convirtió en una novela?
Isabel Allende. Cuando escribí el libro, estaba terminando mi matrimonio de muchos años a una edad fregada, setenta y tantos, y el amor era muy importante como tema: la pérdida del amor, el amor romántico, hasta dónde puede uno mantener la ilusión... Me interesaba el tema de envejecer. De la dependencia. De la memoria. De la muerte. De la amistad y de la gente que se nos va quedando en el camino. Todo eso está en la novela.
MH. ¿También el temor a la decrepitud, tan presente para la protagonista del libro?
IA. Tengo terror a la dependencia. Mi mamá tiene 95 años; mi padrastro, 100. Ambos son dependientes, no pueden ni prepararse una taza de té. Y mi mamá, que ha sido una mujer muy libre y muy fuerte, ahora me habla de la dependencia con agradecimiento hacia la gente que tiene a su alrededor. Antes le daba rabia, rechazaba la ayuda, y ahora ha cambiado el tono. Yo espero no llegar a esa etapa [Risas].
MH. Puede que, con la edad, nos adaptemos, cambien las cosas de las que disfrutamos.
IA. Cambian, sin duda. Y una se aferra a ciertas cosas y otras pierden importancia. A mí me cuesta imaginar lo que sería mi vida si no tuviera la escritura, a mi hijo, la posibilidad del amor, si no pudiera pasear a los perros. Pero supongo que vas soltando, hasta que te quedas sola con el alma. Uno viene aquí a perderlo todo, tarde o temprano, y hay que resignarse a eso. Es triste despedirse, pero hay que sobreponerse. Aun así, creo que cuando se muera mi madre va a ser un shock tan brutal... No me puedo imaginar la vida sin ella, sin este cordón umbilical que no se ha cortado nunca.
MH. ¿Sigue escribiéndose todos los días con ella?
IA. Todos los días. La nuestra es una relación epistolar, pero muy intensa. No termino el día si no me siento a escribirle.
MH. ¿Y cómo es una relación madre-hija a esta edad, entre dos veteranas de la vida?
IA. Somos amigas desde hace años. La relación cambió hace ya mucho y yo creo que nunca fue la clásica relación madre-hija. Ella me decía "mamita", desde pequeña, porque es mucho más niña que yo.
MH. ¿Y cuando su estado empeore?
IA. Bueno, mis padres ya lo han decidido y está todo conversado. Quieren morir en su casa, sin ser enchufados a ninguna máquina, de forma natural.
MH. ¿Le da miedo la muerte?
IA. La muerte no, el morir. El proceso, que puede ser muy largo, que puede arruinar a una familia y desmoralizar a todo el mundo. Yo quisiera que me recordaran como un ser humano vivo y activo, y no como a un vegetal.
MH. Dice usted usted que la vejez no te cambia, que saca a la luz lo que has sido siempre. ¿Y en su caso, eso es...?
IA. Impulsiva. Extravagante en materia de generosidad, tanto que mi hijo y mi nuera me tienen que controlar. Introvertida. Antes me esforzaba por hacer vida social, ahora no. Aunque, como ahora estoy sola, sin marido, trato de obligarme a saludar a mis vecinos, para no terminar como una ermitaña. Yo creo que uno debe cultivar las cosas que le ayudarán en la vejez. De partida, tener una vida espiritual; mantenerse activo; tener un propósito, que en mi caso son la escritura y mi fundación [la Fundación Isabel Allende, que ayuda a mujeres y niños]. Necesitas algo que te apasione, porque si no, los días se hacen eternos, no tienen razón de ser. También hay que cultivar un grupo de gente con la que te sientas cómoda. Envejecen peor los que se quedan solos.
MH. Usted parece bien acompañada...
IA. Pero me da miedo la soledad. Yo quiero morir enamorada, con mi hijo cerca, y con mi perro, y con familia, y con amigos. No sola en una pieza.
