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DESAYUNO CENA FIN DOMINGO - REVISTA BLANCO Y NEGRO - Miguel Díaz ,.
DESAYUNO CENA FIN DOMINGO - REVISTA BLANCO Y NEGRO - Miguel Díaz ,. fotos,.
Miguel Díaz ,.
Miguel Díaz, fundador de la Librería Alcaná: «Somos como una pequeña familia»,.
( Desayuno )
Miguel Díaz hizo con su librería lo que haría cualquiera con un sueño: imaginarlo, proyectarlo y, finalmente, materializarlo. Lo llamó Librería Alcaná y, veinte años después, sigue siendo un rincón mágico y atemporal ubicado en Tetuán —concretamente en la calle del Marqués de Viana, número 52—, donde no sólo da a los libros una nueva vida, restaurándolos en caso de deterioro, también los mantiene en constante renacimiento, pues no olvidemos que un libro nace con cada nuevo lector que se acerca a ellos.
( Cena )
—[Me cito con Miguel en la misma librería en la que, nada más entrar, el olor a papel antiguo y a clásico te invita a curiosear, a tocar y a comprar. Se lo hago saber, y él reconoce que por eso mismo no cree que el libro en formato físico vaya a desaparecer]
—A diferencia de la música y la fotografía, el libro digital todavía no ha eclipsado al libro en papel. La gente seguirá leyendo libros en formato físico, y en ese sentido el olor juega un papel importante. Nuestros clientes nos lo dicen muchas veces, que cuando entran en la librería, ese olor a papel, a papel antiguo, no se respira en otros sitios, ni siquiera en una librería nueva (risas). Si a eso se le suma el hecho de tener un ejemplar de hace cincuenta, setenta o cien años, el poder tocarlo y tenerlo en tu casa lo convierte prácticamente en una reliquia. Por eso creo que al libro en papel le queda mucho, mucho tiempo.
—Están celebrando el 20º aniversario, y dos décadas dan para mucho. ¿Cómo resumiría estos años?
—Verás, han sido veinte años de mucho esfuerzo, mucho trabajo y mucho sacrificio. Es un sector muy competitivo: todo es online, todo es transparente, y como un objeto de segunda mano no está sujeto a un precio fijo… La competencia es feroz. Por lo tanto, hay que trabajar mucho, estar despierto y no despistarse para mantenerse. También el hecho de partir de una sola persona para actualmente llegar a doce, trece empleados, ha sido una evolución importante —más aún en los tiempos que vivimos, donde prácticamente todo es digital— que una librería de segunda mano, partiendo de la nada y sin recursos, porque cuando se creó no había recursos de ningún tipo salvo los personales, llegue hoy a generar empleo en cultura y en libros. Creo que es algo… loable, sí, pero también complicado. Ten en cuenta que únicamente vendemos libros en papel y además generamos empleo con ello. Esto, por sí solo, acaba resultando costoso pero al mismo tiempo factible. Quiero decir que se puede hacer, y podemos estar orgullosos porque al final lo hemos hecho. Lo hemos conseguido.
—¿Cómo definiría usted una librería?
—Como un foco de luz, como un espacio en el que se pueden ver y adquirir libros para nuestra biblioteca particular, donde podemos encontrar obras que a veces no nos llegan por los canales tradicionales. Antes, como no había internet, lo único que teníamos al alcance de la mano eran las revistas culturales o, directamente, las librerías. Hoy, sin embargo, aunque virtualmente estemos más cerca los unos de los otros, acercarnos a las librerías está más complicado porque, por desgracia, han desparecido muchísimas…
—Como ha dicho, mantenerse durante 20 años en estos tiempos no es tarea fácil, pero vayamos al origen. ¿Cómo surge la Librería Alcaná?
—Alcaná surge por el amor que siento hacia el libro desde que tengo conciencia de leer, aunque la idea de la librería como tal surgió en cuanto tuve la posibilidad de vender libros de segunda mano, que era a lo que podía acceder en mi juventud, más que a los nuevos, y que adquiría en la Cuesta de Moyano o en el Rastro de Cascorro. Un buen día hice acopio de los libros que ya había leído, o que me ocupaban espacio, y elaboré un catálogo de trescientos libros —junto a alguno más que compré expresamente para ese catálogo—. Con eso y con mil pesetas de aquellos años, del año 2001, decidí ponerlos a la venta en internet y, a partir de ahí, empezó todo.
—¿Y por qué llamarla Alcaná?
