El Paisano - Aínsa,.
Jorge Cadaval, de Los Morancos, se estrena como 'El Paisano' en Aínsa,.
Viernes -1- Mayo a las 22:10 horas en La 1, fotos.
El integrante del mítico dúo de humor Los Morancos coge el testigo de Eva Hache en las nuevas entregas de El Paisano,
para seguir descubriendo la pluralidad y riqueza de algunos de los
miles de pueblos que forman el territorio español de la mano de sus
vecinos. Jorge Cadaval se monta en el coche naranja para emprender su viaje en Aínsa (Huesca), localidad a la que le seguirán Ezcaray (La Rioja), Arties (Lérida) y Mojácar (Almería).
El programa sigue descubriendo divertidas historias del día a día de los pueblos. Tras pasar 48 horas en cada localidad,
el humorista hará reír a los habitantes del pueblo y los espectadores
con un monólogo sobre las experiencias y emociones vividas de la mano de
los lugareños, en el que reflejará a sus gentes y sus historias.
Jorge Cadaval llega a Aínsa
La primera parada del nuevo paisano será en la provincia de Huesca, en la localidad de Aínsa. Un paraje natural lleno de gente singular. Allí coincidirá con Amadeo, que le enseñará que, en estos lindes, con la exclamación “¡Co!” es suficiente para entrar en las casas de los vecinos. Paseando por el pueblo se encontrará con Ángel, quien le convencerá para que le ayude a abrir un nuevo sendero.
También conocerá a las chicas del equipo de fútbol, unas maestras del balón. Jorge se dejará sorprender por Pedro y Pascual:
el primero le enseñará a convertirse en un folio arrugado y el segundo
intentará convencerle de que los alienígenas están entre nosotros.
No faltará la imprescindible visita al Parque Nacional de Ordesa. Alberto le acompañará por los rincones más auténticos, salvajes y pintorescos.
Como en cada visita, el humorista se despedirá de los vecinos del pueblo con un monólogo en el que contará de la forma más divertida su experiencia durante su estancia en Aínsa.
TITULO: VACACIONES - EUROPA DE PELICULA -Siete regalos extremeños para el Día de la Madre,.
Siete regalos extremeños para el Día de la Madre,.
Te sugerimos varias propuestas con descuento de Oferplan y envío a domicilio para demostrar tu cariño en un día tan especial,.
Para enviar un mensaje de amor, Oferplán ha preparado un especial de propuestas con algunas sugerencias para regalar productos y servicios de proximidad, hechos en Extremadura. La mejor manera de expresar nuestro amor y cariño a una persona tan especial.
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TITULO: Lazos de sangre - El lenguaje de la pandemia ,.
El miercoles -29- Abril a las 21:30 por La 1, foto,.
El lenguaje de la pandemia,.
Palabras para un momento histórico. La crisis sanitaria ha puesto en circulación un importante volumen de términos nuevos y expresiones extrañas cuando no incorrectas,.
Nada pone tan de manifiesto la degradación del lenguaje público como una crisis mundial. Desde hace semanas, los periódicos, las radios y las televisiones se han infectado de una retórica belicista, convirtiendo
a los médicos en generales y a los enfermeros en soldados, tratando a
las personas que mueren por complicaciones derivadas del contagio del
virus como víctimas de una gran batalla que todos estuviéramos librando
contra el enemigo invisible.
Muchos incluso proclaman que ha estallado la tercera guerra mundial, satisfechos de poder pronunciar al fin un titular tan rotundo, original y ansiado. Otros afirman casi emocionados que estamos viviendo “la guerra de nuestra generación”, como si haber vivido setenta años en paz fuera una anomalía que finalmente estuviera siendo subsanada. Nadie, por supuesto, pone en duda la gravedad de la situación y la necesidad de concienciar a la gente de la importancia de su responsabilidad individual, sobre todo en los países donde rige la democracia, pero hablar de guerra supone inflamar el lenguaje de un modo innecesario y peligroso, puesto que las palabras suelen alumbrar aquello que incuban.
En las presentes circunstancias, lo último que deberíamos hacer, sobre todo aquellos que trabajamos con el lenguaje, es tocar los tambores de guerra, desviando la atención de algo que tiene un nombre propio --pandemia-- y que requiere un tratamiento informativo y analítico particular, racional y cauteloso. La imaginación pública parece infestada por un empacho de películas, series y otras depauperadas formas de representación con las que se pretende reducir a la población mundial a la condición de espectadores infantiles de una idea cada vez más simple del peligro y el horror.
La analogía con los nazis y el recuerdo exaltado de los discursos de Churchill es ya un tópico para tratar de animar a la ciudadanía, como si no fuéramos lo suficientemente adultos para saber distinguir entre una guerra contra el totalitarismo y una emergencia sanitaria de consecuencias todavía muy difíciles de aventurar.
Como ha estudiado Adán Kovacsics en su excelente ensayo Guerra y lenguaje (2007), la Primera Guerra Mundial fue también la consecuencia de una movilización de las palabras, que el gobierno austríaco puso a trabajar a favor de la propaganda bélica, tratando de crear una masa compacta a su servicio y banalizando la muerte hasta extremos insoportables. No sólo los periodistas, sino también los poetas, los dramaturgos y los novelistas contribuyeron al bombardeo de tópicos, loas y soflamas con que se arrasó el pensamiento y se acabó provocando una matanza en la que además se experimentó con nuevas armas químicas.
