TITULO: Juego de Niños - Jugar a los trenes electricos ,. Sábado -22- Mayo ,.
Juegos de niños,.
Sabado - 22- Mayo a las 22:00 por La 1, foto,.
Juego - Jugar a los trenes electricos ,.
Jugar a los trenes electricos,.
Jugar con trenes como si volviera a ser un niño,.
Este domingo se celebra en Casetas la XXXV edición del Mercadillo de Modelismo, Miniaturismo y Juguetes de Colección de la AZAFT, en las que habrá maquetas de trenes a escala,.
"Es una oportunidad para que los padres disfruten con sus hijos viendo cómo funciona un tren eléctrico". Este domingo, la activa Asociación Zaragozana de Amigos del Ferrocarril y Tranvías (AZAFT) vuelve a crear un escenario para nostálgicos en el barrio de Casetas, en el que rememorar los juegos con ejércitos de soldaditos de plomo, muñecas antiguas, libros, barcos y, sobre todo, trenes en miniatura., etc,.
TITULO: LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Danny DeVito, la estrella más grande en San Sebastián ,.
LA PANTERA ROSA - Y LUKE LUKE - Danny DeVito, la estrella más grande en San Sebastián ,fotos .
Danny DeVito, la estrella más grande en San Sebastián,.
El actor, director y productor recogerá el Premio Donostia el próximo 22 de septiembre,.
No será la estrella a la que más se vea en la alfombra roja que conduce al Kursaal –apenas llega al 1,52–, pero Danny DeVito recibirá, sin duda, los mayores aplausos en la 66 edición del Festival de San Sebastián, que arranca el próximo 21 de septiembre. Actor, director y productor, DeVito recogerá uno de los Premios Donostia de este año el 22 de septiembre, un día antes de presentar en el Velódromo Antonio Elorza 'Smallfoot', una cinta de animación producida por Warner en la que pone la voz a un yeti. El otro Premio Donostia –es posible que haya un tercero– recaerá en el director japonés Hirokazu Kore-eda.
El protagonista de 'Tras el corazón verde', 'La joya del Nilo', 'Dos estafadores y una mujer' o 'Los gemelos golpean dos veces' es uno de los actores más populares y queridos de Hollywood. El cine comercial le ha reclamado para dar vida a seres testarudos y ladinos, que suplen su aspecto risible con abundantes dosis de sarcasmo y mala leche. Sin embargo, en su versátil carrera ha trabajado con directores como Milos Forman, Brian de Palma, Robert Zemeckis, Barry Levinson, Tim Burton, Francis Ford Coppola, Sofia Coppola y Todd Solondz.
Pocos se acuerdan ya de aquel enfermo mental a quien Jack Nicholson enseñaba a jugar a las cartas e insuflaba el espíritu de la rebelión en 'Alguien voló sobre el nido del cuco'. DeVito tenía entonces 30 años, y su estremecedora composición puso en el mapa a un actor de inicios titubeantes: antes de ingresar en una escuela de Arte Dramático, nuestro hombre ejerció de peluquero en su New Jersey natal. Su corta estatura no auguraba precisamente una carrera como galán al uso.
Dedicarse al espectáculo en el seno de una familia italoamericana de férreas convicciones católicas equivale a buscarse problemas. Daniel Michael DeVito, nacido hace 73 años en Neptune, se los buscó rápidamente. Abandonó el salón de belleza de su hermana y trabajó como camarero para pagarse la matrícula en la Academia Americana de Arte Dramático. Cultivó su desparpajo y el acento de Brooklyn en clubes y café-teatros de la Gran Manzana. Cuando parecía condenado a figurar como eterno actor de reparto en obras del off-Broadway, tuvo la fortuna de toparse con quien ha sido su principal valedor y amigo durante todos estos años.
En 1972, Michael Douglas acudió una noche a una representación teatral de 'Alguien voló sobre el nido del cuco', en la que su padre era la estrella protagonista. Fascinado por el trabajo de DeVito, el hijo de Kirk Douglas trabó amistad con él hasta el punto de que, durante un tiempo, ambos compartieron apartamento en el East Side de Manhattan. Tres años más tarde, Douglas le rogó que repitiera el papel del inestable Martini en la versión cinematográfica. La película arrasó en los Oscar aquel año, pero no se tradujo en ofertas para el actor. Casado desde 1970 con la actriz Rhea Perlman, que alcanzaría la fama años después como la deslenguada camarera de 'Cheers', De Vito obtuvo una beca del American Film Institute y dirigió un par de cortometrajes.
