TITULO : Los pilares del tiempo - Un espacio imprescindible y lleno de vida: la Azucarera Santa Elvira ,.
Los pilares del tiempo - Un espacio imprescindible y lleno de vida: la Azucarera Santa Elvira ,.
Un espacio imprescindible y lleno de vida: la Azucarera Santa Elvira,.
El lado más humano de la fábrica, con historias de los propios trabajadores y habitantes del lugar.
Ya han conocido la historia arquitectónica de la famosa Azucarera Santa Elvira. Han sido testigos de su construcción, de su auge comercial y de su injusto ocaso burocrático. Este Flâneur les ha traído la aséptica trayectoria de un edificio que cualquier paseante solitario podría reconocer como, al menos, curioso y llamativo. Pero, no se engañe, querido lector o lectora, pues los seres humanos no solo son esqueletos inertes carentes de alma. Tal y como a los edificios, nos habita un alma que corresponde con las vivencias de varias vidas. De igual manera, en la Azucarera Santa Elvira convivieron hasta tres generaciones de trabajadores cuyos testimonios daremos a conocer a continuación. Aguarden, fieles e instruidos habitantes de León, a conocer el lado más humano de uno de los Edificios más Emblemáticos de León.
fotos / Los inicios de la Azucarera Santa Elvira
Realizaremos el mismo recorrido que en el artículo anterior, el referente a la historia arquitectónica del edificio, y entienda el lector la crítica y la ironía con esta repetición de los acontecimientos, y despegarnos del lado más estéril para acercarnos a las experiencias de aquellas personas. Es justo y necesario poner rostro a aquellos que impulsaron nuestro desarrollo industrial. Esta fotografía, o postal, que tan diligentemente ha sido cedida por J. Carlos Aguilera, nos enseña una Azucarera diferente a la conocida por todos nosotros. No se trata de Santa Elvira, sino de su germen, la azucarera de La Rasa, en Soria. Al cerrar la fábrica, todos sus trabajadores fueron invitados a movilizarse a León, donde encontraría una nueva localización.
Lo que muchas personas desconocen es el motivo por el que la Azucarera cambia de ubicación. El misterio me fue revelado de la mano del nieto del encargado de ese proyecto, don Antonio Fernández Polanco, quien fuera durante muchos años el abogado del ayuntamiento de León.
Antonio contactó conmigo a raíz de la publicación del anterior artículo, para contarme parte de la historia de su vida y de la de su familia. Resulta que, aparte de estar claramente vinculado con la ciudad de León, también lo está de manera estrecha con la Azucarera Santa Elvira, pues su abuelo fue el encargado de proponer el traslado de la antigua azucarera de la Rasa hasta León. Silverio, el abuelo de Antonio, e ingeniero industrial que estudió, entre otros lugares, en Ginebra, es el encargado de construir la Azucarera de La Rasa en Soria. Allí, ejerce como director durante muchos años, contando su mandato con infinidad de anécdotas. Silverio le dice a los dueños de la azucarera, años después, que la mejor tierra remolachera de toda España se ubica en León. Deben, por lo tanto, trasladarse allí, a la ubicación actual de la Azucarera Santa Elvira. La Sociedad solo le pone una condición. Que la construcción y el traslado se realicen por cuenta de Silverio y de sus obreros, trato que el abuelo de Antonio acepta.
Hemos de seguir avanzando, sin dejar caer en el olvido a Antonio Fernández Polanco, que nos contará, de primera mano, cómo EBRO intentó, casi al albor del cierre de la Azucarera, derruir el techo de la misma evitando así que se pudiera conservar el edificio. Pero sigamos cronológicamente; centrados en conocer las historias humanas de los habitantes y trabajadores de la Azucarera Santa Elvira.
Muchos, por no decir la gran mayoría, aceptaron el traslado, y se movilizaron, junto a sus familias al barrio de la Vega en León. Uno de esos hombres, según nos cuenta Cony Salomón en su libro «La Azucarera Santa Elvira - Crónica de una gran industria leonesa» fue su abuelo, que migró de Soria a León para seguir trabajando en la nueva y flamante Azucarera Santa Elvira. Observen en esta fotografía, durante la movilización de gran maquinaria, a los trajeados trabajadores de la azucarera junto a sus pequeños hijos y descubran el comienzo de una relación laboral que terminaría por desembocar en la creación de una gran familia.