Algunos llevaban décadas codiciando una guerra de caballeros sin saber que les esperaba el infierno de las trincheras y los obuses. Frente a ello, en los primeros meses de la guerra, Karl Kraus, el gran polemista y editor de la revista Die Fackel, que prácticamente escribía él solo, de pronto calló, oponiendo a aquella cháchara toda la fuerza moral de un silencio que sólo rompió para justificarlo públicamente. El 19 de noviembre de 1914, en el Konzerthaus de Viena, Kraus pronunció un discurso impresionante, como todos los suyos. Se tituló En esta gran época, una frase que aquellos días no dejaban de repetir todos los periódicos, un eufemismo para referirse a la guerra y el honor que suponía participar en ella:
“En esta gran época que conocí cuando era aún pequeña; que volverá a empequeñecer si le queda tiempo para ello [...]; en esta época seria que se moría de risa ante la posibilidad de volverse seria; que, sorprendida por su tragedia, trata de divertirse y que, pillándose en flagrante, busca las palabras; en esta época ruidosa que retumba por la horrenda sinfonía de los actos que generan informaciones y de las informaciones que provocan actos: en esta época no esperen ustedes de mí ni una palabra propia. Ninguna salvo esta, a la que el silencio resguarda aún de falsas interpretaciones. Demasiado hondo se asienta en mí el respeto a la [...] subordinación del lenguaje a la desdicha. En los reinos de la falta de imaginación, donde el ser humano muere de inanición anímica sin llegar a sentir el hambre del alma, donde las plumas se sumergen en sangre y las espadas en tinta, resulta obligado hacer aquello que no se piensa, pero aquello que sólo se piensa resulta inefable. No esperen ustedes de mí una palabra propia. Tampoco sabría decir una nueva; porque es muy grande el ruido en el cuarto en el que uno escribe, y no hemos de decidir ahora si proviene de animales o de niños o solamente de morteros. Quien alienta las acciones, profana la palabra y la acción y es doblemente despreciable. La vocación a ello no se ha extinguido. Los que ahora nada tienen que decir, porque la acción tiene la palabra, siguen hablando. Quien tenga algo que decir, ¡que dé un paso adelante y calle!”
Muchos años más tarde, en 1976, Elias Canetti, que en su juventud se había formado bajo el hechizo verbal de Kraus, pronunció en Múnich un discurso titulado La profesión de escritor en el que recordaba cómo le había indignado, en agosto de 1939, la frase de cierto escritor ya olvidado que decía: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor debería poder impedir la guerra”. Al principio, Canetti consideró aquella afirmación vanidosa y ridícula, pero luego ya no podía quitársela de la cabeza, hasta que terminó por concluir que aquel hombre tenía toda la razón:
“Cabría recordar aquí que también fueron ciertas palabras, una serie de palabras recurrentes empleadas en forma consciente y abusiva, las que causaron esa situación de inevitabilidad de la guerra. Si eso pueden provocar las palabras, ¿por qué no pueden impedir otro tanto? No es extraño que quien frecuenta las palabras más que otros también espere más de sus efectos que otra gente”.
Como solía recordar Ferlosio glosando a Homero, el hierro atrae al hombre. El espíritu agonístico es uno de los principales rasgos de nuestra condición y, en cuanto se presenta la oportunidad, nos apresuramos a ponernos en posición de ataque, deslumbrados, como Aquiles, por el filo de la espada que asoma entre los vestidos de Ulises. Se habla de guerra estos días por el horror vacui que está produciendo la pandemia. Nadie sabe cómo va a evolucionar ni qué consecuencias va a tener. Tampoco hay aún un consenso científico acerca de la enfermedad, sobre cuáles son sus orígenes y sobre cómo va a comportarse en los próximos meses. Ante ese mar de incertidumbre, la imaginería bélica se convierte en una manera de construir un sentido colectivo que pueda incluso aliviar el dolor por la muerte de tantos conciudadanos, convirtiéndoles en las inevitables bajas que causa toda guerra y arrullando la mente en el indiferencia. De la misma manera, se despoja de su dignidad laboral a los profesionales de la medicina apelando a su sacrificio por la empresa común contra el enemigo de rostro oculto.
Como no hay guerra sin patria, la retórica belicista ha venido acompañada de un resurgir del nacionalismo en todo el mundo. La Unión Europea vuelve a levantar fronteras. Trump llama a guerrear contra el virus chino. Torra exige el confinamiento de Cataluña para conseguir al menos una independencia vírica, mientras algunas voces soberanistas ya han asegurado que con una república habría menos muertos catalanes. Es la misma miseria moral que anima a Ponsatí y Puigdemont a celebrar los muertos madrileños. Con el deporte suspendido, el agón pugna por aparecer con toda su épica barata o abyecta, dependiendo de quien la promueva. El nacionalismo es una perpetua movilización del alma que aprovecha cualquier circunstancia para agitar su bandera.
Pero quizá la razón más poderosa para denunciar la generalización del lenguaje belicista estriba en atreverse a detectar el consentimiento de muerte que entraña. “Algún día”, escribió Canetti, “resultará evidente que con cada muerte los hombres se hacen peores”. En estos días negros, mientras aguzamos el oído en el compás de espera de la vacuna, son muchos los interrogantes científicos y filosóficos que, como ciudadanos y como especie, se nos están despertando, pero, antes que nada, toda nuestra fuerza debería estar dedicada a pronunciar el más rotundo, vibrante y atronador sí a la vida, contra las guerras, las enfermedades y la muerte.
