miércoles, 1 de enero de 2025

Metrópolis - Vintage 13: Arquitectura española, años 80 ,. / DIAS DE TOROS - Francia: nueva esencia de la tauromaquia ,. / Retratos con alma - En que pais vivimos,.

 

 TITULO: Metrópolis - Vintage 13: Arquitectura española, años 80 ,. 

  El lunes - 13 - Enero , los lunes a partir de las 00:30, en La2, foto,.

 Vintage 13: Arquitectura española, años 80,.

 Vintage 13: Arquitectura española, años 80

 Metrópolis presenta el capítulo número 13 de su serie Vintage, dedicado a la arquitectura internacional de los años 80, que se caracterizó por el eclecticismo del estilo posmodernista historicista y la aparición en escena de la arquitectura hightech, primera manifestación del estilo neo-futur.

TITULO:  DIAS DE TOROS  - Francia: nueva esencia de la tauromaquia ,.

 

 

Francia: nueva esencia de la tauromaquia,.

 

<a href="http://elpais.com/elpais/2017/04/27/album/1493289856_797094.html"><b>FOTOGALERÍA.</b></a> Desde la izquierda, los toreros Adrien Salenc, Andy Younes y Tibo García en el anfiteatro de Arles.
fotos /  Desde la izquierda, los toreros Adrien Salenc, Andy Younes y Tibo García en el anfiteatro de Arles.

Un concepto diferente del espectáculo y el creciente número de toreros, ganaderías y novilleros animan la fiesta de los toros en las plazas del sur del país,.

El anfiteatro romano de Arlés recupera su función litúrgica, hedonista y sociológica 20 siglos después de haberse erigido en el promontorio que otea la Camarga. Un combate estilizado del toro y el hombre. Una comunidad heterogénea que celebra un rito pagano, eucarístico. Y una voz metálica que resuena por los altavoces, anunciando la celebración de “una novillada cien por cien francesa”. La reivindicación del animador se recibe entre ovaciones. Y alude al paseíllo de una terna de chavales locales —Andy Younes, Tibo García, Adrien Salenc— que van a lidiar reses de seis ganaderías francesas. Imposible imaginarlo hace unos años.

Y no digamos hace unas décadas, cuando Simón Casas, empresario de Las Ventas desde esta misma temporada, formó el primer sindicato de toreros franceses con Nimeño I. Eran los únicos afiliados. Y estaban aislados, pero obstinados también en levantarse contra la discriminación que ejercía la colonización española. Se sentían exiliados, clandestinos. Soñaban con introducir la revolución de la tauromaquia francesa.

Francia constituye en 2017 un territorio autosuficiente de ganaderías (49), plazas (51), grandes ferias (7), toreros en activo (10), primeras figuras —Sebastián Castella, Juan Bautista, Lea Vicens— y profesionales en todos los ámbitos —empresarios, banderilleros, picadores...—, y su posición de minoría exótica y de marginación predispuso una conciencia de militancia y de autodefensa que ahora sirve de modelo de urgencia al complejo de superioridad español. Más aún cuando Cataluña ha dado por abolidas las corridas. Se antoja estrafalaria la situación de los aficionados catalanes, constreñidos a cruzar la frontera de los Pirineos para participar de un espectáculo reprobado en su tierra, seña en algún tiempo de la españolidad.

La paella y la sangría se consumen en Arlés con la avidez de la promiscuidad cultural. Y bailan flamenco los arlesianos. E identifican el anfiteatro romano como un templo identitario. Y lo abarrotan por fuera y por dentro, acompasando el pasodoble como el himno iniciático a la corrida de toros, aunque todos los festejos empiezan con la obertura de Carmen, la ópera del compositor francés Georges Bizet. Y aunque los altavoces proclamen el hito regional de la “novillada cien por cien francesa”.

No se trata de una apropiación, sino de una merecida y trabajada asimilación. Francia fue el primer país que declaró la tauromaquia Patrimonio Cultural Inmaterial (2011). Lo hizo cumpliendo con escrúpulo los requisitos técnicos y conceptuales de la Unesco —estética, tradición, creatividad, acervo...— y consolidando una protección cuyo origen se remonta a 1951, cuando se proclamó una ley que prohibía la tauromaquia —y las peleas de gallos, y el maltrato animal— excepto donde estaba acreditada una tradición continuada. Es la famosa excepción cultural. Es el caso de Arlés. Y de Nimes. Y de Béziers. Tres arenas señeras del sudeste francés que rivalizan con las ferias principales del suroeste. Sobre todo con Bayona, Dax, Mont-de-Marsan y Vic-Fezensac.