Aquí pueden observar, de nuevo de la mano del libro de Cony Salomón, la distribución de la gigantesca Azucarera Santa Elvira. Contemplando los planos, uno pudiera pensar que tiene similitudes con una gran ciudad, y eso es lo que piensa también este iluso Flâneur, que escuchando la narración de J. Carlos Aguilera, se imagina un idílico paraíso empresarial convertido en un familiar barrio.
La Azucarera disponía de economato, de viviendas, de oficinas, de un parque, y era energéticamente autosuficiente (aunque durante la campaña precisaba de energía exterior). Los panaderos, los lecheros, los vendedores ambulantes, llegaban de igual manera a las viviendas de la azucarera para repartir a sus vecinos los productos necesarios para la cocina.
Antes de que se construyeran las viviendas, los trabajadores acudían en bicicleta a la fábrica. Allí podían aparcarlas en una pequeña edificación dispuesta para ello, junto al edificio del archivo. Se permitió la construcción de las viviendas para que, tanto trabajadores como empresa se beneficiasen de la cercanía de los mismos a la fábrica. De esa manera, se levantaron treinta y seis viviendas para treinta y seis familias.
También se levanta el famoso Chalet del Director, que será habitado por Silverio, el primer presidente de la azucarera, y cuya escalera, nos recuerda Carlos, era espectacular y muy ornamentada. Cony y su familia vivieron, al principio, en la casa del Lúpulo, frente a las viviendas de los empleados.
En 1946 se construye la destilería de alcohol, o la «alcoholera», que dura casi cuarenta años en funcionamiento. En 1957 se decide levantar, según los documentos que se han encontrado en el Archivo Municipal de León una serie de viviendas para los obreros y los técnicos de dicha fábrica.
Permítanme adelantar acontecimientos para luego regresar a la narración original. Observen el plano encontrado en el Archivo Municipal de León y compárenlo con la siguiente imagen. Entre ambas, sesenta y seis años, miles de historias y cientos de fiestas de cumpleaños en los sótanos de las mismas. Alégrense de que existieran, pero comprendan también toda la información, secretos y leyendas que se guarecen entre las paredes de un edificio. Sus historias nos afectan a los paseantes que observamos su derribo, pero transforman a las personas que los habitaron.
No se trataba de una gran empresa con empleados dispersados por el divergente mapa leonés; los trabajadores convivían y eran una gran familia que compartían los mejores y los peores momentos.
Años después, se solicitó al director de la fábrica la construcción de un pequeño parque para los hijos de los trabajadores, que disfrutaban del barrio creado para ellos sin un divertimento oficial.
El espacio fue aprobado por el director con la condición de que cualquier atracción (columpios, toboganes, bancos, o caballitos) no ocasionasen pérdida económica alguna a las arcas de la Azucarera.
Imagínense la hermandad existente entre los trabajadores, que decidieron dedicar horas y horas, fuera de su jornada laboral, para construir, con sus propias manos, y con materiales donados por la fábrica, el parque infantil que luego disfrutarían sus hijos.
El lugar no solo era entendido como un divertimento para los más pequeños, ya que servía para que los habitantes del lugar pudieran disfrutar de distendidas conversaciones, de agradables paseos y de un lugar de descanso al aire libre.
En 1959 se levantan varias naves que tienen como objeto ampliar la producción de la fábrica y hacer que sea más eficiente. Este es el caso del plano de la nueva difusión, pero no cabrían en este artículo la cantidad ingente de edificios y naves que se construyeron en la Azucarera Santa Elvira y que eran imprescindibles para la elaboración de azúcar.
Prueba de esta gran familia son las fotografías que aparecen en el nostálgico libro de Cony Salomón. Allí podemos conocer los vínculos creados durante el funcionamiento de la Azucarera Santa Elvira.
