El ejército secreto de Putin
Acuartelado en este gris edificio de
oficinas en San Petersburgo, un ejército de 'trolls' -saboteadores
informáticos- bien remunerados ha estado tratando de sembrar el caos en
Internet. Sus ataques no conocen fronteras. Así actúan.
8.30 de la mañana del pasado 11 de septiembre, Duval Arthur
director de Emergencias de Luisiana, Estados Unidos recibe la llamada
alarmada de una vecina. Le acaba de llegar un inquietante mensaje de
texto: "Escape de gases tóxicos hacia la 1.30 de la tarde. Manténganse a
cubierto. Sigan los programas locales de noticias y consulten
columbiachemical.com".
Su distrito alberga numerosas plantas químicas, y el trabajo de Arthur es el seguimiento de los accidentes. Pero Arthur no había oído que se hubiera producido una fuga tóxica. De hecho, ni siquiera había oído hablar de Columbia Chemical. Al poco rato, otros dos vecinos le comunican que han recibido un mensaje idéntico. Arthur está preocupado. En Twitter, centenares de mensajes documentan el desastre. «Enorme explosión en una fábrica química en Luisiana #ColumbianChemicals», tuitea un hombre llamado Jon Merritt. El hashtag #ColumbianChemicals está lleno de testigos oculares que describen el horror. @AnnRussela envía la foto de la planta envuelta en llamas. @Ksarah12, un vídeo con el estallido. Otros usuarios comparten un clip en el que se ve la espesa humareda negra.
Desde Luisiana a Nueva York, las cuentas en Twitter de decenas de periodistas y políticos sufren un bombardeo similar. Otro usuario sube un pantallazo de la CNN. Según un vídeo de YouTube, ISIS se ha responsabilizado del ataque. Una mujer llamada Anna McClaren (@zpokodon9) envía un tuit: «¡Decidle a @Obama que bombardee Irak!».
Todo era falso: el pantallazo, los vídeos, las fotos...
Se trató de una campaña de desinformación coordinada. Los responsables no solo trucaron pantallazos de la CNN, sino que crearon réplicas perfectas de las páginas web de distintos periódicos y canales televisivos. Incluso crearon una entrada en Wikipedia sobre el desastre.
Este montaje no fue un hecho aislado. El 13 de diciembre, en Twitter se empezó a hablar de un brote de ébola en Atlanta. El hashtag #EbolaInAtlanta fue trending topic. Un vídeo en YouTube mostraba a un grupo de enfermeros con trajes protectores transportando a un infectado. El mismo día en que se produjo el engaño del ébola, otro grupo de cuentas comenzaron a diseminar el rumor de que la Policía había matado a tiros a una mujer negra desarmada. Un vídeo con un policía disparando parecía confirmar el hecho.
¿Quién estaba detrás de todo esto? Un misterioso grupo radicado en San Petersburgo se dedicaba a difundir información falsa en la Red: la Agencia de Investigación en Internet. Dicha agencia es conocida por dar empleo a centenares de rusos que cuelgan propaganda a favor del Kremlin utilizando identidades falsas con el propósito de crear la ilusión de un gigantesco ejército de partidarios del Gobierno; se los conoce como 'granja de trolls'.
Un edificio de oficinas situado en el 55 de la calle Savushkina fue la última sede conocida de la Agencia de Investigación por Internet. Ludmila Savchuk trabajó allí dos meses y medio. Un periódico ruso estimó que la agencia contaba con 400 empleados y un presupuesto mensual de unos 20 millones de rublos (unos 400.000 dólares). Durante el tiempo que Ludmila estuvo allí, se encargaban de crear contenidos para cada una de las redes sociales: LiveJournal; VKontakte, la versión de Facebook creada en Rusia; Facebook; Twitter; Instagram; y las páginas de comentarios de los medios rusos de comunicación.
Según Ludmila, la jornada en la Agencia de Investigación por Internet empezaba siempre igual. Lo primero que hacían al llegar a sus escritorios era conectar un servidor proxy de Internet, que impedía ver sus direcciones IP desde los sitios en los que insertaban contenidos. Los jefes les entregaban un listado con los puntos de vista precisos que ese día estaban obligados a difundir. Ucrania siempre era una cuestión prioritaria; escribían comentarios que denigraban a su presidente, Petro Poroshenko, y sobre las atrocidades cometidas por el Ejército ucraniano. El año pasado, después de que el rublo se desplomara, estos trolls escribieron incontables comentarios optimistas sobre la recuperación económica que estaba a la vuelta de la esquina.
Ludmila compartía despacho con media docena de colegas. Ella trabajaba en un departamento de élite reservado a los 'proyectos especiales'. Mientras otros se limitaban a la producción masiva de insulsos comentarios a favor del Kremlin, en su departamento se creaban unos interesantes personajes virtuales. Ella se hacía pasar por tres de estas creaciones, cada una de las cuales contaba con su propio blog en LiveJournal. Uno de sus álter ego era una pitonisa llamada Cantadora. El mundo de los espíritus ofrecía a Cantadora todo tipo de revelaciones: sobre amor y desamores... Y, de vez en cuando, sobre geopolítica. Cantadora predijo la gloria para Putin y la derrota para Obama y Petro Poroshenko.
