TITULO: Cena con mamá - Javier Pardo - Troya ,.Viernes - 16 - Agosto ,.
Viernes - 16 - Agosto ,a las 22:00 en La 1, fotos,.
Javier Pardo - Troya,.
Una vez jubilado como profesor de Anatomía Patológica, a Javier Pardo (1947) le ha dado por la mejor de las escrituras: aquella que trata de conservar la memoria. En este caso, de su pueblo de nacimiento, Maella (Zaragoza): dos mil cien habitantes a día de hoy. Después de situar allí su primera novela, El año de la desgracia, rebusca en la memoria de una maellana, Candelaria Brau Soler (1888-1973), que mató de un tajazo a su pareja, el supuesto Borbón, Carlos Edgardo Serge de Borbón, en un hotel de París en 1932. La novela, Asesinato de un Borbón: La verdadera historia de Carlos Edgardo Serge de Borbón (Caligrama, 2024), es un cruce entre narrativa e historiografía.
—¿Qué hace un señor como usted en un sitio como este? Sé que había publicado también en Caligrama su anterior novela, El año de la desgracia, que fue la de debut, que recibió un premio. Ahora ataca esta, que es histórica.
—También escribí un libro sobre Leonardo da Vinci, Curiosidad apasionada. Me dediqué a investigar dónde había aprendido Leonardo todo lo que sabía de medicina, todo lo que había escrito… Un libro del que estoy muy orgulloso, además de todo lo que he escrito para mi profesión médica. Cuando me jubilé tenía interés por un asesinato que había habido en Maella que nunca se supo quién fue el autor, y me dediqué a investigar eso. Se tituló El año de la desgracia. Porque las familias que acusaron a otras familias, como en el crimen de Cuenca, pues se referían al tema este como «el año de la desgracia». Al poco de terminarlo, cayó en mis manos un artículo de un periódico de Murcia de 1932, sobre una mujer de Maella que había matado a un Borbón. «Joder», dije yo. No he oído hablar nunca de esta mujer porque la familia ha desaparecido de mi pueblo y estaba muy desligada de Maella. Fueron falleciendo y no tenían ninguna relación. En 1961 vendieron la última casa que tenían: una familia pudiente que fue desapareciendo. Empecé por la parroquia de mi pueblo y luego seguí con el archivo diocesano de Zaragoza. Luego me revisé todos los periódicos de la provincia: Heraldo, Amanecer, El Noticiero… Y había muy pocas noticias. Entonces, a la vista de esto, contraté una empresa francesa que te recoge periódicos de un año o de un tema y ¡me mandaron trescientos cincuenta artículos de periódicos de Francia sobre el caso! Llegas a la conclusión de que cuando oyen la palabra «Borbón» en Francia se les hace el culo agua. Y de ahí pasé a los Archivos Nacionales de Francia: tengo el sumario entero del juicio a esta señora de 1933.
—En el libro aparecen extractos de ese juicio a esta Candelaria. ¿Quién era Candelaria?
—Cualquiera que lea el libro se dará cuenta de que me gusta investigar, y no sé si he conseguido reflejar que era una mujer inteligente, que era una mujer muy valiente, que no necesitaba a nadie, que era una feminista total, que era una feminista acérrima y que era una mujer con más paciencia que Job, porque el tal Borbón le amargó la vida durante los doce años que estuvieron juntos. Y a los doce años, un día en París, este jeta, viviendo a costa de esta mujer, le dice: «Nos vamos a ir a Niza». Sin explicarle por qué ni nada: un culo inquieto que no paraba en ningún lado. Esta mujer dijo: «No me voy». Y esa discusión fue lo que llevó a que a las cinco de la mañana de un día, según salió en el juicio, se enzarzasen y Candelaria, con una navaja, le cortase el cuello. Yo no sé si habrás visto que el forense dijo que él cree que lo mató mientras dormía. Yo también lo creo.
—Me parece que es muy difícil que, según la describe un comisario en tu libro, «una mujer de alrededor de 40 años de piel grasa, tendiendo a gorda, de mirada fría…» consiguiera esto tan cinematográfico de cortar el gaznate de un señor fornido. Me creo la teoría de que lo mató en la cama.
