TITULO: VIVA LA VIDA - Poseidón en realidad se llama Anna Tarrés ,. SABADO - 7 - Septiembre ,.
El sabado - 7 - Septiembre a las 16:00 por Telecinco , foto,.
Poseidón en realidad se llama Anna Tarrés,.
Despedida por sus métodos tras hacer reinar a España, 12 años después sigue liderando el agua mundial con China,.
Testarudo es un adjetivo soberbio. Si lo aplicas a una actitud personal, nadie querría al lado a alguien inflexible y cabezón, pero se lo aplicas a una actitud competitiva, la palabra adquiere el rango de piropo y admirable facultad de persistencia. Así que estos días, en París, uno no sabe bien qué palabras usar cuando tiene delante la piscina de la natación artística en la que Anna Tarrés vuelve a reinar en el mundo del agua como Poseidón. Su regreso al Olimpo de la disciplina en estos Juegos Olímpicos, después de la década prodigiosa con España en la que logró cuatro medallas olímpicas y medio centenar en competiciones internacionales, viene precedida sin embargo por un debate en torno a los límites que tiene buscar el éxito. ¿Puede un dios ser testarudo y al mismo tiempo ser amado por ello? Definamos testarudo, entonces.
Anna Tarrés (Barcelona, 1967) aprendió a nadar en la piscina de su pueblo, en la comarca de Tarrogona. Con doce años empezó a practicar sincronizada en el Club Kallipolis de la ciudad condal y solo cinco años después fue a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles (1984). Licenciada en Filología Anglogermánica, dejó la alta competición dos años después de su cita olímpica. Pero ese punto final fue en realidad el principio del relato. La sincronizada era el pez más pequeño de los deportes de agua, y Tarrés se propuso transformar ese pez en una sirena.
Tras los Juegos de Barcelona 92, entró en el Centro de Tecnificación de la Federación Catalana y empezó a moldear la disciplina. Como si pudiera controlar las aguas en torno al cuerpo de las andadoras, logró asimismo que las nadadoras se transformaran en ninfas musculadas, tan poderosas como tiburones. Emergió para asombrar al mundo Gemma Mengual, lo hicieron Andrea Fuentes y Ona Carbonell, y su palmarés sumó 52 medallas internacionales, más la cuatro olímpicas entre Pekín 2008 y Londres 2012. Pero ese año, la epopeya tuvo un giro narrativo.
Poseidón es el dios del agua, pero también el causante de los terremotos en tierra. «No vengas a aquí a hacerte la estrecha si te has follado a todo lo que se mueve», «trágate el vómito», «fuera del agua, gorda, vete al psicólogo» o «esto es una dictadura y la dictadora soy yo» son algunas de las frases que guarda la memoria deportiva de esta disciplina. Fue despedida de la Federación envuelta en una polémica por acusaciones de malos tratos y métodos vejatorios (golpearlas fuertemente con un palo en los pies cuando fallaban sus ejercicios bajo el agua y cosas así) hacia las deportistas, que enviaron una carta denunciado la situación. Polémica e imbatible a partes iguales, denunció su despido y fue declarado improcedente, y tras ser indemnizada empezó a trabajar en otros países. Lo hizo con la selección de Francia en el Mundial 2015, con Ucrania en Río 2016, también la llamaron de Italia, de México, y de Israel, donde actualmente entrena a la pareja de sincronizada que compitió este viernes en París, al tiempo que lo hacían otras selecciones que cuentan con su asesoramiento.
Tarrés imprimía en las piscinas de medio mundo el sello de su método, y lejos de tener bastante, se metió en el charco de la política. En numerosas ocasiones había declarado abiertamente su deseo de independencia para Cataluña, y en el momento más crispado del independentismo (2017) formó parte de las listas de JuntsxCat que lideraba el hoy fugado Carles Puigdemont: se convirtió en diputada por Barcelona. Hay cierta lógica narrativa en toda epopeya, porque precisamente este jueves, cuando el político catalán volvía a la ciudad condal para protagonizar una disparatada fuga tras un breve discurso durante la investidura de Salvador Illa como president, Tarrés lograba su mayor éxito en la piscina del Centro Acuático de Saint Denis: el primer oro olímpico para la selección china de natación artística. Con la ausencia de las rusas, que durante décadas habían mantenido cerrado el olimpo de la sincronizada, Tarrés al fin lo conquistó.
Calor y métodos marciales
La poderosa China, con métodos marciales, entre la sumisión y la obediencia que incomoda cuando uno se cuestiona qué hay detrás de la gélida perfección que transmiten en buena parte de las disciplinas, fichó a Tarrés en enero de 2023. La catalana les ha dado ese «calor» que imprime a todas sus rutinas y en solo 18 meses las chinas ejecutan el sentimiento y un pálpito sensual que aguarda detrás de cada apnea para fascinar al público y a jueces. El resultado ha sido un éxito aplastante para Tarrés, pero no solo por la medalla de la selección que entrena en la prueba por equipos, o por la conquistada en el dúo con las gemelas Quanyi y Liuyi Wang, sino para su legado, porque en el podio de las prueba por equipos estaban sus pupilas, como hijas de Poseidón; la medallista olímpica Andrea Fuentes, entrenadora de Estados Unidos, lograba la medalla de plata («es la mejor del mundo» gritaba Fuentes a cámara abrazada a su ex entrenadora), y Mayuko Fujiki, entrenadora de España (y ex ayudante de Tarrés) lograba el bronce para España después de 12 años de sequía de premios. Hay algo testarudo en el Método Tarrés, ahora que cada quien elija el sentido del adjetivo mientras tintinean los metales.