¿Qué es un 'troll'?
Ludmila era un troll. La palabra 'troll' se hizo popular en los noventa para denunciar a las personas que saboteaban los chats con insultos o fotos repulsivas. Hoy es posible que un partidario de ISIS adopte un seudónimo para acosar a un periodista en Twitter o que un agitador ultraderechista estadounidense empañe las manifestaciones contra la brutalidad policial haciéndose pasar por un manifestante violento. Todo conflicto encuentra su reflejo en una batalla en Internet entre los trolls adscritos a uno u otro bando.
Según Ludmila, la agencia había industrializado el arte del trolleo. Los directivos estaban obsesionados con las estadísticas visionados por página, número de post, el tráfico de los blogs, mientras los jefes de equipo obligaban a los empleados a darlo todo en el trabajo, a cambio de un sistema de bonificaciones y multas. «El espíritu corporativo era muy fuerte», recuerda Ludmila. Su calendario laboral era de dos jornadas de 12 horas ininterrumpidas, seguidas por dos días libres. Durante esas dos jornadas tenía que completar una cuota de 5 post de tipo político, 10 inserciones no políticas y entre 150 y 200 comentarios en los post de otros empleados de la casa.
Los empleados tenían entre 20 y 30 años y la agencia, ante la avalancha de trabajo, estaba dispuesta a contratar casi a cualquiera. Sin importar su nivel educativo o sus opiniones políticas. El resultado: sus inserciones estaban llenas de errores gramaticales. «Eran tontos de remate», afirma Marat Burkhardt, quien trabajó durante dos meses en el departamento de foros, insertando 135 comentarios al día. «Esos tipos iban vestidos a la última, como si fueran de Nueva York. Pero eran tontos». Los directivos trataron de enmendar su ignorancia con lecciones de gramática rusa. Otros fueron obligados a asistir a clases «de politología», para que aprendieran el adecuado punto de vista ruso sobre los últimos acontecimientos. A cambio, el sueldo era muy bueno: Ludmila ganaba 41.000 rublos al mes (777 dólares), tanto como un profesor universitario.
El cocinero de Putin: el hombre en la sombra.
Durante el tiempo que estuvo en la agencia, Ludmila Savchuk copió decenas de documentos. También grabó un vídeo clandestino de las oficinas. En febrero pasado hizo entrega de todo este material al Moi Raion, un periódico local crítico e independiente. Ludmila abandonó la agencia el mismo día que el periódico publicó el reportaje. Su objetivo es que la agencia cierre sus puertas; defiende que esa guerra informativa revierte en una atmósfera cada vez más oscura en Rusia. «La paz informativa es el principio de la verdadera paz», asegura.
Algunos medios rusos han asegurado que la agencia está financiada por Evgeny Prigozhin, un oligarca de la restauración, conocido como el Chef del Kremlin en la prensa independiente por sus lucrativos contratos con el Gobierno y su estrecha relación con Putin. Después de que una periodista de la publicación opositora Novaya Gazeta se infiltrara en la agencia fingiendo buscar trabajo, esta reportera descubrió que uno de los jefes de departamento era una empleada de Concord, el holding empresarial de Prigozhin. Las sospechas sobre Prigozhin se acentuaron cuando los correos electrónicos obtenidos por unos hackers dejaron claro que uno de los contables de Concord aprobaba pagos destinados a la agencia. Si todo esto resulta cierto, no sería la primera vez que Prigozhin utiliza su fortuna para costear proyectos dirigidos contra sus enemigos: según Novaya Gazeta, en un documental financiado por el magnate se afirmaba que los participantes en las manifestaciones contra Putin que tuvieron lugar en 2011 eran agentes pagados por los Estados Unidos. «Estamos ante un verdadero genio del mal», dice Andrei Soshnikov, el periodista de Moi Raion al que Ludmila filtró los documentos.
Objetivo: controlar lo que pasa en la web.
Las revelaciones sobre la agencia efectuadas por Ludmila han fascinado a los rusos. Confirman lo que sospechaban: que Internet en Rusia está plagada de trolls. «Este negocio de los trolls no hace más que crecer», afirma Platon Mamatov, quien asegura haber estado llevando su propia granja de trolls en los Urales entre 2008 y 2013. Durante ese periodo tuvo entre 20 y 40 empleados, por lo general estudiantes y madres jóvenes, cuya función era la de hacer favores en la Red a sus contactos del Kremlin. Mamatov manifiesta que hay incontables organismos de este tipo por todo el país, que trabajan para las autoridades gubernamentales. Dicha industria se financia mediante un laberinto de negocios-tapadera, de modo que resulta difícil estimar con exactitud cuánta gente está trabajando como troll en la actualidad. Mamatov dice que «son millares».
