martes, 27 de septiembre de 2022

Cena con mamá - Marta Rebón , Viernes -7, 14 - Octubre , . / Imprescindibles' estrena en La 2 - Humphrey Bogart dijo adiós hace sesenta años , Domingo - 2, 9 - Octubre ./ De seda y hierro - Objetos coleccionables ,. Domingo- 2, 9 - Octubre ,./ Noche Sexo - Monica y el sexo - Parejas sostenibles,.

  TITULO: Cena con mamá -  Marta Rebón ,.  Viernes - 7, 14 - Octubre   ,.

Viernes  - 7, 14 - Octubre  ,a las 22:00 en La 1, foto,.

Marta Rebón,.

Rusia: Marta Rebón y las claves para desentrañar la “pulsión fratricida” de  Putin | EL PAÍS Semanal | EL PAÍS

Volver a leer ‘Vida y destino’ con la guerra en Ucrania de fondo,.

La gran novela de Vasili Grossman ofrece respuestas contundentes para entender hoy la guerra de Ucrania,.

Corrían los años cincuenta en la Unión Soviética cuando Vasili Grossman escribió esta frase: “El hombre ruso ha visto todo durante los últimos mil años, la grandeza y la supergrandeza, sólo hay una cosa que no ha visto: la democracia”. Corrían los años cincuenta del pasado siglo, decimos. Por tanto, el autor sabía perfectamente, al trasladar del silencio de su cabeza a la concreción del papel, lo que se jugaba.

No obstante, Vida y destino, cuya última edición en castellano fue traducida por Marta Rebón y publicada por Galaxia Gutenberg en 2007, está plagada de afirmaciones así. Afirmaciones y personajes que no responden a la ficción como un truco, sino a la experiencia de un hombre que enarboló la bandera de la Revolución Rusa, fue testigo primordial del frente de Stalingrado y la Segunda Guerra Mundial, pasó a la historia por ser el primer reportero que entró en un campo de concentración nazi, sufrió después el castigo y la persecución en su familia y, aun así, no se sometió a los dogmas que impone el delirio del totalitarismo, sino a la más estricta verdad de lo que vio, padeció y testificó.

Su obra no sólo ha servido para analizar el péndulo del horror totalitario de extrema derecha a extrema izquierda. Su entrada en Treblinka como el primer corresponsal de guerra que certificó lo que había acontecido en los campos de exterminio fue crucial en los procesos de Núremberg y dio lugar a obras como El libro negro, escrito junto a Iliá Ehrenburg, o El infierno de Treblinka.

Eso es parte ya de la historia. Pero una obra como Vida y destino, su gran novela, con la guerra de Ucrania perforando ahora la vida diaria, los bolsillos y el ánimo, sirve para entender la mentalidad y la dinámica de poder de la que Putin se enorgullece como herencia y motor de sus acciones en pleno siglo XXI.

Otras frases: “Nuestro humanismo ruso siempre ha sido cruel, intolerante, sectario… Siempre ha sacrificado sin piedad al individuo en aras de una idea abstracta de la humanidad… Para conseguir este objetivo no retrocederán ante nada ni nadie; torturarán y matarán si es preciso”. No cuesta imaginar la cara de quien leyera estas líneas cuando el autor decidió entregar una copia para ver si lograba publicar el manuscrito. Lo hizo sin duda escéptico por lo que había comprobado en algunos colegas y sufrido en su familia cuando encarcelaron a su esposa, Olga, pero quiso probar suerte alentado por el rayo de ligera esperanza que supuso la era Jruschov. Se la pasó a los responsables de la revista Znamya. Pero estos, alarmados, se la entregaron a las autoridades porque el contenido les quemó entre las manos. Grossman no tardó en darse cuenta de que vivían un nuevo espejismo tras la muerte de Stalin. La KGB irrumpió en su apartamento y se llevó hasta las cintas usadas de su máquina de escribir.

