TÍTULO: PROTAGONISTA,
Carla Guelfenbein: "Jugársela por amor, por pasión o por los hijos es algo muy femenino",.
-foto-Carla Guelfenbein: "Jugársela por amor, por pasión o por los hijos es algo muy femenino",.
- Empezó
escribir a los 40 años y cinco libros más tarde ha logrado el Premio
Alfaguara con una novela donde reflexiona sobre la complejidad de los
sentimientos y ajusta cuentas con el pasado.
Te estaba esperando con un cafecito negro, dice risueña en su habitación de hotel. Modesta y cálida, la chilena
Carla Guelfenbein hablacomo
alguien a quien la fama le ha llegado ya con la vida hecha. Empezó a
escribir a los 40 años, solo para descubrir que tenía mucho que decir.
Su primera novela,
'El revés del alma' (Alfaguara),
sorprendió a la crítica y se convirtió en un best seller inmediato en
2002. Ahora, con cinco novelas bajo el brazo y miles de ejemplares
vendidos, le ha llegado la hora del reconocimiento: acaba de llegar a
España para recoger el
premio Alfaguara por 'Contigo en
la distancia', una novela envuelta en misterio donde reflexiona sobre
la honestidad de los afectos y las envidias literarias... y ajusta
cuentas con su propia historia familiar.
- Mujerhoy. Dice usted que cada novela suya empieza con una imagen poderosa. ¿Fue el caso de Contigo en la distancia?
- Carla Guelfenbein. Esta vez fue algo más complejo,
un cúmulo de situaciones que canalizaron en la protagonista, Vera
Sigall. Todo surgió porque leí una biografía de la escritora Clarice
Lispector, a la que ya admiraba mucho. Fue una mujer muy especial:
bella, misteriosa, y con una prosa luminosa y rica. La leí por primera
vez a los 17 años y, aunque la entendí muy poco, ya entonces sentí que
tenía algo poderoso y femenino. Y al leer esa biografía, vi que su
historia tenía mucho que ver con la de mi familia: judíos ucranianos que
huyeron de los pogromos de principios del siglo XX; solo que sus
parientes recalaron en Brasil y los míos, en Chile. Y así, quise
inventarme mi historia, de la que sé muy poco. Y fui creando distintos
personajes que relataran la vida de Vera.
- MH: El apellido de ese personaje, Sigall, es el de su bisabuela.
- CG: Sí, es un homenaje. Esta es una historia de mujeres fuertes.
Quería escribir sobre alguien que vivió su vida como quiso, que se la
jugó por amor, que se la jugó por sus hijos, que se la jugó por su
pasión. Y esto, jugársela, es algo muy femenino. Nos han hecho creer que
perseguir nuestros sueños siempre tiene un coste muy alto, que siempre
tendremos que elegir. El mundo moderno, que tanto nos ha ayudado a las
mujeres en otros aspectos, nos ha puesto en una situación de exigencia
que antes no teníamos. En ese sentido, Vera lleva una vida atípica, pero
que es la que ella quiere. Llega a los 80 años en paz consigo misma.
- MH: Creo que este personaje tiene también mucho de su madre.
- CG: Sí, es lo que quiso hacer ella. Era una intelectual que
intentaba mantener el equilibrio entre tener tres hijos, ser mujer y ser
una mujer pensante. Como Vera, iba a su pinta. Por ejemplo, yo no tengo
ninguna joya suya, porque eso nunca le interesó y, simplemente, no
tenía. Era muy avanzada. No sé, a la larga, qué habría sido de ella,
porque murió a los 43 años, ¡en pleno hacerse a sí misma! Y cuando murió
estaba llena de conflictos. No sé si habría llegado a lograrlo.
- MH: Ella protagonizó uno de los episodios más duros de su
vida. En la época de Pinochet, estuvo tres semanas desaparecida. Usted
tenía 16 años. ¿Cómo vivió ese momento?
- CG: Es un episodio que transcribí en Nadar desnudas (Alfaguara),
porque se me quedó grabado. En aquella época, en Chile, había toque de
queda. Si oías un coche después de las 12 de la noche, sabías que era la
policía secreta, nadie más tenía permiso para estar en las calle. Y esa
noche, sentimos varios motores; pararon junto a nuestra casa. Y entró
un regimiento de militares, con mucha violencia, tirando los libros al
suelo para ver si había alguno subversivo. Y se llevaron a mi madre.
- MH: Pero lograron encontrarla...
- CG: Mi padre se puso a mover sus hilos, que eran pequeños y
frágiles, y supimos que estaba en Tres Álamos [un campamento de
prisioneros políticos]. Nunca supe muy bien qué pasó en esas tres
semanas; nosotros éramos pequeños aún y no nos contaron nada. Me quedé
con la duda de saber si la habían torturado, si la habían violado...
Cuando escribía Contigo en la distancia, se puso en contacto conmigo una
mujer que había compartido litera con ella. Y me contó algunas cosas.
Por ejemplo, que dos semanas antes de que la detuvieran, a mi madre le
habían detectado un cáncer, así que toda su preocupación era que tenía
que salir de allí porque tenía que operarse. Y eso la diferenciaba de
las otras presas, que solo podían pensar en qué les iban a hacer, en si
iban a morir. Esa cárcel, esa idea, están presentes en Contigo en la
distancia.
- MH: Después, toda la familia se marchó a vivir a Londres. En sus novelas se refleja ese exilio.