El florecimiento de los trolls al servicio del Kremlin tiene su origen en las protestas antigubernamentales de 2011, cuando decenas de miles de personas salieron a las calles después de que aparecieran indicios de fraude en las últimas elecciones. Las protestas fueron organizadas a través de Facebook y Twitter y encabezadas por figuras como el cruzado contra la corrupción Alexei Navalny, quien se valió de diversos blogs en LiveJournal para movilizar a los descontentos. Un año después, Vyascheslav Volodin nueva mano derecha de Putin y arquitecto de su política interior se fijó el objetivo de controlar Internet. Según la revista Forbes Russia, Volodin hizo instalar en su despacho un ordenador dotado de una aplicación llamada Prism que le permitía seguir la evolución de la opinión pública en la Red por medio de 60 millones de fuentes. El fabricante de Prism indica en su página web que el programa «monitoriza aquellas actividades en las redes sociales que originan tensiones sociales, sentimientos de protesta y extremismo». O en palabras de Forbes: «Prism considera que las redes sociales son un campo de batalla».
Acabar con las protestas
El florecimiento de los trolls al servicio del Kremlin nace con las protestas contra el Gobierno de 2001, orquestadas en las redes sociales.
La guerra de los 'trolls'
La desinformación es uno de los frentes de la ciberguerra en la que están enzarzados los Estados Unidos, China, Rusia y el estado islámico. Los nuevos soldados son 'hackers' y 'trolls'.
Los Estados Unidos. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) dispone de unidades de élite en oficinas secretas en Fort Meade (Maryland) y otras bases. Son equipos híbridos, con personal militar y hackers civiles reclutados en universidades y foros. Pueden librar, con apoyo de la CIA, batallas propagandísticas en las redes sociales y, últimamente, en los videojuegos en Red, considerados viveros yihadistas.
China. Se llama Unidad 61398 y es una división secreta del Ejército Popular Chino formada por hackers. Se sospecha que ha realizado operaciones encubiertas en los Estados Unidos y otros países, infiltrándose en los sistemas informáticos de un millar de compañías armamentísticas, aeronáuticas, energéticas, navales... Así como en embajadas y ministerios. Entre sus objetivos, el Dalai Lama y los centros del exilio tibetano.
Rusia. Ha creado el mayor operativo de trolls de la historia. Su objetivo: acabar con la ilusión de que Internet es un espacio democrático. Putin dio su visto bueno a estas maniobras cuando declaró que la web era «un proyecto de la CIA». Según el reformista Leonid Volkov, «la intención de los trolls es embarrarlo todo, crear una atmósfera de odio, convertirlo en algo tan asqueroso que la gente normal no quiera ni verlo».
La Ciberyihad. Tanto Al Qaeda como el Estado Islámico (EI) han sido pioneros en el uso de Internet y las redes sociales. Europol ha creado una brigada especial dedicada a rastrear las huellas dejadas por los yihadistas en la Red. El EI utiliza unas 50.000 cuentas fantasma en Twitter, que producen unos 100.000 tuits diarios destinados a propaganda, reclutamiento y búsqueda de esposas para los terroristas.
TÍTULO: A FONDO, ¿Luces y sombras del reciclaje textil ¿dónde va nuestra ropa usada?,.
A FONDO / fotos,.
Su distrito alberga numerosas plantas químicas, y el trabajo de Arthur es el seguimiento de los accidentes. Pero Arthur no había oído que se hubiera producido una fuga tóxica. De hecho, ni siquiera había oído hablar de Columbia Chemical. Al poco rato, otros dos vecinos le comunican que han recibido un mensaje idéntico. Arthur está preocupado. En Twitter, centenares de mensajes documentan el desastre. «Enorme explosión en una fábrica química en Luisiana #ColumbianChemicals», tuitea un hombre llamado Jon Merritt. El hashtag #ColumbianChemicals está lleno de testigos oculares que describen el horror. @AnnRussela envía la foto de la planta envuelta en llamas. @Ksarah12, un vídeo con el estallido. Otros usuarios comparten un clip en el que se ve la espesa humareda negra.
Desde Luisiana a Nueva York, las cuentas en Twitter de decenas de periodistas y políticos sufren un bombardeo similar. Otro usuario sube un pantallazo de la CNN. Según un vídeo de YouTube, ISIS se ha responsabilizado del ataque. Una mujer llamada Anna McClaren (@zpokodon9) envía un tuit: «¡Decidle a @Obama que bombardee Irak!».
Todo era falso: el pantallazo, los vídeos, las fotos...
Se trató de una campaña de desinformación coordinada. Los responsables no solo trucaron pantallazos de la CNN, sino que crearon réplicas perfectas de las páginas web de distintos periódicos y canales televisivos. Incluso crearon una entrada en Wikipedia sobre el desastre.
Este montaje no fue un hecho aislado. El 13 de diciembre, en Twitter se empezó a hablar de un brote de ébola en Atlanta. El hashtag #EbolaInAtlanta fue trending topic. Un vídeo en YouTube mostraba a un grupo de enfermeros con trajes protectores transportando a un infectado. El mismo día en que se produjo el engaño del ébola, otro grupo de cuentas comenzaron a diseminar el rumor de que la Policía había matado a tiros a una mujer negra desarmada. Un vídeo con un policía disparando parecía confirmar el hecho.