TITULO:
VIVA LA VIDA - Cyrano de Bergerac - Lo hemos hecho como nosotros sabemos con clase y orgullo,. Domingo - 8 - Septiembre,.
El domingo -8 - Septiembre - a las 16:00 por Telecinco , foto,.
Cyrano de Bergerac - Lo hemos hecho como nosotros sabemos con clase y orgullo,.
Escrita a muy finales del XIX y ambientada a mediados del XVII, esta vigorosa adaptación de Jean-Paul Rappeneau ha hecho más por el teatro, por el cine francés, por la obra de Edmond Rostand, por la literatura y la historia del XVII y por la carrera de Gérard Depardieu que muchos escritores, directores, historiadores, profesores y actores juntos. Junta temas como la belleza, la fealdad, el orgullo, los compromisos, las ganas de vivir, el amor, el deseo, el engaño y varios más en medio de duelos, mosqueteros, obras de teatro, asedios de los tercios de Flandes y cartas de amor. Y todo ello, en verso y en francés. Dicho lo cual, y sin que sirva de precedente, se recomienda la prodigiosa versión doblada al español, un auténtico tour de force con todas las rimas en su sitio y una impagable voz para Cyrano.
Ganadora de un Oscar, al mejor vestuario (Franca Squarciapino). Otras cuatro nominaciones: Película en lengua no inglesa (René Cleitman, Michel Seydoux y Jean-Paul Rappeneau), Actor (Gérard Depardieu), Dirección artística (Ezio Frigerio y Jacques Rouxel) y Maquillaje (Michèle Burke y Jean-Pierre Eychenne).
Esta es una obra llena de grandes escenas, y vamos a mencionar varias de ellas, pero de momento vamos a empezar por el final, así que aviso de spoilers mayor que de costumbre.
Todo el mundo que la conoce recuerda cómo acaba: el antiguo mosquetero y aventurero Cyrano de Bergerac, habiendo sufrido un ataque en la calle orquestado por alguno de los muchos enemigos que ha hecho a lo largo de su vida, llega moribundo a su cita de todos los sábados desde hace catorce años en el convento al que se ha retirado su prima Roxana. Tras revelarle su gran secreto, su amor por ella, Cyrano le dice, en sus últimas palabras, que se llevará con él algo que nunca podrán quitarle. «¿El qué?», preguntan a una Roxana y el espectador. Mi amor por vos, seguramente. Pues no. «Mi orgullo». Muerte del protagonista y fin de la obra.
Ciertamente, si Cyrano escoge terminar su existencia con esa palabra, merece explorarse, porque es la que define su vida, y a toda la obra de forma retrospectiva. Y la tarea es difícil, tanto como lo es definir el orgullo. Para empezar, ¿el orgullo es algo negativo o positivo, una virtud o un defecto? Se puede criticar a alguien diciendo que «es un tío muy orgulloso», pero luego un rey de España empezaba sus mensajes de Navidad lleno «de orgullo y satisfacción». ¿Debe ser algo en lo que basar los actos y personalidad de uno, y más si se hace de forma deliberada? ¿Debe ser admirada una persona orgullosa? ¿Debe ser emulada? ¿Es Cyrano un modelo que imitar o una cabeza ajena en la que escarmentar?
Dado el hecho de que Cyrano es el héroe de la película, tomémoslo por lo positivo, al menos para empezar. Teniendo en cuenta además que estamos en el siglo XVII, esa palabra de «orgullo» evoca en un oyente español un sentimiento de hacer las cosas bien, según unas reglas, de continuar una tradición respetada. En una acepción más alatristesca, iría acompañada de ausencia total de jactancia, un cumplir y callar, para satisfacción personal y para continuación de la cultura propia. Pero, y esto es importante, se trata de un cumplir con las reglas propias, no necesariamente las ajenas. El mejor ejemplo en la obra es seguramente cuando Cyrano, en su aversión a verse atado a compromisos con otros, rechaza la invitación del conde de Guiche para escribir teatro para el entorno de Richelieu, donde sólo le cambiarán «un verso de cada cuatro». Cyrano desdeña ese dinero fácil para así conservar la integridad de su ingenio, esto es, lo rechaza por orgullo. Otro ejemplo es cuando Le Bret le dice que ande con ojo, porque tiene demasiados enemigos, y Cyrano le responde que lo deje en paz, y que no tiene «protector, pero sí protectora» (su espada). Y el culmen es seguramente la escena donde expresa su renuncia a vivir una vida a base de inclinarse ante los poderosos, con ese famoso triple «no gracias, no gracias, no gracias».