“La necesidad de defender la tauromaquia casi en una situación de asedio nos ha convertido en pioneros de las iniciativas políticas”, explica André Viard. Fue matador de toros. Escribe, pinta, filosofa. Y desempeña la presidencia del Observatorio Nacional de las Culturas Taurinas, cuya función activista y pedagógica tanto reivindica el valor ecológico, medioambiental de la tauromaquia como la justifica desde un punto de vista ético y estético. “España ha dado por descontado que el toreo iba a ser eterno. Y que no era necesario protegerlo. Por eso allí se ha reaccionado tarde. Ha predominado la desunión de unos y otros sectores. No ha sabido utilizarse el marketing, una de las armas que mejor emplean los animalistas. Y se ha incurrido en una desesperante pasividad”.

La paella y la sangría se consumen en Arles. Y bailan flamenco los arlesianos. Aunque los altavoces proclamen el hito regional de la "novillada cien por cien francesa".

La alarma de la prohibición catalana estimuló la reacción. Los toros pasaban de la tutela del Ministerio de Interior a la cartera del Ministerio Cultura (2011). Se declararon patrimonio histórico cultural en 2013. Y se les garantizó una protección legislativa, inmune a las competencias que pretendieran atribuirse las comunidades autónomas. “La cuestión es que no basta únicamente con blindar los toros”, razona André Viard. “Hay que crear un modelo de espectáculo. Atraer a los públicos. Saber exponer las cualidades de la tauromaquia en este mundo complejo, globalizado. Francia necesita a España porque España es la casa madre de la tauromaquia. Y España necesita a Francia porque aquí hemos avanzado mucho en el camino del porvenir”.

Aficionados con voz y voto

El modelo francés muestra una adhesión desacomplejada a los toros, heterogeneidad de público, mezcolanza de generaciones e implicación de los espectadores. Muchas de las plazas llegan al extremo de “alojarlos” en las comisiones taurinas, organismos municipales donde los aficionados tienen voz y hasta voto en la confección de los carteles, en la expresión de sus preferencias.

Desconcierta el silencio, la actitud observadora, a veces gélida, del público taurino francés, pero esta misma idiosincrasia cartesiana a medida de un partido de tenis perfila a un aficionado más culto, más instruido. Y más leído también, como invitan a pensar los escaparates de las librerías que jalonan las calles céntricas de Arlés.

En Francia hay 49 ganaderías, 51 plazas de toros y 7 grandes ferias.
En Francia hay 49 ganaderías, 51 plazas de toros y 7 grandes ferias.

Bullían en las fiestas de Semana Santa. Impresionaba la “españolización” de los hábitos festivos y hedonistas. Y se vivía la tauromaquia a todas las horas —encierros, festejos de recortadores camargueses— y en todas las modalidades. Incluida la tertulia vespertina del Ayuntamiento. O las clases prácticas de toreo de salón para aficionados.

Tiene Simón Casas razones para sentirse gratificado, reconocido. Su modelo de productor creativo en Nimes y de agitador de ideas representa hoy el hito embrionario de la tauromaquia francesa. Especialmente desde finales de los ochenta, cuando el visionario extorero atrajo al anfiteatro romano los grandes acontecimientos. Litri y Camino reaparecieron con el pelo blanco para dar la alternativa a sus hijos en 1987. Luego sobrevinieron los doctorados de Jesulín de Ubrique, Manuel Caballero, Chamaco, Cristina Sánchez, El Juli, incluso la reciente alternativa de Roca Rey.

“Los toros eran en Francia un espectáculo importado. Se nos discriminaba como franceses. Y nuestras plazas no eran sino colonias españolas. Ahora hemos arraigado la fiesta por nosotros mismos. No desde el revanchismo, sino desde la identificación y la asimilación. Vivimos el toreo como una fiesta nuestra, o también nuestra. Francia ha conseguido ser autosuficiente. Y no estoy hablando de chovinismo, sino del proceso con el que hemos revitalizado e integrado la cultura mediterránea del toro”, señala Simón Casas.

Francia necesita a España porque España es la casa madre de la tauromaquia. Y España necesita a Francia porque aquí hemos avanzado mucho en el camino del porvenir".

La mejor evidencia se encuentra en el campo. Fue la antiquísima ganadería de Hubert Yonnet la primera que debutó en Las Ventas (1991). Y la pionera de una implantación ganadera que se extiende desde las Landas hasta la Camarga. Aquí, el toro de lidia, el toro bravo, se ha arraigado como el arroz. Se ha fortalecido con la sal. Y se ha multiplicado como símbolo de la marisma en la desembocadura del Ródano.