¿Quién estaba detrás de todo esto? Un misterioso grupo radicado en San Petersburgo se dedicaba a difundir información falsa en la Red: la Agencia de Investigación en Internet. Dicha agencia es conocida por dar empleo a centenares de rusos que cuelgan propaganda a favor del Kremlin utilizando identidades falsas con el propósito de crear la ilusión de un gigantesco ejército de partidarios del Gobierno; se los conoce como 'granja de trolls'.
Un edificio de oficinas situado en el 55 de la calle Savushkina fue la última sede conocida de la Agencia de Investigación por Internet. Ludmila Savchuk trabajó allí dos meses y medio. Un periódico ruso estimó que la agencia contaba con 400 empleados y un presupuesto mensual de unos 20 millones de rublos (unos 400.000 dólares). Durante el tiempo que Ludmila estuvo allí, se encargaban de crear contenidos para cada una de las redes sociales: LiveJournal; VKontakte, la versión de Facebook creada en Rusia; Facebook; Twitter; Instagram; y las páginas de comentarios de los medios rusos de comunicación.
Según Ludmila, la jornada en la Agencia de Investigación por Internet empezaba siempre igual. Lo primero que hacían al llegar a sus escritorios era conectar un servidor proxy de Internet, que impedía ver sus direcciones IP desde los sitios en los que insertaban contenidos. Los jefes les entregaban un listado con los puntos de vista precisos que ese día estaban obligados a difundir. Ucrania siempre era una cuestión prioritaria; escribían comentarios que denigraban a su presidente, Petro Poroshenko, y sobre las atrocidades cometidas por el Ejército ucraniano. El año pasado, después de que el rublo se desplomara, estos trolls escribieron incontables comentarios optimistas sobre la recuperación económica que estaba a la vuelta de la esquina.
Ludmila compartía despacho con media docena de colegas. Ella trabajaba en un departamento de élite reservado a los 'proyectos especiales'. Mientras otros se limitaban a la producción masiva de insulsos comentarios a favor del Kremlin, en su departamento se creaban unos interesantes personajes virtuales. Ella se hacía pasar por tres de estas creaciones, cada una de las cuales contaba con su propio blog en LiveJournal. Uno de sus álter ego era una pitonisa llamada Cantadora. El mundo de los espíritus ofrecía a Cantadora todo tipo de revelaciones: sobre amor y desamores... Y, de vez en cuando, sobre geopolítica. Cantadora predijo la gloria para Putin y la derrota para Obama y Petro Poroshenko.
¿Qué es un 'troll'?
Ludmila era un troll. La palabra 'troll' se hizo popular en los noventa para denunciar a las personas que saboteaban los chats con insultos o fotos repulsivas. Hoy es posible que un partidario de ISIS adopte un seudónimo para acosar a un periodista en Twitter o que un agitador ultraderechista estadounidense empañe las manifestaciones contra la brutalidad policial haciéndose pasar por un manifestante violento. Todo conflicto encuentra su reflejo en una batalla en Internet entre los trolls adscritos a uno u otro bando.
Según Ludmila, la agencia había industrializado el arte del trolleo. Los directivos estaban obsesionados con las estadísticas visionados por página, número de post, el tráfico de los blogs, mientras los jefes de equipo obligaban a los empleados a darlo todo en el trabajo, a cambio de un sistema de bonificaciones y multas. «El espíritu corporativo era muy fuerte», recuerda Ludmila. Su calendario laboral era de dos jornadas de 12 horas ininterrumpidas, seguidas por dos días libres. Durante esas dos jornadas tenía que completar una cuota de 5 post de tipo político, 10 inserciones no políticas y entre 150 y 200 comentarios en los post de otros empleados de la casa.
Los empleados tenían entre 20 y 30 años y la agencia, ante la avalancha de trabajo, estaba dispuesta a contratar casi a cualquiera. Sin importar su nivel educativo o sus opiniones políticas. El resultado: sus inserciones estaban llenas de errores gramaticales. «Eran tontos de remate», afirma Marat Burkhardt, quien trabajó durante dos meses en el departamento de foros, insertando 135 comentarios al día. «Esos tipos iban vestidos a la última, como si fueran de Nueva York. Pero eran tontos». Los directivos trataron de enmendar su ignorancia con lecciones de gramática rusa. Otros fueron obligados a asistir a clases «de politología», para que aprendieran el adecuado punto de vista ruso sobre los últimos acontecimientos. A cambio, el sueldo era muy bueno: Ludmila ganaba 41.000 rublos al mes (777 dólares), tanto como un profesor universitario.
El cocinero de Putin: el hombre en la sombra.
