TITULO: Atención obras - Cine - Eva Hache ,. Viernes - 7 - Marzo ,.
Viernes - 7 - Marzo ,. a las 20:00 horas en La 2, foto,.
Atención Obras’ recibe en su sofá rojo a la polifacética artista Eva Hache, con motivo del estreno de la obra de teatro ‘Nunca he estado en Dublín’, escrita por Markos Goikolea y dirigida por Mireia Gabilondo, que protagoniza en el Teatro Pavón de Madrid hasta el 27 de abril.
La actriz habla de este proyecto, que supone su vuelta a los escenarios como actriz, su reciente debut como directora de cine con la película ‘Un mal día lo tiene cualquiera’ y de sus otras vertientes como monologuista y presentadora de televisión.
El programa repasa sus inicios en la profesión y reproduce imágenes de entonces. Cuenta que coincidió en aquel primer trabajo como actriz en la compañía de teatro del actor y director Juan Antonio Quintana en el Aula de Teatro de la Universidad de Valladolid con el actual ministro de Transportes, Óscar Puente.
TITULO: Detrás del instante - Bill Brandt, el fotógrafo genial que renegó de su afiliación alemana ,.
Miércoles - 5 - Marzo a las 20:00 horas en La 2 / fotos,.
Bill Brandt, el fotógrafo genial que renegó de su afiliación alemana,.
La Fundación Mapfre dedica una retrospectiva al maestro, un hombre que conjugó con acierto todos los géneros,.
Está a la altura de los grandes maestros de la fotografía. Bill Brandt es junto a Brassaï o Henri Cartier-Bresson uno de los padres del arte fotográfico moderno. Lo paradójico de este hombre es que captó la huella de su tiempo y a la vez intentó sepultar todo vestigio de su pasado. Nacido en Hamburgo bajo el nombre Hermann Wilhem Brandt en 1904, borró sus raíces germánicas para pasar inadvertido en el Reino Unido, en donde el nazismo hizo que se aborreciera todo lo que venía de Alemania. Se tomó tan en serio lo de abjurar de sus raíces que cuando se asentó en Londres, después de breves estancias en Viena y París, decía ser británico sin mácula, pese a que nunca logró deshacerse del todo de su acento. Su figura y biografía están envueltas por el misterio y el conflicto, algo que se nota en su trabajo.
Una exposición de 186 fotografías positivadas por el propio artista, quien aprendió a conciencia las técnicas del laboratorio, ofrece una muestra de su trabajo en la Fundación Mapfre, en Madrid. Brandt dominaba con destreza los trucos del retoque y se encargaba él mismo de hacer sus propias copias y ampliaciones. «El efecto final de la imagen depende en gran medida de esas operaciones, y solo el fotógrafo sabe lo que pretende», escribió en uno de sus libros, 'Camera in London'.
La muestra refleja medio siglo de su quehacer, en el que se conjugan todas las disciplinas del género: reportaje social, retrato, desnudo y paisaje, modalidades que cultivó siempre con acierto. Como testigo de su tiempo, ilustró los desolados paisajes industriales de su país de adopción, la mugre del minero después de un día extenuante de trabajo, y contrapuso las imágenes de los de arriba y los de abajo, la jerarquía social entre potentados y servidumbre. Sus desnudos denotan un afán experimental sorprendente: hechos en la playa, la carne se funde con la piedra para dar una imagen en que se entretejen lo mórbido y lo granítico, lo efímero y lo imperecedero.
Tuberculosis
Su interés por la fotografía data de su juventud, cuando su familia le envía a los sanatorios suizos de Agra y Davos para recuperarse de su tuberculosis. Aparte de las curas a base de respirar aire limpio, acudió a un psicoanalista que prometía erradicar la dolencia en el diván. Es dudoso que las teorías freudianas le sanaran, pero sí que penetraron en su mente hondamente, lo que se reflejan en la obra de este genio del retrato que ocultaba su árbol genealógico, poblado de acaudalados antepasados rusos.