Muchos incluso proclaman que ha estallado la tercera guerra mundial, satisfechos de poder pronunciar al fin un titular tan rotundo, original y ansiado. Otros afirman casi emocionados que estamos viviendo “la guerra de nuestra generación”, como si haber vivido setenta años en paz fuera una anomalía que finalmente estuviera siendo subsanada. Nadie, por supuesto, pone en duda la gravedad de la situación y la necesidad de concienciar a la gente de la importancia de su responsabilidad individual, sobre todo en los países donde rige la democracia, pero hablar de guerra supone inflamar el lenguaje de un modo innecesario y peligroso, puesto que las palabras suelen alumbrar aquello que incuban.
En las presentes circunstancias, lo último que deberíamos hacer, sobre todo aquellos que trabajamos con el lenguaje, es tocar los tambores de guerra, desviando la atención de algo que tiene un nombre propio --pandemia-- y que requiere un tratamiento informativo y analítico particular, racional y cauteloso. La imaginación pública parece infestada por un empacho de películas, series y otras depauperadas formas de representación con las que se pretende reducir a la población mundial a la condición de espectadores infantiles de una idea cada vez más simple del peligro y el horror.
La analogía con los nazis y el recuerdo exaltado de los discursos de Churchill es ya un tópico para tratar de animar a la ciudadanía, como si no fuéramos lo suficientemente adultos para saber distinguir entre una guerra contra el totalitarismo y una emergencia sanitaria de consecuencias todavía muy difíciles de aventurar.
Como ha estudiado Adán Kovacsics en su excelente ensayo Guerra y lenguaje (2007), la Primera Guerra Mundial fue también la consecuencia de una movilización de las palabras, que el gobierno austríaco puso a trabajar a favor de la propaganda bélica, tratando de crear una masa compacta a su servicio y banalizando la muerte hasta extremos insoportables. No sólo los periodistas, sino también los poetas, los dramaturgos y los novelistas contribuyeron al bombardeo de tópicos, loas y soflamas con que se arrasó el pensamiento y se acabó provocando una matanza en la que además se experimentó con nuevas armas químicas.
Algunos llevaban décadas codiciando una guerra de caballeros sin saber que les esperaba el infierno de las trincheras y los obuses. Frente a ello, en los primeros meses de la guerra, Karl Kraus, el gran polemista y editor de la revista Die Fackel, que prácticamente escribía él solo, de pronto calló, oponiendo a aquella cháchara toda la fuerza moral de un silencio que sólo rompió para justificarlo públicamente. El 19 de noviembre de 1914, en el Konzerthaus de Viena, Kraus pronunció un discurso impresionante, como todos los suyos. Se tituló En esta gran época, una frase que aquellos días no dejaban de repetir todos los periódicos, un eufemismo para referirse a la guerra y el honor que suponía participar en ella:
“En esta gran época que conocí cuando era aún pequeña; que volverá a empequeñecer si le queda tiempo para ello [...]; en esta época seria que se moría de risa ante la posibilidad de volverse seria; que, sorprendida por su tragedia, trata de divertirse y que, pillándose en flagrante, busca las palabras; en esta época ruidosa que retumba por la horrenda sinfonía de los actos que generan informaciones y de las informaciones que provocan actos: en esta época no esperen ustedes de mí ni una palabra propia. Ninguna salvo esta, a la que el silencio resguarda aún de falsas interpretaciones. Demasiado hondo se asienta en mí el respeto a la [...] subordinación del lenguaje a la desdicha. En los reinos de la falta de imaginación, donde el ser humano muere de inanición anímica sin llegar a sentir el hambre del alma, donde las plumas se sumergen en sangre y las espadas en tinta, resulta obligado hacer aquello que no se piensa, pero aquello que sólo se piensa resulta inefable. No esperen ustedes de mí una palabra propia. Tampoco sabría decir una nueva; porque es muy grande el ruido en el cuarto en el que uno escribe, y no hemos de decidir ahora si proviene de animales o de niños o solamente de morteros. Quien alienta las acciones, profana la palabra y la acción y es doblemente despreciable. La vocación a ello no se ha extinguido. Los que ahora nada tienen que decir, porque la acción tiene la palabra, siguen hablando. Quien tenga algo que decir, ¡que dé un paso adelante y calle!”
Muchos años más tarde, en 1976, Elias Canetti, que en su juventud se había formado bajo el hechizo verbal de Kraus, pronunció en Múnich un discurso titulado La profesión de escritor en el que recordaba cómo le había indignado, en agosto de 1939, la frase de cierto escritor ya olvidado que decía: “Ya no hay nada que hacer. Pero si de verdad fuera escritor debería poder impedir la guerra”. Al principio, Canetti consideró aquella afirmación vanidosa y ridícula, pero luego ya no podía quitársela de la cabeza, hasta que terminó por concluir que aquel hombre tenía toda la razón:
“Cabría recordar aquí que también fueron ciertas palabras, una serie de palabras recurrentes empleadas en forma consciente y abusiva, las que causaron esa situación de inevitabilidad de la guerra. Si eso pueden provocar las palabras, ¿por qué no pueden impedir otro tanto? No es extraño que quien frecuenta las palabras más que otros también espere más de sus efectos que otra gente”.