La estabilidad económica y el fervor popular se lo proporcionaron la serie 'Taxi', donde se fraguó la imagen de eterno cascarrabias. Su rol del nervioso e irascible Louie de Palma conocería sucesivas variaciones en sus trabajos como comparsa cómica de Douglas en 'Tras el corazón verde' y 'La joya del Nilo', que marcaron un renacer cinematográfico tras seis años en antena con 'Taxi'. Como intérprete, DeVito nunca ha buscado el cariño o la complicidad del público, sino que acostumbra a encarnar a seres movidos por los impulsos más bajos y rastreros. Tal como ha reconocido, su composición del repulsivo Pingüino en el 'Batman vuelve' de Tim Burton le hizo inmensamente feliz: por fin podía aparecer más feo de lo que es y sembrar el mal sin coartadas cómicas de ningún tipo.
Pero Danny DeVito ha sabido combatir el hastío de su encasillamiento. De vez en cuando, sorprende con papeles dramáticos en la línea de 'La fuerza del cariño', 'Legítima defensa' o 'El pez gordo', recordándonos el actor gigante que se esconde tras su diminuta figura. En 1987, debutó como director con 'Tira a mamá del tren', y poco después confirmó su querencia por el humor negro y salvaje en 'La guerra de los Rose'. Nadie diría al verle que el risueño propietario de Jersey Films es uno de los magnates de Hollywood: a él se deben títulos como 'Pulp Fiction', 'Criaturas feroces', 'Man on the Moon' o 'Erin Brockovich'. El año que viene estrenará la esperada versión de Dumbo, en la que volverá a encarnar, como en 'Big Fish', a un director de circo, en la que será su tercera colaboración con Burton.
Padre de tres hijos, conductor en Beverly Hills de un Nissan Leaf eléctrico, Danny DeVito ya no se pone de puntillas para cortar el pelo, sino para recoger premios. La estrella más atípica de Hollywood, que confiesa tener un ego «del tamaño de un jugador de la NBA», dedica su escaso tiempo libre al activismo en defensa de los derechos de los niños, personas pequeñas como él.
TITULO: EL CLUB COMEDIA - El pueblo que perdió el tren ,.
El pueblo que perdió el tren,.
Tomsk, antigua capital de Siberia, se quedó fuera de la línea del Transiberiano y ahora languidece con sus casas de madera VIAJE TRANSIBERIANO/CAP.9ÍÑIGO DOMÍNGUEZA veces, bloques de pisos se comen las renombradas casas de madera.Hay madres con pantalón y top de camuflaje: es la obsesión paramilitar rusa.La antigua sede de la KGB en Tomsk está ocupada a medias por un banco y el Museo de la Opresión, con un cibercafé en los sótanos.
foto / El viajero llega a Tomsk muy motivado, pues la guía dice que es «la ciudad más agradable de Siberia, una pequeña joya». Era la capital de Siberia occidental, pero entró en decadencia porque el Transiberiano al final pasó más abajo y Novosibirsk le quitó el puesto. Pero por eso mismo se supone que ha mantenido su encanto. Sin embargo el viajero acabará renegando de la guía y preguntándose por qué se empeñan estos libros en decir que todo es maravilloso, como si fueran los relaciones públicas de cada municipio. Pasa de vez en cuando. Uno se pregunta si el autor ligó justo en ese pueblo o cuántas botellas del mueble bar se bebió. Aburrirse en Tomsk es muy fácil: basta bajarse en Tomsk. Aunque quizá sólo es que el viajero llega en domingo, demasiado temprano, como siempre, no hay un alma y hace mucho calor.