Arduos y complejos fueron los trabajos que allí se desarrollaron. Desde la limpieza de los canalones por los que la remolacha llegaba repleta de tierra, por los que se tuvo que arrastrar J. Carlos Aguilera, hasta las altas temperaturas que en el cuerpo de fábrica debían soportar los trabajadores, como M. Ángel Cueto.
Este último comenzó como aprendiz en 1964 y terminó siendo secretario del comité de empresa de Santa Elvira. Contaba, en una de las mesas redondas, que debían soportar temperaturas de 45ºC o 50ºC bajo un sistema muy rígido de trabajo.
Estas condiciones no impidieron a la Azucarera recibir, hasta en tres ocasiones, premios debido a su profesionalidad y reconociendo la ausencia de accidentes.
Pero si hay una persona que muchos recuerdan por encima de todas las demás, es el practicante, Baltasar Cordero Andrés, quien atendió durante años a los trabajadores y a sus hijos en la enfermería de la Azucarera Santa Elvira.
Donó incluso un trofeo para uno de los campeonatos de fútbol que se organizó en la fábrica. Como ven, habitaba allí una gran familia compuesta por trabajadores y, fuera cual fuera su distinción jerárquica, todos sabían la importancia de ese vínculo que habían creado.
Por decenas de naves debía pasar la remolacha hasta llegar a ser convertida en azúcar refinada. Y cualquiera que piense que el proceso es simple y relajado, que observe de nuevo el plano cenital de la azucarera Santa Elvira para darse cuenta de la cantidad ingente de procedimientos a los que era sometido el producto bruto una vez llegaba de los agricultores.
Su elaboración es muy extensa, por eso, invito a los lectores a preguntar a cualquier trabajador sobre este hecho, pues, se lo explicarán con deleite y con una profesionalidad y una exactitud que este escritor jamás llegaría a conseguir.
Pero, ¿por qué la Azucarera Santa Elvira era reconocida como el motor del barrio de la Sal y el barrio de la Vega? ¿Por qué se cerró, años después, la fábrica? ¿Qué incidentes propiciaron el derribo de las viviendas de los obreros y por qué la empresa decidió no ceder los terrenos a sus habitantes? Nos ayudarán a comprender estas incógnitas los documentos descubiertos en el Archivo Municipal de León, que esclarecerán la cuestión y pondrán punto y final a la historia de la azucarera.
Resulta imposible justificar el derrumbe de estos edificios, y la desidia con la que fueron tratados, pero intentaremos comprender las razones, para aprender de los errores del pasado y conservar, de esta manera, el patrimonio de una ciudad que, sin duda, lo merece. Pero como siempre le digo, querido lector, no se impaciente, pues aún quedan muchas historias por contar, para acercar a los paseantes solitarios de León la profunda historia y el lado más humano de uno de los Edificios más Emblemáticos de León.
TITULO: REVISTA QUO - Doce libros de junio ,.
REVISTA QUO - Doce libros de junio , fotos ,.
Doce libros de junio,.
El verano ya está aquí, y es hora de hacer la selección de los libros que vamos a incluir en la maleta para las vacaciones. Esperamos ayudaros con esta selección de libros sobre los que hemos escrito en este mes de junio.
Los libros del mes en Zenda
Reediciones de una de las mejores novelas españolas de finales del siglo XX y de un clásico del thriller japones, la nueva novela de un aspirante al Nobel de Literatura y el relato autobiográfico de uno de los grandes escritores y periodistas de nuestro país. Variedad y una gran calidad hay en esta lista que os presentamos a continuación.
Una historia particular, de Manuel Vicent (Alfaguara)
Manuel Vicent serpentea entre la memoria personal y colectiva en este libro de estampas donde cabe todo, desde la niñez entre ranas y luciérnagas, los ecos de «Monday, Monday» de The Mamas & The Papas, Mari Trini, limpiabotas, su vano intento de entrar en la Escuela de Cine, “el vaho de aceite que salía de la bodega” y el advertir la cara oculta de la tramoya de la vida a través de una literatura asombrosa. Una historia particular (Alfaguara) es un mosaico ajedrezado de incertidumbres y certezas de un escritor de 88 años con el que medio país se desayuna los domingos para entender y entenderse.