El autor había ocultado dos copias en casa de unos amigos e insistió durante años para que Vida y destino viera la luz. Escribió directamente a Jruschov. Este no le respondió, pero a los cinco meses obtuvo cita con Mijaíl Súslov, uno de los ideólogos del politburó. Le comentó sin ambages que su novela no vería la luz en al menos 200 años: les parecía hostil y no pudieron soportar que comparara el nazismo con el estalinismo.

Nada le aplacó, continuó escribiendo en el mismo tono. Como dice Tzvetan Todorov en el prefacio de Cartas y recuerdos de Vasili Grossman, escrito y recopilado por el hijo adoptivo de Grossman, Fedor Gruber, “este hombre representa el caso excepcional de un individuo que logró conquistar la integridad moral viviendo en un país sometido a la dictadura totalitaria”.

No cejó. Contaba con la experiencia de sus escritos sobre Stalingrado en forma de novela después de sus crónicas, también sometidos a persecución mientras vivía el tirano. “Le pido que devuelva la libertad a mi libro, que se discuta con editores, no con los agentes de la KGB. ¿Qué sentido tiene que yo sea físicamente libre cuando el libro al que he dedicado mi vida es arrestado?”, le suplicaba al mandatario soviético que propulsó la revisión del estalinismo. Sólo hasta cierto punto. Las esperanzas que Grossman le manifestaba en aquella misma carta no se vieron cumplidas: “Creo imposible imaginar una nueva sociedad sin un crecimiento sostenido de la libertad y la democracia”.

Grossman plasma en Vida y destino la increíble capacidad de supervivencia del ser humano a caballo entre los campos del nazismo y el Gulag. También el peso del silencio y la delación. La capacidad para resistir y enamorarse. La existencia vigilada. El grito silencioso de los represaliados cuando regresaban con suerte de los campos y, pese al temor, daban testimonio de los muertos, del hambre, del frío, de la rebeldía truncada, de las penas sin pruebas, del castigo por mera sospecha…

En su punto de vista influye su condición tanto de judío como de ucranio. Había nacido en Berdíchev en 1905. Ejerció como ingeniero en Donetsk. Hasta el día de su muerte lamentó no haber hecho suficiente por salvar a su madre, profesora de francés, de haber perecido asesinada por los nazis cuando estos tomaron la ciudad en 1941. Desde las páginas de la novela, la voz de aquella mujer apela al lector en uno de sus pasajes más impresionantes: la carta que envía Anna Semionóvna a su hijo, el físico Víktor Shtrum desde el gueto esperando su muerte. “Me he dado cuenta de que la esperanza casi nunca va ligada a la razón; está privada de sensatez, creo que nace del instinto”, le confiesa como conclusión en el umbral de todo la madre al hijo.

Ella no sabe si él recibirá la carta. Hoy esas palabras también resuenan entre las víctimas de Ucrania. Tampoco Grossman estuvo seguro de que Vida y destino viera la luz. Murió en Moscú en 1964, a los 58 años, de un cáncer. Su novela fue publicada en 1980 en Suiza gracias, entre otros, al científico disidente Andréi Sajárov. Las páginas de las copias que Grossman logró salvar al poner en manos de sus amigos fueron fotografiadas y microfilmadas por este. La peripecia del manuscrito se asemeja a la de Doctor Zhivago, de Borís Pasternak, otra de las obras maestras nacidas de la catástrofe del comunismo, que acabó publicada en Occidente y produjo un cataclismo de imagen en mitad del régimen.