MH. Ha hablado de la vida espiritual. ¿Cree que le damos poca importancia?
IA. Mira, cerca de mi casa hay un centro zen, muy lindo, y uno de los servicios que ofrece es que puedes ir a morir ahí. Yo conozco a una persona que lo hizo. Tenía un cáncer terminal y decidió que no iba a hacerse otra ronda de quimioterapia. Y allá se fue. Murió con todo el respeto, la paz y el apoyo necesarios. La muerte, como el nacimiento, no puede ser un proceso médico, tiene que producirse con todo su misterio y su energía sagrada. Para la gente religiosa es mucho más fácil, porque las religiones prevén estos momentos; pero los que no lo somos debemos tener una práctica espiritual que nos ayude.
MH. Y después de haber poblado sus libros de espíritus, ¿espera algo al otro lado de la muerte?
IA. No creo que nada de lo que soy perdure; pero sí que hay una esencia que permanece. Yo tuve una experiencia cercana a la muerte, por una operación que se infectó, y recuerdo esa sensación de querer irte hacia la muerte, la atracción del vacío. Si me hubieran dicho que estaban pegando a mis hijos, eso no me habría traído de vuelta. No había una conexión con nada de lo que yo soy. Casi fue una pena volver. Creo que la energía no desaparece. Pero ¿ver a Paula [su hija, que murió a los 28 años en 1992] al final de un túnel de luz, con alas de ángel? No, no creo que yo vuelva a ver a Paula nunca más. Pero la veo en la memoria, en el amor que le tengo, la llevo dentro. La tengo en fotos por todos lados, tengo una fundación en su honor...
MH. Y tiene a miles de personas que han llorado su muerte con usted, gracias al libro que escribió sobre su vida.
IA. Cuando publiqué Paula, no sabía el eco que iba a tener. Pero sigo recibiendo mensajes, tres o cuatro por semana, de personas que están leyendo el libro. Hoy mismo recibí una carta de una mujer que le había puesto a su hija Paula, por la mía, y se le acaba de morir. Y te parte el alma, la carta, pero que se comunique contigo porque leyó el libro es algo maravilloso. La gente no llora por Paula, sino por sus propias pérdidas.
MH. ¿Y usted, aún llora esa muerte?
IA. Mira, hace poco leí que el inglés distingue entre sadness y grief, tristeza y duelo. La tristeza se pasa y uno vuelve a la vida. Pero el duelo se queda. Ayer estaba en la televisión y el entrevistador mencionó a Paula. Me pilló de sorpresa y se me quebró la voz. Está debajito de la superficie, ¿ves? Y es un duelo del que no me quiero desprender.
MH. 2015 ha sido un año de pérdidas, pero también de nuevos comienzos. Por ejemplo, tras su divorcio se ha mudado de casa.
IA. Me cambié a una casa chiquita. ¡Estoy feliz! Me estoy desprendiendo de todo y todavía pienso que puedo deshacerme de la mitad de lo que me queda. Es una liberación tremenda.
MH. Este es su segundo divorcio, tras 27 años de matrimonio. El primero fue a los 45...
IA. Y ya entonces mi mamá me dijo: "¿Usted se da cuenta de que se va a quedar sola para el resto de la vida?". Tres meses más tarde ya estaba con Willie [William Gordon, su segundo marido]. Y ahora me separo de él a una edad a la que la gente me dice: "Ya has aguantado tanto que qué más te da, quédate". Pero no, a mí no me parece que mi vida haya terminado.
MH. ¿Es más sencillo divorciarse a los 72 años, entonces?
IA. A los 45 está el problema de los hijos. Y a los 70 uno está libre. La gente no se separa a los 70 por miedo a la soledad, porque es muy difícil volver a encontrar una pareja, y si la encuentras generalmente trae una carga tan grande de problemas, salud, hijos y enredos, que es muy difícil armar una vida. Pero, por lo menos, no estás amarrado criando niños.