—El forense dijo que la mancha de sangre principal estaba allí, en la cama donde apoyaba la cabeza. Y yo también lo creo así. Pero lo que pasa es que este tío era un bandolero de tal calibre… Creo que vieron una mujer sola, delgadita, que no era mucha cosa físicamente entonces, aunque de joven era una mujer guapa, y entonces declaró y ellos le aceptaron la legítima defensa.
—¿Cómo se cruza una mujer de Maella, además con un hijo a cuestas, con un supuesto Borbón?
—Tú te tienes que imaginar una mujer que se ha separado de su marido en 1917. Una separación que indica que no estuvieron juntos casi nunca. Esta mujer se casó con un individuo que se la lleva a Filipinas. Con un niño que está enfermo, en una isla donde no había ni un hospital, no había apenas médicos. Y entonces llega un momento en que ya decidió que se volvía para Barcelona: cogió el barco y se volvió. El otro vino una vez o dos, pero ya estaba roto el matrimonio y se separaron. Pues Candelaria anda un día en el hotel Majestic, que habían recién inaugurado en Barcelona, en el Paseo de Gracia. Estaba ahí sentada y se le presenta un tío y le dice: «Buenas tardes, llevo varios días mirándola y estoy totalmente fascinado por usted. Yo me llamo Edgardo Carlos Serge de Borbón y soy hijo bastardo del emperador Francisco José I de Austria». Pues se volvió loca por él. Fíjate que esta mujer, que era muy religiosa durante toda su vida, nunca permitió que nadie pudiera pensar que vivía arrejuntada con un individuo sin casarse. Se pasó los doce años juntos disimulando hasta en la pensión que puso en la calle del Bruc. Hay una declaración en el juicio de uno de los que estuvieron en la pensión, donde decía que aunque vivían en dos habitaciones separadas todos sabían que tenían una relación.
—Carlos Edgardo de Borbón. Usted juega a no dejar claro si es Borbón. Era un arribista y un bocazas, un bocazas y un caradura. ¿Tuvo relaciones con Mussolini?
—Tengo copias de cartas, que transcribo ahí, donde él escribía a la embajada de Italia o a Mussolini directamente para preguntarle por su hija. Firmaba como Borbón. Y su hijo Rodolfo también se hacía llamar Rodolfo de Borbón. Por eso el hijo mandó un abogado al juicio contra Candelaria para defender y tratar de mantener su nombre.
—¿Este Borbón llegó a tener dinero alguna vez?
—Creo que en algún momento debió de ganar dinero, no por vender armas, sino por hacer de intermediario. Lo que ganaba luego se lo gastaba de festejos y puteríos. Es muy típico: mi supuesto Borbón es una figura de la que no invento nada. Habrás conocido tú también gente de esta: no hay nada dentro de su cabeza.
—La época es absolutamente fascinante, de entreguerras, permanentemente de fondo.
—Es impresionante, porque a él, por ejemplo, le gusta mucho hablar de la Gran Guerra y entonces contar historias tan impresionantes como que su padre le había mandado a Bulgaria para lograr que este país se aliase con Austria y Alemania. Él daba a entender que solo Bulgaria se adhirió a las potencias del Eje y que algo tendría que ver.
—Cuando no intervino en nada.
—Claro, eso se lo inventó todo. Pero el tío mantuvo el invento para que un tío se case en Estados Unidos con una nieta de un embajador y entonces le ponga el apellido Borbón al hijo y sin nada más, sin más papeles ni nada. Y luego eso le sirve para durante años recibir dinero del hijo y vivir de él.
—¿Tiene noticia de que alguien de la familia Borbón le reconociese?
—Él decía una cosa pero queda probado que no fue así. Decía que cuando Alfonso XIII se fue a París, que lo había recibido: pero no he encontrado ninguna razón y ni aparece en ningún sitio ni nada, ni en el sumario ni de ninguna manera.
—El juicio. Ella tuvo mucha suerte, ¿no?
