TITULO: La Hora Musa - Moderno lujo clásico música ,. Martes -4- Octubre ,.
'La Hora Musa', presentado por Maika Makovski ,a las 22:55 horas, en La 2 martes - 4- Octubre , foto.
Moderno lujo clásico música,.
Los últimos pianos del Finisterre noruego,.
En medio de adversidades de todo tipo, el Festival de las islas Lofoten vuelve a dejar oír su voz como una de las propuestas más atractivas, intensas y originales de la oferta musical clásica veraniega,.
En Los últimos pianos de Siberia, Sophy Roberts recorre la vasta Rusia septentrional en busca de “pianos arrastrados y abandonados por la marea viva del Romanticismo decimonónico europeo”; más que por los instrumentos en sí, por las historias que cuentan sus diversos traslados o las manos que se posaron sobre sus teclas. Es imposible no recordar su lectura al llegar de nuevo a uno de los confines occidentales de Europa, las islas Lofoten noruegas, donde desde el pasado lunes se ha celebrado una nueva edición de un festival cuya mera existencia roza lo milagroso. El traslado excepcional de fechas del que organiza Leif Ove Andsnes en Rosendal (de su enclave tradicional en agosto a julio) ha permitido asistir a uno y otro, los más relevantes e idiosincrásicos del verano musical clásico noruego, de manera consecutiva, lo cual invita, por supuesto, a reflexionar sobre sus semejanzas y sus diferencias.
Andsnes plantea año tras año un equilibrio entre el piano (su instrumento) y la música de cámara, voz incluida. Knut Kirkesæther, el fundador y director del Festival de las Lofoten, dedica los años pares al piano y los impares a la música de cámara, pero lo hace no con exclusividad, sino con predominio de uno u otra, ya que hay siempre cabida para ambos. Rosendal centra toda su actividad únicamente en dos sedes, un antiguo establo reconvertido en moderna sala de conciertos y la iglesia del pueblo, separadas apenas por un kilómetro de distancia una de otra. El otro festival, en cambio, hace honor a su nombre y se desarrolla en múltiples escenarios repartidos por varias islas: constituye, por tanto, toda una invitación al viaje, al nomadismo, al traslado constante de un lugar a otro, casi siempre a lo largo de la carretera que conecta todas las islas y que muere en una localidad llamada simbólicamente Å, la última letra del alfabeto noruego. Los escenarios son también variopintos: aunque predominan las iglesias, tanto en pequeñas localidades como en plena naturaleza, los conciertos se celebran también en modestos centros culturales y galerías de arte.
Ambos festivales proponen un calendario de conciertos intenso: diez entre jueves y domingo se vivieron en Rosendal, dieciséis entre lunes y sábado en las Lofoten. En ambos casos, lo habitual es un concierto matutino, otro vespertino y un último nocturno (sinónimo de diurno en estas latitudes, donde la noche entendida como ausencia total de luz prácticamente no existe). Y los dos han hecho suya la filosofía que consagraron en su día festivales como los de Lockenhaus o Kuhmo: varios músicos presentados en prácticamente todas las combinaciones posibles, fomentando la interacción constante entre ellos. La convivencia entre ellos se hace casi extensiva a la que acaba creándose enseguida entre los intérpretes y el público, cuyas vidas siguen durante varios días trayectorias paralelas, por lo que el festival se convierte muy pronto en una experiencia íntima, familiar, casi doméstica. Es también muy frecuente que los músicos se integren entre el público durante la interpretación de aquellas obras en las que no participan para poder escuchar —y aplaudir— a sus colegas.
Organizar en este confín de Europa tantos conciertos concentrados en tan pocos días exige un esfuerzo logístico considerable, no solo de ensayos, sino también de transporte, debido a la necesidad de movilizar incesantemente no solo a personas, sino también a instrumentos, sobre todo los pianos, claro, esos últimos pianos de este Finisterre noruego que deben estar afinados y a punto en cada una de las iglesias, centros culturales o galerías elegidos. Cuenta el festival para ello con un grupo asombroso de voluntarios —no precisamente jóvenes la mayoría de ellos— a los que se ve dedicados en cuerpo y alma a la tarea de obrar el milagro de hacer posible un festival de primer nivel en lugares que carecen de la mínima infraestructura para ello. Por eso, al escuchar tantos pianos y en tantos lugares diferentes, casi siempre a pocos metros del agua y del mar abierto, es imposible no pensar en el mitad ensayo histórico, mitad libro de viajes, de Sophy Roberts: aquí también podrían escribirse muchas historias.
