TITULO: NOCHE SEXO - Sexo en el cementerio.
André Chabot recorre los cementerios de medio mundo fotografiando el arte funerario más sugerente.
foto / ¿Pueden llegar a ser sexies los monumentos funerarios? Para André
Chabot, sí. Por eso este fotógrafo parisino de 71 años ha dedicado buena
parte de su carrera a recorrer los cementerios cristianos de medio mundo, en pos de las más excitantes tumbas, esculturas fúnebres, mausoleos, panteones, catacumbas o cenotafios.
Pero no le confundan con un fetichista o un necrófilo. Su devoción por estos lugares de eterno reposo queda muy lejos del morbo suscitado por las películas de terror de serie Z o del porno gótico-escabroso generalmente risible. Al contrario, en su colección de más de 175.000 imágenes en blanco y negro, realizadas durante más de 30 años, hay un trabajo de búsqueda y de estudio estético hecho con el rigor de un documentalista y la sensibilidad de un artista.
Un trabajo que tiene algo de respetuoso y de sereno en la forma en que el retratista transmite su devoción por estas figuras de mármol tan frías y, a la vez, tan llenas de vida. Y que denota, a su vez, una innegable vocación de voyeur, que gusta descubrir la pasión de una viuda temblorosa y semi-desnuda, aferrada a una lápida, tanto como la gracia de un ángel-efebo que sobrevuela melancólicamente un altar o una cruz.
Esas estatuas sin rostro pero con un cuerpo que se debate, desgarrado por el dolor, entre la negación y la aceptación de la tragedia, le sirven al autor para investigar la relación del ser humano con la muerte omnipresente, al tiempo que explora los cementerios de ciudades y pueblos, del norte y del sur, de oriente y occidente.
"¿Por qué en ellos hay tantas esculturas sensuales?", cuenta que se preguntó un día. Tras años de busca, llegó a la siguiente conclusión: "En las ciudades de los muertos, la belleza del alma pasa por la belleza carnal y la belleza carnal responde siempre a los fantasmas del ser humano".
Gran teórico del tema, Chabot es fundador de la asociación cultural Memoria Necropolitana, además de creador de peculiares miniaturas mortuorias –los 'phantasmobjet'-, en los que dice volcar toda su angustia frente a la muerte, así como diseñador de urnas y monumentos en el legendario cementerio parisino del Père Lachaise. Pero es con la cámara como mejor expresa su obsesión por la iconografía fúnebre más apasionada y por ese amor visceral y lúbrico que se resiste a asumir lo inevitable del tránsito.
Más que una figura insólita de la foto documental, le gusta definirse como "un paseante necropolitano, que disfruta desentrañando los sueños depositados en cada monumento funerario y siempre ha dudado que todas estas emotivas plañideras estén realmente inanimadas".
Devoto de los símbolos y la metafísica, André Chabot ha puesto su extenso archivo de imágenes a disposición de la editorial libertina La Musardine para publicar un libro titulado explícitamente 'Érotique des cimetières' ('La erótica de los cementerios') que recoge, en 225 páginas, 400 fotografías de esculturas funerarias, entre el tormento y el éxtasis, que no dejarán al lector indiferente.
Pero no le confundan con un fetichista o un necrófilo. Su devoción por estos lugares de eterno reposo queda muy lejos del morbo suscitado por las películas de terror de serie Z o del porno gótico-escabroso generalmente risible. Al contrario, en su colección de más de 175.000 imágenes en blanco y negro, realizadas durante más de 30 años, hay un trabajo de búsqueda y de estudio estético hecho con el rigor de un documentalista y la sensibilidad de un artista.
Un trabajo que tiene algo de respetuoso y de sereno en la forma en que el retratista transmite su devoción por estas figuras de mármol tan frías y, a la vez, tan llenas de vida. Y que denota, a su vez, una innegable vocación de voyeur, que gusta descubrir la pasión de una viuda temblorosa y semi-desnuda, aferrada a una lápida, tanto como la gracia de un ángel-efebo que sobrevuela melancólicamente un altar o una cruz.
Esas estatuas sin rostro pero con un cuerpo que se debate, desgarrado por el dolor, entre la negación y la aceptación de la tragedia, le sirven al autor para investigar la relación del ser humano con la muerte omnipresente, al tiempo que explora los cementerios de ciudades y pueblos, del norte y del sur, de oriente y occidente.
"¿Por qué en ellos hay tantas esculturas sensuales?", cuenta que se preguntó un día. Tras años de busca, llegó a la siguiente conclusión: "En las ciudades de los muertos, la belleza del alma pasa por la belleza carnal y la belleza carnal responde siempre a los fantasmas del ser humano".
