sábado, 19 de diciembre de 2015

REVISTA MUJER HOY DE CERCA PORTADA - LAS ACTRICES ADRIANA UGARTE Y BERTA VÁZQUEZ,./ SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO - Diario de una sufridora navideña (en rehabilitación) ,.

TÍTULO : REVISTA MUJER HOY DE CERCA PORTADA - LAS ACTRICES ADRIANA UGARTE Y BERTA VÁZQUEZ,.

-foto--Adriana Ugarte y Berta Vázquez: Amor, aventura y sueños,.

2015 ha sido su año. Y lo cierran con el estreno de 'Palmeras en la nieve', una historia romántica que nunca olvidarán. 
Adriana Ugarte y Berta VázquezAdriana Ugarte y Berta Vázquez desayunan mientras el maquillador y el peluquero hacen su trabajo. Tortilla de patata, jamón, tarta de zanahoria... "Me encanta comer. ¡Menos mal que hago deporte y lo quemo todo!", cuenta Adriana plato en mano. Son las nueve de la mañana y el showroom del diseñador Jorge Vázquez, donde tiene lugar la sesión de fotos, parece estar en hora punta. Ajenas al ajetreo, ellas comparten confidencias como si se conocieran de toda la vida.
Pero no es así. Adriana y Berta son las protagonistas de Palmeras en la nieve, la esperada película de Fernando González Molina basada en el bestseller de la escritora (y alcaldesa de Benasque) Luz Gavás, pero no han coincidido ni en un día de rodaje. Eso sí, ambas se enamoraron entre plano y plano: Adriana, de un miembro del equipo técnico y Berta, del actor Mario Casas, protagonista de la película.
Ugarte está en racha. Además de 'Palmeras en la nieve', está rodando 'Julieta', la nueva película de Almodóvar. "Yo no estaba loca por trabajar con Pedro, porque trato de no poner nombres y apellidos a mis metas. Si sucede, genial explica. Ha sido una experiencia muy intensa. Es muy exigente pero también muy generoso; te pide todo pero no te suelta de la mano, y eso se agradece.
Me suscita mucho respeto: te cuadras cuando lo ves, pero tiene un sentido del humor tan genial y una forma de ver la vida tan genuina que aprendes mucho. Además, no tiene pelos en la lengua, y eso me encanta". Sobre la película, ni palabra: "Solo puedo decir que Emma Suárez y yo encarnamos a la misma mujer, Julieta, que va sufriendo pérdidas a lo largo de su vida".
Adriana transmite pasión cuando habla, y habla mucho. Da igual si lo hace sobre sus amigos "La mayoría son de toda la vida o compañeras más mayores y muy sabias", sobre su afición por las antigüedades o sobre su nueva vida en la sierra madrileña. "Soy muy pasional, los sentimientos se me escapan de los bolsillos, pero también muy racional, un cóctel que a veces es divertido y a veces un poco plasta.
Soy impulsiva y capaz de cometer locuras, no quiero que la cabeza me domine, pero tengo el sentido de la responsabilidad heredado de mis padres". Ellos, un magistrado y una abogada y escritora, no se lo pusieron fácil cuando quiso dedicarse a la interpretación, pero tuvieron que cumplir su parte del trato. Adriana ya había hecho lo propio: sacar buenas notas.
Tampoco les pilló por sorpresa. Desde los cinco años, su hija se pasaba la vida haciendo teatro para su abuela y sus amigas. "Me lo pedía el cuerpo, era una necesidad. Pero al acabar el rodaje de mi primera película, Cabeza de perro, volví de Sevilla y les dije a mis padres: "Papá, mamá, lo he hecho fatal". Sin embargo, el director estaba contento, me nominaron al Goya y pensé: "Bueno, parece que no estaba tan mal". Ahí, hace 10 años, empezó todo. Y con' La señora' y 'El tiempo entre costuras' llegó la consagración.
La historia de Berta Vázquez se acerca más al argumento de superación de un telefilme. Nació en Ucrania hace 23 años en una familia mitad ucraniana mitad etíope, pero a los tres ya residía en nuestro país. Prefiere no dar explicaciones sobre sus orígenes y reconoce que nunca se ha sentido diferente.