Esta es la base de la admiración a Cyrano por su orgullo, y el público español, si tuviera que explicarla, lo haría con estos ejemplos. Sin embargo, he insistido hasta ahora en lo de «público español» porque hay un detalle muy importante en esa última escena mencionada. La palabra traducida en castellano como «orgullo» que aparece en el original francés no es «orgueil». Ni «fierté», ni «troupe», ni «amour-propre». Es otra muy diferente: «panache».
«Panache» (pronunciado «panásh») es una palabra relacionada con la española «penacho», y descendidas ambas de la latina «pinnaculum». Originalmente un «panache» era una pluma colocada en un sombrero o casco, como adorno y también para distinguir a una determinada persona, especialmente un jinete, en medio de una batalla. Su uso más famoso se atribuye al rey Enrique IV de Francia (1553-1610), gran guerrero, que exhortaba a sus hombres a seguir su penacho en la contienda, pero que también al mismo tiempo lo hacía más visible para los enemigos. Es decir, es un gesto tanto de valentía como de alarde, de ostentación, nada discreto. Soy valiente y quiero que se vea y se sepa.
Veintinueve años después de la muerte de dicho rey de Francia, el propio Cyrano recuerda tal ejemplo cuando en el asedio de Arras echa en cara a De Guiche el haber abandonado su fajín blanco de maestre de campo para poder huir sin ser reconocido, diciéndole que Enrique IV nunca hubiera hecho tal cosa. Cuando De Guiche responde que ahora lo tienen los españoles y que es irrecuperable, Cyrano se lo saca de debajo de sus propias ropas, donde lo tenía escondido, y se lo da. Nótese que lo hace delante de la tropa entera, y habiéndole tendido la trampa de mencionar el fajín públicamente para que De Guiche se metiera en la ratonera de intentar justificar su decisión. Podía habérselo dado en privado y con parco ademán, pero en vez de eso, Cyrano monta todo este número en público. Eso es panache, y es lo que ha pasado a significar la palabra en francés hoy en día. En español no hay equivalente directo, y además de «orgullo», podría ser «clase», «brío», «donaire», incluso «chulería», o simplemente «tener un cierto aquel».
Así pues, esta única palabra hace por sí sola reevaluar la figura entera de Cyrano. Vayamos ahora al principio de la obra. ¿Qué es lo primero que vemos hacer a Cyrano? Reventar la obra de teatro de Baro, en interpretación de Montfleury, debido a que considera ambas de mala calidad. Y no lo hace con una crítica privada y discreta, sino que lo hace de la manera más llamativa posible, interrumpiendo la representación y convirtiéndose él mismo en el espectáculo. Luego, cuando ve que el público reacciona en su contra, abucheándolo, Cyrano reta a toda la platea («¿Ni un hombre? ¿Ni un dedo?»), y para coronar el capricho, arroja su propia bolsa de monedas al escenario para pagar las pérdidas de la cancelación (más tarde, cuando Le Bret se asombra de tal acto, que lo ha dejado en la ruina, Cyrano responde: «Sí, pero qué gesto»), con lo cual, cualquier animadversión del público se torna en aplauso. Ahí queda eso. Eso es otra acabada muestra de panache.
Sin embargo, la cosa no queda ahí. A renglón seguido tras la obra, Cyrano se empeña en enzarzarse con alguien, con la excusa de su nariz, y cuando nadie es capaz de dedicarle un insulto como Dios manda, se inventa él una larga retahíla, en una de las escenas más famosas y celebradas de la obra. Y aún más, cuando el pisaverde Valvert ya se había batido en retirada hacia su carruaje, Cyrano termina de forzar su reacción insultándolo por su falta de ingenio, llamándolo cretino. Sabe perfectamente que Valvert, al oír eso, habrá de responder al ultraje con la espada, y así el penacho de Cyrano puede continuar luciendo. Como remate de la actuación, Cyrano se pone a improvisar versos mientras se bate. «Y al finalizar, os hiero», cosa que acabará cumpliendo. ¿Es este comportamiento, pues, algo grande y admirable, o una fantasmada de un creído? Paga destrozos con su dinero, ridiculiza la mediocridad artística y pone en evidencia los humos de un aristócrata. ¿Pero lo hace por el arte, por la sociedad, por la inteligencia, por luchar contra la soberbia… o por su propia egolatría?