Durante el tiempo que estuvo en la agencia, Ludmila Savchuk copió decenas de documentos. También grabó un vídeo clandestino de las oficinas. En febrero pasado hizo entrega de todo este material al Moi Raion, un periódico local crítico e independiente. Ludmila abandonó la agencia el mismo día que el periódico publicó el reportaje. Su objetivo es que la agencia cierre sus puertas; defiende que esa guerra informativa revierte en una atmósfera cada vez más oscura en Rusia. «La paz informativa es el principio de la verdadera paz», asegura.
Algunos medios rusos han asegurado que la agencia está financiada por Evgeny Prigozhin, un oligarca de la restauración, conocido como el Chef del Kremlin en la prensa independiente por sus lucrativos contratos con el Gobierno y su estrecha relación con Putin. Después de que una periodista de la publicación opositora Novaya Gazeta se infiltrara en la agencia fingiendo buscar trabajo, esta reportera descubrió que uno de los jefes de departamento era una empleada de Concord, el holding empresarial de Prigozhin. Las sospechas sobre Prigozhin se acentuaron cuando los correos electrónicos obtenidos por unos hackers dejaron claro que uno de los contables de Concord aprobaba pagos destinados a la agencia. Si todo esto resulta cierto, no sería la primera vez que Prigozhin utiliza su fortuna para costear proyectos dirigidos contra sus enemigos: según Novaya Gazeta, en un documental financiado por el magnate se afirmaba que los participantes en las manifestaciones contra Putin que tuvieron lugar en 2011 eran agentes pagados por los Estados Unidos. «Estamos ante un verdadero genio del mal», dice Andrei Soshnikov, el periodista de Moi Raion al que Ludmila filtró los documentos.
Objetivo: controlar lo que pasa en la web.
Las revelaciones sobre la agencia efectuadas por Ludmila han fascinado a los rusos. Confirman lo que sospechaban: que Internet en Rusia está plagada de trolls. «Este negocio de los trolls no hace más que crecer», afirma Platon Mamatov, quien asegura haber estado llevando su propia granja de trolls en los Urales entre 2008 y 2013. Durante ese periodo tuvo entre 20 y 40 empleados, por lo general estudiantes y madres jóvenes, cuya función era la de hacer favores en la Red a sus contactos del Kremlin. Mamatov manifiesta que hay incontables organismos de este tipo por todo el país, que trabajan para las autoridades gubernamentales. Dicha industria se financia mediante un laberinto de negocios-tapadera, de modo que resulta difícil estimar con exactitud cuánta gente está trabajando como troll en la actualidad. Mamatov dice que «son millares».
El florecimiento de los trolls al servicio del Kremlin tiene su origen en las protestas antigubernamentales de 2011, cuando decenas de miles de personas salieron a las calles después de que aparecieran indicios de fraude en las últimas elecciones. Las protestas fueron organizadas a través de Facebook y Twitter y encabezadas por figuras como el cruzado contra la corrupción Alexei Navalny, quien se valió de diversos blogs en LiveJournal para movilizar a los descontentos. Un año después, Vyascheslav Volodin nueva mano derecha de Putin y arquitecto de su política interior se fijó el objetivo de controlar Internet. Según la revista Forbes Russia, Volodin hizo instalar en su despacho un ordenador dotado de una aplicación llamada Prism que le permitía seguir la evolución de la opinión pública en la Red por medio de 60 millones de fuentes. El fabricante de Prism indica en su página web que el programa «monitoriza aquellas actividades en las redes sociales que originan tensiones sociales, sentimientos de protesta y extremismo». O en palabras de Forbes: «Prism considera que las redes sociales son un campo de batalla».
Acabar con las protestas
El florecimiento de los trolls al servicio del Kremlin nace con las protestas contra el Gobierno de 2001, orquestadas en las redes sociales.
La guerra de los 'trolls'
La desinformación es uno de los frentes de la ciberguerra en la que están enzarzados los Estados Unidos, China, Rusia y el estado islámico. Los nuevos soldados son 'hackers' y 'trolls'.
Los Estados Unidos. La Agencia Nacional de Seguridad (NSA) dispone de unidades de élite en oficinas secretas en Fort Meade (Maryland) y otras bases. Son equipos híbridos, con personal militar y hackers civiles reclutados en universidades y foros. Pueden librar, con apoyo de la CIA, batallas propagandísticas en las redes sociales y, últimamente, en los videojuegos en Red, considerados viveros yihadistas.
China. Se llama Unidad 61398 y es una división secreta del Ejército Popular Chino formada por hackers. Se sospecha que ha realizado operaciones encubiertas en los Estados Unidos y otros países, infiltrándose en los sistemas informáticos de un millar de compañías armamentísticas, aeronáuticas, energéticas, navales... Así como en embajadas y ministerios. Entre sus objetivos, el Dalai Lama y los centros del exilio tibetano.
Rusia. Ha creado el mayor operativo de trolls de la historia. Su objetivo: acabar con la ilusión de que Internet es un espacio democrático. Putin dio su visto bueno a estas maniobras cuando declaró que la web era «un proyecto de la CIA». Según el reformista Leonid Volkov, «la intención de los trolls es embarrarlo todo, crear una atmósfera de odio, convertirlo en algo tan asqueroso que la gente normal no quiera ni verlo».