“Hay varios nidos de pájaros por aquí, dos de gorriones y uno de
mirlos. De niño yo sabía mucho de eso. Este que pía es un gorrión que
está pidiendo comida. Aquello es un pruno. Hay también un membrillero,
unas adelfas y esta es una glicinia; tiene unas hojas moradas muy
bonitas”. La casa de Manuel Vicent es un chalet de tres plantas sin
piscina en una colonia construida durante la posguerra en la zona norte
de Madrid. Sólo falta un reloj de sol. Es la una de un miércoles
caluroso de junio.
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La alquimia del tiempo, John Banville (Alfaguara)
Dublín nunca fue mi Dublín, lo cual lo hacía aún más tentador. Nací en Wexford, una pequeña ciudad que entonces era más pequeña y más remota, aislada en su propio pasado. Mi cumpleaños cae en 8 de diciembre, el día de la Inmaculada Concepción; esto siempre me ha parecido un ejemplo de lo risible e impreciso que puede ser el cielo en sus chapuzas con las fechas de los nacimientos. Antes, el día 8 era tanto una festividad religiosa como un día de fiesta en el que la gente de las provincias iba en masa a la capital a hacer las compras de Navidad y maravillarse de la iluminación navideña. Así que mi regalo de cumpleaños en años sucesivos durante la primera mitad de la década de los cincuenta del siglo xx fue un viaje en tren a Dublín, con el que yo pasaba meses soñando; a decir verdad, sospecho que empezaba a soñar con la excursión del año siguiente en cuanto llegaba a su fin la de ese año.
Partíamos de la estación del Norte de la ciudad en la oscuridad invernal de primeras horas de la mañana. Creo que eran todavía trenes de vapor, aunque el diésel estaba a punto de llegar. Qué emocionante era andar por las calles desiertas y sombrías, con la cabeza aún embotada por el sueño y el largo día de aventuras por delante. El tren llegaba desde Rosslare Harbour, cargado de pasajeros con los ojos enrojecidos que habían tomado el transbordador nocturno en Fishguard, en Gales, la mitad de ellos borrachos y la otra mitad aún bajo los efectos del mareo. Salíamos resoplando, la ventanilla a mi lado era un espejo negro en el que podía ver mi reflejo oscuro y amenazador e imaginar que era un agente confidencial —como llamaban a los espías en las novelas de espionaje de una era anterior— a bordo del Orient Express con destino a una misión de alto secreto en el cobrizo y peligroso Oriente.
La lluvia amarilla, de Julio Llamazares (Seix Barral, reedición)
La lluvia amarilla del tiempo cae silenciosa sobre Ainielle, un pueblo del Pirineo aragonés cuyos habitantes decidieron abandonar poco a poco para buscar una mejor vida en otros lugares. Mientras espera la muerte, Andrés, su último morador, recuerda, a través de un emotivo monólogo interior, aquellos tiempos en los que Ainielle era una tierra con futuro y no sólo con pasado.
Publicada en 1988, la segunda novela de Julio Llamazares confirmó al escritor leonés como una de las voces más originales en lengua castellana, gracias al lirismo de su estilo y a su preocupación por temas como la memoria histórica o la España despoblada, que apenas habían sido tratados en la literatura española de la época.
«Le debo a esta novela más que a ninguna otra, no porque la considere mejor (ninguna lo es para quienes las escribimos, como ningún hijo o hija lo es para sus progenitores), sino porque me permitió despejar las dudas que sobre mi capacidad como escritor tenía, pues fue un reto el escribirla, ya que fundí en ella mis dos almas literarias: la poética y la narrativa», escribe Julio Llamazares en el prólogo a la presente edición.
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Salvaje España, de Ángel Antonio Herrera (Plaza & Janés)
Este libro levanta un retrato de la España en curso, con algo de crónica de sobresaltos y algo de santoral exprés, donde igual cabe un ministro de disloque que una chulapa de reguetón. España ha sido, desde siempre, un edén de gentes exóticas y decisiones alegres, pero últimamente más, cuando la ocurrencia sostiene una escuela filosófica, la apoteosis la dice un like, el amor estafa en internet, el puritanismo se acerca al asco y la ignorancia hace carrera entre creadores de contenido. Eso, y que si algún político quiere arrimarse un momento a la cultura, te recomienda una teleserie.