Como solía recordar Ferlosio glosando a Homero, el hierro atrae al hombre. El espíritu agonístico es uno de los principales rasgos de nuestra condición y, en cuanto se presenta la oportunidad, nos apresuramos a ponernos en posición de ataque, deslumbrados, como Aquiles, por el filo de la espada que asoma entre los vestidos de Ulises. Se habla de guerra estos días por el horror vacui que está produciendo la pandemia. Nadie sabe cómo va a evolucionar ni qué consecuencias va a tener. Tampoco hay aún un consenso científico acerca de la enfermedad, sobre cuáles son sus orígenes y sobre cómo va a comportarse en los próximos meses. Ante ese mar de incertidumbre, la imaginería bélica se convierte en una manera de construir un sentido colectivo que pueda incluso aliviar el dolor por la muerte de tantos conciudadanos, convirtiéndoles en las inevitables bajas que causa toda guerra y arrullando la mente en el indiferencia. De la misma manera, se despoja de su dignidad laboral a los profesionales de la medicina apelando a su sacrificio por la empresa común contra el enemigo de rostro oculto.
Como no hay guerra sin patria, la retórica belicista ha venido acompañada de un resurgir del nacionalismo en todo el mundo. La Unión Europea vuelve a levantar fronteras. Trump llama a guerrear contra el virus chino. Torra exige el confinamiento de Cataluña para conseguir al menos una independencia vírica, mientras algunas voces soberanistas ya han asegurado que con una república habría menos muertos catalanes. Es la misma miseria moral que anima a Ponsatí y Puigdemont a celebrar los muertos madrileños. Con el deporte suspendido, el agón pugna por aparecer con toda su épica barata o abyecta, dependiendo de quien la promueva. El nacionalismo es una perpetua movilización del alma que aprovecha cualquier circunstancia para agitar su bandera.
Pero quizá la razón más poderosa para denunciar la generalización del lenguaje belicista estriba en atreverse a detectar el consentimiento de muerte que entraña. “Algún día”, escribió Canetti, “resultará evidente que con cada muerte los hombres se hacen peores”. En estos días negros, mientras aguzamos el oído en el compás de espera de la vacuna, son muchos los interrogantes científicos y filosóficos que, como ciudadanos y como especie, se nos están despertando, pero, antes que nada, toda nuestra fuerza debería estar dedicada a pronunciar el más rotundo, vibrante y atronador sí a la vida, contra las guerras, las enfermedades y la muerte.
TITULO: VUELTA AL COLE - Mussolini y sus 600 amantes,.
La amante de Mussolini que terminó perseguida por ser judía y se exilió en la Argentina,.
Margarita Sarfatti lo conoció antes de la Primera Guerra Mundial, cuando ambos eran socialistas, y más tarde lo acompañó en la fundación del fascismo. Crítica de arte y escritora, fue propagandista del régimen en todo el mundo y amante del Duce durante años. En 1938, cuando Mussolini estableció leyes discriminatorias contra los judíos similares a la de la Alemania nazi, tuvo que huir de Italia
Margherita Sarfatti
visitó Buenos Aires por primera vez en 1930. Crítica de arte y
escritora italiana con fama internacional, llegó para presentar una
exposición de pintura del movimiento Novecento, que tendría lugar en la
Asociación Amigos del Arte, de la calle Florida al 600.
El viaje, sin embargo, tenía una finalidad más política que cultural. Ya en el catálogo, Sarfatti advertía que se trataba de “una muestra de artistas jóvenes y fascistas”. Como si eso no alcanzara, había traído a la Argentina un gigantesco busto en mármol de Benito Mussolini.
Esta obra generó un conflicto, cuando el pintor argentino Emilio Petorutti -a
quien Margherita le había pedido que organizara el evento- la excluyó
de la muestra. Petorutti tomó esa decisión “no solamente por ser
Mussolini, sino por ser un trabajo repulsivo, pretencioso, glaciar, que
desentonaba con el resto de lo expuesto”, según contaría en su
autobiografía.
Cuando Margherita llegó a la Asociación Amigos del Arte, un rato antes
de la inauguración oficial, no podía creer la novedad. “La escena que se
produjo –recordaría Petorutti- fue dramática. Donna Margherita, fuera
de sí, exclamaba: ‘¡Il Duce, il mio Duce!’”.
Aunque Margherita amenazó con llevarse todo en el acto, con esfuerzo
consiguieron calmarla. Finalmente la muestra se abrió al público en la
fecha prevista, que por cierto, era muy propicia en la Argentina: 13 de
septiembre de 1930, apenas una semana después del golpe militar
filo-fascista que derrocó al presidente Hipólito Yrigoyen.
La relación de la Sarfatti con Mussolini era más que política, como casi todo el mundo sabía en Italia: ellos habían sido amantes desde mucho antes que él se convirtiera en el Duce o conductor. En Argentina, el diario La Razón lo deslizó con recato, cuando habló del “especial aprecio que el jefe de gobierno italiano profesa a la escritora”.