En el París de finales de los años veinte entró en contacto con las vanguardias y el surrealismo, si bien Brandt prefirió abordar la realidad de los barrios periféricos antes que las ensoñaciones oníricas. Convertido en el gran documentalista y poeta de la vida cultural y social de Londres, trabajó para revistas como 'Weekly Illustrated', Lilliput' y 'Picture Post'. Cuando estalló la II Guerra Mundial, acometió dos de sus más impresionantes trabajos. Uno de ellos versaba sobre los ciudadanos que se refugiaban en el metro durante los bombardeos nocturnos. Cuerpos arracimados transmitiéndose unos a otros el calor. La otra gran empresa fue capturar la esencia del Londres espectral y desértico, sumido en la oscuridad para burlar las bombas.
Ilustró los desolados paisajes industriales del Reino Unido y destacó por tratamiento del desnudo,.
Pese a la variedad temática de sus inquietudes hay algo constante en su legado: la presencia obsesiva del 'unheimlich' (lo «siniestro», lo que produce desazón, según Freud), circunstancia que hace que las fotografías de Brandt causen atracción y rechazo a partes iguales, «fascinen siempre al espectador», en palabras del comisario de la muestra, Ramón Esparza, profesor de Comunicación Audiovisual en la Universidad del País Vasco.
Bill Brandt trabajó para revistas como 'Harper's Bazaar', lo que le permitió fotografiar a personalidades como Francis Bacon o Henry Moore. Para capturar la imagen del primero empleó un gran angular que confirió al retrato una atmósfera extraña, algo recurrente en sus instantáneas.
TITULO:TARDE DE CINE CON - La historia del primer videojuego español: así lo crearon en 1977 dos «becarios que eran unos genios»,.
La historia del primer videojuego español: así lo crearon en 1977 dos «becarios que eran unos genios»,.
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foto / Manuel Llaca ha plasmado su investigación en un libro.
Antes de que las consolas y los ordenadores personales se convirtieran en habituales en las todas las casas, los niños y adolescentes de finales de los años 70 y la década de los 80 se pasaban las tardes jugando a videojuegos en las salas recreativas. Eran locales llenos de máquinas de unos dos metros de altura, grandes pantallas y luces y colores llamativos en las que se podía jugar al 'Space Invaders' (1978), 'Pac Man' (1980), 'Donkey Kong' (1981) o el 'Tetris' (1984). Tenían dos joysticks y tres o cuatro botones para cada jugador que había que aporrear para matar marcianitos o girar las piezas para encajar el puzzle del último de los juegos mencionados. Más tarde llegarían otros como 'Super Mario Bros.', 'Out Run', 'Street Fighter II' o 'Mortal Kombat'. Cada partida costaba 25 pesetas y se jugaba hasta agotar -o casi- la paga semanal, que rondaba las 100 pesetas.
En España también se hicieron videojuegos y algunos de ellos llegaron a aquellas salas, como el 'Destroyer' (1980), en el que el jugador manejaba una nave con la que debía destruir las sucesivas oleadas de enemigos que iban llegando desde la parte superior de la pantalla. Otros se crearon pero no llegaron a comercializarse, como el caso de 'El paracaidista' (1979), que se pensó instalar en 25 de estas máquinas recreativas. No pasó de ser un prototipo. Con un cañón situado en la parte inferior izquierda de la pantalla se apuntaba a un avión que desde la parte superior iba dejando caer paracaidistas. Había que eliminarlos antes de llegaran al suelo y tomaran el arma con la que se les disparaba. Si lo lograban, se acababa la partida.
Hasta hace bien poco se pensaba que este era el primer videojuego español. Pero una investigación llevada a cabo por Manuel Llaca, un ingeniero asturiano afincado en Vitoria desde hace casi dos décadas y «recuperador de la historia de la informática», ha revelado que dos años antes, «dos becarios que eran unos genios» de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) habían creado un videojuego que llamaron 'Ping-Pong'. Como en el 'Pong' de Atari, creado en 1972, dos jugadores se enfrentaban manejando cada uno de ellos una raqueta o pala -en realidad, un simple rectángulo- que movían de arriba a abajo en los laterales de la pantalla para hacer rebotar una pelota hacia el lado del rival. Ganaba quien llegaba antes a 21 puntos con una diferencia de dos. El límite máximo en caso de no llegarse a ese margen era de 99 tantos. «No fue una simple copia del 'Pong', no es un 'fusilamiento' mediante ingeniería inversa. Se trató de utilizar un concepto muy básico ya existente, pero creando un producto totalmente nuevo», defiende Llaca.