—Ella pensaba en la guillotina. La familia de Maella se entera del juicio a través de una carta que le escribe un amigo a un cuñado de Candelaria donde avisa de que en París había salido una cosa del pueblo. Tengo una copia de la carta, donde se refiere a una noticia en la que se habla del asesinato de una mujer de Maella que se dedicaba a vender cosméticos. Esta es Candelaria. Entonces escriben de vuelta inmediatamente y, a través del hijo del amigo, este les pone en contacto con la embajada en París para que la ayuden todo lo que puedan. Además, había una delegación de la empresa de este amigo en París con abogados: los pone a servicio de Candelaria.
—Es decir, ¡Maella la salvó!
—Fíjate qué cosa. Me puse a buscar en el cementerio de Maella, y en una pared de nichos, de entre los primeros nichos que se hicieron allí, me aparecieron los hermanos y la madre. Al padre no lo he localizado. A través de una persona encontré a una nieta de esta señora que ahora está en sus sesenta. Y entonces a través de ella encontré al nieto que vive en otro pueblo de Cataluña. En la Semana Santa del año pasado los invité a venir a mi pueblo. Entonces vinieron allí y me ayudaron muchísimo. Me dieron fotos, y estos fueron los que me contaron la historia del final de Candelaria. Después de que se marchó de París se fue a Barcelona, alquiló un piso y falleció en los setenta. Está enterrada allí, según me confirmaron los cementerios de Barcelona.
—¿Y ha visitado la tumba?
—No he estado, porque hace mil años que no voy a Barcelona.
—Era un buen cierre para Asesinato de un Borbón.
—El día que vaya tengo que llevar un ramo de flores. Porque para mí fue una heroína, porque era una mujer valiente.
TITULO: Imprescindibles estrena en La 2 - Muere Edna O’Brien, escritora irlandesa, a los 93 años,. - , Domingo - 18 - Agosto ,.
Domingo - 18 - Agosto , a las 21:30 horas en La 2, foto,.
Muere Edna O’Brien, escritora irlandesa, a los 93 años,.
La escritora irlandesa destacaba por sus novelas y colecciones de cuentos,.
La escritora Edna O'Brien, el orgullo literario de Irlanda y proscrita que escandalizó a su tierra natal con su novela debut "The Country Girls" antes de ganar fama internacional como narradora e iconoclasta que fue bienvenida en todas partes, desde Dublín hasta la Casa Blanca, ha fallecido. Tenía 93 años. O'Brien murió el sábado tras una larga enfermedad, según un comunicado de su editorial Faber y la agencia literaria PFD.
"Un espíritu desafiante y valiente, Edna se esforzaba constantemente por romper nuevos terrenos artísticos, por escribir con verdad, desde un lugar de profundo sentimiento", dijo Faber en un comunicado. "La vitalidad de su prosa era un espejo de su entusiasmo por la vida: era la mejor compañía, amable, generosa, traviesa, valiente", se podía seguir leyendo.
O'Brien publicó más de 20 libros, la mayoría de ellos novelas y colecciones de cuentos, y conoció plenamente lo que ella llamaba las "extremidades de la alegría y la tristeza, el amor, el amor cruzado y el amor no correspondido, el éxito y el fracaso, la fama y la masacre". Pocos desafiaron de manera tan concreta y poética los tabúes de Irlanda sobre religión, sexo y género. Pocos escribieron con tanta intensidad, tan sensualmente sobre la soledad, la rebelión, el deseo y la persecución. Viajera del mundo en mente y cuerpo, O'Brien era tan probable que imaginara los anhelos de una monja irlandesa como que apreciara la "sonrisa de niño" de un hombre en medio de un "pesado club londinense".
TITULO:
De seda y hierro - Terry Gilliam, un alucinado intérprete de los mundos distópicos ,. Domingo - 18 -
Agosto ,.
El Domingo - 18 - Agosto , a las 20:20 por La 2, fotos,.
Terry Gilliam, un alucinado intérprete de los mundos distópicos,.
Hace ahora algo más de tres años, a comienzos de la pandemia, en todo el mundo había gente que moría en sillas de ruedas, esperando una cama en los pasillos de las urgencias de unos hospitales que estaban al borde del colapso. Muchos aún se preguntaban si, en el desorbitado aumento de los contagios, habrían tenido alguna responsabilidad las lideresas, que, ya sabiendo que había un virus, el último ocho de marzo pastorearon jactanciosas a las masas por las calles, vociferando, en fraternal abrazo, las consignas.