Bien lo saben Andy Younes, Tibo García y Adrian Salenc. Sus nombres resonaban en la megafonía de Arlés como valedores de una generación que ya no necesita cruzar la frontera para aprender el oficio y torear en el campo. Han podido mirarse en el espejo de las grandes figuras. Que son Juan Bautista y Sebastian Castella. Y que se hicieron toreros porque de chavales les estimuló que un compatriota suyo, Nimeño II, fuera capaz de abrir la puerta grande de Las Ventas cuando el adjetivo de francés tenía connotaciones peyorativas. O se observaba con el recelo de un exotismo.

Corrida de toros en el anfiteatro de Arles.
 
Corrida de toros en el anfiteatro de Arles.

Un toro de Miura malogró la carrera del maestro en 1989. Lo hizo en Arlés. Y la tragedia predispuso su suicidio, de forma que Nimeño II, hermano de Nimeño I, se convirtió en el primer mártir de la historia de la tauromaquia contemporánea. Y en el héroe de una revolución que convierte a Francia en la vanguardia de este espectáculo.

Es el viaje de la clandestinidad al reconocimiento. El viaje que hizo la Viridiana de Buñuel para torear la censura franquista. No requisaron la película en la frontera porque iba escondida entre los avíos de la cuadrilla de Pedrés. Y llegó a tiempo de estrenarse en Cannes, como alegoría de la libertad. Y como paradoja premonitoria de la coyuntura contemporánea de los aficionados catalanes. También ellos tienen que cruzar la frontera y acomodarse en los tendidos de Arlés para aplaudir a los artífices y protagonistas de una novillada “cien por cien francesa”.

Sebastián Castella, máxima figura

Si Nimeño II puede considerarse el primer torero francés “aceptado” en el escalafón español, Sebastián Castella alcanzó la categoría de máxima figura. Llegó a torear hasta 90 tardes en 2006. Y consiguió en 2015 abrir por cuarta vez la puerta grande de Las Ventas. Son evidencias estadísticas de un torero de “ida y vuelta” que nació en Béziers, de padre español, pero que se terminó forjando en Sevilla, a la vera del maestro José Antonio Campuzano.

El mestizaje explica su acento andaluz y se añade a la peculiaridad de una madre polaca. Castella, como Juan Bautista, es referencia de las principales ferias contemporáneas y afronta su decimoctava temporada de matador en una posición de madurez. Un torero vertical, hierático, que tomó la alternativa en Béziers y que adquirió una gran repercusión en las plazas mexicanas. Torea en Sevilla el 5 de mayo y dos tardes en Madrid, en San Isidro, el 19 y el 26 de mayo.

 

TITULO:  Retratos con alma - En que pais vivimos ,.


La periodista Isabel Gemio regresa a la televisión para presentar 'Retratos con alma', el nuevo programa producido por RTVE en colaboración,.  

 

 

 Lunes - 13 - Enero  -  a las 22:40 horas en La 1 / foto,.

  En que pais vivimos,.

 Marinetti. Retrato de un revolucionario, de Maurizio Serra

Debemos a Anatole France, el cantor de una Tercera República amenazada por la decadencia, algunas páginas proféticas acerca del malestar espiritual que culminaría en la Gran Guerra. El tomo segundo de un ciclo narrativo suyo de finales del siglo xix empieza con un diálogo entre un viejo erudito, el señor Bergeret, y un coleccionista y patriota napolitano, el comendador Aspertini. Pasan del arte a la política, y resulta que están acuerdo sobre el hecho de que «si no estuviese toda Europa acuartelada, estallarían insurrecciones como en otros tiempos, ya en Francia, ya en Alemania, ya en Italia». No son propuestas reaccionarias sino de un escéptico sentido común, como en el estilo de France. El sentido común encierra una lección de humildad frente a las pasiones que han devastado el continente y se preparan para devastarlo de nuevo.

La caserne, la ordenación determinada por el triunfo prusiano de 1870-1871, todavía tiene bajo control «las energías ignoradas que de tarde en tarde produjeron alguna sublevación y desempedraron las calles de la capital». La humilde carrera en el ejército en tiempos de paz frena el ímpetu de las nuevas generaciones: «El grado de sargento […] es un aliciente para invertir la energía de los jóvenes héroes que, libres y arrastrados por sus impulsos, hubieran construido barricadas donde ofrecer un desgaste a sus bríos». Pero ¿durante cuánto tiempo? La guerra separa a los vencedores de los vencidos: no es algo que sorprenda a los dos amigos, estudioso de la Antigüedad. Pero de las guerras modernas se derivan «consecuencias infinitas»; los vencedores ambicionan también la primacía espiritual; desconsolado, Bergeret observa:

[…] no se avienen a seguir la escuela de los vencidos. Para estar acreditado un profesor que nos habla de los caracteres del arte eginético o los orígenes de las porcelanas griegas debe pertenecer a la nación que fabrique mejores cañones.