Otra diferencia esencial entre Rosendal y Lofoten es la programación. Leif Ove Andsnes elige un compositor o un tema monográfico en torno al cual gira la casi totalidad de su oferta de conciertos: este año, Beethoven, recuperando así la edición cancelada de 2020, el año de su efeméride. Knut Kirkesæther, en cambio, se desvincula de cualquier pie forzado y busca la mayor variedad posible, sacando el máximo partido de la plantilla de instrumentos elegida para ese año. Cuenta, eso sí, con una suerte de conjunto residente, el Cuarteto Engegård, que le sirve de comodín perfecto para, bien en su totalidad, bien con uno o varios de sus integrantes desgajados del grupo, poder afrontar un amplísimo repertorio. En los años en que predomina el piano, como es el caso de este verano, Kirkesæther nombra también una suerte de director artístico asociado, encargado de seleccionar tanto obras como intérpretes. Y el elegido este año ha sido el gran pianista húngaro Dénes Várjon, una garantía —por su personalidad y por su trayectoria— de que las cosas se harían con la máxima seriedad y con el mejor criterio. Haberse formado con músicos de la talla de György Kurtág, Ferenc Rados, Sándor Végh o András Schiff (presente aquí en el festival de 2019) son credenciales que muchos envidiarían para sí.
Junto al propio Várjon, el plantel de pianistas residentes de esta edición, de escuelas y generaciones muy diferentes, se ha completado con Izabella Simon (otro gran fruto de la gloriosa escuela musical húngara), el británico Paul Lewis, los israelíes Shai Wosner y Roman Rabinovich, la británica Kathryn Scott (la más veterana del grupo) y el japonés Ryoma Takagi (el más joven). Además del citado Cuarteto Engegård, la nómina de solistas se completaba con el contrabajista ucraniano Iván Zavgorodniy, el oboísta español Vicent Montalt (sustituto de ultimísima hora de su maestro, Stefan Schilli, contagiado de Covid); el clarinetista húngaro Csaba Klenyán; el fagotista italiano Marco Postinghel; el trompista austriaco Johannes Hinterholzer; y el barítono alemán Johannes Held. Piénsese en cualesquiera combinaciones posibles de estos instrumentos y prácticamente todas ellas han encontrado reflejo en la densa y ambiciosa programación de estos días.
Conviene detenerse brevemente en el tradicional concierto inaugural celebrado en el Centro Cultural de Svolvær del pasado lunes para hacerse una idea de la filosofía del festival. Como no podía ser de otra manera siendo Várjon este año la principal mente rectora, el programa se abrió con ocho de las Canciones campesinas húngaras de Béla Bartók interpretadas por él mismo. A continuación, el tercer movimiento del Trío op. 11 de Beethoven (el primero de muchos guiños a la edición de 2020, que también hubo de suprimirse) en la versión original con clarinete. Después, la Elegía núm. 1 de Giovanni Bottesini, una de las Romanzas op. 22 de Clara Schumann y Scaramouche, para dos pianos, de Darius Milhaud. Tras el intermedio, el movimiento lento del Cuarteto op. 54 núm. 2 de Haydn, un Lied de Franz Liszt, las Seis Bagatelas op. 97 de Sibelius, cuatro de las Danzas húngaras de Brahms (para piano a cuatro manos) y, de nuevo Hungría, pero esta vez de vuelta al siglo XX, los dos últimos movimientos del Sexteto op. 37 de Ernő Dohnanyi, que supieron a poco y que dejaron al final con ganas de haber podido escuchar la obra completa. ¿Cuántas de estas músicas pueden disfrutarse habitualmente en las salas de concierto? Pues estas cartas credenciales, aquí resumidas o esbozadas casi en un solo concierto, fueron las mismas que han ido desplegándose, isla tras isla, iglesia tras iglesia, día tras día, hasta una secuencia de parecidas características, sin bien de un cariz mucho más informal, en la clausura del sábado por la tarde.