Al constatar en sus páginas lo que no le quedó más remedio que vivir, Grossman teje una hazaña. Lo acomete con la intención honesta de ser sencillamente fiel a la verdad. No cree que su actitud represente algo extraordinario. Lo hizo sin ínfulas, como se describe a sí mismo en la ficha personal que envió al registro de miembros de la Unión de Escritores Soviéticos: “Mi vida conoció momentos buenos y malos, duros y llevaderos; cometí errores, algunas veces actué desafortunadamente, quise ser feliz, gocé con mis éxitos y sufrí cada vez que me alcanzó la desgracia. Traté a mucha gente, casi siempre gente de lo más común; no hubo entre ellos ni grandes ejemplos de nobleza ni consuetudinarios pecadores. Leí libros, algunos de ellos muy buenos. Con todo, tuve ocasión de ver cómo la gente común realiza a veces actos extraordinarios y también, en ocasiones, comete pecados”.

 

 

 TITULO: Imprescindibles' estrena en La 2 - Humphrey Bogart dijo adiós hace sesenta años . , Domingo -2, 9 - Octubre ,.

Domingo  -2, 9 - Octubre , a las 21:30 horas en La 2, foto,.

  Humphrey Bogart dijo adiós hace sesenta años,.

El 14 de enero de 1957 fallecía el protagonista de 'Casablanca' y 'El halcón maltés'. Pero en la pantalla queda el rastro de una de las grandes leyendas de la historia del cine,.

 Cóbrala otra vez, Sam | Gente | EL PAÍS

Cuando Woody Allen convirtió a Humphrey Bogart y su personaje de Ricky Blaine en invitado principal de su obra de teatro Play It Again, Sam (Sueños de seductor) la figura del actor ya gozaba de una aureola de culto gracias al revival que había importado la llamada moda retro y el gusto camp por las estrellas del cine clásico de Hollywood. Su imagen convertida en póster adorna drugstores y tiendas de moda de medio mundo junto a Mae West, Rodolfo Valentino y la pareja Fred Astaire y Ginger Rogers.

Sesenta años después de su muerte, el hombre que mejor ha llevado una gabardina en el cine, sigue reinando —y de momento sin herederos directos— como el héroe a contracorriente, cínico y sentimental de la edad de oro del cine negro y de aventuras de Hollywood. A pesar de un físico antipático y enfermizo, un rostro destinado a encabezar eternamente el listado de personajes malvados y violentos, Bogart impone su estilo lejos del glamour y los cánones estéticos hollywoodenses. Su personaje del detective Sam Spade en El halcón maltés revela el género, el cine negro, y codifica su imagen.

Su perfil de hombre duro y perdedor se viste de romanticismo gracias a Casablanca. Bogart añade una nueva estrella en su medallero como el hombre eternamente enamorado de Ingrid Bergman capaz de renunciar a su gran amor, matando sus penas en una sala de fiestas del norte de África. Gracias al director Howard Hawks que se fija en una estilizada y joven modelo en la portada del Harper’s Bazaar, su carrera artística y vida personal queda unida a la actriz Lauren Bacall. La nueva pareja deja pruebas de sobra de su física y química en la pantalla en películas como Tener o no tener y El sueño eterno. Bogart formará también parejas memorables junto a Katherine Hepburn (La reina de África), Gloria Grahame (En un lugar solitario), Ava Gardner (La condesa descalza) o menos afortunadas, junto a Audrey Hepburn en Sabrina, puesta al día del mito de Cenicienta, en un papel pensado en un primer momento para Cary Grant. A pesar de una Audrey Hepburn en estado de gracia, la convergencia Bogart-Hepburn no dejará de chirriar- como su sombrero hongo- a lo largo de los 114 minutos de duración de la película.

 A la figura del héroe vulnerable y perdedor, Bogart añade su compromiso social y político. Su imagen junto a Lauren Bacall y otros actores, encabezando una marcha frente al Capitolio en 1947 contra los juicios promovidos por el mccarthismo pone una nota de valor y solidaridad en unos tiempos marcados por el miedo y las delaciones en la industria de Hollywood. Bogart estará también en el origen de uno de las bandas más celebradas de Hollywood, el Rat Pack, del que será uno de sus “socios” fundadores junto a Frank Sinatra y Judy Garland. Un calificativo que según la leyenda salió de los labios de la mujer de Bogart, Lauren Bacall, después de ver el estado en que se encontraban Bogart y sus amigos, después de una noche de juerga en Las Vegas.