Todo parece indicar que Edgar Allan Poe —siempre en esa “matemática tiniebla”, que lo sitúa Neruda, siempre “deidad y referencia de toda ficción diabólica”, tal lo venera Lovecraft—, ha leído a Boccaccio cuando escribe La máscara de la muerte roja (1842). En sus páginas nos cuenta la historia de un millar de nobles confinados en el castillo del “intrépido, feliz y sagaz príncipe Próspero”, mientras en el resto del mundo hace estragos una plaga que mata a la gente entre dolores inmensos, mareos que tumban y sudores sanguinolentos.
Yo también tengo a Edgar Allan por encima de todas las cosas, pero mi mayor evocación durante la pandemia fue el Ejército de los Doce Monos. Hubo un momento que llegué a creer que el virus podía poner fin a “esta grotesca civilización que envilece a los hombres”, que la llamó Luis Cernuda en Historial de un libro, el prólogo a la edición definitiva de La realidad y el deseo (1958), título bajo el que reunió toda su producción poética.
Terry Gilliam imaginó en Doce monos (1995), su obra maestra, que el fin del dominio del planeta por parte de nuestra especie comenzaría con una plaga muy semejante a la que nos castigaba hace ahora tres años. Aquélla era provocada por un comando de animalistas —el Ejército de los doce monos aludido—, que, de puro plausible, asustaba. Eran tan semejantes a esos ecologistas que vandalizan las grandes obras de las pinacotecas —convencidos, sin duda, de que toda la creación artística ajena a Frida Kahlo también es fascismo— que daban miedo con su vehemencia.
Ambientada en el año 2035, tiempo atrás, en 1997, el Ejército de los Doce Monos propagó deliberadamente un virus en un aeropuerto. De este modo acabaron con la mayor parte de los seres humanos, como en 2020 parecía ser la suerte que nos reservaba la pandemia. En paralelo al comienzo de los contagios, otros soldados de aquella tropa, enemiga de su especie, abrieron la puerta de los zoológicos. Y así se llegó a ese 2035, cuando la poca gente que quedó buscó refugio en un nuevo mundo —perdido entre las cloacas, pero a salvo de la pandemia— mientras en la superficie las fieras se habían adueñado de las ciudades. Entre sus planos más impactantes, destacan los de los leones campando a sus anchas en Manhattan.
Con el objeto de evitar semejante final a la humanidad y de obtener cierta indulgencia de sus carceleros, James Cole —un recluso que vive en la Filadelfia que sucedió a dicho Apocalipsis—, solicita a los científicos que rigen la cloaca ser enviado a las más peligrosas misiones en lo pretérito para recabar información sobre la catástrofe. Incorporado por el ya retirado Bruce Willis —en la que a fe mía es una de sus mejores creaciones—, Cole es un viajero en el tiempo que se traslada del futuro año 2035 a los manicomios de los 90, donde está recluido Jeffrey Goines (Brad Pitt), el fundador de los Doce Monos, para acabar en ese 1997 que marcó el principio del fin. O viceversa, en lo que al sentido del viaje se refiere. Se trata, después de todo, de un retroceso de un probable futuro a nuestro tiempo mientras sigamos siendo los amos del mundo. Como todas las obras maestras, Doce monos admite varias interpretaciones. Sólo por esa película, podemos y debemos decir que Terry Gilliam es un genio. Genial, alucinado y heterodoxo.
Doce monos está basada en La Jetée (1962), el fotomontaje de Chris Marker que es una de las grandes pastorales postcatástrofe atómica de la historia de la ciencia ficción. Gilliam amplía la escasa media hora que dura la obra maestra del francés —un mediometraje— a las dos horas largas de su versión. Puesto a ello, dota el argumento de más recovecos y cambia el holocausto nuclear que nos presenta Marker por esa epidemia devastadora provocada por los animalistas. Pero la primera premisa del asunto es idéntica en ambos casos: un niño, que de mayor será un viajero temporal, es testigo de la que será su propia muerte.
Aún recuerdo el desolador aspecto de nuestras calles bajo el estado de alarma: no distaba mucho del que nos muestran decenas de pastorales postcatástrofe —todo un subgénero de la ciencia ficción de los años de la Guerra Fría—, ya sean éstas atómicas, ecológicas o bacteriológicas.