Primero atea y luego católica, pero siempre judía
Diez años más tarde, en agosto de 1940, Sarfatti llegó a Buenos Aires
por segunda vez, pero esta vez para quedarse y en circunstancias muy
distintas. Se había convertido en una perseguida del fascismo: una mujer judía víctima de las leyes raciales que Mussolini había instaurado en Italia en 1938, debido a su alianza con la Alemania nazi.
Margherita había nacido en 1880 en una familia judía rica de Venecia.
Su padre era un abogado y empresario que iba con regularidad a la
sinagoga y observaba el shabbat. Ella, por su lado, se había casado a
los 18 años con un activista sionista, del que enviudó en 1924. Pero
nunca le había prestado atención a sus raíces y de hecho le había dado
un gran disgusto a su padre cuando se negó a circuncidar a sus dos hijos
varones.
Desde muy joven, cuando era socialista, Margherita se había declarado atea. Y luego de 1929 -cuando Mussolini firmó con El Vaticano los célebres Pactos de Letrán- se había convertido al catolicismo, convenientemente. Todo eso no impidió que se la considerara judía y
que desde 1938 sus libros fueran retirados de circulación y que se le
impidiera trabajar, contratar empleados o hablar en público en Italia.
La Sarfatti no estaba dispuesta a soportarlo. Enseguida salió
clandestinamente del país para instalarse primero en París. Más tarde,
en agosto de 1939, escapó de Europa en uno de los últimos barcos de
pasajeros que partieron antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial
hacia Sudamérica. Allí, su primer destino fue Montevideo, donde ya
estaba viviendo su hijo, despedido en 1938 por ser judío de su puesto
como director del Banco Comercial Italiano en Turín. Sin embargo, meses
más tarde, decepcionada con la escasa vida cultural de entonces en la
capital uruguaya, Sarfatti se mudó a la Argentina.
En Buenos Aires se instaló en el elegante hotel Continental, de la
avenida Diagonal Norte. Parecía que no le iba a ser fácil adaptarse a
una ciudad donde el ambiente político e intelectual se había polarizado
por la Segunda Guerra Mundial. Ella, después de todo, era considerada
una propagandista fascista por los proaliados y era vista como una
refugiada judía por los simpatizantes del Eje.
“Una belleza que no se borra jamás de la retina”
“Margarita Sarfatti, la ex amiga de Mussolini, ha llegado a Buenos Aires” anunció la tapa del vespertino Noticias Gráficas el 27 de agosto de 1940.
Lo de “amiga” (en el texto se agregaba el adjetivo “íntima”) era, por supuesto, un eufemismo que los lectores de Noticias Gráficas
sabrían interpretar. Aunque Margherita tenía ya 60 años, conservaba
“rasgos de una admirada belleza, que no se borran jamás de la retina”,
según el periodista que la entrevistó. En aquella nota ella dijo: “Mussolini no es el mismo ¡Qué lejos está de aquellos días en que un grupo de italianos tomamos el poder!”.
No exageraba cuando decía formar parte del grupo fundacional del fascismo. Había conocido a Mussolini en Milán en 1912, cuando lo designaron director del periódico socialista Avanti, del que ella era crítica de arte. Tenía 32 años y él, 29. En 1913 comenzaron a ser amantes, a pesar de que Mussolini ya convivía con quien sería su única esposa, Rachele Guidi.
A diferencia de Guidi -entonces una joven de 22 años de origen
campesino y escasa educación- la Sarfatti se había criado en los
ambientes más refinados de Venecia y hablaba varios idiomas.
Durante la Primera Guerra Mundial, Margherita estuvo al lado de Mussolini, cuando éste se alejó de Avanti y fundó un nuevo periódico, Il Poppolo d’Italia,
junto a un grupo de socialistas que estaban a favor de la entrada de
Italia en combate. También permaneció a su lado una vez que la guerra
terminó y nació un pequeño movimiento llamado fascismo, que
sorpresivamente llegaría al gobierno en 1922.
Pero lo que hizo conocida a Margherita Sarfatti fue la publicación dos años más tarde de Dux, una biografía laudatoria de Mussolini que tuvo 16 ediciones en Italia y fue traducida a 18 idiomas. En ese libro lo presentó como el hombre predestinado a conducir a Italia a recuperar la grandeza de la antigua Roma.
“Romano
de alma y de rostro, Benito Mussolini es la resurrección del puro tipo
itálico, que vuelve a florecer a través de los siglos”, escribió Margarita en Dux.
Luego de de ese libro, Sarfatti se convirtió en un ícono del fascismo reconocido internacionalmente. En su casa de Roma recibía a los más distinguidos visitantes extranjeros, como André Malraux y George Bernard Shaw. Y en el exterior se la esperaba como una referencia para entender a un movimiento político que era mirado con interés.
En 1934, cuando viajó a Estados Unidos, pasó un fin de semana en la mansión de San Simeón del mítico magnate de la prensa, William Randolph Hearst, y tomó el té en la Casa Blanca con el presidente Franklin Roosevelt y su esposa Eleanor.
En Nueva York, Margherita habló en fluido inglés por la cadena de radio
NBC, que tenía millones de oyentes en todo el país, a quienes les
explicó que Italia había quedado sumido en la anarquía y la debacle
económica luego de la Primera Guerra Mundial y que sólo el fascismo, a través de sus programas sociales, había salvado al país de caer en el bolchevismo.