"Me he criado aquí, y mi cultura, mi carácter y mis experiencias vitales están relacionadas con España explica rotunda, pero sin perder la sonrisa. Me vine a Madrid con 18 años para ser artista. Quería cantar y bailar, la interpretación no me llamaba la atención. Pero luego no tienes trabajo, ni tiempo, ni dinero y no bailé nunca. Me puse más en serio con la música, pero era muy tímida y no me atrevía a cantar en público. Sin embargo, sabía que tenía que estar aquí porque en algún momento pasaría algo. Quería vivir una aventura. Leía biografías de gente a la que admiro, cómo sufrieron hasta ser descubiertos y yo soñaba con vivir lo mismo. Soy idealista y fantasiosa, y me alegro de serlo porque gracias a eso no dejé de creer que esto llegaría".
De adolescente, sus ídolos eran Beyoncé y Rihanna, se vestía y maquillaba como ellas y las imitaba al micrófono. De hecho, se presentó a un cásting de La Voz. "Estaba empezando y era inexperta. Ahora intento tener un estilo propio como cantante y me gusta componer sobre lo que tengo dentro... También soy romanticona".
Berta rueda la segunda temporada de la serie 'Vis a Vis' y es consciente de la que se le viene encima. Ha pasado del anonimato a ser perseguida por los paparazzi, pero no le da importancia: "Probablemente, soy la que lo vive con más naturalidad. Me apasiona lo que hago y, para mí, todo lo que le rodea forma parte del trabajo. La fama está en la cabeza de cada uno y yo no me siento distinta. Hago lo mismo que mis amigos, tengo idénticas dudas y problemas, aunque desde fuera pueda parecer que las cosas han cambiado". Pero no todo el mundo vive con Mario Casas, ¿no? "Yo no pienso en si él es un famoso o no; para mí es mi pareja y estoy encantada, nada más".
Adriana y Berta tienen en común más cosas de las que parece. Las dos son reflexivas y curiosas Adriana estudió Filosofía y Berta ha empezado Psicología; lo primero que hacen al conseguir un papel es llamar a sus madres; usan las redes sociales con moderación; les gusta leer, ir al cine o disfrutar de la naturaleza. Y tienen claro que quieren ser madres.
"Me imagino con una familia muy grande, con un montón de hijos -cuenta Berta-. Me encantan los niños, pero todavía soy muy joven y tengo que descubrir aún muchas cosas de mí misma para poder educar a otra persona". "Yo creo que en un futuro sí tendré hijosdice Adriana. Me encantaría ser una abuela charlatana rodeada de nietos. Cariñosa, con mucha energía y más preocupada por organizar una buena comida familiar que por el paso del tiempo".
También son peleonas y no se cortan al criticar lo que no les gusta. "La presión que sufrimos las mujeres para estar siempre impecables o la discriminación salarial son dos de las muchas cosas que rechazo. Y el consumismo o que la sociedad sea cada vez más fría. Pero no necesito salir a proclamarlo, simplemente no lo acepto", argumenta Berta.
Adriana se lanza: "Estamos en una sociedad patriarcal y hay unos responsables, pero las primeras que debemos dejar la brocha y los tacones a un lado y tomar el mando somos nosotras. Tenemos integradísimo que ellos están ideales con arrugas, canas, barriga... mientras nosotras hemos adquirido hábitos que deberíamos replantearnos. Tengo 30 años y no tengo el mismo físico que a los 20, pero hay que hacerse fuerte porque la presión es tremenda. Estoy convencida de que muchos hombres están a favor de una mujer natural; pero, aunque no fuera así, hay que arriesgarse a no gustar y gustarnos más a nosotras mismas".
Y mientras plantea sus reivindicaciones, Adriana sueña con trabajar con directores que amen sus proyectos, "tal vez en Francia", y con "apagar el móvil esta Navidad y poder meterlo en un cajón". Berta prefiere "improvisar los planes navideños" y pedir a los Reyes nuevos retos profesionales y "una casa en la playa". Tarde o temprano la tendrá.
  • Amores enlazados
Ambientada en dos épocas diferentes, los años 50 y la actualidad, 'Palmeras en la nieve' cuenta la historia de amor de Bisila (Berta Vázquez), una nativa de Fernando Poo (ahora Bioko, una isla de Guinea Ecuatorial) y Kilian (Mario Casas). Medio siglo después, la sobrina de este, Clarence (Adriana Ugarte), decide viajar a la excolonia española para desentrañar el oscuro pasado familiar.