Hablar de Terry Gilliam y poner como ejemplo El hombre que mató a don Quijote, cinta a todas luces fallida —probablemente por ese estigma que se empeñó en convertir su rodaje en uno de los más azarosos de la historia, pero irrevocablemente fallida—, es como ir a hablar de grandes nadadores y poner como ejemplo a quienes se tiran a la piscina y se ahogan. Terry Gilliam es un genio como adaptador e intérprete de las grandes distopías. Genial, heterodoxo y alucinado en lo que al retrato de mundos distópicos se refiere.
Desde la República, el diálogo de Platón que los eruditos datan en el siglo IV (a. e. c.), hasta Erewhon (1872), la sátira sobre la Inglaterra victoriana de Samuel Butler, todas las utopías habían sido eso, utópicas. Y desde que en 1516 Thomas Moro publicó la que dio nombre a todo el género, Utopía, frecuentemente estuvieron localizadas en islas o recónditos parajes de Sudamérica. Cuando, ya entrado el siglo XX los comunistas pusieron en marcha la suya, convirtiendo la dictadura de los miserables en una de las tiranías más injustas, inhumanas y brutales que ha conocido la Historia —con distintos nombres aún vigentes en varios lugares de Sudamérica, por cierto—, las utopías empezaron a imaginar mundos terribles, convirtiéndose en distópicas, como lo fueron todas las del siglo XX. 1984 (1948), la imaginada por el trotskista George Orwell como denuncia del estalinismo, es la definitiva respecto al cambio de paradigma. Inspiradora de distintas adaptaciones a las dos pantallas —la de Rudolph Cartier para la BBC de 1954, la de Michael Anderson del 56, la de Michael Radford, de 1984 precisamente—, todas ellas son cintas buenas, graves y sombrías.
Brazil (1985), la de Gilliam, sólo toca a Orwell tangencialmente. Lo que para algunos estudiosos es tan poco que no la incluyen en la filmografía basada en este utopista o, en el mejor de los casos, lo hacen en el registro de las adaptaciones libres. Muy por el contrario, a mí Brazil se me antoja como el discurso de cierta gente de mi juventud que hablaban de la revolución alucinados, literalmente, bajo los efectos del ácido lisérgico. Esa pantalla omnipresente en el Londres orwelliano, en la versión de este antiguo miembro de los Monty Phyton, emite cintas de los hermanos Marx; las célebres consignas de la Oceanía en que se enmarca la novela —“la guerra es paz”; “la libertad, esclavitud”, “la ignorancia, fuerza”— en Brazil es igualmente desconcertante —“la sospecha genera confianza”—, pero más alegre.
Digamos que Gilliam, en esa alucinación de la que siempre surge su puesta en escena, convierte la Oceanía descrita por Orwell en 1984 en la Freedonia que los hermanos Marx satirizan en Sopa de ganso (Leo McCarey, 1933). El Ministerio de la Verdad, que emplea a Winston Smith para la enmienda constante de la historia, según conviene al Partido Único —en verdad que sorprenden las concomitancias que se registran entre la distopía de Orwell y algunos aspectos de nuestros días—, en las secuencias de Brazil es algo aparentemente más liviano. Lo que no impide que una mosca, aplastada en el carro de una impresora, provoque una errata en una orden de detención, cuya consecuencia es que un humilde padre de familia sea confundido con un terrorista, al que se hace desaparecer, entre la noche y la niebla, como sólo saben hacerlo los estados comunistas o fascistas.
Ya digo, Terry Gilliam siempre se me antoja como aquellos compañeros de mi juventud que hablaban de la revolución yendo de ácido. Se trata de un alucinado meridiano —de ahí el abigarramiento de su puesta en escena— especialmente dotado para la reinterpretación de mundos distópicos y el remake, en esa línea onírica del Fellini último, de grandes películas. Recuérdese Las aventuras del barón Munchausen (1988), que ya en 1943 inspiró a Josef von Báky una de las grandes cintas alemanas de la guerra. Y recuérdese también El secreto de los hermanos Grimm (2005), donde ese ciberpunk puro y duro de sus distopías se torna un fabuloso steampunk. Filme notabilísimo que, huelga decirlo, empero ese retrofuturismo inherente al steampunk, me devuelve al universo de estos cuentistas alemanes, que siempre asocio a El maravilloso mundo de los hermanos Grimm (Henri Levin y George Pal, 1962), cinta de la que guardo el más entrañable de los recuerdos por ser una de las glorias del Cinerama de mis primeros días.