Pero la noche no ha terminado aún. Enterado de que el cómico Lignière corre peligro por sus letrillas contra De Guiche, se enfrenta «a cien hombres» enviados a matar a su amigo, consiguiendo otra gran victoria con la que convertirse en la comidilla de París. Y así, durante el resto de la obra, los ejemplos de su afán de protagonismo continúan por doquier: cuando el capitán Castel-Jaloux no recita bien los versos sobre los cadetes de Gascuña, se lanza a decirlos él, aunque no le corresponde por rango. Más tarde se rodea de un grupo de esos cadetes para contarles con detalle la antedicha batalla contra los «cien hombres». Luego, cuando De Guiche quiere citarse a solas con Roxana, Cyrano ayuda a que esta logre casarse a escondidas con Christian a base de retardar la llegada del conde a la casa, con la peregrina excusa de que se acaba de caer de la luna. Después, en medio del sitio de Arras, cruza las líneas españolas dos veces al día para enviar cartas a Roxana en nombre de Christian. El episodio del fajín de De Guiche ya lo hemos mencionado. Y quizá el mayor ejemplo de todos es ese final por el que hemos empezado: tras catorce años de silencio y secreto, sabiéndose moribundo, no es capaz de contenerse, y hace saber a Roxana todo el secreto de quién escribía en realidad las cartas de amor de Christian. Recordemos la escena: primero es él quien le pide que le deje ver la carta, luego él se empeña en leerla en voz alta, usando la misma voz de aquella noche bajo su ventana junto a Christian, y luego lo hace sin mirar al papel, de memoria y en medio de la oscuridad que va cayendo y que imposibilita que Cyrano pueda ver lo suficiente como para leer, a pesar de lo cual sigue recitándolas sin vacilar. Todo hecho a propósito por él para que Roxana se dé cuenta de la verdad, sin que Cyrano se la cuente directamente, y así convertir su propia muerte en un acto más de panache. Le falta poco menos que llevar un cartel, de tanto decirlo sin decirlo. Y por si cabía alguna duda, acaba pronunciando esa mismísima palabra, panache, en brazos de su amada, desperdiciando la última oportunidad de expresarle su amor por fin en persona y seguro de aceptación recíproca. No le importa que ahora Roxana haya de pasar por segunda vez por el trance de perder a un amado, cosa que hubiera podido evitar cerrando el pico: Cyrano viene decepcionado y encolerizado porque su muerte no se va a producir en medio de un duelo épico con estocadas cayendo como granizo, sino aplastado por una viga de madera en una emboscada callejera. Como un don nadie. Pues de eso nada. Yo quiero mi final apoteósico y lo voy a conseguir, sufra quien sufra.
La verdad es que contado así queda una imagen más bien egoísta y hasta decepcionantemente pobre de nuestro héroe, pero es que todo eso está en el texto y no deja de ser evidente. Sin embargo, lo que queda en el recuerdo es ese otro lado del panache que puede encumbrar a un hombre. Cuando De Guiche le menciona Don Quijote a Cyrano, el conde le dice que se ande con cuidado o las aspas de un molino un día lo lanzarán contra la tierra. «O hacia las estrellas», responde él. Y hacia las estrellas llega él, y nos lleva a nosotros, en esa parte central donde, ignorado por Roxana, decide ayudar a Christian a superar lo que le falta: el ingenio. En esta parte, Cyrano logra redimirse de su síndrome de necesidad de atención (hasta que lo fastidia al final), en particular en la escena en que primero «sopla» a Christian sus frases y luego ya directamente las dice él con su propia voz, bajo la ventana de la dama, para que sea el joven el que consiga su beso y triunfo final. Ahí sí que cualquiera se pondría de su parte y lo admiraría sin reservas. Sin embargo, minutos después, Cyrano no deja de disfrutar al interrumpir a los tortolitos con la excusa de la llegada de una carta urgente de De Guiche. Ha podido lucirse otra vez y además ha impedido que Christian llegue a gozar del todo de Roxana. ¿Qué más puede pedir?
Antes de seguir con Cyrano, un aparte sobre Roxana: puede resultar muy moderna o muy antigua en su insistencia de que le regalen el oído, sin importarle la belleza física de quien lo consiga: eso está abierto a debate. Lo suyo puede que sea un fetiche con que le digan cosas bonitas, o un reconocimiento y atracción hacia la mente inteligente y sensible que le compone tales frases, pero al menos es constante y consistente en este detalle: cuando cree que las cartas son de Christian, se derrite ante ellas. Cuando Christian fracasa al hablarle en persona, le cierra la puerta en los morros sin piedad ninguna por muy guapo que sea, y sin siquiera pensar: “Bueno, se le ha gripado la neurona, pero está bueno y me lo cepillo de todas formas”. En la batalla en Flandes, cuando Roxana aparece con el carro de víveres, le dice a Christian que tras todas las cartas suyas que ha recibido desde el frente (escritas por Cyrano a espaldas de Christian), lo amaría aunque fuera feo. Y al final del todo, cuando Cyrano, moribundo, revela la autoría de las cartas, no da mucho tiempo a nada más, pero Roxana deja caer que realmente cumpliría su palabra de enamorarse de esa mente que es capaz de expresarse así, sin reparar en el físico. Es curioso también que Cyrano estaba enamorado de Roxana mucho antes de que Christian y ella se fijaran mutuamente uno en otra, pero de no haber sido por su ayuda a Christian, Cyrano no habría podido nunca transmitirle sus pensamientos a Roxana. Cuando Cyrano le cuenta a Le Bret que la ama, también le dice que no ha intentado conquistarla porque cree que sería imposible ser correspondido: “Esta nariz que llega un cuarto de hora antes de que se me vea lo prohíbe”. Es, pues, Christian quien paradójicamente le proporciona la oportunidad de expresarse.
