TITULO : Los pilares del tiempo - La Mancha: Tras los pasos del Quijote,.
Los pilares del tiempo - La Mancha: Tras los pasos del Quijote,.
La Mancha: Tras los pasos del Quijote,.
foto / La actriz y arquitecta Leonor Martín y la actriz e historiadora Lidia San José reviven las andanzas de 'El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha' por lugares míticos de la obra universal de Miguel de Cervantes como los molinos de Campo de Criptana contra los que luchó o la Cueva de Montesinos donde sufrió el famoso encantamiento. En Toledo, veremos los subterráneos recientemente encontrados en el Museo de El Greco. Y visitamos la Catedral de Toledo, donde nuestro escáner de tecnología LIDAR ha hecho un gran descubrimiento que permanecía oculto detrás del Altar Mayor desde hacía más de 5 siglos. Por primera vez se muestra la imagen de la antigua capilla de Reyes Nuevos. Viajamos a Villanueva de los Infantes, donde según estudios recientes Cervantes sitúa el comienzo de la historia. Y vemos la cripta de la Iglesia de San Andrés, donde reposan los huesos de Quevedo, otro ilustre de las letras.
TITULO: REVISTA QUO - El frente de la limpieza ,.
REVISTA QUO - El frente de la limpieza , fotos ,.
El frente de la limpieza,.
Soy indicativo de conformidad y, para más inri, prensil. Voy a mi bola, aunque no del todo. Me gustaría separarme de los otros, pero no me es posible. Somos como siameses. El Ser no tiene en cuenta mi grandeza, pero sé que algún día dominaré el mundo. Tengo otros tres hermanos. Uno muy similar a mí y los otros dos son bastos y regordetes y trabajan a mucha distancia. Y a pesar de eso los puñeteros Hermanos Grimm minimizaron mi nombre. Se atrevieron esos indecentes. Cuando sin mi ayuda no habrían podido asir la pluma que les dio la gloria. Y sin mis movimientos habría tantas personas que no podrían dar a entender un OK. ¿Es que no se enteran? ¡Igualdad a mí!
Soy un tipo fundamental que va siempre por delante. Cuando el Ser quiere algo, yo servilmente lo indico. Y lo tiene. Soy el puto amo. Cuando el Ser quiere destacar sobre el resto, me elevo en el aire, dejando abajo la maraña de pelos que cubre su cabeza y dejando a estos cuatro inútiles que me acompañan arrugados, doblegados ante mi poder. Me revienta que nadie me tenga en cuenta, me pongo malo cuando dicen eso de “¡Choca esos cinco!”, ¿cómo que cinco?: Mi nombre es tan importante que todos los libros del mundo comienzan con él. Índice.
Tengo el nombre del órgano motor del Ser. La putada es que estoy en medio. Estos cuatro gañanes no se despegan de mí ni a sol ni a sombra. Únicamente cuando el Ser quiere demostrar su desprecio por el mundo se acuerda de mí. ¡Me da tanta rabia! Pero… ¡si soy el más alto! ¡Eso tendría que significar algo para Él!
Soy emotivo, emocional, sensible. El Ser me quiere, lo sé. Me adorna con aros de latón, de oro, de plata. Me mima. Me dan pena los otros cuatro, no se percatan que no son nada para el Ser. A mí me acicala más que a nadie. No es que sea superior a ellos, pero sé que soy muy especial.
“¡Échame una mano!” Ya estamos otra vez. Con la misma cantinela. ¡Que no, que no y que no! Ya estoy harto. No quiero que me consideren en el mismo equipo que estos cuatro perdedores. Pero si yo soy fundamental. Aporto el equilibrio. Soy el contrapeso. Y si no, ¿por qué el Ser me eleva al tomar el café? Soy imprescindible.
Yo tenía una asistenta, se llamaba Luisa, era un poco
gordita, usaba gafas y tenía marido o hijos, no sé. Estuvo trabajando en
mi casa más de seis años, y yo, que siempre he estado por la igualdad
entre géneros y entre clases le pagaba lo que me pedía, le regalé alguno de mis libros y le daba un extra por Navidad.
Ya no trabaja para mí. No, no es porque hiciera mal su trabajo, si acaso
demasiado bien, a veces me reñía si dejaba tirada mi ropa interior o si
olvidaba alguna botella encima del mueble del salón provocando esos
cercos pegajosos que tanto me recuerdan mi niñez.
Lo cierto es que me robaba. No, dinero no, siempre recogía hasta el
último céntimo que rodaba debajo de mi cama y encontraba billetes
doblados en mis pantalones antes de echarlos a la lavadora. Robaba mis
papeles, mis escritos, las cosas que desechaba y que ella iba recogiendo
y guardando sin yo saberlo.