 TÍTULO: SI TIENES MINUTOS Y DESCANSO -  Diario de una sufridora navideña (en rehabilitación) ,.

Diario de una sufridora navideña (en rehabilitación),.

 Tarjetas artesanas, decoración exquisita y ecológica, menú gourmet digno de Ferrá Adriá, regalos únicos y personalizados... Diseñar una Navidad perfecta puede convertirse en la peor de las pesadillas. 

Me llamo Alicia Díez, tengo 38 años y hasta hoy he sido una sufridora de la Navidad. Lo he sido desde los 28, cuando me independicé y decidí que en mi vida todo sería especial y diferente. "Especial" y "diferente" son dos conceptos inherentes al sufridor navideño. También se pueden añadir otros adjetivos, como "bio", "antisistema" y "auténtico". Cualquiera de ellos significa que en mi casa no ha entrado jamás ni entrará nada que no sea homemade, es decir, hecho con mis propias manos, amor y espíritu navideño. Significa que no se hacen regalos industriales ni fabricados en serie.
Que todo está personalizado hasta las últimas consecuencias. Que no se compra comida precocinada. Que no se repite decoración navideña, ni se adquieren árboles sintéticos con abalorios de plástico brillante. Que los langostinos no se compran hasta la tarde-noche del 24 de diciembre. Que la mayonesa se bate a mano. Y que no puede faltar a la cena nadie de la familia. Quiero en mi casa hasta al último cuñado. No importa que esto suponga desplegar estrategias bélicas dignas de la guerra fría. Ahí estaré yo para neutralizar los dos lados del muro de Berlín.
Como se puede ver, estoy en terapia para superar mi vocación de complicarme la vida. Las circunstancias que me han traído hasta aquí (una especie de diván freudiano con una terapeuta que no da crédito cuando le explico que empiezo a fabricar las tarjetas de felicitación a finales de octubre, siempre con papel reciclado y resinas naturales, y que tengo una hoja de Excel para hacer los envíos antes de que se colapse Correos) han sido la angustia extrema y un ataque de ansiedad prenavideño sobrevenido cuando descubrí que llegaba la hora de retirarme de todas mis actividades sociales para dedicarme en exclusiva a preparar el maratón navideño.
Contra todo pronóstico, mi cerebro se rebeló ante mi fatal destino y entró en un estado catatónico porque la perspectiva de pasar dos meses dedicado a materializar mi amor al prójimo lo fundió. Así de ingratos son los cerebros.
Mi terapeuta me reta a poner en marcha la operación "Resistencia pasiva a la Navidad", que consiste en aplicar la filosofía de Mahatma Gandhi: no violencia y desobediencia civil. Huelga de brazos caídos y dejar que todo fluya. Como todo el mundo sabe, todo fluirá hacia el desorden y el caos, hacia los turrones de marca blanca y los regalos del todo a 1 €. Una cascada de acontecimientos que desembocará en un cuñado, un ser superior sentado a la derecha de Dios, contando otra vez en la mesa su particular teoría sobre quién mató a Kennedy y sacando el tema, pacífico donde los haya, de la superioridad del PC sobre el Mac. Antes no se podía hablar en la mesa ni de política ni de religión. Ahora los temas prohibidos son los ordenadores y los teléfonos móviles.