Es imposible dar cuenta, siquiera resumidamente, de todo lo escuchado estos días, pero sí que pueden apuntarse algunos elementos reseñables. En el primero de los dos únicos recitales pianísticos stricto sensu programados estos días, Shai Wosner se enfrentó a una de las sonatas para piano más concisas de Beethoven, la op. 79, y a su última gran composición para su instrumento, las Variaciones Diabelli. La versión de la op. 120 debió de ser una de las más rápidas de las que hay noticia (por debajo de los cincuenta minutos, aun respetando todas las repeticiones), al tiempo que una de las más originales, ya que Wosner propuso una interpretación rabiosa, casi violenta a ratos, apremiante, nerviosa, eléctrica, con el humor sustituido casi por completo por la dialéctica y por un desbocamiento casi generalizado. Dedos le sobran para permitirse tempi semejantes y su propuesta, un dechado de coherencia a partir de unos presupuestos personalísimos, e influida quizá por el estado de ánimo del momento, dejó el aire de la iglesia de Henningsvær plagado de interrogantes.
Muy diferente fue el planteamiento de Dénes Várjon en su interpretación esa misma tarde, en la iglesia de Buksnes, de una de las cimas del repertorio pianístico: la Fantasía op. 17 de Schumann. Precedida, con excelente criterio, de An die ferne Geliebte (citada expresamente por el autor de Genoveva al final del primer movimiento: Clara era aún su “amada lejana”), un lujo normalmente inaccesible en cualquier sala de conciertos, Várjon planteó una versión de intensidad creciente, impecable técnicamente, rebosante de energía en el segundo movimiento y con el aliciente añadido de recuperar al final del tercero la cita de la melodía del primer Lied del ciclo beethoveniano: esa fue justamente la idea original —luego descartada— de Schumann, como puede verse en un manuscrito que se encuentra justamente en la Biblioteca Széchényi de Budapest. Resulta discutible si tiene sentido recuperar aquella Urfassung desechada o no, pero, de tenerlo, es sin duda en un caso como este, cuando la Fantasía se ha visto precedida específicamente de una interpretación del ciclo de Beethoven. En la segunda parte, Várjon volvió a dejar constancia de su inmensa clase tocando la exigentísima parte de piano de la Sonata núm. 9 de Beethoven, que también escuchamos en Rosendal a Antje Weithaas y Enrico Pace. Aquí el violinista fue Arvid Engegård, que da nombre a su propio cuarteto, un instrumentista con unas condiciones extraordinarias y que, en pocos compases, es capaz de ofrecer dos caras tan diferentes que cuesta asociarlas al mismo intérprete. Junto a momentos extraordinarios —por sonido, por fraseo, por técnica, por musicalidad, por intuición—, otros sorprenden negativamente por desastrados, descuidados, poco trabajados. Está claro que Engegård confía en su inmensa facilidad para tocar y superar casi cualquier obstáculo, pero eso a veces no lo es todo.
Paul Lewis tiene una conexión especial con Beethoven y así lo ha demostrado durante toda su carrera. El pianista de Liverpool tocó el martes por la noche en la iglesia de Borge una Sonata op. 13 que fue el reverso perfecto de la lectura caprichosa y desnortada que ofreció Víkingur Ólafsson en Rosendal de esta misma obra. Valiente, sabiendo definir muy bien el territorio en cada uno de los tres movimientos, confiriendo todo su valor expresivo a los silencios, fue la primera de sus tres grandes incursiones beethovenianas de esta semana, completadas con una versión camerística del Concierto núm. 4 y una lectura incandescente de la Sonata op. 57. De aspecto eternamente juvenil, Lewis jamás se estrella, como le ha sucedido y sigue sucediendo a tantos grandes de su instrumento, contra el muro del compositor de Bonn. Él lo entiende, se mimetiza con sus diferentes estilos, habla su mismo lenguaje y nos atrapa irremediablemente con la veracidad y la hondura de sus versiones.