Bien, en todo esto nos hemos referido a la obra y el personaje, no tanto a la película. ¿Qué se puede añadir de ella a todo esto? Pues la siguiente observación: muchos de los mejores personajes de teatro ofrecen la capacidad de presentar distintas facetas al espectador según quién adapte e interprete la obra, incluso sin llegar a cambiar una línea de texto. Por ejemplo, la duda de un Hamlet puede representarse miedosa, débil y apocada. O llena de rabia y violencia contenida. O irónica y aburrida de todo. O conspiradora y malévola. Según se diga ese «ser o no ser» y según se comporte el actor y quien lo dirija, puede resultar una visión totalmente nueva de la misma historia sin tocar una sola coma del texto original, resultando así una obra eternamente reinterpretable. El propio don Quijote, a quien Cyrano admira, puede ser un loco digno de risa o el más lúcido de los tuertos rodeados de ciegos. Y Cyrano puede interpretarse como un snob cultureta, por ejemplo, o como un payaso con ganas de molestar, o como un atildado caballero que esconde sus orígenes, o como un romántico incurable, y de muchas formas más. Los mejores actores serán capaces de dar a personajes como éstos, un Rey Arturo, un Drácula, un Don Juan, un Julio César, un Napoleón, una personalidad propia y un sello único. Y Gérard Depardieu lo consigue. Su Cyrano es inolvidable.
Su Cyrano es anchote, cargado de hombros, más duro fajador que fino estilista, una fuerza de la naturaleza que se luce más diciendo aquello de que «son sólo hombres y hoy necesito gigantes» que escribiendo a pluma de ave con esas manazas de carpintero. Cuando reta a la platea, el tío acojona de verdad, y cuando dice aquello otro de «¿Qué, como, enana mi nariz?», parece un Joe Pesci diciendo lo de que «¿cómo que soy gracioso? ¿Gracioso cómo?» en Uno de los nuestros. Sólo que el doble de grande, claro. Además, a su propia imagen física podemos añadir datos de su propia biografía. Esta película fue seguramente la primera de Depardieu que se conoció a gran escala más allá de Francia, y cuando llegaron las nominaciones a los Oscars, empezó a saberse más de su vida: pasaba de ir a clase, dejó el colegio a los 13 años, y a los 16 se fue a la gran urbe a buscar fortuna. Y dicen las malas lenguas que cuando se empezó a comentar en la prensa norteamericana que había cohabitado con prostitutas durante una juventud calavera, los responsables de los Oscars, por aquello de la corrección política, empezaron a lamentar su nominación como mejor actor. Puede que sea leyenda urbana, pero todo esto ayudó a elevar «a las estrellas» a esta película y a hacer más rica la faceta del personaje que pone al arte y la individualidad por encima de los poderes biempensantes, trasladándola al mundo real. No cuesta mucho imaginarse a esos académicos franceses sentados con sus pelucas blancas en primera fila para ver la obra de Montfleury transformados en los trajeados ejecutivos hollywoodienses de hoy en día.
Para terminar de explicar el detalle sobre cómo cambiar el enfoque de una obra sin tocar siquiera su texto, recomiendo fijarse en un par de escenas concretas. La primera es la del duelo con Valvert justo fuera del teatro. Cyrano ha ridiculizado repetidamente al vizconde: lo ha llamado cretino y le ha ganado el duelo, cumpliendo su sobrada de herirle en el último verso. Pero no lo hiere físicamente. Lo que hace es tocarle la nariz, ya que en el francés original, el último verso era precisamente, «je touche», haciendo juego de palabras con el «tocar» al adversario en esgrima y el tocar algo con la mano. Para Cyrano, el juego termina ahí. No quiere matar al vizconde por una simple tontería como sería no ya haberlo insultado, sino no haberlo insultado bien. Simplemente lo humilla (tocándole literalmente las narices), y da por concluido el asunto. Pero hete aquí que sin mediar palabra, Valvert se revuelve contra Cyrano y continúa la pelea, por la espalda, a traición, totalmente llevado por la ira, y dejando bien claro que aquello para él no es ya un juego y que ha de acabar en sangre. El ambiente medio festivo de la escena se acaba, no hay risa ni música, Cyrano también calla y tras un intercambio de estocadas, es ahora cuando Cyrano atraviesa al vizconde con su espada. ¿Resultado? En vez de quedar como un psicópata sediento de sangre, hooligan y pendenciero, que provoca violencia hasta donde no la hay, Cyrano queda establecido en esta versión como alguien con mucho carácter y amigo de montar jaleo, pero que al menos sabe dónde está la raya roja. Al hacer que sea Valvert quien se empeñe en ir a muerte contra él, la culpa pasa a ser suya, no de Cyrano. Recordemos que estamos al principio de la película y que estamos dando a conocer a nuestro personaje todavía. Presentarlo como un asesino sin alma o no es muy importante, y eso, como hemos visto, lo puede decidir un director sin cambiar nada en absoluto del texto.