Sólo después de la alianza de Mussolini con Hitler, anunciada dos por los dictadores en la plaza del Duomo de Milán el 1º de noviembre de 1936, ella comenzó a alejarse del fascismo. Es probable que también la preferencia de Mussolini por amantes más jóvenes haya influido en el enfriamiento. De hecho, Claretta Pettaci, la mujer que sería fusilada junto al Duce en 1945, tenía nada menos que 32 años menos que Margherita.
“Los argentinos se consideran la primera nación en el mundo”
Victoria Ocampo,
gran referente intelectual de la Argentina de la época, resultó clave
para que la Sarfatti pudiera insertarse en el ambiente cultural. Aunque
estaba fuertemente identificada con la causa aliada, Ocampo presentó a
Margherita cuando ésta dio su primera conferencia literaria en Buenos
Aires, en septiembre de 1940, en el Club de Amigos del Libro Americano,
de la calle Carlos Pellegrini. Ese día Ocampo hizo una semblanza de la
oradora en la que piadosamente omitió su vínculo con el fascismo.
Rápidamente Sarfatti consiguió escribir en Argentina Libre, el principal periódico antifascista de la época, al lado de políticos como Marcelo T. de Alvear y Mario Bravo e intelectuales como Mario Rosa Oliver y Alberto Gerchunoff. Y se integró al punto que se hizo amiga de Salvadora Medina Onrubia -la viuda de Natalio Botana,
quien la invitaba a pasar tardes enteras a su casa- y participó en
reuniones culturales en las que conoció a las figuras del mundo
intelectual que visitaban Buenos Aires, como Pablo Neruda y José Ortega y Gasset.
Sus miradas ácidas sobre la Argentina y sobre los argentinos fueron volcadas en largas cartas que le enviaba a su amigo estadounidense Nicholas Murray Butler, rector de la Universidad de Columbia y ganador del Premio Nobel de la Paz en 1931.
“Los
argentinos -le escribió en junio de 1942- no tienen el menor sentido de
la medida o la proporción. Se consideran a sí mismo como la primera
nación en el mundo. ¿Por qué? Eso no lo sé yo ni ninguna otra persona en
el mundo. Odian y desprecian en especial a Brasil. También le tienen
odio y envidia a los Estados Unidos. No me digas que es la historia del
perrito ladrándole al elefante. Lo sé”.
También tenía una visión fuertemente crítica de la distribución de los recursos en la Argentina. “La gente rica -relató- hizo sus fortunas con demasiada facilidad.
Hasta 1880 o 1890, la señal de largada para cualquier amigo del partido
en el poder era: toma toda la tierra que tu caballo pueda cubrir
galopando en un día. Naturalmente, las estancias de muchos días de
galope iban a los personajes más fuertes y a los jefes. Esas
propiedades, que entonces no valían casi nada, han ido subiendo y
subiendo en valor sin ningún esfuerzo o inversión”.
A mediados de 1943, el derrumbe de Italia en la guerra ya era evidente.
Cuando las tropas aliadas desembarcaron en Sicilia y el Gran Consejo
Fascista dispuso la destitución y arresto del Duce, Margherita fue tapa del diario Crítica. “Es la mejor noticia que en estas circunstancias podía salir de Italia”, celebró.
Sin embargo, en diciembre, con el norte de Italia ocupada por los nazis, recibió la tremenda noticia de la deportación a Auschwitz de su hermana Nella, quien vivía en Venecia. Ni ella ni su marido sobrevivirían.
A esa altura la Sarfatti ya había comenzado a escribir sus memorias.
Soñaba con publicarlas en Estados Unidos, pero su nombre ya no
despertaba allí el menor interés. Se tuvo que conformar con difundirlas a
través Crítica en junio de 1945 (dos meses después del fusilamiento del líder fascista), a través de una serie de 14 artículos titulada Mussolini: Cómo lo conocí.
Lejos de cualquier autocrítica, la Sarfatti escribió que el que había cambiado era el Duce, no ella. “Mussolini fue derrotado por haber traicionado su propia bandera y convertido al fascismo en una deformación grotesca”.
Cuatro meses después, creyó ver la reencarnación del fascismo en el advenimiento del peronismo.
Desde el hotel Continental, a dos cuadras de la Plaza de Mayo, vivió el
17 de octubre de 1945 y quedó tan consternada que 3 días más tarde se
tomó un barco y se refugió en Montevideo. “Fue horrible, horrible,
horrible”, le escribió a su amigo Butler.
En julio de 1947, Margherita volvió definitivamente a Italia, en un
avión de Aerolíneas Argentinas. Allí murió en 1961, a los 81 años.
En Buenos Aires, su paso quedó en el recuerdo de quienes la conocieron. La escritora Silvina Bullrich,
por ejemplo, la mencionó durante una conferencia que dio en junio de
1977 en la Biblioteca Nacional, en la que reveló ella que se había
animado a preguntarle por la intimidad de su relación con Mussolini.
Según Bullrich, Margherita le hizo entonces una confesión: “Mussolini, como amante, no era gran cosa”.
TITULO: EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA - En la tuya o en la mía - Miercoles -6- Mayo- Para mi solo era papa,.
En la tuya o en la mía - Miercoles -6- Mayo ,.