Para esos casos, mi terapeuta me ha prescrito un ansiolítico. Puedo doblar la dosis en caso de que mi cuñado se adentre en el oscuro territorio de su indiscutible liderazgo en ese sitio donde abunda la sabiduría y el pensamiento abstracto conocido como Forocoches. Medicación mediante, podré mantenerme en silencio sin levantarme de la mesa otra vez a servir el próximo plato homemade que neutralice la inminente bronca. ¡Ah, qué no! Que si sigo la filosofía de Gandhi no habrá un menú de 14 platos caseros. Lo que debo conseguir es fluir con gracia y desparpajo en ese mes prenavideño en el que suelo estar ocupada preparando unas Navidades "especiales y diferentes".
  • Soy un junco hueco... o no
Este año, como parte del propósito "Tendré unas navidades fabulosas y perfectas" que hice en enero de 2015 y antes del ataque de ansiedad que ya os comenté, planeaba cocinar tres tipos de rissotto con la dificultad añadida de no haber hecho ninguno en toda mi vida. Ya había comprado un libro de cocina especializado en rissottos, e incluso había iniciado uno de mis rituales navideños preferidos: quejarme.
Sí, ¿qué sería de una Navidad sin quejarse? La única recompensa que tiene el trastorno obsesivo compulsivo navideño es la queja. Es catártica y liberadora. Me quejo porque la Navidad cada vez empieza antes, porque la masa de mazapán ya no es lo que era, porque la gente no tiene claros sus planes a finales de agosto, porque el calentamiento global no me permite encender la chimenea y crear un adecuado espíritu navideño, y porque la gente prefiere el Tinder a escuchar villancicos, o lo que sería más adecuado, a cantarlos en amor y compañía.
Mi terapeuta me ha subido la dosis de ansiolítico para que inicie otro reto: 30 días concretamente los que trascurren entre el 10 de diciembre y el 10 de enero, sin quejarme. Cada vez que una queja fagocite mi cerebro, debo fluir hacia el low cost y la teoría del mínimo esfuerzo, hacia el "vive y deja vivir". Afirma el terapeuta que tengo que hacer un esfuerzo porque mi diagnóstico ha sido tardío, lo que empeora el pronóstico y las posibilidades de recuperación.
  • Propósito de enmienda
Tampoco debo fabricar en casa las velas con esencia de canela y cardamomo. Para seguir las enseñanzas de Gandhi, debo comprarlas hechas. Asimismo, debo aceptar que la mayonesa puede tener colorantes y estabilizadores varios y que los langostinos pueden congelarse, Gandhi no pondría ninguna pega por ello. En esta nueva etapa de crecimiento personal, tampoco debo invitar a TODOS los vecinos a brownies y magdalenas orgánicas en mi tradicional merienda prenavideña, que tiene lugar una vez que he decorado la casa con gusto exquisito y diseños originales, sin repetirme (son los mismos invitados cada año) y sin dañar el medio ambiente.
Debo superar el hábito de interrogar inquisitivamente a todos los miembros de mi familia acerca de sus aspiraciones y deseos más íntimos, con la finalidad de acertar de pleno con mis regalos navideños. Y debo aceptar que meter en la caja el ticket regalo no es una vulgaridad. Cambiar un regalo no es una ofensa trascendental e imperdonable, Gandhi dixit. Admitir esto último requerirá una dosis extra de ansiolíticos, advierto a mi terapeuta. Por cierto, son los fármacos más vendidos en España en Navidades, mucho más que los protectores gástricos.
Según mi terapeuta, mi forma de vivir estas fechas me ha permitido "recrearme en mis desgracias y desplegar tácticas pasivo agresivas con mi entorno". Dice que debo dejar de sacrificarme por los demás para luego echárselo en cara en "un fino ejercicio de chantaje emocional".