La Ciberyihad. Tanto Al Qaeda como el Estado Islámico (EI) han sido pioneros en el uso de Internet y las redes sociales. Europol ha creado una brigada especial dedicada a rastrear las huellas dejadas por los yihadistas en la Red. El EI utiliza unas 50.000 cuentas fantasma en Twitter, que producen unos 100.000 tuits diarios destinados a propaganda, reclutamiento y búsqueda de esposas para los terroristas.
TÍTULO: A FONDO, ¿Luces y sombras del reciclaje textil ¿dónde va nuestra ropa usada?,.
¿Luces y sombras del reciclaje textil ¿dónde va nuestra ropa usada?
Las prendas que no usamos pueden tener
una segunda vida. Y de paso crear puestos de trabajo entre personas
vulnerables y ayudar en obras sociales. Pero no siempre la ropa llega a
quien más la necesita. El reciclaje textil puede ser un negocio
boyante en el que se mueven mafias, intereses económicos y hasta sectas.
Le contamos todo lo que debe saber para que su generosidad no se
extravíe y acabe en las manos
Cada ciudad tiene su propio modelo, son los
ayuntamientos los que determinan qué organizaciones están autorizadas a
recoger prendas y calzado usados. Así que, ¡cuidado!, no lo puede hacer
cualquiera. Puede usted llamar al Consistorio de su localidad para
saber cuáles son los contenedores autorizados o revisar el listado de
organizaciones legales colgado en la web de la Organización de
Consumidores y Usuarios (OCU) para «evitar el fraude a los ciudadanos». Porque hay fraude, sí. Y piratas. Y mafias. En marzo, sin ir más lejos, la Policía Nacional desarticuló en la Comunidad Valenciana una banda dedicada a este tipo de robos.
Estos criminales son el lado más oscuro de esta actividad con dos
caras: la de quienes hacen negocio y la de la solidaridad. Las mafias
colocan contenedores falsos que pueden generar cada uno, según la OCU,
«unos 3500 euros al año». En algunas ciudades, con una buena cantidad de
contenedores alguna de estas organizaciones puede embolsarse unos
70.000 euros anuales. Llegan incluso a robar contenedores autorizados. Y
si no consiguen sacar la ropa, vierten grasa en el interior para que
nadie la pueda usar más.
En todo caso, también dentro de la legalidad se producen situaciones cuestionables. La mayoría de los ayuntamientos autorizan la recogida a ONG y empresas con o sin espíritu solidario que ceden una parte del beneficio que generan al municipio. Madrid, por ejemplo, acaba de adjudicar el servicio a EcoTextile Solidarity, una empresa con ánimo de lucro fundada en 2012 que se impuso a sus competidores con la propuesta «más ventajosa», al entender del Consistorio. La compañía se comprometió a aportar a las arcas locales 560.000 euros al año, seis veces más de lo que, hasta ahora, había proporcionado la gestión de Humana, una ONG.
En ciudades como Zamora han optado por otro modelo. Menos lucrativo, pero de efectividad contrastada. El Ayuntamiento ha adjudicado la concesión a Cáritas, exonerando a la entidad de hacer pago alguno dado su «carácter eminentemente social».
La ropa desechada genera ingresos y lo hace por dos vías. Una parte se selecciona, se higieniza y se revende. Suele ser el 40 por ciento de las prendas, que acaban en tiendas a precio bajo, entre 50 céntimos y 10 euros de media. Solo Cáritas destina una parte de la ropa recogida a donaciones directas a personas necesitadas. El resto de las ONG y empresas la venden. Distinta cuestión es que ese dinero se destine a reinserción laboral y solidaridad o a reparto de beneficios entre sus accionistas.
Otra parte de la ropa recogida, un 45 por ciento (el 15 por ciento restante es inutilizable), se tritura y recicla en empresas especializadas que la convierten en aislantes, tapicerías, acolchados, bayetas y hasta en cierto tipo de cemento. Y pagan por esa ropa en torno a 35 céntimos por kilo. Es un negocio importante si tenemos en cuenta que Europa desecha seis millones de toneladas de textiles al año.
Adjudicar la concesión a una organización como Cáritas ahorra agrias polémicas. Todo lo contrario de lo que ha sucedido con Humana, a la que se ha acusado de desviar fondos humanitarios a fines lucrativos y de estar vinculada a la secta danesa Tvind. Pese a ello, Humana, a la que en el Reino Unido se le prohibió usar la etiqueta de ONG, es la única organización autorizada por muchos ayuntamientos españoles para recoger ropa usada.A las ONG vinculadas a la Iglesia, con la crisis, se han unido otras asociaciones dispuestas a generar puestos de trabajo. Es el caso de Recumadrid, una cooperativa de iniciativa social que recoge ropa usada a domicilio y que cuenta con cuatro empleados.