La presencia de un cuarteto de instrumentos de viento ha permitido la escucha de obras infrecuentes, como los Quintetos con piano de Mozart (con Roman Rabinovich al piano) y Beethoven (con Dénes Várjon), el Octeto de Schubert (con el Cuarteto Engegård) o el poco escuchado Concertino de Leoš Janáček, una obra genial desde el primer hasta el último compás, la última aparición estelar de Dénes Várjon. Marco Postinghel, fagotista de la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera, una de las grandes formaciones europeas, ha dejado muestras de su liderazgo, aunque Johannes Hinterholzer se ha revelado asimismo como un formidable trompista y el joven Vicent Montalt (solista de oboe y corno inglés de la Orquesta de Stavanger, aquí en Noruega) ha sabido estar a la altura de sus ilustres colegas, a pesar de haber tenido que viajar a las Lofoten literalmente en el último minuto y sin posibilidad de preparación previa. En solitario, sus tres Romanzas op. 94 de Schumann (con Dénes Várjon) sirvieron para confirmar su gran clase. Otra española, Laura Custodio Sabas, formada en Londres, se ha incorporado recientemente como segundo violín del Cuarteto Engegård y en sus numerosas intervenciones ha causado asimismo una excelente impresión. Fuera del repertorio cuartetístico, tocó el jueves en la Catedral de Lofoten una modélica parte de violín del Trío K. 542 de Mozart, con Dénes Várjon al piano y su colega de cuarteto, Jans Clemens Carlsen, al violonchelo.
Ryoma Takagi, triunfador en el Concurso Grieg de 2018, y Roman Rabinovich, primer premio en el Concurso Rubinstein diez años antes, se han enfrentado a puntales virtuosísticos como los Cuadros de una exposición de Músorgski (el primero) y los Estudios op. 10 de Chopin (el segundo), además de formar parte de varias combinaciones camerísticas. Escuchándolos tocar a semejante nivel, se cobra conciencia de lo difícil que es llegar a lo más alto en un ámbito donde la competencia es feroz y la suerte desempeña un papel crucial. Pero ha sido Dénes Várjon, omnipresente día tras día, el que ha mostrado una versatilidad y un dominio de todos los repertorios, de Mozart a Bartók, que lo encumbran como el gran héroe de esta edición del festival, no solo por su responsabilidad en la programación, sino por su excelencia sobre el escenario, ratificada en el concierto de clausura del sábado por la tarde en la iglesia de Buksnes, una sucesión de pequeñas piezas que no figuraban en el programa impreso y que revelaban los propios músicos. Pero también aquí hubo desigual interés, y en lo más alto del podio volvió a situarse Varjón con la interpretación de tres canciones folclóricas de Béla Bartók. Justo a continuación llegó el momento más emotivo, cuando Iván Zavgorodniy tocó al contrabajo una canción popular ucraniana que se ha convertido en la música de despedida de todos los muertos durante la invasión rusa. Y también hubo lugar para la risa, como cuando Johannes Hinterholzer tocó el primer movimiento del Concierto para Alphorn de Leopold Mozart con un improvisado instrumento consistente en un trozo de manguera con una boquilla de trompa en un extremo y un embudo de plástico a modo de pabellón en el otro.
Quedarán largo tiempo en el recuerdo de lo mucho y bueno escuchado estos días en las islas Lofoten la suite de Ma mère l’oye de Ravel tocada por Dénes Várjon e Izabella Simon (cuesta imaginarla traducida con más sensibilidad o mayor entendimiento entre los dos pianistas), los Contrastes de Béla Bartók (con el pianista húngaro, su compatriota Csabas Klenyán y Arvid Engegård, un violinista ideal para una obra así, inmortalizada por Benny Goodman, Josef Szigeti y el propio Bartók), el Hommage à R. Sch. de Kurtág (con ese misterioso golpe de bombo final), el último Liszt cuasiatonal (Schaflos! Frage und Antwort y La lugubre gondola) al que dio vida Izabella Simon mientras el sol, apenas presente estos días, entraba aún con fuerza por la ventana a las once de la noche en la iglesia de Henningsvær, o el originalísimo recital en solitario de Kathryn Scott, un dechado de originalidad que incluyó una sucesión de piezas —partes de un rompecabezas perfectamente concebido y armado— de Louis Vierne, Ernesto Lecuona, Lili Boulanger, Francis Poulenc, Philip Glass, Georg Gershwin, Graham Fitkin o un virtuosístico estudio de Earl Wild a partir de The Man I Love, del propio Gershwin. Y poder escuchar en varias ocasiones a los integrantes del Cuarteto Mode invitaba una y otra vez a pensar que no todo está perdido. Que cuatro excelentes instrumentistas jóvenes noruegos quieran consagrar su vida profesional al cuarteto de cuerda, lo que supone altísimas exigencias, constante sacrificio y bajísimas remuneraciones, es lo más parecido a un rayo de esperanza en un verano lleno de incendios, humo, cenizas y negros nubarrones en el horizonte.