Gran teórico del tema, Chabot es fundador de la asociación cultural Memoria Necropolitana, además de creador de peculiares miniaturas mortuorias –los 'phantasmobjet'-, en los que dice volcar toda su angustia frente a la muerte, así como diseñador de urnas y monumentos en el legendario cementerio parisino del Père Lachaise. Pero es con la cámara como mejor expresa su obsesión por la iconografía fúnebre más apasionada y por ese amor visceral y lúbrico que se resiste a asumir lo inevitable del tránsito.
Entre el tormento y el éxtasis
"Sus fotos evocan la palpitación y las lágrimas transformadas en deseo, ofreciendo a nuestra mirada una eternidad de escalofríos y de adioses afligidos", ha escrito sobre él el diario Libération.Más que una figura insólita de la foto documental, le gusta definirse como "un paseante necropolitano, que disfruta desentrañando los sueños depositados en cada monumento funerario y siempre ha dudado que todas estas emotivas plañideras estén realmente inanimadas".
Devoto de los símbolos y la metafísica, André Chabot ha puesto su extenso archivo de imágenes a disposición de la editorial libertina La Musardine para publicar un libro titulado explícitamente 'Érotique des cimetières' ('La erótica de los cementerios') que recoge, en 225 páginas, 400 fotografías de esculturas funerarias, entre el tormento y el éxtasis, que no dejarán al lector indiferente.
TITULO: EL TELEFONO ROJO - Breve historia del teléfono rojo,.
foto / Un teléfono rojo. Así, visto con calma, es inofensivo. No muerde,
tampoco ataca… Algo normal. Y, sin embargo, de este artefacto tan
sencillo dependió la vida de todos los seres del planeta durante
décadas.
Gracias
a él, se evitó lo peor en numerosas ocasiones. Siendo lo peor, por
poner un ejemplo, que nos hubiéramos evaporado ya hace tiempo en forma
de cenizas tras una antológica ensalada de pepinazos nucleares. Por
ejemplo, como digo. De ésa y unas cuantas más nos salvó este teléfono
rojo de marras, que como tal entró en funcionamiento hoy hace cincuenta y
tres años. Más que nada como elemento de comunicación directa entre el
presidente de los Estados Unidos de América y el secretario general del
Partido Comunista de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Abreviando, entre los presidentes de las dos grandes potencias nucleares
que se disputaban poder y áreas de influencia allá donde pudieran. La
Crisis de los Misiles de 1962, cuando nos faltó lo que se dice un
suspiro para marcharnos todos al otro barrio en un abrir y cerrar de
ojos, sirvió para que rusos y americanos comprendieran la importancia de
contar con un medio directo y sin interferencias. Una cosa rápida, así,
para entenderse y decirse a la cara todo lo que, antes, se interpretaba
tras traducir la oportuna nota de prensa, comunicado o discurso
oficial. Más enrevesados que el recibo de la luz, dicho sea de paso.
Cable que transmitía mensajes escritos en sus inicios, línea satelital con posterioridad, ya en los años setenta, para compartir mapas, documentos, y lo que se terciara, arregló más de un malentendido. Ambos gobiernos negarán cuántas veces lo usaron, pero se sabe que, por lo menos, sí le dieron candela durante las guerras entre árabes e israelíes de 1967 y 1973 y la invasión soviética a Afganistán en 1979. Y, como suele pasar en estos casos, culo veo, culo quiero: con el tiempo países, como China decidieron tener su propio teléfono rojo con según qué interlocutores -que se sepa, con Estados Unidos y Rusia-, además de otros países cuyas tiranteces -India y Paquistán, sin ir más lejos- provocan más de un escalofrío cuando armas nucleares están de por medio. Incluso EE.UU. le propuso uno a pachas a Irán por idéntico motivo, a lo que Teherán dijo que gracias, pero no.
No obstante, el fetén, el que dio origen a películas tan delirantes como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick, fue el que adoptaron americanos y soviéticos desde hoy hace cincuenta y tres años. Por lo que pudiera pasar.
Cable que transmitía mensajes escritos en sus inicios, línea satelital con posterioridad, ya en los años setenta, para compartir mapas, documentos, y lo que se terciara, arregló más de un malentendido. Ambos gobiernos negarán cuántas veces lo usaron, pero se sabe que, por lo menos, sí le dieron candela durante las guerras entre árabes e israelíes de 1967 y 1973 y la invasión soviética a Afganistán en 1979. Y, como suele pasar en estos casos, culo veo, culo quiero: con el tiempo países, como China decidieron tener su propio teléfono rojo con según qué interlocutores -que se sepa, con Estados Unidos y Rusia-, además de otros países cuyas tiranteces -India y Paquistán, sin ir más lejos- provocan más de un escalofrío cuando armas nucleares están de por medio. Incluso EE.UU. le propuso uno a pachas a Irán por idéntico motivo, a lo que Teherán dijo que gracias, pero no.
No obstante, el fetén, el que dio origen a películas tan delirantes como ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, de Stanley Kubrick, fue el que adoptaron americanos y soviéticos desde hoy hace cincuenta y tres años. Por lo que pudiera pasar.