—El nombre de Alcaná como tal me surgió leyendo un día el Quijote. Concretamente el capítulo IX, donde aparece el Alcaná de Toledo. Me pareció un nombre muy bonito relacionado con el comercio de libros, con la literatura y con nuestro Quijote internacional, claro.
—Pero también con el comercio de a pie…
—Sí, sí. De hecho, el Alcaná que estuvo vigente en Toledo hasta el siglo XVIII o XIX era un mercadillo —como los que se montan actualmente— para la gente sencilla, para quienes paseaban por la calle, para los vecinos… Y me pareció un nombre perfecto para una librería de segunda mano.
—¿Y respecto al hecho de convertirse en librero, le viene de herencia?
—No, ninguno de mis padres fue librero ni trabajó en una librería, aunque quizá la idea de hacerme librero me surgiera por la escasez de libros que había en casa… Mi padre fue un desertor del arado que se vino a la gran ciudad a poner ladrillos, y mi madre en aquella época limpiaba casas. Teníamos una situación económica muy delicada y no teníamos apenas para comprar libros. Y una de las formas de evasión, para mí, era ir a la biblioteca pública que estaba cerca, donde leía todos los libros que podía. En casa no teníamos más que las novelas de Marcial Lafuente Estefanía que leía mi padre (risas), y quizá ése fue el motivo de querer buscar más libros, desde cómics y tebeos hasta los libros más rebuscados que fui encontrando, buscándome a mí y buscando a los que se convertirían en mis autores. Por ejemplo, un libro que me impactó muchísimo cuando lo leí, y que me sigue pareciendo impactante y bueno, aunque duro también, es Las ciegas hormigas, de Ramiro Pinilla. Pero respondiendo a lo primero, y como te decía al principio, ese amor por los libros hizo que me plantease la posibilidad de darles otra oportunidad, como una segunda vida, pero dársela yo directamente más que venderlos a una librería. Internet por aquel entonces era un canal que estaba surgiendo y, aprovechando esa vía, lo puse en marcha como experimento.
—Aun sabiendo que dicho experimento conllevaba un riesgo y que podía salir mal.
—Por supuesto. Todo emprendimiento y experimento conlleva un riesgo, pero el no intentarlo o el no llevarlo a cabo también lo es. Personalmente, preferí intentarlo y aventurarme. Por suerte, aquello fue rodando, fue cogiendo fuerza, cogiendo velocidad, cogiendo volumen, y aquí estamos hoy. Ni mucho menos llegué a imaginarme en esos momentos que aquella incipiente Alcaná llegase a convertirse en lo que es hoy.
—¿Y cómo se dio a conocer durante los primeros años, cómo se vendió?
—En su momento empecé a poner anuncios en aquel periódico de papel de la época que se llamaba Segunda Mano, y a raíz de esos anuncios me llamaba la gente desde sus casas y me proponían vender sus libros. Me acercaba a sus domicilios, veíamos los libros, el estado en el que se conservaban y, si llegábamos a un acuerdo, se los compraba. Y así ha sido desde entonces, con la diferencia de que ahora nos anunciamos por medio de otros canales, como las redes sociales (Twitter, Facebook e Instagram), pero la principal forma de darnos a conocer y de anunciarnos sigue siendo a través de la compra a particulares, ya que no trabajamos con libros nuevos. Quiero decir, que los libros pueden ser más antiguos o más modernos, eso no importa, pero siempre de segunda mano.
—Entre los proyectos que tienen a largo plazo, imagino que uno de ellos será el de seguir creciendo.
—Seguir creciendo… Hoy por hoy es muy complicado, porque para una librería se necesita espacio. En nuestro caso somos una librería que todo lo que compramos lo tenemos que almacenar. No tenemos la opción de devolver al distribuidor los libros que no vendemos, así que sí o sí tenemos que almacenarlo. Y ese almacenamiento es costoso aquí en Madrid. Nosotros estamos en Tetuán, y en este barrio es donde nos movemos, donde vivimos, donde trabajamos… Sin embargo, el metro cuadrado es muy caro y crecer como tal nos cuesta mucho. Lo intentamos, desde luego (risas), pero es muy caro. Da igual poner una tienda de Rolex que una librería de segunda mano, porque el precio de mercado es el mismo para los dos.
—¿Y qué hacen con los libros que llevan años almacenados o que resultan difíciles de vender por la razón que sea, porque son desconocidos para el público en general o porque el mercado está saturado de determinados títulos?