Rosendal y Lofoten se han sobrepuesto como han podido a la terrible crisis de público de este verano que están acusando todos los festivales, grandes y pequeños, como consecuencia de la galopante inflación, la incertidumbre política, el caos aeroportuario generalizado, las constantes cancelaciones de vuelos de resultas de las huelgas en las compañías aéreas y, por supuesto, la Covid, que sigue haciendo estragos por doquier y que ha cambiado sustancialmente los hábitos de asistencia a espectáculos en vivo de los aficionados. Pero si hay festivales que requieren apoyo, son justamente estos proyectos pequeños, idealistas, ilógicos casi, que consiguen llevar la mejor música a lugares remotos, a las últimas fronteras, sin formalidades, pero con rigor y entusiasmo. Si solo sobrevivieran los festivales del oropel y el relumbrón patrocinados por las grandes fortunas, entonces sí que estaría ya todo perdido.
TITULO: Cachitos de hierro y cromo - Alba Reche: “La terapia es lo mejor que me ha pasado en mi vida” ,. . Martes - 4 - Octubre,.
El martes - 4 - Octubre a las 22:30 horas por La 2, foto,.
Alba Reche: “La terapia es lo mejor que me ha pasado en mi vida”,.
La exconcursante de ‘Operación Triunfo’ inicia la gira de su segundo disco, ‘La pequeña semilla’, con el que no olvida sus orígenes, los temas sociales ni los motivos que la llevan a hacer música,.
Es muy probable que Alba Reche (Elche, Alicante, 23 años) no lea esta entrevista ni los comentarios que pueda originar. Es algo que evita hacer por temor a perder su naturalidad: “No me quiero intoxicar de opiniones ajenas sobre lo que soy porque, al final, voy a empezar a hacer lo que le guste a la gente”. Así que como seguramente la cantante no eche un vistazo a las siguientes líneas, se puede decir en positivo que esta exconcursante de Operación Triunfo muestra durante la conversación con EL PAÍS un saber estar, una madurez y una oratoria que muchos compañeros de profesión envidiarían.
Su carrera no ha hecho más que empezar. Quedó en segunda posición en la edición de 2018 del programa de Gestmusic y ya tiene dos discos en el mercado: Quimera y La pequeña semilla. Hace unos días dio un gran concierto en la sala La Riviera, en Madrid, una gira con la que recorrerá otras ciudades españolas como Barcelona, Valencia y Las Palmas de Gran Canaria, a la espera de confirmar más fechas. Hace unos días, se encontraba en los estudios Metropol ultimando detalles para los conciertos. Revela entre risas que “está siendo un día raro” y como tiene una canción favorita en función de su estado de ánimo escoge en esta ocasión La dignidad: “Habla de por qué estamos aquí, de por qué queremos hacer música y de cómo queremos que nos tomen cuando hacemos música”. Es un tema que también aborda la importancia de las raíces: “Tampoco hay que enraizarse, pero no hay que olvidarse de los orígenes. Hay que estar siempre agradecido de lo que te ha hecho llegar hasta aquí,.
Sus orígenes se hallan en Elche. Eligió su ciudad natal para hacer su primer concierto como solista, alejada ya del concurso de televisión. Fue en diciembre de 2019 y reconoce que disfrutó como una niña, emocionada por la energía que el público desprendió aquella noche: “Estaba histérica. Pero también te digo: mejor eso en casa que en cualquier otro lado”. Además, le tiene un cariño muy especial a Valencia, ciudad a la que se mudó cuando inició sus estudios de Bellas Artes. La canción Flor alta es un reflejo de aquella etapa que supone el comienzo de la vida adulta y que considera la más feliz. “Fue cuando empecé a construir realmente mi personalidad, libremente, sin ningún tipo de juicio. Es como cuando sales del pueblo. Creo que la gente que hemos salido del pueblo lo entendemos”, expresa riéndose.