Recumadrid se dedica a la restauración y venta de muebles de segunda mano, pero recientemente decidió incluir entre sus actividades la gestión de ropa usada. «Con cada cien toneladas se crea un puesto de trabajo explica su gerente, Cristina Salvador. Mucha de esa ropa acaba en los vertederos, donde, aparte de contaminar el medioambiente, no le es de utilidad a nadie».
En Zamora, mientras tanto, ya se ha instalado el primer contenedor de la empresa Camino de Inserción, creada por Cáritas Diocesana hace dos años. A diferencia de lo que ocurre en Madrid con otras ONG, la entidad no pagará un euro al Ayuntamiento. Camino de Inserción será, además, la única empresa de recogida de ropa usada autorizada en Zamora durante la próxima década. «Con la colocación de 27 contenedores en la ciudad y de otros 9 en la provincia explica Miguel Ángel Río, gerente de la entidad aspiramos a triplicar la recogida de ropa y calzado usados. Algo que se traducirá en la creación de puestos de trabajo entre los más vulnerables. Hoy tenemos cinco empleados con contratos de inserción. Pero confiamos en aumentar su número». Y el cien por cien del beneficio se reinvierte.
La ropa de segunda mano se vende cada vez más y mejor en España. La crisis obliga. Por eso ha descendido el envío de prendas a países de África y América Latina. Pero es que, además, hay muchas voces críticas contra este tipo de mercadeo. Alegan que, más que beneficiar, la venta de ropa usada en estos países perjudica a las economías locales, al no poder competir las empresas textiles de estos países con los precios tan bajos, casi irrisorios, de la ropa de segunda mano llegada de Europa. Algunos países como Marruecos, de hecho, se niegan a aceptarla. No ocurre lo mismo en Senegal, el gran mercado africano de textiles usados europeos, donde los locales llaman al género usado importado «ropa de blanco muerto».
Depósito de ropa
La ropa se deposita en los contenedores autorizados por cada Ayuntamiento. El de la imagen es de Cáritas, que tiene adjudicado el servicio en Zamora. Cada contenedor cuesta unos 600 euros, que paga la entidad. En otras ciudades, las adjudicatarias son empresas con ánimo de lucro.
Recogida
Las parroquias también recogen ropa. Después, ONG como las madrileñas Recumadrid o En la Brecha la clasifican y distribuyen entre los necesitados o las venden para destinar los beneficios a fines sociales. Sus trabajadores, como los de la foto, tienen contratos de inserción laboral.
Higienización
Aunque mucha gente entrega la ropa lavada, todas las prendas seleccionadas para su venta se higienizan. Son colgadas en perchas, se introducen en una sala y se limpian mediante un autoclave máquina de esterilización con vapor de agua similar al usado en los quirófanos.
Clasificación
Asegurado el buen estado de las prendas, se clasifican según la estación del año y las modas. Después se trasladan a las tiendas que gestiona cada entidad, como esta perteneciente a Camino de Inserción, dependiente de Cáritas, en Zamora. El alquiler del almacén y el local son el costo más alto.
Venta en tienda
Los clientes de las tiendas son de lo más variado. La calidad de la ropa también es diversa y, en consecuencia, también el precio. Hay mucha más oferta de ropa de mujer que de hombre, de ahí que la masculina cueste más. Asimismo es más difícil encontrar calzado.
Precios asequibles
En general, el valor de venta al público de la ropa oscila entre uno y diez euros. Tiendas como esta de la ONG En la Brecha, en el madrileño barrio de Vallecas, es, además, un lugar de reunión, donde los voluntarios de la entidad interactúan con los vecinos.
Una segunda vida
Una empleada de la ONG En la Brecha ordena la ropa de una de sus tiendas. La crisis ha transformado nuestras costumbres. Muchos ya no solo la usan, sino que reconocen sin vergüenza que la ropa que visten es de segunda mano.
En todo caso, también dentro de la legalidad se producen situaciones cuestionables. La mayoría de los ayuntamientos autorizan la recogida a ONG y empresas con o sin espíritu solidario que ceden una parte del beneficio que generan al municipio. Madrid, por ejemplo, acaba de adjudicar el servicio a EcoTextile Solidarity, una empresa con ánimo de lucro fundada en 2012 que se impuso a sus competidores con la propuesta «más ventajosa», al entender del Consistorio. La compañía se comprometió a aportar a las arcas locales 560.000 euros al año, seis veces más de lo que, hasta ahora, había proporcionado la gestión de Humana, una ONG.
En ciudades como Zamora han optado por otro modelo. Menos lucrativo, pero de efectividad contrastada. El Ayuntamiento ha adjudicado la concesión a Cáritas, exonerando a la entidad de hacer pago alguno dado su «carácter eminentemente social».
La ropa desechada genera ingresos y lo hace por dos vías. Una parte se selecciona, se higieniza y se revende. Suele ser el 40 por ciento de las prendas, que acaban en tiendas a precio bajo, entre 50 céntimos y 10 euros de media. Solo Cáritas destina una parte de la ropa recogida a donaciones directas a personas necesitadas. El resto de las ONG y empresas la venden. Distinta cuestión es que ese dinero se destine a reinserción laboral y solidaridad o a reparto de beneficios entre sus accionistas.