Las cosas, en España, viven tanto en la acrobacia que procede insistir en el tópico aclaratorio. Yo escribo bajo la última hora, que suele salir penúltima. Hay que decir cuanto antes que la temporada es apasionante, pero a uno solo le apasiona a ratos. Igual el problema es mío. Quiero decir que, por lo general, lo que no importa, importa muchísimo, mientras nos vamos domiciliando la vida en Instagram y en sitios aún peores, y así la vida moderna se parece poco a la vida real, en cualquier caso, donde ya todo es vicario, y una bobada prescindible. En esta nueva modernidad hemos atado la costumbre, tan resueltos, y el tiempo ahí es líquido, como diagnosticara Bauman, pero también resulta líquido el mundo, que no ha pasado de ser un viejo error, sin embargo, según la máxima no superada de Ginsberg, un ácrata del camino.
En el Pensamiento, de César Aira (Random House)
Hace poco empecé a ver en la memoria imágenes nuevas, distintas de las que el recuerdo me había venido trayendo desde mi pasado más lejano. Al principio eran figuras discontinuas, no se precisaban y no podía ubicarlas. Se empezaron a fundir unas con otras, a transparentarse unas sobre otras, a borrarse en el momento justo en que estaba por reconocerlas, como si quisieran burlarme, aun cuando era yo mismo el que las proyectaba. ¿Yo había estado ahí? Podían venir de los sueños, no me extrañaría porque ya otra vez me habían engañado. Pero éstas tenían un inconfundible color de realidad, y cuando al fin las reconocí pude entender por qué me habían resultado tan extrañas. Venían de lejos, de mi primera infancia en El Pensamiento. En realidad lo único extraño era que hubieran tardado tanto en llegar. Pero había razones para la demora. Una de ellas fue que hubo un episodio que juré mantener en secreto, y aunque fue un juego de niños, debió de hacer presión sobre el relato general, donde valen lo mismo las veras y las burlas. También, sobre todo, estuvo Pringles, el teatro de mis descubrimientos e invenciones, tan importante en la creación de lo que fui que me hizo decir que allí había pasado toda mi infancia. Era cierto, pero antes estuvo El Pensamiento. ¿Cómo pude olvidarlo durante tanto tiempo? Quizás lo dejé en reserva, para cuando lo hubiera contado todo y faltara lo más importante. Pudo haber también un desaliento previo, un temor de no poder transmitir el detalle significativo, el que se pierde en la curva de la memoria. Pero a la expresión siempre la está vigilando el desaliento, es preferible seguir adelante sin atenderlo. Voy a dejar que el fantasma que se hizo cargo de mí me tome de la mano y me lleve adonde estuve en aquel entonces.
Tenía siete años, y era el último año que pasaríamos en El Pensamiento, donde había nacido y de donde no había salido. Por decisión de mi padre, en el verano nos mudaríamos a Pringles. Eso hizo que fuera un año marcado por el presentimiento y, aunque callada, la aprensión. El cambio, de un pueblo chico a una ciudad incipiente, no habría asustado a gente con más experiencia. Para nosotros era portentoso, no era un hecho más sino la suma de todos los hechos posibles en la vida de la familia. Por mi parte, me limitaba a anticipar mi obediencia, la sumisión del niño que sigue aferrado a las polleras de su mamá. Para ella no debía de ser tan fácil, aunque podría disimular sus inquietudes bajo la callada timidez, casi imperturbable, de las mujeres jóvenes de entonces. Nunca había salido de El Pensamiento, lo que sabía de Pringles era lo que oía de los que habían ido, complementado por el recuerdo de los que no habían vuelto y por los trabajos de su imaginación. Éstos seguramente superaban la realidad del Pringles de entonces, un pueblo grande, con unas pocas calles empedradas, envuelto en vientos polvorientos, pero, sí, con comercios, banco, iglesia, autos, todo lo que no había en El Pensamiento, y a ella se le antojaría superfluo, quizás abrumador. Mamá era muy joven entonces, creo que no había cumplido los veinticinco años, una cierta sumisión campesina la embellecía, una niña flor que ya era madre.