Ahora también es feliz; e incluso algo más. “Conmigo misma sí que estoy mejor que por aquel entonces. He aprendido muchas más cosas y me encuentro mejor en cuanto a las conversaciones que tengo en mi cabeza y a lo que quiero hacer con mi vida”, defiende la cantante, que habla sin tapujos del cuidado de la salud mental. Lleva años acudiendo al psicólogo —“La terapia es lo mejor que me ha pasado en mi vida”, sostiene—, ha hablado en varias ocasiones de que lo necesitó tras su paso por OT y considera que debería ser un servicio público.
No tiene miedo a mostrarse vulnerable y eso se evidencia en sus composiciones, como en Los cuerpos, canción en la que colabora con el dúo Fuel Fandango, donde busca un espacio libre que la aleje de las críticas y las opiniones. “A veces soy un poco inconsciente y me lo recuerdan. Habla un poco de: ‘Estoy bien. No hace falta que me recuerdes que puede ir mal”, explica.
Asimismo, en su último trabajo se encuentran voces como las de Çantamarta y Cami. Con la cantante chilena comparte Que bailen, un tema que nace después de las revueltas en el país latinoamericano. Ambas coinciden en la defensa del feminismo y Reche es una persona que habla con soltura del tema, aunque exhibe una sonrisa modesta cuando se le hace dicha afirmación. Pero no cualquiera es autora del prólogo de Mitos de la transgresión femenina, libro escrito por Alfredo Arias. Eso sí, no duda en admitir lo siguiente: “El feminismo me ha servido para construirme y me ha ayudado a nivel vital, social y de todo. Estructuralmente, a mí me ha cambiado la vida a mejor”.
Empezó a informarse con más ahínco cuando comenzó el Bachillerato y formó parte de colectivos feministas durante su época universitaria, pero es consciente de que en los últimos años hay cierto postureo respecto a este movimiento. Pese a ello, consigue ver el lado positivo: “Al final creo que el mensaje va a calar de alguna forma, y tampoco vamos a parar una cosa que se ha hecho global. Prefiero que sea global a que seamos las tres pavas que hablaban sobre feminismo”. Pero añade: “También implica tener una conciencia que hay que trabajar para tenerla y eso es algo que no hay que olvidar”.
Esa suma sin conocimiento se da igualmente en el apoyo al colectivo LGTBI, pero lo que más molesta a Reche es que las empresas y los medios de comunicación se acuerden de ellos solo en el mes del Orgullo. “No puedes querer que los referentes LGTB del momento formen parte de tus campañas publicitarias y que cuando asesinan a un chaval por un crimen homófobo no digas nada al respecto. Si te posicionas para un momento, te posicionas todo el rato”, opina la cantante en referencia al caso de Samuel Luiz.
Reche pertenece al colectivo y afirma haber sufrido ataques por ello. Más pausada y algo incómoda relata: “Me acuerdo que cuando tenía novia en el pueblo, nos paró un coche y empezó a decirnos de todo. Pero prefiero ni acordarme de eso”. Asimismo, las redes sociales son un coladero de insultos y críticas, desde la sexualización por parte de hombres hasta el poner en cuestión su orientación dependiendo de con quién esté.
Algunas de sus letras tratan de concienciar sobre estos asuntos sociales, como Lux, de su primer disco, que aborda la violencia machista. “Intento que las canciones salgan lo más natural posible en cuanto a lo que pienso. Hay varias que hablan sobre eso porque para mí era necesario en ese momento desfogarme de alguna cosa”. Y concluye: “Creo que al final llegan mensajes a través de ellas y quien quiera escuchar, escuchará”.
TITULO: Locos por las motos - Póquer de Pecco Bagnaia en el GP de San Marino,.
Póquer de Pecco Bagnaia en el GP de San Marino,.
foto / El italiano de Ducati adelanta a Aleix Espargaró (6º) en la clasificación del campeonato y acecha al líder Quartararo (5º) después de lograr su cuarta victoria consecutiva, la sexta del año,.
Pecco Bagnaia logró lo nunca visto sobre una Ducati con su victoria en el GP de San Marino, la cuarta consecutiva para él y la sexta de la temporada. “Buf, ¿ninguno?”, resopló al conocer su histórico dato. Ni Casey Stoner ni Andrea Dovizioso, tampoco otros grandes, habían logrado un póquer de triunfos encima de la Desmosedici. “Sigo diciendo lo mismo, no quiero que me sitúen en su categoría, quiero llegar a su nivel algún día”.