La otra escena de ejemplo es la del triple «no, gracias», donde Cyrano enuncia más o menos su forma de ver la vida. Tras el airado «no, gracias», se sienta y tranquiliza el gesto y la voz. El resto del monólogo, en vez de decirse a voz en grito, como quien está poseído y casi loco por el deseo de individualismo y de ponerse el mundo por sombrero «por un sí o por un no», está dicho con calma, deliberadamente, sabiendo lo que se dice, y precisamente por eso, casi con pena. En vez de declarar la guerra al mundo con una proclama, Dépardieu casi ofrece una imagen de hombre desanimado por no poder cumplir los altos ideales que tiene, como si los sintiera como una pesada carga, de las que les caen sólo a los lúcidos. El verso con que termina la escena, «cállate», según las indicaciones originales de Edmond Rostand, ha de decirse «vivement», pero en vez de eso, en la película acaba casi con desolación y desánimo. Con tono de héroe cansado.
En suma, una obra y una adaptación a la que volver continuamente. Háganlo pues vuestras mercedes.
TITULO:
No sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna
- Kipchoge y Bekele, o cuando los dioses fueron humanos en la maratón olímpica de París ,.
No
sé de qué me habla - Loteria - El Rasca de la Galleta de la Fortuna - Kipchoge y Bekele, o cuando los dioses fueron humanos en la maratón olímpica de París
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fotos,.
Kipchoge y Bekele, o cuando los dioses fueron humanos en la maratón olímpica de París,.
Los dos legendarios fondistas no brillan en la maratón de los Juegos de París Kipchoge se retiró, tras estar 2 kilómetros andando y perseguido por 300 personas. Se impuso el etíope Tola,.
En agosto de 2003, en el Mundial de París, cuando todo el mundo estaba pendiente del duelo en los 5.000 metros entre Bekele y El Guerrouj, un keniano de 18 años se coló por delante de ellos para coronarse tras protagonizar unos últimos metros de locura. Era Eliud Kipchoge y fue el comienzo de una rivalidad que ha ido de la pista al asfalto y que ha llegado al punto y final en la maratón olímpica de París, donde los dos dioses del fondo se convirtieron en humanos.
Después, en el tartán, Bekele derrotó al keniano casi siempre, hasta en quince ocasiones, pero en las cuatro maratones que disputaron juntos hasta esta última venció Eliud. Es la distancia de Filípides en la que Kipchoge se ha convertido en leyenda. Ha participado en 21 oficiales y se ha impuesto en 16. En las otras, fue segundo en Berlín 2013, la segunda vez que afrontaba la distancia; octavo en Londres 2020, sexto en Boston 2023 y décimo este año en Tokio en el test de control antes de los Juegos, un mal síntoma que no impidió que intentara buscar lo que nadie había conseguido: imponerse por tercera vez en la maratón olímpica. Se queda con dos oros (Londres 2012 y Río 2016), como Abebe Bikila (1960 y 1964) y el alemán Waldemar Cierpinski (1976 y 1980).
Un referente
Pese a ser una persona humilde, nada le ha hecho más humano que lo que protagonizó en París, quizá su última gran maratón, en la que se retiró. Es la primera que no la acaba. Con la edad ha perdido sus superpoderes, pero siempre quedará lo que ha conseguido con sus salvajes entrenamientos en las montañas de Kaptagat, en el Valle del Rift, a las órdenes de Patrick Sang, que le seguía en la matatu (furgoneta) en las tiradas largas. Ha sido la persona que ha demostrado que se puede bajar de las dos horas en recorrer los 42 kilómetros y 195 metros, algo que parecía imposible. De hecho, él lo hizo en una prueba no oficial. En oficiales llegó a 2h01:09, y enseñó al camino a atletas como su compatriota Kelvin Kiptum, que voló para detener el crono en 2h00:35 y que estaba destinado a tomar el relevo del mito, pero un fatal accidente de tráfico acabó con su vida.
300 seguidores detrás de él
Las cuestas de París reventaron a Kipchoge, a sus 39 años, con esas arrugas que tiene en la piel cuando sonríe que le hacen tener aspecto de sabio, imagen que fomenta con los libros que lee, e incluso con su granja en Kenia. Un hombre de pocos lujos. Empezó colocado perfectamente, desde la salida en el Hotel de Ville, para ir recorriendo los lugares emblemáticos de la capital de Francia, camino de Versalles y vuelta, pero en la primera rampa, entre los kilómetros 16 y 20, se empezó a llevar la mano al costado izquierdo y perdió contacto. “Tenía un dolor en la espalda”, explicó después. Siguió todavía un rato más, y aunque no logró llegar a la meta de Los Inválidos dejó una de las imágenes de los Juegos. Se paró y los compañeros pasaban y le animaban, pero la espalda no le dejaba. “Sentí su amor y su respeto”, reconoció. Estuvo caminando dos kilómetros y cuando se giró... “He visto más de 300 personas en mis espaldas caminando juntos”, desveló, mirando a la cara de forma penetrante al que le preguntaba. Tienen algo misterioso esos ojos. Estaba descalzo, porque había regalado las zapatillas, y también el número y casi toda la ropa, a algunos de los que peregrinaron con él. “Ver a esa gente es lo que me motiva”, añadió, sin querer desvelar si va a seguir corriendo maratones o no y haciendo un alegato a favor del deporte: “Si quieres estar cómodo en la vida, tienes que correr, tienes que hacer deporte. Eso es lo que he aprendido en los últimos 20 años”. Lo que le pasó lo comparó con un boxeador al que habían noqueado, pero dice que se levantará. “Es el deporte, es la vida”, aseguró.