Sesenta años después de su muerte, aunque el piano donde Dooley Wilson cantaba aquello de “You must remember this, a kiss is just a kiss” ha acabado convertido en objeto de subasta y el barco La reina de África transformado en un crucero de recreo para turistas de complejo resort, el mito Bogart sigue centelleando con su gabardina, sombrero Fedora y eterno cigarrillo en la boca. Cuando fumar- todavía- era un placer en Hollywood.


TITULO: De seda y hierro -  Objetos coleccionables   ,. Domingo -  2, 9 - Octubre ,.

 El Domingo -    2, 9 - Octubre ,  a las 20:20 por La 2, foto,.

 Objetos coleccionables,.

 Objetos coleccionables | EL PAÍS Semanal | EL PAÍS

Sigo con pasión y envidia las compras de bienes inmuebles que Amancio Ortega lleva a cabo de forma compulsiva desde hace algunos años. He padecido, entre otras, la compulsión de fumar y recuerdo perfectamente la fuerza de aquel apremio subterráneo que me obligaba a encender un cigarrillo con la colilla del anterior desde que me levantaba hasta que me acostaba, aunque también cuando soñaba, pues me veía en ellos, en los sueños, echando humo sin parar, como las chimeneas de los altos hornos, que emiten gases las 24 horas del día los 365 días al año. No había razonamiento económico ni de salud ni parches de nicotina ni chicles medicinales ni terapias ortodoxas o alternativas capaces de hacerme desistir del vicio, porque al desistir, pensaba, moriría. De hecho, agonizaba cuando extraviaba el mechero, por ejemplo, de manera que llegué a encender los cigarrillos en la terraza de mi piso, concentrando los rayos del sol sobre su punta con una lupa adquirida para otro menester.

¿Era agradable aquel comportamiento? Para nada. Pero resultaba liberador porque mientras yo tuviera un cigarrillo encendido entre los dedos, el mundo no se apagaría. Algo semejante le debe de ocurrir a Ortega con la compra de rascacielos. Tal vez piense que, si pasa más de seis meses sin adquirir uno, todo su imperio comience a retroceder. El mundo está lleno de objetos coleccionables, pero me parece que nos eligen ellos a nosotros más que nosotros a ellos. Los rascacielos erectos (valga la redundancia) han elegido a Amancio Ortega. El último, situado en Nueva York, es el que se aprecia en la fotografía.

 

 

TITULO: Noche Sexo -  Monica y el sexo -  Parejas sostenibles,.

El viernes - 7, 14 - Octubre ,  0.40 / Cuatro, foto,.

 

  Parejas sostenibles,. 


Relaciones breves e hiperconectadas: las parejas del siglo XXI

Así lo hemos decidido mi pareja y yo, pero nos queda claro que esta es una decisión personal, que es un privilegio y que pone el foco en el individuo, cuando deberíamos ponerlo en el capitalismo y las empresas,.

Mi esposo y yo hemos decidido no tener hijos. Ninguno de los dos siente ese llamado a trascender específicamente heredándole nuestros genes y nuestras memorias a un nuevo y pequeñito ser humano. Pero, además, esta es una decisión que fuertemente se alinea con una cierta pesadumbre que compartimos sobre el estado del planeta en el que vivimos. Una perspectiva más bien pesimista sobre la vida que va a ser posible en esta Tierra que le dejaríamos a esa nueva generación. Una debacle que, a pesar de nuestros propios ánimos activistas y combativos, no vemos que tenga ya remedio y que, en su estado de deterioro imparable, nos generaría mucho sufrimiento y angustia dejarle a ese nuevo ser al que le diéramos vida. En nuestras charlas de almohada o mientras cenamos, nos hemos cuestionado si hace sentido, en un mundo tan poblado, -según la ONU, para 2050 seremos 9.700 millones de seres humanos-, y con recursos tan agotados, seguir con algo que a estas alturas nos parece más bien un mandato al que, al menos, deberíamos atrevernos a hacerle preguntas. ¿De verdad tenemos que seguir teniendo hijos?