El puntal italiano de la fábrica de Borgo Panigale, polémico por lucir un casco especial en honor a Dennis Rodman –”Como él, quiero romper el molde sobre la pista, y no lo elegí por sus acciones fuera”, se defendía al ser preguntado por las condenas por violencia machista, abuso sexual y conducción bajo los efectos del alcohol que pesan sobre el exjugador de baloncesto–, tuvo que sudar la gota gorda ante el acoso de su próximo compañero de equipo. Enea Bastianini no pareció haber recibido ninguna orden de la marca y apretó hasta la misma línea de meta. 34 milésimas separaron al ganador del segundo, que tuvo que cortar gas en la última vuelta cuando intentó rebasar a su teórico líder de filas para evitar la tragedia. El podio en Misano, la carrera de casa para la Bestia, lo completó un Maverick Viñales que cada día está más cómodo encima de la Aprilia.
Su compañero, Aleix Espargaró, no encontró el mismo ritmo que el de Roses y se tuvo que conformar con una sexta plaza que le sabrá a poco ahora que Bagnaia ya le supera en la tabla de puntos. El italiano también recortó un buen número de puntos sobre Fabio Quartararo, que superó en una maniobra al límite al de Granollers y terminó por conformarse con una quinta plaza de mérito ante el festival de las fábricas locales. En las últimas cuatro carreras, el referente del escuadrón de Ducati ha recortado 61 puntos al vigente campeón, que se sabe frágil ante el subidón del piloto turinés. La distancia del líder sobre su máximo perseguidor es ahora de 30 puntos, mientras que el de Aprilia se sitúa a 33, aunque con algo de resignación por su parte: “Las Ducati van rápidas hasta sin querer”.
Fueron ellas las que marcaron la tónica de una carrera de tiralíneas, con los supervivientes de las primeras vueltas –hasta seis caídas en dos giros, con mala suerte para Pol Espargaró, que se dolió de la muñeca tras ser embestido– siguiéndose en trenecito gran parte de la prueba. Viñales tuvo que renunciar al ritmo de sus acompañantes en el podio en las vueltas finales, cuando la moto de Noale ya no pudo aguantar a las referencias del campeonato. Luca Marini, el hermano del ídolo local, el retirado Valentino Rossi, fue cuarto y pudo repetir su mejor resultado en la categoría, logrado hace un par de semanas en el GP de Austria.
En uno de sus peores fines de semana sobre la Ducati, Jorge Martín terminó noveno después de haber sido apeado de la moto de fábrica en beneficio de Bastianini. Àlex Rins, con la Suzuki, logró una séptima plaza de mérito. Con Marc Márquez viendo los toros desde la barrera, su hermano Àlex fue décimo y la mejor Honda antes del test vital del martes, en el que participará el octocampeón del mundo. Raúl Fernández, ya con su futuro asegurado, se marcó una de sus mejores carreras con la KTM satélite quedando en la 13ª posición, justo por detrás de otro de los grandes protagonistas del fin de semana.
En el último Gran Premio de su trayectoria, Andrea Dovizioso se despidió entre los vítores del público con una modesta pero satisfactoria 12ª posición, su segundo mejor resultado del curso. Después de 345 pruebas, 24 victorias y 103 podios, el de Forlí disfrutó de su adiós cerca de casa y hasta organizó una fiesta por la noche donde invitó al paddock de MotoGP entero. Con él, posiblemente, se fue también del Mundial uno de los técnicos más exitosos y experimentados, el español Ramón Forcada (Moià, 1957), tres veces campeón del mundo en los años dorados de Jorge Lorenzo, no tiene equipo para la próxima temporada
Alonso López se estrena
El madrileño de 20 años, que se incorporó con la temporada de Moto2 ya arrancada, consiguió su primera victoria mundialista al dominar de cabo a rabo y vencer por delante de Arón Canet y Augusto Fernández, que recuperó con su tercer puesto el liderato del Mundial. El triunfo de López fue el primero para él en cinco años y también el primero para Boscoscuro, su equipo, desde 2018. El último ganador con ellos había sido Fabio Quartararo. En la categoría pequeña, Dennis Foggia ganó en casa por delante de Jaume Masià e Izan Guevara, que aprovechó el nefasto día de su compañero en el Aspar, Sergio García –descalificado–, para recuperar la cabeza de la tabla.
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