Una prueba académica
Los dos becarios que crearon aquel primer videojuego fueron Rafael Martínez Jiménez y Juan Santos Sánchez. Fueron atraídos al proyecto por Elías Muñoz Merino, que hizo su tesis en la prestigiosa Universidad de Standford y era catedrático de Circuitos Electrónicos en la UPM. ¿En qué consistía exactamente? La realidad es que nada tenía que ver con crear un videojuego. Más bien se trataba de trabajar en un componente informático al que la universidad quería sacar provecho: el microprocesador Intel 8080. Los microprocesadores son el cerebro del ordenador, los que se encargan de dirigir las tareas. El primero se creó en 1971 y fue el primer paso hacia la miniaturización de las computadoras. Las primeras, que se desarrollaron para cálculos militares a finales de la II Guerra Mundial, ocupaban habitaciones enteras. En esos años nadie pensaba que acabarían en todos los hogares. El Intel 8080 llegó en 1974 y fue el primero desarrollado para uso general.
Para poder trabajar con él, la universidad madrileña adquirió una máquina llamada Intel Intellec MDS-800, «una especie de ordenador que solo funcionaba con ese microprocesador», explica Llaca. Con ella empezaron a trabajar estos «genios», como les describieron el propio Elías Muñoz y algunos de sus profesores de aquella época. Su intención era aprender a programar para este microprocesador. Dicho de otra manera, se trataba de una tarea lectiva, muy lejos de cualquier objetivo comercial. «No podían pensar en lo que se convertiría la industria del videojuego, que en la actualidad factura más que el cine y la música juntos». Plasmaron su trabajo en un artículo que aparece recogido en uno de los tres tomos del Seminario de Microprocesadores que tuvo lugar en marzo de 1977. Allí aparece con todo tipo de detalles cómo lo programaron, los requisitos técnicos, los circuitos electrónicos…
Otros tiempos: un PC costaba lo que dos coches nuevos
Para poner en valor aquel trabajo, Llaca recuerda que en el año 1977 «una persona en casa no podía crear un videojuego porque no tenía los medios para crearlo». El primer ordenador personal, el Apple II, salió al mercado justo ese año. Cuando IBM sacó su primer PC en 1981 «costaba lo mismo que dos coches nuevos». Otro factor que añade dificultad es que lo hicieron en lo que los informáticos llaman programación en ensamblador, algo así como tratar directamente con el microprocesador. «Son palabras mayores. Esto no lo hubiera podido hacer cualquiera», destaca Llaca, que reconoce que él mismo no entiende este lenguaje pese a que lleva tres décadas en el sector.
Establecido que aquel juego había quedado plasmado en un papel, faltaba por saber si se había llegado a construir un prototipo. La respuesta es que sí. Llegó a mostrarse a los visitantes de la universidad. Pese a todos estos datos, hay quien insiste que en 'Ping-Pong' no es el primer videojuego español. «Buscan excusas -afirma Llaca-. Unos porque no llegó a venderse, pero sí estuvo operativo aunque no llegara a las tiendas. Y otros porque era un clon del 'Pong'. Pero es como si me dices que Diesel, cuando inventó el motor que lleva su nombre, era copia de un coche anterior porque tenía cuatro ruedas. El motor diésel es diferente al de gasolina. El concepto es diferente. Esto es lo mismo».
-¿Qué fue de aquellos dos becarios?
-Juan Santos me confirmó que hicieron aquel videojuego para aprender a programar para el Intel 8080. Pero no quiere protagonismo. Siguió siendo profesor hasta su jubilación. Y Rafael Martínez tiró por otros derroteros profesionales en 1983.
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