En la tuya o en la mía', presentado por Bertín Osborne, acerca a los espectadores el lado más desconocido de personajes relevantes de diversos ámbitos. Durante aproximadamente una hora, los telespectadores tienen la oportunidad de conocer mejor al invitado y también al propio Bertín Osborne, en La 1 a las 22:30, el miercoles -6- Mayo ,etc.
EN PRIMER PLANO - A FONDO - REVISTA XL SEMANAL PORTADA ENTREVISTA -Para mi solo era papa - John Wayne ,.
Para mi solo era papa - John Wayne ,.
Que tu padre sea una superestrella no siempre es fácil.
Los hijos de John Lennon, Caitlyn Jenner, Jeff Bridges y John Wayne lo
han contado .
John Wayne,.
John Wayne - fotos,. | ||
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Información personal | ||
Nombre de nacimiento | Marion Robert Morrison | |
Otros nombres | El Duque | |
Nacimiento | 26 de mayo de 1907 Winterset, Iowa | |
Fallecimiento | 11 de junio de 1979 (72 años) Los Ángeles, California | |
Causa de la muerte | Cáncer de estómago | |
Sepultura | California | |
Residencia | Glendale | |
Nacionalidad | Estadounidense | |
Religión | Catolicismo | |
Partido político | Partido Republicano | |
Características físicas | ||
Altura | 1,93 m | |
Peso | 110 kg | |
Familia | ||
Cónyuge | Josephine Saenz (matr. 1933; div. 1945) Esperanza Baur (matr. 1946; div. 1954) Pilar Pallete (matr. 1954) | |
Pareja | Marlene Dietrich | |
Hijos | Michael Wayne (1934-2003) Mary Antonia Wayne (1936-2000) Patrick Wayne (1939) Melinda Wayne Munoz (1940) Aissa Wayne (1956) John Ethan Wayne (1962) Marisa Wayne (1966) | |
Educación | ||
Educado en | Universidad del Sur de California (Pre-law) | |
Información profesional | ||
Ocupación | Actor | |
Años activo | 1926-1976 | |
Seudónimo | John Wayne | |
Género | Wéstern | |
Discográfica | RCA Records | |
Premios artísticos | ||
Premios Óscar | Mejor actor 1969 True Grit | |
Globos de Oro | Premio Cecil B. DeMille 1966 Premio a la Trayectoria Profesional Mejor actor - Drama 1969 True Grit | |
Carrera deportiva | ||
Deporte | Fútbol americano | |
Perfil de jugador | ||
Equipo | USC Trojans football | |
Distinciones |
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Firma | ||
Web | ||
Sitio web | ||
En 1999, el American Film Institute le otorgó el lugar número 13 en su lista de las 100 Estrellas Más Grandes de Todos los Tiempos. Una encuesta Harris publicada en 2007 le otorgó el tercer lugar entre las estrellas favoritas de los Estados Unidos,3 la única estrella ya fallecida de la encuesta y a la vez, la única estrella que había estado apareciendo en ella todos los años.
Su carrera fílmica comenzó en el cine mudo en la década de 1920, pero su éxito y fama se consolidaron entre las de 1940 y 1970. Su imagen ha quedado asociada, para muchos, con el wéstern y el cine bélico, a pesar de que en realidad trabajó en muchos otros géneros (biografías, comedias románticas, dramas policíacos, aventuras, etc.).
Falleció el 11 de junio de 1979, tan sólo dieciséis días después de cumplir 72 años, a causa de un cáncer.4
Vida y carrera
Nacimiento y orígenes
La universidad
Sus primeros años estuvieron marcados por la pobreza. Duke era un estudiante bueno y popular. Alto para su edad, fue un jugador estrella de fútbol americano en la escuela secundaria de Glendale y fue reclutado por la Universidad del Sur de California (USC).En esta universidad fue miembro de los Trojan Knights y se unió a la fraternidad Sigma Chi. El joven Morrison también jugó en el equipo de fútbol americano de la universidad bajo las órdenes del legendario entrenador Howard Jones. Una lesión sufrida aparentemente mientras nadaba cortó su carrera deportiva, y también perdió su beca deportiva, por lo que no pudo finalizar sus estudios en la USC.
Sus inicios en el cine
Su primer papel como protagonista fue después de dos años de trabajo en William Fox Studios, en la película La gran jornada (The Big Trail), de 1930. El director de la película, Raoul Walsh (quien descubrió a Wayne), le dio el nombre artístico de John Wayne por el general de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos Anthony Wayne. Actores de riesgo le enseñaron a cabalgar y otras habilidades utilizadas en las películas del Oeste.
Sus primeros éxitos
La gran jornada fue el primer wéstern épico con sonido en el cual Wayne mostró sus habilidades en escena, aunque fue un fracaso comercial. Nueve años después, su actuación en La diligencia (Stagecoach) lo convirtió en una estrella. Entre tanto, realizó wésterns, los más destacados con Monogram Pictures, y series para Mascot Studios, donde hizo el rol del trasunto de D'Artagnan (teniente Tom Wayne) en la serie Los tres mosqueteros, del año 1933, que adaptaba la novela de Dumas a los tiempos modernos, convirtiendo a los mosqueteros en miembros de la legión extranjera francesa y a D'Artagnan en un piloto de los Estados Unidos. Ese mismo año, Wayne tuvo un pequeño papel en la exitosa y escandalosa película de Alfred E. Green Baby Face.A partir de 1928 y durante los 35 años siguientes, Wayne aparecería en más de 20 películas de John Ford, entre ellas La diligencia (1939), La legión invencible (1949), The Quiet Man (1952), The Searchers (1956), The Wings of Eagles (1957) y The Man Who Shot Liberty Valance (1962).
