TITULO: Atención obras - Cine - Lucía Alemany ,. Viernes - 30 - Agosto ,.
Viernes - 30 - Agosto ,. a las 20:00 horas en La 2, foto,.
Atención obras - Lucía Alemany,.
Lucía Alemany: “No pude terminar de leer a Judith Butler”,.
Después de darse a conocer con un aplaudido debut, ‘La inocencia’, la directora de 37 años estrena ‘Mari(dos)’, comedia sobre el adulterio con Paco León y Ernesto Alterio,.
Lucía Alemany (Traiguera, Castellón, 1985) despuntó con un debut, La inocencia (2019), inscrito en el nuevo cine de autor español. Ahora regresa con Mari(dos), una comedia pensada para el gran público y protagonizada con Paco León y Ernesto Alterio, que ayer llegó a las salas,.
TITULO: Detrás del instante - Las otras cartas de Rilke a una joven poeta ,.
Miércoles -28 - Agosto a las 20:00 horas en La 2 / fotos,.
Las otras cartas de Rilke a una joven poeta,.
Las misivas en clave homo-feminista a Anita Forrer, inéditas hasta ahora en español, son el contrapunto de la obra más conocida del universal poeta austrohúngaro,.
Las 'Cartas a un joven poeta' son un tesoro de la literatura universal y la obra más conocida de Rainer Maria Rilke (1875-1926). Menos conocidas son sus 'Cartas a una joven poeta', enviadas a Anita Forrer (1901-1996) y un contrapunto de las celebérrimas misivas del gran poeta austríaco al joven Franz Kappus. Inéditas en español, las publica el sello Errata Naturae con traducción de Manuel Cuesta Aguirre.
Rilke recibió en enero 1920 la misiva de una joven suiza de 19 años aspirante a poeta. «Tiene usted un lenguaje que resuena y vive en nuestro interior», le escribió la joven tras asistir a un recital del poeta en San Galo. Los versos de Forrer no agradaron al gran vate del siglo XX, que así se lo hizo saber a la joven remitente. Pero Rilke, ya en la cuarentena, intuyó en la misiva de la joven una personalidad singular y un coraje vital nada comunes.
Comenzó así una correspondencia íntima que duró seis años e interrumpida sólo por la prematura muerte de Rilke, un coloso de la literatura epistolar. Cruzaron casi setenta cartas hasta agosto de 1926, cuatro meses antes de la muerte de Rilke. Alcanzaron por escrito una intimidad que no se confirmó en sus dos encuentros, el primero en Meilen, en octubre de 1923, y el segundo en Bad Ragaz, en agosto de 1926.
Las cartas de Rilke son las del crepuscular poeta de las 'Elegías de Duino' y los 'Sonetos a Orfeo'. Son el contrapunto de las enviadas por Rilke a Franz Xaver Kappus, uno de los epistolarios más apreciados y leídos del siglo XX, en el que se aborda la poesía como oficio sagrado y que se reunió también de forma póstuma.
Transgresión
La excepcional intensidad del intercambio epistolar entre la joven y el maduro escritor parte de un hecho crucial que cambió la vida de Anita. Al poco de empezar a cartearse, la muchacha relata a Rilke la angustia que vive tras cometer «una inmensa transgresión»: un acto de amor apasionado con otra mujer.
La ultraconservadora familia de la joven descubre su aventura sáfica y la obliga a acudir a un psiquiatra que intentará convencerla de «su bajeza». Rilke, por contra, desautoriza al médico, acepta la «gran transgresión» y defiende ante Anita la naturaleza perfecta de todo amor, incluido el que se deparan las personas del mismo género. «Anita: deponga esa aflicción de un día para otro, ya; nada es más fácil. Pues no hay el menor ápice de culpa o fealdad en esto que usted lleva consigo», escribe a la joven animándola a liberarse de las ataduras y a asumir su destino.
Gracias al respaldo de su nuevo maestro -un Rilke que demuestra una apertura mental y una concepción sagrada de la libertad inusuales para la época-, Anita aceptó su sexualidad y su atracción hacia otras mujeres. Poco después se enamoró hasta el tuétano de Annemarie Schwartzenbach, escritora suiza de culto e icono, aún hoy, del inconformismo y la provocación.