Aspertini trata de darle ánimos, enumera las deudas que el mundo ha contraído con Francia; pero como buen heredero del Risorgimento, se compadece de la frívola hermana latina:

«Si el alma francesa no vibra ya en el alma de otras naciones, ni hace latir con su ritmo el corazón de toda la Humanidad, es porque los franceses ya no son los apóstoles de la justicia y de la fraternidad […]. Nunca digáis que vuestras desgracias provienen de las derrotas. Decid que provienen de vuestras culpas».

La idea de la décadence se desarrolla a partir del trauma de la patria mutilada por el enfrentamiento cultural. Para France, espíritu mucho más abierto de lo que sus tiempos podían admitir, la alternativa al enfrentamiento sólo podía darse desde la renuncia a cualquier tipo de fanatismo. Los hombres de buena voluntad saben que existen épocas para el combate, y otras para el retiro y la espera. En este diálogo, había un sobreentendido pesimista, pero de un pesimismo tolerante. Bergeret sabía mostrarse por encima del adulterio urdido por la ajada consorte, y al mismo tiempo no malgastaba energías contra las traiciones de la historia y las miserias de la política[i].

El pesimismo dejaba traslucir una Francia tolerante sólo en apariencia, entre los siglos xix y xx, y estaba destinado a influir en el debate entre pasado y presente, conservadurismo y progreso, tradición y modernidad respecto a todo el continente. Parecía que la cuestión social hubiese tomado la delantera respecto a la nacional, pero en el fondo no era así. Otro ejemplo lo proporcionan las novelas de Alphonse Daudet, por entonces muy leídas y difundidas. Junto a Maupassant, Daudet había sido el mejor intérprete del sacrificio, del heroísmo involuntario de la «gente humilde», que se vio arrastrada por la caída del Segundo Imperio y la invasión prusiana. Después, perdiendo en parte la frescura de las primeras obras, pasó a realizar oscuras estampas de ambientes medio-altos, enfermos de especulación, de misticismo, de neurastenia, males que estaban extendiéndose a las raíces sanas del pueblo[ii].

¿Dónde estaba el país seguro de sus propias raíces, el país del terroir, de la religión laica del deber? El hijo de Daudet, Léon, se convertirá en el mayor representante, junto a Maurras, de Action Française, adalid de la intransigencia germanófoba y xenófoba, enemigo de la penetración extranjera, hebraica, masónica, protestante, que «hibridaba» y envilecía a la nación. Para Daudet y Maurras, la República era el mal porque, nacida de la derrota, constituía el símbolo de ésta. Los llamamientos al legitimismo promovían una representación mítica de la Francia «profunda», que desembocará, después de dos guerras, con muchos compromisos y muchas ilusiones, en la restauración de Vichy. Entretanto, la sombra de la crisis del siglo xx –la herida de la modernidad–, el malestar del individuo abandonado a sí mismo frente a la historia traidora, se proyectará en el hogar de Daudet. El hijo de Léon, Philippe, un joven prodigio, desaparecerá en el oleaje de la conspiración terrorista y, quizá, de la rebelión contra el padre[iii].  (…)

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[i] A. France, Histoire contemporaine (1896-1901), II, Le mannequin dosier, Calmann-Lévy, París, 1897, pp. 29, 34-36 [trad. esp.: El maniquí de mimbre, Fabril Editorial, col. Mirasol, Buenos Aires, 1960]; sobre el antijuvenilismo de los personajes de France, véase G. Macchia, «Il maestro di Proust», en Le rovine di Parigi, Mondadori, Milán, 1985, pp. 289-293.

[ii] Véase en concreto A. Daudet, LEvangéliste. Roman parisien, Dentu, París, 188319, dedicado al célebre neurólogo Charcot [ed. esp.: La Evangelista, La Novela Ilused.a, Madrid, s. f.]; sobre la «tesis moral» de la obra ha extendido B. Croce, «Zola e Daudet», en Poesia e non poesia, Laterza, Bari, 19423, pp. 273-284 [ed. esp.: Poesía y no poesía, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2006].

[iii] La desaparición de Philippe Daudet, en noviembre de 1923, seguida del hallazgo de su cadáver algunos días más tarde, fue uno de los sucesos más sonados en la lucha política en la Francia de entreguerras. Se habló abiertamente de las simpatías de Philippe por los círculos anarquistas e incluso de su participación en un plan para atentar contra personalidades de derechas, entre las cuales se contaba su padre; véase la defensa apasionada en memoria de su hijo que hizo madame L. Daudet, La vie et la mort de Philippe, Fayard, París, 1926, con testimonios de Léon Daudet, Maurras, Bainville, etcétera. En el libro se rebate la tesis del suicidio, de la que la policía se sirvió para archivar el caso.

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