Acoso y derribo, de Santos Sanz Villanueva (Punto de vista)
La victoria franquista en la Guerra Civil sumió al país en una implacable dictadura cuyos tentáculos agarrotaron la realidad nacional al completo. Del pensamiento a la economía, todo quedó sometido a su férula. Los vencedores se encontraban como pez en el agua en aquel ambiente asfixiante. Los vencidos que no habían podido tomar el camino forzado del destierro sobrevivían su exilio interior en atemorizado silencio o disimulo. Poco a poco, sin embargo, se fueron viendo manifestaciones de distanciamiento o disidencia. Estas actitudes procedieron, aparte los restos militantes clandestinos implacablemente perseguidos, en su mayor medida de los hijos de los vencedores, los niños de la guerra que por su edad no habían intervenido en la contienda, la habían vivido como una experiencia a veces incluso lúdica en su infancia o primera adolescencia —así lo reflejaron en algunos textos narrativos— y habían recibido una herencia yacente paterna que les disgustaba. Se sentían herederos forzosos de una realidad hostil. Este fue un sentimiento muy vivo y punzante entre un sector de los jóvenes españoles de finales de los años cuarenta y de los cincuenta. Aquellos muchachos tenían una acuciante necesidad de renegar de quienes habían establecido un sistema político y un orden de valores de los que no se sentían partícipes. Lo repudiaban al punto de llegar al enfrentamiento. Lo explica la aclaración que recoge Laureano Bonet de boca de Esteban Pinilla de las Heras en su estudio y antología de Laye. Le comenta el reputado sociólogo que los colaboradores de esta revista barcelonesa que encauzó un movimiento universitario de disidencia con el franquismo solían firmar los artículos con el apellido materno para hacer ostensible la ruptura con el progenitor.
Uno de aquellos muchachos, el futuro ministro socialista Fernando Morán, nacido en 1926, sentía de forma tan lacerante el desencuentro con sus mayores que dedicó a dicha vivencia su primera novela, También se muere el mar, escrita mientras ejercía sus iniciales labores diplomáticas y publicada en Buenos Aires en 1958. En ella desarrollaba un auténtico alegato generacional sobre la necesidad de esa promoción suya de ocupar un lugar propio en el mundo, con personalidad distinta, y opuesta, a la de los mayores. Formuló con un feliz acierto expresivo la gravosa rémora de su hornada vital: se había quedado «huérfana de niñez».
En las manos, el paraíso quema, de Pol Guasch (Anagrama)
Rita vive en la Colonia, en lo alto de una montaña donde hombres cansados vacían una mina que se agota. Desde allí, contempla el pueblo hundido en el valle, y los bosques que, de repente, empiezan a arder. Líton, que creció en la ciudad, apaga los fuegos con los demás chicos del Servicio.
Esta novela sigue la historia de los dos amigos: la infancia en contextos opuestos, el descubrimiento del deseo, sus amores con Fèlix y René —y la nostalgia de un futuro que ya no será—. Juntos viven la emancipación y la efervescencia festiva de la veintena, pero también las servidumbres de la familia y de una época marcada por la extinción: ¿cómo será el zumbido de una abeja? En un mundo que se dirige al colapso, donde la vida no se puede vivir, Rita y Líton convierten la amistad en una conjura para pensar un universo habitable.
Pol Guasch ha escrito un libro en el que cada dosis de dolor tiene su reverso fulgurante, y cada desenlace augura un nuevo comienzo.
Desordenada como la memoria, oscura y luminosa al mismo tiempo, En las manos, el paraíso quema es melancólica como solo puede serlo asistir al fundido a negro de la juventud del mundo».
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Arena en los ojos, Laura Casielles (Libros del K.O.)