Tras la temprana muerte de Schwartzenbach, Forrer se convirtió en su albacea testamentaria y literaria. Fue arqueóloga, anticuaria, galerista de arte y fotógrafa –brillante retratista– además de espía. Colaboró con los servicios secretos de Estados Unidos en misiones de riesgo para derrotar al régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Ya anciana, dejó constancia de lo mucho que Rilke influyó en ella a través de sus cartas como auténtico maestro de vida. «Abrió mi experiencia espiritual de la existencia y otorgó un sentido inédito y definitivo a mi vida» escribió. «Amplió horizontes espirituales insospechados ofreciéndole iluminadoras lecciones sobre el amor y la libertad, el deseo y la creación, la literatura y la filosofía, la lucha por ser una misma y el necesario compromiso con el combate de su tiempo, es decir, otorgándole un nuevo sentido para su vida», coinciden sus editores españoles.
Forrer murió con 96 años, más libre que cuando tenía 20 y con Rilke guiando todavía sus pasos. El epistolario se conoció muy tarde, con una edición alemana en 1982 y su traducción francesa de 2021.
Irredento escritor de cartas, -más de diez mil en un cómputo que sigue abierto-, Rilke cuidó su correspondencia como su poesía. Otorgó permiso expreso para que se publicara tras su muerte. Su cartas a Lou Andreas-Salomé, Marina Tsvietáieva o Marie von Thurn und Taxis, son obras tan apreciadas como sus libros.
Como lo fue para Forrer, para muchos Rilke es el arquetipo del poeta total. Abandonó bienes, familia y país para entregarse a la poesía con una pasión y radical. De vida errante, recorrió África, Rusia y Europa. Murió de leucemia a los 51 años. «Rosa, oh pura contradicción, alegría / de ser sueño de nadie bajo tantos / párpados» reza su epitafio, escrito por él mismo.
TITULO:TARDE DE CINE CON - Princesa de verano,.
Princesa de verano,.
foto / Recuerdo con precisión cómo era la plaza de Isabel II de mi amada ciudad cuando Fernando Trueba emplazó allí su cámara para rodar Ópera prima (1980), y recuerdo a las chicas como Violeta Ibírico —el personaje incorporado por Paula Molina en aquella ocasión—: últimas lectoras de Carlos Castaneda, últimas viajeras al Machu Picchu para la Fiesta del Sol.
Ciertamente, la interpretación cinematográfica no es una ciencia exacta. Es un misterio que algunos saben descifrar en los textos de Konstantin Stanislavski y en las enseñanzas de sus discípulos, esparcidos por el mundo entero dada la abundancia de la mies. Sin embargo, hay actrices que suplen toda esa metafísica con su magnética mirada: son las dotadas con el don de la fotogenia. De las jóvenes intérpretes que frisaban los 20 años a comienzos de los felices 80, mis favoritas eran las inspiradas por la espontaneidad, aquellas que parecían ser ellas mismas delante de la cámara, que no antiguas estrellas de CIFESA —“la antorcha de los éxitos” de la España autárquica, según rezaba su eslogan— puestas a hacer cine de autor en la Transición. Entre mis favoritas, Mamen del Valle en Pares y nones (José Luis Cuerda, 1982), Mercedes Camins en La última imagen (1984) y el resto de sus colaboraciones con Eduardo Campoy, y Patricia Adriani desde Sus años dorados (Jaime Chávarri, 1980) hasta Visiones de un extraño (Enrich Alberich, 1991).
De legendario encanto —Roman Polanski estuvo a punto de contratarla para protagonizar Piratas (1986)—, Patricia Adriani irrumpió en el cine exultando el esplendor de su adolescencia en Los claros motivos del deseo (1977), un acercamiento al erotismo de Miguel Picazo, uno de los más destacados representantes del nuevo cine español de los años 60, que ya había dado buena cuenta de la deplorable represión sexual de la España pretérita en La tía Tula (1964), excelente adaptación de la novela de Unamuno.
Aquel primer trabajo con Picazo y Fraude matrimonial (1977), su primera colaboración con el injustamente denostado Ignacio F. Iquino, fueron bastante para que los comentaristas de lo superficial, y los meros admiradores de la exultante adolescencia de las jóvenes actrices, etiquetasen a Patricia Adriani como una más de las starlettes del momento, otra de aquellas cuya gloria habría de ser aún más efímera de lo que suelen serlo todas las dichas.