- CG: Sí, ¡es cierto! En mis libros siempre hay alguien que vuelve a
Chile, que tiene una relación a la vez cercana y lejana con el país. Y
es que el exilio es parte de mi constitución vital. Yo tenía 17 años
cuando nos mudamos, y me marcó muchísimo, fue algo dulce y agrio a la
vez. Porque tuve que dejar a mi familia y a mis amigos, que a esa edad
lo son todo, e instalarme en un lugar cuyo idioma no hablaba. Pero
también era emocionante. En esa época, nadie viajaba a Europa. Era
carísimo, inaccesible; era partir, más que irse. Y Londres en los años
80 era muy excitante. Los punks, la juventud bullente, la gente tan
contestataria. Y lo viví muy intensamente. Yo no sería la misma
escritora si no hubiera salido de Chile.
- MH: Empezó a publicar pasados ya los 40. ¿Cree que eso ha marcado una diferencia?
- CG: Cada vida es tan particular que no creo que haya una mejor o
peor. En mi caso, todo se fue sumando, nada se restó. Yo estudié
Biología y valoro mucho mi formación científica a la hora de escribir:
el método, el análisis, el rigor... me han ayudado, por ejemplo, a ganar
este premio. Después me dediqué al diseño gráfico. Y esa sensibilidad
estética también me ayuda. Porque, y así se lo digo a los alumnos de mi
taller de escritura, hay una estética de la palabra. Para escribir hay
que afinar el ojo, el oído, la sensibilidad. Por último, cuando me puse a
escribir yo ya tenía un bagaje muy rico y eso me permitió hacerlo,
desde el principio, desde un lugar más maduro.
- MH: Y ahora ha ganado el premio Alfaguara, que llevaba una década sin otorgarse a una mujer.
- CG: Somos muchas mujeres, en todo el mundo, escribiendo y
escribiendo bien, y no tenemos un reconocimiento proporcional a nuestro
trabajo. Creo que todas tenemos que celebrar un premio como este.
TÍTULO: SI TIENE MINUTOS Y DESCANSO,.La rebelión de las mujeres, .
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Llevo varios años regentando una
casa rural en el
pueblo donde vivo y, con no poca frecuencia, me detengo a charlar con
mis huéspedes. Hace poco, tuve el placer de conocer a una simpática
señora que era médico forense y tenía dos hijos en
edad preadolescente.
No dejé pasar la ocasión de preguntarle acerca de algo que me viene
preocupando desde hace tiempo: Esa escandalosa estadística de los
delitos
que tienen lugar en el seno de la familia o de la pareja le interpelé,
¿responde a una realidad contrastada o se trata de un fenómeno que ha
existido desde siempre y es solo la
voracidad sensacionalista
de los medios de comunicación la que infla a propósito dicha
estadística?. Al fin y al cabo, ¿quién mejor que ella, que se pasa el
día en la morgue, puede tomarle el pulso a la situación?
Su respuesta fue en la dirección que me temía. No, no es la prensa la que se ha vuelto loca me comentó, sino la realidad. Hoy,
la violencia es una dominante indiscutible
en las relaciones interpersonales; la mayoría de la gente se muestra
incapaz de usar bien el lenguaje o de analizar sus propios sentimientos,
por lo que, en cuanto se topan con un problema, la única solución pasa
por eliminar a esa persona que encarna el problema.
Intentamos comprender, mano a mano, las causas de lo anterior. Desde
hace décadas, los más jóvenes crecen sin que nadie les inculque los
valores del construir y el compartir, y este cambio de referentes que marca una época también se debe a la eclosión, cada vez más incontrolada, de los
videojuegos. Al igual que mi sobrino, los hijos de la doctora no piensan más que en aislarse en su mundo virtual de
violencia y de monstruos,
me confesó desconsolada. Y también en su caso ocurre lo mismo que en el
de mi sobrino: que sus hijos son muchachos sensibles y delicados, con
una educación esmerada que los padres han seguido muy de cerca.
Hace ya más de 30 años que dejamos entrar en nuestros hogares y en la
mente de nuestros hijos (sobre todo, de los varones) un veneno capaz de
deformar los valores de su vida. Los videojuegos, que resultan tan
atractivos a los adolescentes, son, qué duda cabe, un derroche impune de
machismo y de violencia contra la mujer. Siempre he
pensado que cualquier sociedad a la que le preocupe de veras el futuro
de la convivencia civil debería extirpar de raíz este tipo de
pasatiempos. Por el contrario, me parece que, aparte de Australia,
ningún país ha llevado a cabo semejante iniciativa. Este veneno entra en
nuestras casas y ejerce una influencia sutil y perversa en nuestros
hijos, empujándolos a adoptar una serie de
comportamientos absolutamente indeseables.
Casi todos los adultos suelen sonreír, se encogen de hombros y
piensan que solo se trata de chiquilladas. Sin embargo, ¿podemos decir
que estamos por completo seguros de que no son más que eso? ¿No hay
relación entre la escalada de violencia de género, que mi huésped me
ratificó, y la proliferación extrema e incontrolada de estos juegos? Si,
durante años, un cerebro se ha ido atiborrando de imágenes que
retratan la violencia y el abuso
contra las mujeres como habitual, ¿qué pasa cuando llega el contacto
real con una de carne y hueso?; ¿seguro que esos mensajes subliminales
no acaban contagiando la forma de tratarla?
Sería importantísimo que todas las mujeres, no solo las madres, se
pusieran de acuerdo para pedir la retirada de estas bombas de relojería
que hacen trizas
la imaginación de niños y
adolescentes, convirtiéndolos, a la postre, en unos adultos débiles, con
problemas de comunicación e incapaces de arrostrar las contradicciones y
los problemas del vivir si no es recurriendo a la
violencia.