En —y de— España fue habitual, durante décadas, considerar como sus mejores hispanistas e historiadores a aquellos que no contaban con lazos sanguíneos ni habían nacido en el territorio, siendo muchos de estos expertos de origen anglosajón cuyo interés por la guerra civil les condujo a analizar y desempolvar las etapas más importantes acontecidas desde finales del siglo XIX hasta los primeros pasos de la Transición. Los motivos por los que se aplaudía esta mirada externa mientras se discutía el análisis realizado desde las diferentes capas producidas en el interior son varios y van desde la supuesta capacidad de afrontar un estudio sin una aparente pátina ideológica a aspectos, quizá, más pueriles que provocaban la consideración y acrítica aceptación de cualquier producción que proviniese de países cuya trayectoria democrática es supuestamente más dilatada que la propia.
Hubo, además, un tiempo en que se extendió la idea de la existencia de un hartazgo generalizado hacia cualquier producción que imbricase con la Guerra Civil y la dictadura impulsando un pasen página, sin embargo, encontramos suficientes datos para desmontar esta intención aupada, entre otros, por quienes consideran que las fosas deben continuar cubiertas y los cementerios moros de la guerra invisibilizados y enterrados entre la maleza que crece sin freno por distintos puntos de la Península. En España, cada año, se publican un mínimo de 70 novelas ambientadas en la Guerra Civil. Si añadimos los libros de historia, las obras académicas, las investigaciones, las autoediciones o, entre otros, la cantidad de manuscritos presentados en los premios literarios vemos como este gran número vendría a discutir aquel supuesto hastío por parte de la población sobre el acontecimiento más marcado del siglo XX. Las editoriales, las productoras y plataformas cinematográficas no viven de espaldas a la sociedad, conocen su público, por lo que resulta sencillo considerar que el interés por la historia del siglo anterior sigue vigente. Pero ¿cuáles son los puntos de vista más comunes y promovidos por estas obras? Ya en 2015 David Becerra Mayor con La guerra civil como moda literaria analiza este boom literario llegando a una conclusión que muchos sabían y pocos habían descrito: la Guerra Givil escrita en tiempos de democracia sirve, en la mayoría de casos, como decorado de un género con escasa variedad de planteamientos y con una patente mirada despolitizada de la Historia. Siguiendo este argumento, no es casual la reivindicación de plumas como Chaves Nogales o, por otro lado, el escaso eco brindado a la obra y a las investigaciones de María Rosa de Madariaga.
El percherón mortal, de John Franklin Bardin (Impedimenta)
«Doctor, creo que estoy volviéndome loco». Cuando el joven millonario Jacob Blunt se presenta en la consulta del prestigioso doctor George Matthews, psiquiatra de existencia anodina y plácida, la vida de este cambiará de manera dramática. De repente, el respetado psiquiatra se ve arrastrado a un mundo extraño y surrealista donde nada es lo que parece: hibiscos rojos, duendecillos que portan trajes de colores y un percherón atado frente al apartamento de una actriz asesinada. Este rompecabezas convertirá al doctor Matthews en un detective que recorrerá la jungla urbana en busca de recuperar su propia cordura. El percherón mortal es un policiaco único, capaz de llevar al lector a los límites de la psique humana en una vieja Nueva York poblada de bocas de metro, cafeterías nocturnas, ferias de variedades y hospitales psiquiátricos.
Un misterio hipnótico. Una historia de terror psicológico. Una maravilla que desafía el género. Un noir seminal en el que perderse de la mano de uno de los grandes maestros del crimen».
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Sopa de miso, de Ryū Murakami (Malas Tierras)
Kenji tiene veinte años y desde hace un tiempo trabaja como guía turístico nocturno por las calles de Kabukichō, en el centro de Tokio; su función: llevar a los gaijin que llegan al país por peep shows, locales de alterne y cabarets, y asegurarse de que pasan un buen rato. En la víspera de Año Nuevo, recibe una llamada de Frank, un turista americano que solicita sus servicios para tres noches. Aunque Kenji le ha prometido a Jun, su novia, pasar más tiempo juntos, la oferta es demasiado tentadora como para rechazarla, de modo que el guía acabará compartiendo con Frank esos últimos días del año, mientras un asesino en serie mantiene en vilo a la ciudad.