A mí me gusta el Terry Gilliam alucinado porque la jovialidad de sus delirios siempre me remite a otros periodos de mi vida. Triste, apesadumbrado y admirador de Edgar Allan Poe en su matemática tiniebla como soy, el Gilliam de Monty Python —como el común de los graciosos— me enerva. Me quedo con el Gilliam ajeno a aquella troupe, el admirador de Georges Méliès, Fellini y Kurosawa; el amante de los cómics —el noveno arte marcó en gran medida su imaginario fílmico—, el que se hizo cinéfilo tras asistir a una proyección de Senderos de gloria (Stanley Kubrick, 1957). Me quedo con el Gilliam que va de Brazil a El secreto de los hermanos Grimm. Sin olvidar el de Miedo y asco en Las Vegas (1998), modélica adaptación de Hunter S. Thompson, suicida, politoxicómano y maestro del periodismo gonzo.
TITULO:Luchar contra la enfermedad - EE UU aprueba un análisis para detectar el cáncer de colon,.
EE UU aprueba un análisis para detectar el cáncer de colon,.
Cuando la enfermedad se detecta en una etapa temprana, la tasa de supervivencia relativa a cinco años es del 91%,.
La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, en inglés) ha aprobado este lunes el uso de un nuevo tipo de análisis de sangre para detectar el cáncer de colon en adultos de 45 años o más con riesgo promedio de padecer esta enfermedad, la segunda causa de muerte por cáncer en Estados Unidos.
La compañía de biotecnología Guardant Health explicó en un comunicado que el análisis de sangre, conocido como Shield, fue aprobado para personas de 45 años o más con un riesgo medio de sufrir cáncer de colon, informa Efe.
Si bien la prueba de sangre no reemplaza las colonoscopias, podría llevar a que más pacientes se sometan a pruebas de detección, ya que requiere menos tiempo y esfuerzo.
Este es el primer análisis de sangre aprobado por la FDA como una opción de detección primaria para el cáncer colorrectal, lo que significa que los proveedores de atención médica en EE UU, incluido el seguro de salud pública para adultos conocido como Medicare, ahora pueden ofrecer la prueba.
La Sociedad Estadounidense Contra el Cáncer estima que más de 150.000 personas serán diagnosticadas con este tipo de cáncer en 2024 y la enfermedad será responsable de más de 53.000 muertes en el país.
Más de tres de cada cuatro personas que mueren de esta enfermedad no están al día con sus pruebas de detección.
Cuando el cáncer de colon se detecta en una etapa temprana antes de que se haya propagado, la tasa de supervivencia relativa a cinco años es del 91%. Pero, en EE UU, la tasa de detección es de solo de alrededor del 59%, lo que está muy por debajo del objetivo de la Mesa Redonda Nacional sobre el Cáncer Colorrectal del 80% para las personas elegibles.
Más de uno de cada tres estadounidenses que reúnen los requisitos (más de 50 millones de personas) no se someten a pruebas de detección del cáncer colorrectal, a menudo debido a la percepción de que otras opciones disponibles, como la colonoscopia o las pruebas de heces, son invasivas, desagradables o incómodas, según un informe citado por Guardant Health, basada en California.
Daniel Chung, gastroenterólogo del Hospital General de Massachusetts y profesor de Medicina de la Facultad de Medicina de Harvard, dijo en el comunicado que la aprobación de la prueba de sangre Shield "marca un gran avance, ya que ofrece una solución nueva y convincente para cerrar esta brecha".
"Con mayores tasas de detección y detección temprana del cáncer, se pueden salvar muchas más vidas", agregó.
Un ensayo clínico publicado en "The New England Journal of Medicine" en marzo pasado encontró que Shield tiene una eficacia del 83% al identificar el cáncer colorrectal, sin embargo sólo detectó el 13% de la enfermedad en sus etapas tempranas.
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