Esas cuestas que fueron un calvario para Kipchoge también lo fueron para el resto. "He estado entrenando en las cuestas de la Casa de Campo y me he quedado loco al ver estas, tenía ganas de ponerme andar. Iba parado y adelantaba a gente con mejores marcas que yo", explicó después Yago Rojo, que acabó en el puesto 41. Tariku Novales terminó el 68 y reconoció su decepción: "Creo que he faltado al respeto a este gran evento. Ahora estoy un poco perdido. Cuanta más gente veía, más vergüenza me daba". El mejor español fue Ibrahim Chakir (34).
Bekele, por su parte, estuvo desaparecido desde el principio. Es más veterano todavía que Kipchoge (42) y volvía a unos Juegos doce años después, tras ser superado en Londres 2012, donde buscaba su tercer oro seguido en la pista en los 10.000, tras los de Pekín 2008 y Atenas 2004 (también fue plata en 5.000 en estos últimos y oro en la capital china). Su reciente actuación en Londres le devolvió a la actualidad, pero en París no pudo brillar.
Sí lo hizo su compañero Tamirat Tola, bronce en Río 2016 y campeón del mundo en Eugene 2022, que rompió la carrera en esas cuestas de mitad de recorrido para volar hasta la gloria con récord olímpico, 2h06.26. La plata se la quedó el belga Bashir Abdi y el bronce el keniano Benson Kipruto.
TITULO: LOS TOROS LA SER - Política y toros ,.
LOS TOROS LA SER,.
Los toros es un programa radiofónico que dirige el periodista especializado Manuel Molés en la Cadena SER.
Desde abril de 2015 se emite los lunes de madrugada tras ser sustituido
de su horario habitual de emisión de los domingos por el programa Contigo dentro. Contó con la colaboración de Antonio Chenel Antoñete, fallecido en Madrid el 22 de octubre de 2011,
siendo uno de los espacios más antiguos del panorama radiofónico
nacional ya que continúa emitiéndose de manera ininterrumpida desde 1982.
Es un espacio taurino
a modo de repaso informativo semanal. Consta de tertulias, entrevistas
con los personajes de actualidad y crónicas de los eventos taurinos más
destacados de la jornada., etc.
Política y toros,.
fotos / Acaso quepa trasladar esa dialéctica a la figura 'política' del aficionado taurino tal como, idealmente, me gustaría aquí esbozarla. No el portavoz recalcitrante de formas culturales atávicas y periclitadas, ajenas cuando no contrarias a la civilidad, sino el ciudadano que incorpora a sus responsabilidades cívicas la conciencia de facetas de la vida humana que conforman un límite: la animalidad, la muerte, lo sagrado, lo trágico,.
La supresión del Premio Nacional de Tauromaquia, que fue instituido por José Luis Rodríguez Zapatero en 2011 y que ha reconocido, entre otros, a Enrique Ponce, Morante de la Puebla y El Juli, tiene una importancia simbólica incontestable, puesto que afecta a una larga tradición española (las corridas de toros, tal y como las conocemos hoy, datan de finales de siglo XVIII). Para Ernest Urtasun, ministro de Cultura y portavoz de Sumar, la tajante decisión obedece a que hay que adaptarse «a la nueva realidad española y cada vez hay más gente que está en contra del maltrato animal». Se abre así un debate: ¿los toros son cultura y arte? La primera parte de esa pregunta es retórica y en la segunda intervendría la subjetividad, aunque no para la RAE, que define la tauromaquia como el «arte de lidiar toros».
El filósofo y escritor Fernando Savater considera «indudable» que «los toros son cultura» y añade que «nadie dice que la cultura tenga que ser indolora o que deba gustarle a todo el mundo. La religión ha causado muertes y sufrimientos y muchos la consideran dañina, pero sin duda es una parte importante de la cultura. ¿Acaso tiene derecho a prohibirla un ministro de Cultura que sea ateo?». Respecto a su posible condición de arte le parece «un tema muy discutible, como en otros casos. Muchos llaman al boxeo “el noble arte” y otros muchos lo tienen por mera brutalidad. ¿Es arte lo que hace Damien Hirst o puro sacacuartos? ¿Es arte el fútbol o debemos prohibirlo?». Para el dramaturgo Albert Boadella «el toreo alcanza en muchos momentos la dimensión de un arte siempre sujeto a la calidad del torero». Luis Antonio de Villena, poeta, narrador, ensayista, traductor y crítico literario, opina que la tauromaquia «es cultura popular y existe en toda la península ibérica. No hay ninguna comunidad autónoma que no la tenga. Está la ridiculez del nacionalismo catalán, que prohíbe las corridas de toros pero permite que se sigan corriendo toros por las calles, es absurdo. Lo hacen porque entienden, tontamente, porque son todos muy incultos y muy brutos, que la corrida es una cosa como española y los toros por la calle no, cuando es exactamente igual, solo que correr toros por la calle es más antiguo, viene de la Edad Media. Y si la corrida sale bien sí es arte».