La ciudad está desierta. El viajero empieza a pensar si habrá llegado esa mañana una brisa radiactiva atrasada desde Semipalatinsk, 800 kilómetros al sur, que ha terminado con la población. Si no han oído nunca hablar de este lugar no se preocupen, el viajero tampoco, hasta que ha leído cosas de por aquí. Pero preocúpense: Semipalatinsk, ahora en Kazajistán y llamado Semey, fue la ciudad elegida por Stalin para jugar a las bombas nucleares, a ver cómo dejaban a la gente. ¿Malformaciones fetales? Estupendo, sigan trabajando. ¿Exterminación total? Magnífico, recuérdenme que les suba el sueldo. De 1949 a 1989 hicieron allí no una, ni dos, sino 456 pruebas nucleares sin evacuar a la población, un millón y medio de personas convertidas en conejillos de indias. Unas 18 bombas al año. Además de los 40.000 muertos estimados, la tragedia sigue hoy en miles de personas con tumores y malformaciones. La remota Siberia siempre ha sido utilizada para el mal, como un lugar maldito y de condenación. Ya desde los zares: en Semipalatinski pasó cinco años de mili de castigo Dostoievski, tras cuatro años de trabajos forzosos en Omsk. Es como si todo ruso hubiera sufrido alguna vez el exilio en Siberia a modo de peaje. A Dostoievski antes simularon que le ejecutaban, pero era broma.
El submundo nuclear ruso es vasto y desconocido. También Tomsk era una ciudad cerrada, porque al lado hay otra secreta que ni salía en los mapas, Tomsk 7. Tiene una planta de uranio que sufrió un accidente nuclear en 1993. Pero mejor hacer turismo como si tal cosa. Ir a ver casas de madera, la especialidad local. El viajero ve las más renombradas y son muy bonitas. Auténticos palacios de dos y tres pisos, pero hay muchas más, anónimas y destartaladas en medio de espesa vegetación, que forman calles de paisaje rural, de pueblo de oeste americano. Muchas están a punto de derrumbarse, pero en casi todas vive gente. A veces se las comen bloques de pisos. El viajero se pierde luego por un hermoso camino en pleno campo, aunque ya muy cerca del centro. En unos minutos llega a la parte noble, que se reconoce siempre por la estatua de Lenin. Es una broma de clases.
A la derecha sale una calle que sube a la colina donde se fundó la primera fortaleza de la ciudad. Las tropas de cosacos avanzaban por Siberia a base de plantar 'ostrogs', estos fuertes que formaban puntos defensivos. Hay un pequeño museo. ¿Han estado alguna vez en el museo histórico de Tomsk? Pues no vayan sin el dinero justo porque la señora de la puerta no da cambio y no les dejará entrar. Al viajero le faltan cinco rublos para el precio de la entrada, pero tampoco le coge un billete más grande. Por toda solución le indica la salida. El viajero hace aspavientos mientras ojea el monitor de seguridad de la señora donde se ven todas las salas del museo, a ver qué hay. Pero la señora se da cuenta y le da un golpecito en la mesa señalando el billete. Tampoco deja verlo televisado. El viajero se rinde y se va, pero le parece que en el museo no hay nada.
Desciende a la plaza Lenin, donde su estatua ya vegeta como en un fumadero: está flanqueada por dos iglesias, el opio del pueblo. Una diminuta, llena de señoras, y la catedral, que tiene cola. También de señoras. Es una fiesta religiosa y los fieles esperan para recibir una bendición. La fe ha renacido a través de iconos escondidos durante décadas, y eso que Kapuscinski apunta en 'El Imperio' que desde 1917 hasta los noventa se destruyeron en Rusia entre veinte y treinta millones de iconos, usados como dianas militares o cajas de patatas. En toda Siberia no había iglesias y los curas fueron despojados de sus hábitos, deportados, enviados al gulag o fusilados. Kapuscinski también señala la paradoja de que las iglesias que mejor se conservaron y han sobrevivido son las que se convirtieron en museos del ateísmo. Ahora la fe está de moda y entronca con la identidad nacionalista de la vieja Rusia. Los seminarios también tienen cola, pero es que son un lugar seguro para comer, y no cogen a cualquiera.
La calle principal, Lenin, es de provincia, con un aire antiguo y pobretón, pero con edificios aparentes. Podría ser uno de esos pueblos perdidos de Estados Unidos donde nunca pasa nada. Hasta que pasa, claro. Es algo inesperado encontrar estos paralelismos con Norteamérica, pero la epopeya rusa hacia el Este es contemporánea y parecida. De hecho terminó en Alaska. En Tomsk los chicos del lugar hacen trabajos de verano. Venden globos, pedalean en carritos de helado, alquilan caballos, despachan en tiendas. Tomsk parece haber perdido su tren para el progreso, porque se ve por todas partes el domingo de las familias que no llegan a fin de mes. No hay un solo bar y escasos restaurantes. La diversión es pasear y el parque está lleno. Con el bochorno la principal atracción es una fuente, que reúne a su alrededor a decenas de personas. Según cómo gire el viento se mojan unos u otros entre risas. Así de simple. Para quien tiene unas monedas, para los niños hay coches eléctricos y un castillo hinchable. Bueno, un kremlin hinchable, un ejemplo de que viajando se abre la mente. En el estudio de la obsesión paramilitar rusa debe anotarse que en los columpios hay madres con conjunto de pantalón y top de camuflaje.