Uno de los papeles más apreciados de Wayne fue en The High and the Mighty (1954), dirigida por William A. Wellman y basada en la novela de Ernest K. Gann. Su papel de un heroico aviador ganó una amplia aclamación. Island in the Sky (1953) está relacionada con esta película y ambas fueron hechas con un año de diferencia por los mismos productores y el mismo director, escritor, editor y distribuidor.
Premios obtenidos
Actividades políticas
Tal vez debido a su gran popularidad, o a su posición como el republicano más famoso de Hollywood, el Partido Republicano le propuso presentarse como candidato a presidente en 1968. Wayne rechazó la propuesta porque no creía que el público pudiera tomar en serio a un actor en la Casa Blanca. Sin embargo, Wayne apoyó la candidatura de su amigo Ronald Reagan como gobernador de California en 1966 y en 1970, quien años más tarde sería Presidente de los Estados Unidos. También fue un miembro destacado de la Asociación Nacional del Rifle (siglas en inglés: NRA) de Estados Unidos.Problemas de salud y fallecimiento
En septiembre de 1964 se le diagnosticó un cáncer de pulmón y fue sometido a una intervención quirúrgica para extraerle el pulmón izquierdo y dos costillas. De este tratamiento sobrevivió. En 1966, Pilar y él seguían casados, pero solo oficialmente, ya que ella se había cansado de seguirle a todos los lugares donde se rodaban las películas que protagonizaba. Él se trasladó desde Encino hasta Newport Beach. Allí frecuentaba la Iglesia católica en la isla de Balboa. Allí "meditaba, contemplaba y hablaba con Dios", dijo Gretchen, el sacerdote que le trató5.
El lunes 11 de junio de 1979 su estado de salud empeoró lentamente. El P. Curtis fue a verle. Aunque seguía en coma, su hijo le preguntó "Papá, el capellán quiere verte", pensando en que no respondería. Ya estaba saliendo de la habitación cuando le oyó decir "De acuerdo". estuvieron solos quince minutos5. A las 17:23 horas5 de ese día Wayne falleció a causa de cáncer de estómago, en el Centro Médico de la Universidad de California en Los Ángeles. Según su hijo Patrick y su nieto Matthew Muñoz, sacerdote en la diócesis de Orange en California, se convirtió al catolicismo poco antes de su muerte.6 Fue enterrado en el cementerio Pacific View Memorial Park, de Corona del Mar, California. Para evitar una posible profanación, su esposa, Pilar Pallete, enterró su cadáver en una tumba anónima, mientras que se colocó una placa conmemorativa en un espacio sin tumba debajo. Pidió que su epitafio fuera "Feo, Fuerte y Formal", en español.7
El Arzobispo de Panamá, Marcos Gregorio McGrath celebró su funeral en Nuestra Señora de los Ángeles, en Corona del Mar, el viernes 15 de junio. Al acto sólo asistieron los familiares de Wayne. Su mujer, falleció el 24 de junio de 2003, en el septuagésimo aniversario de su boda con Duke5.
Vida privada
Wayne estuvo casado tres veces. Sus esposas fueron: Josephine Alicia Sáenz de ascendencia española (de quien se divorció en 1945), Esperanza Baur (de quien se divorció en 1954) y la peruana Pilar Pallete (con quien seguía casado cuando murió en 1979). Con Josephine tuvo cuatro hijos: Michael Wayne (23/nov/1934-02/abr/2003), Toni Wayne (25/feb/1936-06/dic/2000), Patrick Wayne (15/jul/1939-), Melinda Wayne (03/dic/1940-), y tuvo tres con Pilar: Aissa Wayne (31/mar/1956-), autora de una memoria de su vida como hija de John Wayne; Ethan Wayne (22/feb/1962-) y Marisa Wayne (22/feb/1966-).Fue amigo personal de quien fuera su mejor pareja en el cine, la actriz Maureen O'Hara. La química que se estableció entre ellos en films como Río Grande y The Quiet Man los hizo una pareja muy valorada por el público. Después de su muerte O'Hara logró que el Congreso estadounidense emitiera una medalla conmemorativa en honor a John Wayne., etc,.
TITULO: EL BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - VIERNES -8- Mayo -Himar González, la meteoróloga de Antena 3 ,.
EL
BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 8- Mayo -Himar González, la meteoróloga de Antena 3.
EL
BLOC DEL CARTERO - LA CARTA DE LA SEMANA - MI CASA ES LA TUYA - viernes - 8- Mayo -Himar González, la meteoróloga de Antena 3.
Himar González, la meteoróloga de Antena 3.
Himar González,.
Himar González - foto,. | ||
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Información personal | ||
Nacimiento | 1 de junio de 1976 (edad 43 años), Las Palmas de Gran Canaria1 | |
Nacionalidad | Española | |
Información profesional | ||
Ocupación | Presentadora del tiempo | |
Canal | Telecinco (2010-2011), Antena 3 (2011-actual) | |
Biografía
También es actriz de teatro clásico y amante del deporte. , etc.
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