Esta es una columna personal, porque esa, la decisión de tener hijos o no, es y debería seguir siendo una decisión personal. Sin embargo, no sería honesta si no confesara que por mucho tiempo alimenté esa decisión tomada amorosamente junto a mi pareja con la fantasía de que además, así estábamos haciendo algo realmente coherente y relevante por esta tierra que amamos tanto. Como lo dicen tan claramente los movimientos feministas, lo personal siempre termina siendo político. Pero…¿Era cierto entonces que podría haber una ruta para desacelerar un poco la catástrofe ambiental si más mujeres como yo, más parejas, dejaban de tener hijos, o al menos decidían tener uno menos? ¿Podía seguir creyendo que no traer un bebé a este mundo nos hacía un poquito más respetuosos de él y de sus necesidades? Una primera búsqueda entre investigaciones científicas parecía confirmar que sí.

Un popular informe titulado ‘La brecha de mitigación climática: la educación y las recomendaciones gubernamentales pasan por alto las acciones individuales más efectivas’, publicado en 2017, por Seth Wynes y Kimberly A Nicholas, consideró una amplia gama de decisiones individuales sobre estilos de vida y calculó su potencial para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero en los países desarrollados. Tras el análisis, los científicos recomendaron cuatro acciones de alto impacto y con capacidad de reducir sustancialmente las emisiones personales por año. La primera, efectivamente, era no tener hijos o tener uno menos. “Tener un hijo menos significaría una reducción en promedio para los países desarrollados de 58,6 toneladas de emisiones de CO2 al año. Vivir sin un carro, reduciría 24 toneladas de carbono. Evitar viajes trasatlánticos en avión, 1,6 toneladas de CO2 por viaje ida y vuelta y, finalmente, tener una dieta basada en plantas, un total de 0,8 toneladas de CO2 al año”.

El estudio agregaba cifras comparativas de este tipo: “Una familia de Estados Unidos que elige tener un hijo menos, proporcionaría el mismo nivel de reducción de emisiones que 684 adolescentes que deciden practicar el reciclaje integral el resto de sus vidas”. Justamente, el informe concluía que, en lugar de estar poniendo la atención en acciones menores que han sido las más expandidas, como apagar la luz que no se está usando en casa, reciclar o tomar duchas de tres minutos, los libros de ciencias de los estudiantes jóvenes deberían estar poniendo énfasis en estas cuatro acciones que, según estas cifras, traerían impactos considerables.

¡Muy bien! Tenía mi cifra avalada por la ciencia de la potencial cantidad de CO2 que le ahorraríamos al planeta con nuestra decisión de no tener un bebé. Pero la pregunta que me surgió inmediatamente me pareció más compleja de resolver. Si pensáramos en expandir más esta idea, ¿podrían las mujeres en todo el mundo decidir sobre sus cuerpos como yo estaba decidiendo sobre el mío?

“Decidir qué hacer con el cuerpo es algo que está profundamente atravesado por estructuras de poder. Decidir qué hacer con el cuerpo es, en realidad, algo que pueden hacer muy pocas mujeres, y eso incluye la decisión de tener hijos o no”, me dijo contundentemente Diana Ojeda, profesora asociada del CIDER, de la Universidad de los Andes en Colombia y coautora del paper Enfrentando el poblacionismo: desafíos feministas para el control de la población en una era de cambio climático.

La idea, ingenua, que muchas veces se me había pasado por la cabeza de hacer más militancia y convencer a cada vez más mujeres y parejas de no tener hijos para ayudar a este planeta partía sin duda de mis propios privilegios, unos que me hacían creer falsamente que todas las mujeres y las parejas cuentan con los mismos recursos y libertades con las que contamos mi esposo y yo. La realidad es evidentemente muy diferente.