En 1997, Sopa de miso empezó a publicarse por entregas en el Yomiuri Shimbun, el periódico más importante de Japón; ese mismo año obtuvo el Premio Yomiuri, que le concedió un jurado presidido por el nobel de literatura Kenzaburō Ōe, y hoy es la novela más conocida de Ryū Murakami, maestro indiscutible del thriller psicológico japonés
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De ganados y de hombres, de Ana Paula Maia (Eterna Cadencia)
Edgar Wilson está apoyado contra el marco de la puerta de la oficina de su jefe, el ganadero Milo, que pone fin a una charla telefónica berreando, gracias a que aprendió a berrear mucho tiempo atrás, cuando, a pata suelta por el campo, a la edad de un crío, se disputaba con el ternero la teta de la vaca. La oficina no es más que un cuartito incómodo al costado del área de despiece del matadero.
—¿El patrón quería hablar conmigo?
—Sí, Edgar.
—Aquí me tiene —dice Edgar Wilson, que se quita el sombrero de la cabeza y lo aprieta respetuosamente contra el pecho al momento de entrar.
—Quiero que vayas a la fábrica de hamburguesas y hagas un cobro.
—Don Milo, ¿y quién se encarga de voltear el ganado?
Milo se rasca la cabeza, enterrándose los dedos en la maraña de rulos.
—Estamos cortos de personal, Edgar. Y para reemplazarte podría andar Luis, pero lo necesito en la línea de sacrificio, para que supervise. Tengo que pensar…
Edgar Wilson guarda silencio mientras espera a que el patrón decida. Por su mente no circula ninguna idea, ya que no es costumbre suya ponerse a buscar soluciones, a menos que se lo pidan.
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Cómo Islandia cambió el mundo, de Egill Bjarnason (Capitán Swing)
Esta es la historia jamás contada de cómo una pequeña isla en medio del Atlántico ha dado forma al mundo durante siglos. La historia de Islandia comenzó hace mil doscientos años, cuando un frustrado capitán vikingo y su inútil navegante encallaron en medio del Atlántico Norte. De repente, la isla dejó de ser una simple escala para el charrán ártico. En su lugar, se convirtió en una nación cuyos diplomáticos y músicos, marineros y soldados, volcanes y flores alteraron silenciosamente el globo para siempre. Cómo Islandia cambió el mundo lleva a los lectores a un viaje por la historia, mostrándoles cómo este país desempeñó un papel fundamental en acontecimientos tan diversos como la Revolución francesa, la llegada a la Luna y la fundación de Israel. Es la apasionante narración de cómo una humilde nación puede verse envuelta una y otra vez en la primera línea de la historia, dando forma al mundo tal y como lo conocemos.
Egill Bjarnason es un periodista islandés afincado en Reikiavik, su trabajo ha aparecido en medios como New York Times, National Geographic, Associated Press, Al Jazeera Online, AJ+, Lonely Planet y Hakai Magazine. Como becario Fulbright, realizó un máster en Documentación Social en la Universidad de California en Santa Cruz, donde también trabajó como ayudante de fotografía y estadística durante dos años. En la Universidad de California, no solo aprendió a dominar ciertas habilidades técnicas, sino también la importancia de la planificación, el compromiso y la agilidad. La idea de escribir Cómo Islandia cambió el mundo surgió cuando regresó a Islandia y empezó a trabajar como periodista independiente. Associated Press le propuso investigar y realizar una serie de necrológicas de islandeses influyentes. «Y eso me hizo pensar en el tema de mi libro: cómo Islandia ha influido en la historia del mundo», dijo Bjarnason. Así, pasó ocho años investigando y escribiendo esta obra, creando una narración que es a la vez accesible y compleja. Con el irónico sentido del humor que impregna su escritura, Bjarnason explicó cómo, en un país de solo 360.000 habitantes, los islandeses tienden a estar llenos de autosuficiencia, lo que fomenta la confianza y también la asunción de riesgos. Bjarnason está convencido de que la próxima aparición de Islandia en la escena mundial probablemente se centrará en soluciones medioambientales al cambio climático.
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