Los zamoranos amanecieron este sábado con la posibilidad de caminar por la ciudad sin mascarilla por primera vez en muchos meses, pero la prudencia borró cualquier atisbo de euforia desmedida y dibujó una realidad sospechosamente parecida a la del día anterior. Dicho de otro modo, casi todo el mundo mantuvo el “cubrebocas” en su sitio y apostó por el estilo conservador para evitar sustos de última hora. El COVID ha causado tanto dolor y miedo entre la gente que las ganas de destapar el rostro continúan anuladas por el respeto a este virus omnipresente.

Resulta difícil establecer un porcentaje real de la gente que sí decidió salir a la calle a cara descubierta, pero este grupo se vio en clara minoría al transitar por las calles de una ciudad aún plagada de mascarillas. Los comerciantes del centro de la ciudad y de algunos barrios confirmaron esa sensación al observar su propio entorno: en las aceras, como norma general, la gente evitaba desprenderse de esta protección, independientemente de si la persona iba sola o se cruzaba con algún vecino.

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En todo caso, como para cualquier generalidad hay excepción, los zamoranos que sí optaron por guardar la mascarilla tuvieron que enfrentarse a la extrañeza del nuevo escenario y a ese problema sobrevenido de qué hacer con la prenda. Algunos escogieron el bolsillo, otros prefirieron bajársela hasta la barbilla para poder reaccionar con rapidez ante cualquier imprevisto, y también hubo quienes se la ataron al brazo para usarla cuando fuese menester.

No en vano, llevarla hay que llevarla. Y más si se transita por el centro en pleno San Pedro. Este sábado, el entorno del Teatro Ramos Carrión y de Viriato y su cerámica crearon un foco de aglomeraciones que pedía a gritos mascarilla para todos sus ocupantes.

La preocupación de las tiendas

También toca hacer uso del “cubrebocas” para entrar a las tiendas, y los dueños de los establecimientos de Zamora lo tienen claro: nadie atraviesa la puerta sin ponerse la mascarilla. Así lo recordó ayer mismo Lucía Hernández, la responsable de un negocio de alimentación en la esquina de la calle San Vicente con el Riego: “Aquí no van a entrar sin protección”.

Como otros compañeros de gremio, Lucía Hernández afronta el nuevo escenario con la preocupación de que la relajación del uso de la mascarilla en exteriores conduzca a algunos de sus clientes a acceder a su local con la cara destapada: “De momento, quien no la lleva puesta por la calle, la tiene en el brazo por si acaso, así que la gente se está portando bien”, destacó.

En la misma línea se manifestó su vecino de comercio, Manuel González, que giró la vista hacia su clientela para dejar patente que quien había entrado a comprar ropa esa mañana lo había hecho cumpliendo las normas.

Ya en la parte baja de San Lázaro, Andrés Ariza también expresó su voluntad de dejar fuera del local a quien tratara de poner un pie allí sin mascarilla. “Yo habría esperado un poco más para quitarla”, reconoció el dueño de este negocio de comida para llevar y alimentación, que recordó que él, por edad, sigue sin estar vacunado a pesar de haber sido trabajador esencial durante la parte más dura de la pandemia del COVID.

En la parte del casco antiguo, José Manuel Riego ya planea comprar mascarillas para dejarlas en la entrada ante la perspectiva de que una parte de su clientela salga a la calle sin protección y decida entrar de esa guisa a su tienda de alimentación para realizar alguna pequeña compra. De hecho, ya ha tenido alguna experiencia de este tipo que le invita a pensar en futuras incomodidades. Eso sí, de momento, solo le tocará lidiar con las excepciones. En general, la precaución y la mascarilla siguen al mando.