Otra parte de la ropa recogida, un 45 por ciento (el 15 por ciento restante es inutilizable), se tritura y recicla en empresas especializadas que la convierten en aislantes, tapicerías, acolchados, bayetas y hasta en cierto tipo de cemento. Y pagan por esa ropa en torno a 35 céntimos por kilo. Es un negocio importante si tenemos en cuenta que Europa desecha seis millones de toneladas de textiles al año.
Adjudicar la concesión a una organización como Cáritas ahorra agrias polémicas. Todo lo contrario de lo que ha sucedido con Humana, a la que se ha acusado de desviar fondos humanitarios a fines lucrativos y de estar vinculada a la secta danesa Tvind. Pese a ello, Humana, a la que en el Reino Unido se le prohibió usar la etiqueta de ONG, es la única organización autorizada por muchos ayuntamientos españoles para recoger ropa usada.A las ONG vinculadas a la Iglesia, con la crisis, se han unido otras asociaciones dispuestas a generar puestos de trabajo. Es el caso de Recumadrid, una cooperativa de iniciativa social que recoge ropa usada a domicilio y que cuenta con cuatro empleados.
Recumadrid se dedica a la restauración y venta de muebles de segunda mano, pero recientemente decidió incluir entre sus actividades la gestión de ropa usada. «Con cada cien toneladas se crea un puesto de trabajo explica su gerente, Cristina Salvador. Mucha de esa ropa acaba en los vertederos, donde, aparte de contaminar el medioambiente, no le es de utilidad a nadie».
En Zamora, mientras tanto, ya se ha instalado el primer contenedor de la empresa Camino de Inserción, creada por Cáritas Diocesana hace dos años. A diferencia de lo que ocurre en Madrid con otras ONG, la entidad no pagará un euro al Ayuntamiento. Camino de Inserción será, además, la única empresa de recogida de ropa usada autorizada en Zamora durante la próxima década. «Con la colocación de 27 contenedores en la ciudad y de otros 9 en la provincia explica Miguel Ángel Río, gerente de la entidad aspiramos a triplicar la recogida de ropa y calzado usados. Algo que se traducirá en la creación de puestos de trabajo entre los más vulnerables. Hoy tenemos cinco empleados con contratos de inserción. Pero confiamos en aumentar su número». Y el cien por cien del beneficio se reinvierte.
La ropa de segunda mano se vende cada vez más y mejor en España. La crisis obliga. Por eso ha descendido el envío de prendas a países de África y América Latina. Pero es que, además, hay muchas voces críticas contra este tipo de mercadeo. Alegan que, más que beneficiar, la venta de ropa usada en estos países perjudica a las economías locales, al no poder competir las empresas textiles de estos países con los precios tan bajos, casi irrisorios, de la ropa de segunda mano llegada de Europa. Algunos países como Marruecos, de hecho, se niegan a aceptarla. No ocurre lo mismo en Senegal, el gran mercado africano de textiles usados europeos, donde los locales llaman al género usado importado «ropa de blanco muerto».
Depósito de ropa
La ropa se deposita en los contenedores autorizados por cada Ayuntamiento. El de la imagen es de Cáritas, que tiene adjudicado el servicio en Zamora. Cada contenedor cuesta unos 600 euros, que paga la entidad. En otras ciudades, las adjudicatarias son empresas con ánimo de lucro.
Recogida
Las parroquias también recogen ropa. Después, ONG como las madrileñas Recumadrid o En la Brecha la clasifican y distribuyen entre los necesitados o las venden para destinar los beneficios a fines sociales. Sus trabajadores, como los de la foto, tienen contratos de inserción laboral.
Higienización
Aunque mucha gente entrega la ropa lavada, todas las prendas seleccionadas para su venta se higienizan. Son colgadas en perchas, se introducen en una sala y se limpian mediante un autoclave máquina de esterilización con vapor de agua similar al usado en los quirófanos.
Clasificación
Asegurado el buen estado de las prendas, se clasifican según la estación del año y las modas. Después se trasladan a las tiendas que gestiona cada entidad, como esta perteneciente a Camino de Inserción, dependiente de Cáritas, en Zamora. El alquiler del almacén y el local son el costo más alto.
Venta en tienda
Los clientes de las tiendas son de lo más variado. La calidad de la ropa también es diversa y, en consecuencia, también el precio. Hay mucha más oferta de ropa de mujer que de hombre, de ahí que la masculina cueste más. Asimismo es más difícil encontrar calzado.
Precios asequibles
En general, el valor de venta al público de la ropa oscila entre uno y diez euros. Tiendas como esta de la ONG En la Brecha, en el madrileño barrio de Vallecas, es, además, un lugar de reunión, donde los voluntarios de la entidad interactúan con los vecinos.
Una segunda vida
Una empleada de la ONG En la Brecha ordena la ropa de una de sus tiendas. La crisis ha transformado nuestras costumbres. Muchos ya no solo la usan, sino que reconocen sin vergüenza que la ropa que visten es de segunda mano.