“Hay razones materiales como la falta de educación sexual, o de acceso a anticonceptivos efectivos detrás de que millones de personas empobrecidas, racializadas, marginalizadas, estén despojadas de ese poder decidir si tener hijes o no”, continuó Diana Ojeda, quien me hizo ver que el problema iba incluso más allá. “Va también más allá de lo material. En muchos lugares del mundo, las mujeres siguen siendo meros úteros, su valor está reducido a ser naves en donde van bebés. Para esas mujeres es mucho más riesgoso si quiera cuestionar la posibilidad de ser madres, porque a veces su propia vida depende de eso. Ni hablar de la cantidad de mujeres que son violadas en el mundo (15 millones de niñas adolescentes entre 15 y 19 años han experimentado relaciones sexuales forzadas en todo el mundo). En realidad, ni siquiera desde nuestro privilegio podemos decidir del todo sobre nuestros cuerpos, siempre supeditados a una industria farmacéutica que no es transparente con las mujeres y que, por ejemplo, a muchas las enferma a costo de prevenir quedar en embarazo”.

Mi idea de no tener hijos para no contribuir con la crisis ambiental era correcta, porque correcta debería ser cualquier decisión libre que tomemos sobre nuestro cuerpo, porque como tan bien lo promulgan los feminismos, no hay justicia ambiental sin justicia social y reproductiva. Sin embargo, si esta idea de no tener hijos que no solo se me ha ocurrido a mí y a mi esposo, sino que lentamente empieza a ganar adeptos y líderes pop que manifiestan públicamente su deseo de no ser madres o padres, escalara al punto de ser atractiva a nivel de estamentos políticos, todo podría ser muy problemático.

La idea de reducir la población global hace parte de importantes corrientes de pensamiento que ya desde el Siglo XVIII con el “primer demógrafo” de la historia, Thomas Malthus, se preguntaba por las formas cómo se iba a alimentar a tanta gente, considerando que el problema era la gente, -que crecía exponencialmente, mientras que la agricultura lo hacía aritméticamente-, y no que el problema era cómo se distribuye y se da el acceso a esa comida. Esa idea del decrecionismo poblacional, de hecho, ha devenido en políticas restrictivas como la que se vivió en China desde 1979 hasta el 2015 que solo permitía tener un hijo y que trajo unos terribles efectos colaterales como, por ejemplo, una generación entera de niñas perdidas porque al momento de las familias tener que decidir en tener un solo hijo, buscaron a toda costa que fuera un varón y no una niña.

“Los gobiernos no tienen derecho a regular cuántos hijos puede tener la gente. En lugar de ‘optimizar’ su política de natalidad, China debería respetar la decisión de la gente y poner fin a cualquier control invasivo y punitivo sobre decisiones de planificación familiar”, dijo en su momento Joshua Rosenzweig, director de Amnistía Internacional para China, ante el anuncio en 2021 de que serían permitidos hasta tres hijos por familia.

“Estas medidas no han resultado eficaces. ¿Qué serviría realmente para parar el cambio climático?”, increpa Diana Ojeda, “cerrar empresas, parar el capitalismo, detener el nivel de consumo, no sirven medidas menos efectivas que se meten con el individuo como pedirnos que no tengamos hijos o comamos menos carne. Un porcentaje muy pequeño de las personas más ricas el mudo son las causantes de la mayor cantidad de emisiones que han provocado el calentamiento global. Entonces lo que tenemos no es un problema de número de personas, sino de patrones económicos de producción y consumo”.

Problematizar nuestra decisión no hace que no creamos profundamente en ella. Mi esposo y yo no tendremos un hijo, no uno biológico al menos. Si algún día apareciera ese deseo del que hablan tanto los padres, quizás decidamos adoptar un bebé y entonces así contribuir a que se repartan un poco mejor los recursos de esta tierra.

 

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