¿Qué hago eso yo? ¿Yo que me paso un mes trabajando como la esclava de Papá Noel para nadie me lo reconozca? ¿Yo que estoy sola en la cocina desde el 20 de diciembre? ¿Yo que solo aspiro a que no se hable más que de mí misma en estas fiestas? ¿Yo que no pruebo ni una copa de cava hasta que no están todos servidos?
La psicoterapeuta me vuelve a aumentar la dosis de medicación. Dice que, si me sorprendo a mí misma recogiendo almendras en una dehesa de Extremadura para hacer turrón guirlache casero, que llame a Urgencias, deje de confiar en las benzodiacepinas y me entregue a la sujeción mecánica.
Barómetro de la tensión familiar
  • Baja. La mitad de la familia llega tarde a pesar de que en la convocatoria se aclaraba que el horario no era flexible ni orientativo. Realizas cuatro respiraciones profundas y miras al futuro con confianza.
  • De baja a media. Los retrasados aparecen con un invitado. Falta un cubierto. Falta un regalo. Falta una copa... Salgo corriendo a comprar todo. Sprint final.
  • Media. El cuñado por excelencia me pregunta cuánto tiempo de cocción lleva el pavo. Se asombra cuando le respondo que la cocción es lenta y larga. Me explica con todo detalle por que él lo habría hecho mucho mejor. Claro, tiene un horno de última generación, que no consume energía. Sonrío. Respiro. Le digo que nadie le ha pedido opinión.
  • Media. Mi prima la del pueblo solo la veo en Navidades y la última vez estuvimos seis meses sin hablarnos (quiero decir, sin whatsapearnos) comenta que estoy más gorda que el año pasado. "Tú, en cambio estás mucho más joven. Creo que se te ha ido la mano con el botox de la frente, no se te ha quitado la cara de asombro desde que has entrado por la puerta", contraataco.
  • Media alta. Mi cuñado abre la nevera y dice que se ha comprado una mucho mejor, más barata y que consume menos. Los cuñados siempre hacen las cosas mejor y a coste cero. Además, lo hacen antes de que a ningún otro ser humano se le hubiera ocurrido la idea. Por eso son cuñados. Es un sacerdocio.
  • Media alta. En la mesa, con los entrantes, alguien habla de las elecciones. Pongo cara de perro. La convocatoria prohibía expresamente hablar de política y he comprado el cava en La Rioja. Empieza a pitar el horno con el suflé y aún estamos en los entrantes.
  • Alta. Mi cuñado dice que ese sonido es propio de hornos que están descatalogados en el mercado. El suyo, en cambio, emite susurros delicados y murmullos sutiles. Lo mando callar. Mi marido dice que estoy tensa. Lo mando callar. Mi suegra dice "Hmm". La mando callar. El horno emite un pitido agudo y constante. Lo mando callar.
  • Muy alta. Debo decidir en dos minutos si apago el horno y se baja el suflé, o si sirvo el postre antes del primer plato. Lo cual elevaría al máximo el nivel de cuñadismo y sería la anécdota preferida de mi suegra durante el resto del año. Paso al plan B: tiro el suflé a la basura.
  • Muy alta. Mi suegra comenta que es muy arriesgado hacer un suflé para la cena de Nochebuena. Mi madre le da la razón y aporta un dato más: "Sobre todo si lo haces por primera vez". Ambas tienen problemas de oído pero gozan de una vista de águila imperial. Evidentemente me han visto tirar el suflé a la basura. Hago tres respiraciones profundas.
  • Punto máximo. Mi cuñado se marca una conferencia sobre cómo hacer un suflé en Nochebuena con la máxima eficiencia y el mínimo gasto energético. A la porra los ansiolíticos, me sirvo una copa de vino.

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