Las chicas de mi época se desnudaban en la playa para solaz de los reprimidos, cuya desdicha se remontaba los tiempos de la tía Tula y más allá. Aquel descubrimiento de su belleza al paisanaje era su aportación a la revolución sexual. Pero no es menos cierto que si algún mirón atendía a sus intimidades más de lo debido, según el protocolo de entonces, también se podían molestar. En 1980 Patricia Adriani ya había dejado atrás el cine “S” y se iniciaba en el de autor en tres de sus títulos más destacados de aquel año: Dedicatoria, de Jaime Chávarri, El nido, de Jaime de Armiñán y Sus años dorados, de Emilio Martínez-Lázaro. María, su personaje en esta última, vestía una chaqueta con la que, ya estrenada la cinta, era fácil ver a la actriz por la calle Ruiz, en Malasaña.
A no ser que esté implicado dramáticamente en la narración, no suelo prestar atención al vestuario de las actrices. A mí —ya digo— lo que me interesa es descifrar el misterio de su interpretación, dejarme seducir por su mirada. Pero hubo una tarde en que vi a Patricia Adriani entrando en el café Ruiz de la calle homónima con la chaqueta de María en Sus años dorados y aquella coincidencia me ratificó en la idea de que, ella también, era una de esas actrices-chicas de entonces.
Aplicada intérprete, en aquellos primeros 80, del teatro clásico —La Celestina, El rey Lear…—, en el 94 protagonizaría, junto a Juanjo Menéndez, una versión de Retorno al hogar, de Harold Pinter. Sin embargo, Patricia Adriani era una suerte de antítesis de aquellas divas de la escena, que accedían a la pantalla como haciendo un favor a la afición mientras fingían su falsa modestia.
Cuando lo descubrió, la crítica saludó el talento interpretativo de la jovencísima actriz, a la altura de su fabulosa fotogenia. Muy apreciada en la pantalla catalana —salvo error u omisión, el único premio que mereció su filmografía fue el Sant Jordi a la Mejor Interpretación por sus tres brillantes trabajos del año 80—, regresó a Barcelona para integrar el reparto de Últimas tardes con Teresa (Gonzalo Herralde, 1984), sobre la célebre novela de Juan Marsé.
Aquí en Madrid, volvió a colaborar con Chávarri en Las bicicletas son para el verano, también del 84, y con Martínez-Lázaro en Lulu de noche (1986). Entre medias tuvo tiempo de interpretar a la princesa de Éboli en Teresa de Jesús (1984), la serie sobre la santa de Josefina Molina protagonizada por Concha Velasco.
Ya andando los años 90, como tantas actrices que se dieron a conocer en los 80, Patricia Adriani hizo mucha televisión. Su filmografía quedo concluida en la pequeña pantalla, en una entrega de Paraíso. Yo lo supe tiempo después, un día frente a ese obelisco con el que Ibiza honra a sus corsarios al final de su paseo marítimo: la marina Botafoch. Debió de ser allí, en la Isla —que entonces tenía a Polanski entre sus veraneantes más ilustres—, donde el realizador polaco imaginó que el personaje de María Dolores de la Jenya, la dama española de Piratas, fuese recreada por Patricia Adriani. Al final fue incorporada por Charlotte Lewis. Luego todos envejecimos y las dos actrices pasaron a vivir en el recuerdo de sus respectivos admiradores.
Hace apenas unos días me encontré con uno de aquellos títulos de su juventud. Naturalmente, no ha envejecido en aquellas secuencias, y ver en algo tan de ahora como el streaming a una chica-actriz de los años 80 fue un placer especial.
TITULO: Historia de nuestro cine - Cine - Días de cine ., Viernes -30 - Agosto,.
El Viernes - 30 - Agosto ,. a las 22:15 por La 2, foto,.
Reparto,. Alberto San Juan, Nathalie Poza, Miguel Rellán, Fernando Tejero, Luis Bermejo, Roberto Álamo,.
Comedia ambientada en 1977, en la que un prestigioso autor de teatro antifranquista, intenta rodar un drama de denuncia social protagonizado por una folclórica de capa caída, antigua niña prodigio y producida por un productor mentiroso y caradura. La inexperiencia, la ambición, la falta de medios y la relación entre el amor y el odio, del director con la protagonista, convertirán el rodaje en una locura.
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