MH. Sin embargo, creo que siempre que va a Chile visita a su primer exmarido, Miguel Frías.
IA. ¡Siempre, siempre! Fue un divorcio sin un solo portazo, sin un solo grito, nunca llamamos a un abogado. Nos separamos con una gran decencia y amabilidad. Y así me he separado de Willie también. Nos vemos a menudo, salimos a comer, compartimos al perro, y yo quiero que esté bien, ayudarlo en todo. Lo quiero mucho; pero entre quererlo mucho y estar enamorada de él... No.
MH. Y está usted abierta a la posibilidad del amor en esta nueva etapa...
IA. ¡Por supuesto!
MH. ¿Y cómo se vivirá ese amor a los setenta y pico, con todos los problemas que me acaba de contar?
IA. ¡Ah, no lo sé, todavía no me pasa! Pero no siento que ya haya vivido todo lo que tengo que vivir. ¡No, no, yo me quiero enamorar de nuevo! Y sé que si me pasa será igual que cuando era adolescente, igual a como me enamoré de Willie. Eso no cambia. No sé si es cuestión de temperamento, pero no cambia.
- Una vida en letras
- Las edades del amor
TÍTULO: 7 DIAS CITAS - EL RUGBY Y NOSOTRAS,.
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Pocas mujeres juegan al rugby aún, pero en ese deporte hay una polémica que me parece fascinante para el debate de la discriminación positiva, de las mujeres o de diferentes grupos étnicos. La he conocido mientras seguía el Mundial de Rugby de Gran Bretaña.
Se trata de la polémica sobre la composición racial de una de las mejores selecciones del mundo, la de Sudáfrica. Porque, en un país donde el 85% de la población es negra y con una terrible historia de discriminación detrás, apenas hay negros en la selección de rugby; solo tres de los 15 que jugaron contra Gales, por ejemplo, eran negros.
Lo que ha dado lugar, no solo a las protestas, sino también a una regla por la cual el 30% de la plantilla como mínimo debe estar compuesta de negros, es decir, a la discriminación positiva. La polémica me ha hecho pensar en que, para ser justos y coherentes, tendríamos que rehacer completamente, por ejemplo, la selección estadounidense de baloncesto, con mayoría aplastante de negros en un país donde los negros no pasan del 14% de la población.
También habría que asegurar mínimos de representación a los blancos en la élite de la velocidad, donde es un exotismo ver a un blanco en una final. O en la selección de fútbol de Francia, un país de amplia mayoría blanca donde los negros, sin embargo, dominan la selección nacional. Como en Sudáfrica, por otra parte, donde copan el fútbol mientras los blancos lo hacen con el rugby.
Claro que a nadie se le ha ocurrido sugerir cuotas de discriminación positiva en los deportes dominados por los negros. Y no por la historia de discriminación racial, sino porque se ha aceptado su superioridad. Por diferencias de envergadura y de constitución física y por diferencias de tradición, de afición y de práctica. Porque son los mejores, sencillamente. Y una cuota de discriminación positiva sería injusta para esos chicos negros que dominan sus equipos y que perderían su puesto por otros peores que ellos.
Y, por supuesto, el cambio reduciría las opciones de triunfo y, seguramente, la selección estadounidense de baloncesto dejaría de ser casi invencible como lo es ahora. Y he aquí la cuestión que nos da de lleno en la discriminación positiva practicada para las mujeres. Que el mecanismo es exactamente el mismo que el aplicado en deporte, en la selección sudafricana de rugby, por ejemplo. Que los resultados son discriminatorios para los sacrificados.
Y, además, que el origen de la desigualdad no es necesariamente la discriminación pasada, sino un conjunto de aptitudes y de tradiciones, ¿Que hacen a los hombres mejores en algunas actividades y a las mujeres en otras? Quizá, al menos por el momento. Lo suficiente para dudar sobre las cuotas para mujeres, tanto como para la selección sudafricana de rugby o la estadounidense de basket..