¿Una decisión desacertada?
Félix Ovejero, doctor en Ciencias Económicas y profesor de Filosofía Política y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona, cree que «es indiscutible que es cultura, pero eso no es un argumento a favor de su pervivencia. También eran cultura el feudalismo y el fascismo. Y depende de qué entendamos por arte. No vale decir que ha inspirado arte. Porque la mafia ha inspirado películas, pero no es como tal una película. Hoy, cuando arte se considera cualquier cosa que un conjunto de individuos con cierto atribuido criterio estético llaman arte, podría perfectamente serlo. Pero no está escrito en ningún lado que porque algo sea bello esté sin más justificado moralmente». Y recurre a una hipérbole no exenta de ironía: «Podríamos encontrar una cierta plasticidad en que un grupo de individuos se tirara desde la torre Eiffel, sin embargo eso no quitaría la crueldad del acto. Lo que sería objetivo es la belleza, no el arte». No comparte esa opinión el poeta, ensayista y crítico literario Luis Alberto de Cuenca, que fue Secretario de Estado de Cultura y dirigió la Biblioteca Nacional: «La tauromaquia es cultura y es arte, y basta, le diría yo al señor ministro y a cualquier persona que ponga en duda eso, que lea ese libro maravilloso de Ángel Álvarez de Miranda, “Ritos y juegos del toro”, para ver hasta qué punto es cierto que la tauromaquia es cultura y es arte».
A partir de esas reflexiones de base, ¿es la del ministro de Cultura, pues, una decisión desacertada? Luis Antonio de Villena: «Es una decisión desacertada porque creo que no se debe prohibir, estoy en esa idea. Pero se han quitado premios por cuestiones de corrección política, como el González Ruano de periodismo, que era notable. ¿Por qué se va a quitar un premio de tauromaquia? ¿Porque a ti no te gusta la tauromaquia? Tú dices que no te gusta la tauromaquia, pero no debes quitar el premio. Eso es la libertad, elegir. No quitas el premio, pero puedes hacer propaganda contra la tauromaquia». Luis Alberto de Cuenca lo tiene clarísimo: «Estoy absolutamente en contra de la supresión del premio», y Boadella ahonda aún más y añade otro elemento, el «excesivo porcentaje de politización de los premios, por ese motivo no acepté el Premio Nacional de Teatro en 1994. Y la supresión del premio a la tauromaquia es una prueba tangible de esta politización. Las ideas políticas del ministro se han llevado a término con total desfachatez, sin respeto alguno a cientos de miles de ciudadanos y a todo lo que ha significado para la cultura mundial».
Desmontar la nación
Félix Ovejero sí ve acierto en la decisión, aunque introduce matices de peso: «No me parecen bien los toros y no creo que sea una decisión desacertada, aunque pueden ser desacertadas las motivaciones que hay: cualquier cosa que tenga que ver con lo que ellos consideran que es la defensa del españolismo, o la idea misma de España, les molesta».
Esa última reflexión del profesor universitario catalán anima a preguntarse si la supresión de ese premio tiene que ver con el empeño de la izquierda en eliminar símbolos puramente españoles, que asocian a una derecha rancia, y si existe un paralelismo entre esa decisión y la prohibición de corridas de toros en Cataluña. Savater contesta a ambas cuestiones con «dos rotundos síes». Boadella también, y lo razona: «La izquierda ha dado ínfulas a todas las ideas y formas que descomponen la unidad y la igualdad de los ciudadanos españoles. Llevan mucho tiempo tratando de desmontar el sentido que teníamos de nación española. Es obvio que la tauromaquia forma parte de esta imagen, pues es lo primero que un extranjero identifica con la esencia de España. El repudio a los toros por parte del nacionalismo catalán tuvo dos claras motivaciones, el odio a todo lo que representa España, empezando por la lengua, y una exaltación desmesurada del animalismo para mostrar lo salvaje de la cultura española. Hay que reconocerles en ello un éxito total: en los años 50 Barcelona era la primera plaza del mundo y ahora no existe una sola corrida. También han conseguido exportar la desmesura animalista en la legislación del Estado a unos puntos de ridiculez insultante para el ser humano». Para Ovejero, «el paralelismo [entre la prohibición de las corridas de toros en Cataluña y la eliminación del premio] está claro. La razón última, y no podemos engañarnos, tiene que ver con algo que se vincula a la historia de España y a una tradición cultural sin duda española, singular, aunque, por supuesto, se ha extendido a otros países».
En cualquier caso, tres presidentes de comunidades autónomas han anunciado que crearán sus propios premios de tauromaquia, el socialista García-Page (Castilla-La Mancha) y las populares Ayuso (Madrid) y María Guardiola (Extremadura). La «fiesta nacional» seguirá, pues, vivísima y coleando. Pese a que a Urtasun no le guste y le retire el laurel y el parné.
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