El viajero tiene recuerdos de la adolescencia, de cuando no se tenía un duro ni edad para ir a un bar y lo único que se podía hacer era vagabundear. También evoca aquellos veranos interminables, con días tontos y tardes eternas de dulce aburrimiento, tumbado en el suelo mirando al techo. Es un sentimiento difícil de recuperar. A veces uno se hacía el muerto a ver qué hacía su hermano. Normalmente no llamaba a un médico, recurría a la patada. ¿Se seguirán aburriendo los niños de ahora? La pandilla de uno de sus hermanos se pasó un verano pensando cómo meter un ladrillo en el buzón del vecino, robándole la llave, desmontándolo o algo. Sólo por verle el careto cuando lo abriera y tuviera unos segundos de desconcierto sobrenatural.
Al final encuentra un bar que debe de ser lo más moderno de Tomsk. Es una versión local del Starbucks, así que no hay cerveza. Tienen una filosofía del buen rollo basada en los tés, los cafés y las fotos sonrientes del empleado del mes. «No llenamos vuestros estómagos, llenamos vuestras almas», dice un menú-breviario con frases espirituales. Al viajero le basta con el aire acondicionado. Hay wi-fi gratis, como en casi toda Rusia. Todavía no han descubierto que se puede robar con él, como hacen los hoteles occidentales. Aún les falta malicia para ser completamente capitalistas.
Mamuts congelados
Luego se da una vuelta por la universidad, que es famosa. Quizá durante el curso la ciudad tiene más vida. Es un palacio neoclásico en un gran parque y dando un paseo ve una pareja de alemanes -iban de negro, así que seguro que eran alemanes- haciendo fotos a una pared. El viajero, hombre de mundo, capta enseguida lo que ocurre. Debe de haber por aquí una pandilla de grafiteros tomskeros. En efecto, hay unos dibujos en el muro. Hay gente que busca tendencias y les hace fotos. Eso cuando no es el mismo grafitero el que retrata su obra con el móvil y la manda emocionado a sus amigos. El viajero pasó una vez un rato en la ventana de su casa viendo a un grupo de pijas que lo hacían. Era lo más, aunque luego pasó un borracho a mear al pie de sus creaciones. Y no hizo foto. Era un borracho dadaísta, como todos. El viajero entra luego en el museo regional, cosa que fastidia sobremanera a sus doce empleados, que deben interrumpir la siesta y encender las luces de las tres salas. El viajero descubre que hace 35.000 años por allí ya vivía gente entre rinocerontes lanudos. Lo mejor son unas fotos del XIX de yacimientos de mamuts congelados. En Siberia uno se los encontraba como setas. En los siglos XVIII y XIX se hallaron 22.000 mamuts en la Siberia polar. Después se acerca a la antigua sede de la KGB, ahora ocupada a medias por un banco y el Museo de la Opresión, que está cerrado porque es domingo. En los sótanos, donde sacudían al personal, ahora hay un cibercafé. Cuarenta personas teclean silenciosas en sus ordenadores en el mismo lugar de los aullidos de los desgraciados. El viajero se va a comer al sótano del edificio de al lado, que es un local de jazz chic y caro. Tienen rioja. Agradece que sea oscuro, fresco y solitario. Pero mayor aún es su sorpresa cuando ve una pantalla gigante donde ponen cortos de Charlot. Mientras se toma una cerveza fría en la penumbra, como en un cine, el viajero se reencuentra con Chaplin. Con estas cintas de 1915 se ríe y se enternece igual que siempre, pero además poco a poco se da cuenta de algo. Esos bigotudos vagabundos, esas avenidas desiertas con casas de maderas, esas ropas anticuadas, esos rostros patibularios, esos ciudadanos enclenques que chocan con matones grandullones, el hambre y la dignidad en la miseria... podría ser este rincón de Siberia ahora mismo. Charlie, eres el más grande.
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