Una madrugada en la que me puse a buscar sinónimos por Internet,
encontré un cuento mío, (un cuento que alguna vez fue mío) publicado en
una web de jóvenes talentos, premiado con un viaje a Escocia y un lote
de productos para el acné. Luisa no tenía acné, pero sí mucha cara, le
pregunté qué significaba aquello, se encogió de hombros y me dijo que
tenía muchos más cuentos publicados, que había ido recogiendo todo lo
que yo no quería y que lo había ido mandando a concursos con distintos
nombres, y que estaba a punto de publicar un libro de relatos −mis
relatos− en una editorial de campanillas. No supe qué decirle, traté de
indignarme pero no me salía, no sabía si en realidad aquello era justo
(yo siempre le había dicho que mi casa era su casa) o si no era más que
una ladrona que me había quitado algo que era mío.
Me mordí la lengua, me reafirmé en que soy un defensor de la igualdad y
lo dejé pasar, hasta que apareció su libro con mis cuentos… y claro tuvo
el éxito que imaginaba, empezaron a entrevistarla, su cara gorda salió
en varios suplementos literarios, la llamaron de un par de programas de
radio, apareció en la tele, a una hora en que nadie ve la tele, como
debe ser con los escritores que escriben. Pero Luisa no escribía, era yo
el que lo hacía y no cabía en mí de rabia, y de envidia.
A pesar de su éxito Luisa seguía yendo a mi casa, a limpiar y a
recolectar los escritos que yo seguía dejando por aquí y por allá,
tirados, descuidados. Y empecé a obsesionarme con todo aquello y comencé
a prepararle trampas, a dejarle cuentos mal construidos con personajes
mal perfilados e historias mal hilvanadas que ella iba recolectando como
el que va a los viñedos después de la cosecha, a recoger lo que no han
querido los demás. Y su vino volvió a tener éxito, los periódicos
hablaban de su madurez, de su solera, de su consagración, se felicitaban
de que Luisa «que en su humildad sigue trabajando como asistenta de
hogar» no había sido reina por un día. Y yo cada vez más rabioso, menos
divertido, y con una ofuscación que me llevaba a escribir peor y a
publicar menos y con peores críticas.
Hasta que le preparé la última trampa antes de despedirla, me dispuse a
copiar páginas de otros escritores, de Bolaño, de Borges, de Benedetti, y
a dejarlas tiradas como si fueran borradores míos. Ella se los llevó y
con esos retales confeccionó un traje que vio la luz seis meses después.
El plagio fue un éxito, vendió miles de ejemplares y un conocido
director de cine compró los derechos para hacer una película. Nadie se
dio cuenta del fraude y, por lo que a mí se refiere, no tenía humor ni
vergüenza para denunciarlo.
Yo, que cada vez vivía peor y escribía menos, ya solo lo hacía pensando
en ella y le preparé el último regalo, la caja que al abrirla le
estallaría en la cara: mis propios libros llenos de mis lugares comunes y
con palíndromos que dejaran mensajes claros sobre mi autoría. Los
recogió, los rehízo, los publicó, un crítico en una revista alabó el
homenaje que aquella mujer me había hecho, me invitaron a un cóctel y
agradecí públicamente su detalle y su humildad ya que, a pesar de su
éxito, seguía planchándome las camisas, la pena, dije, es que ya no
tenía dinero para pagarla, ya no escribía, estaba en la ruina, y me veía
en la necesidad de despedirla. La despedí allí, delante de todos y
todos lloramos. Y ella, magnánima, se ofreció a darme trabajo en su
chalé como mayordomo.
Ahora que soy empleado de hogar y trabajo para Luisa −que ya no está tan
gordita− no acaba de convencerme eso de la igualdad que, la verdad, no
encuentro por ninguna parte. Ella escribe por las noches y yo limpio por
las mañanas tratando de no hacer ruido, a veces, en su papelera o
encima de las mesa encuentro manuscritos rotos o tachados, de sus
cuentos, de sus novelas, que recojo y recompongo a escondidas. El mes
pasado envié uno a una página web de nuevos autores y me lo premiaron
con un viaje a Escocia. No me gusta demasiado como escribe, pero sus
personajes son creíbles y sus historias lo suficientemente
inverosímiles.
Si sigo aplicándome en
la labor de recogida y cribado puede que pronto tenga un libro de
cuentos del que, al parecer, los responsables de una editorial de
campanillas están interesados para su colección de nuevos autores.
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