—Cuando ocurre lo que comentas lo que hacemos es exponerlos en la tienda, regalarlos a los clientes u organizar eventos culturales para sacarlos a la calle. Sin ir más lejos, ahora estamos haciendo una liberación de libros. ¿Qué quiere decir esto? Que cualquiera de las personas que trabajamos aquí, en cualquier parte de la ciudad o en otras ciudades a las que viajamos, vamos dejando libros por la calle. Los dejamos con una etiqueta indicando de dónde provienen y recomendando, a quien lo encuentre, que lo lea. Y si no quiere quedárselo después de la lectura, que lo vuelva a liberar para que otra persona lo encuentre.
—Es un bonito reciclaje y una forma particular de fomentar la lectura.
—Sin duda, sólo hace falta que los lectores respondan (risas).
—¿Tienen algún autor o escritor que se haya convertido en el más vendido?
—En nuestro caso los autores más vendidos son Agatha Christie, Gabriel García Márquez y Miguel Delibes. Son tres autores que vendemos prácticamente a diario, y también la obra que más vendemos es el Quijote. Tenemos clientes que compran varias versiones del libro porque son coleccionistas. Y ahora que pienso en géneros, lo que más vendemos es la narrativa, aunque tenemos de todo, por supuesto (risas).
—¿Y cuál diría que es su sello, o la marca personal de la librería?
—Partiendo de que somos una librería más en el océano de internet, lo que tratamos de hacer es ponernos en el lugar del cliente y dar un servicio personal y cercano, como a nosotros nos gustaría que nos lo dieran, ofreciendo una comunicación rápida y eficaz, y una entrega del libro en poco tiempo y económica. E intentamos redondear bien estos aspectos para que los clientes vuelvan a nosotros sabiendo que les vamos a informar inmediatamente de que el libro (o los libros) lo tienen reservado y que indicamos el número de pedido así como el número de seguimiento y cuándo lo van a recibir… Todo esto, unido a una política de precios muy populares, tanto el del pedido como el de los gastos de envío, hace que nuestros clientes confíen y vuelvan a la librería, físicamente o por medio de la página web. Y si surge algún problema de retraso o si el cliente ha decidido no quedarse con el libro porque ya se lo han regalado o porque lo ha encontrado por otro medio, lo solucionamos a su gusto. Además de eso, hacemos nuestro trabajo con delicadeza y con mimo. Tratando al libro como merece. Bien sea vendiéndolos, catalogándolos o fotografiándolos uno por uno, cuesten noventa céntimos, veinte euros o el precio que sea. Los fotografiamos todos. Por ejemplo, si hemos vendido Cien años de soledad doscientas veces, ese libro lo hemos fotografiado doscientas veces. Principalmente, para que el cliente sepa que el libro que ha visto en internet es el mismo que ha comprado y es justo el que le llega. Y al final, la pasión y el amor por hacer bien las cosas, unida a las nuevas tecnologías, es lo que nos ha ayudado también a mantenernos.
—¿Y cómo se mantuvieron durante la pandemia?
—Mal, pero más por la incertidumbre que por otra cosa, porque no sabíamos lo que iba a pasar cuando se decretó el Estado de Alarma. Nos tuvimos que mentalizar para cerrar la librería como tantos negocios, tiendas, etc… Pero cuando nos dieron la opción de continuar con la venta online, pudimos seguir trabajando. Y también gracias a los clientes que necesitaron la lectura para sobrellevar el confinamiento. Fue complicado, pero una vez más nos mantuvimos. No podíamos comprar, claro, como es lógico, y tuvimos que echar mano de las reservas, pero pasamos la situación y, afortunadamente, no nos pasó nada grave. Cumplimos.
—¿Cuál ha sido el peor y el mejor momento que ha vivido en la librería?
—El peor… yo creo que el peor es cuando un compañero se va de la librería por el motivo que sea. Porque quiere mejorar, porque nuestro horario es complicado… Esos son los momentos más difíciles y duros. Porque al final trabajamos mucho, pero somos como una pequeña familia y cada vez que se va uno de nosotros, es un hueco que se nos queda ahí y que tarda tiempo en curarse. Y momentos buenos, siempre que nos reunimos con motivo de un cumpleaños o las cenas de navidad… Esos son los mejores momentos, para mí, porque estamos todos juntos fuera de lo que es el trabajo y, sencillamente, porque nos unen más. Somos una familia.
—¿Y cómo están celebrando estos veinte años?
—Principalmente con diferentes actividades, porque no sólo vendemos libros, también hacemos presentaciones de libros y organizamos varios eventos culturales a lo largo del año aparte de lo que es la venta de los libros, que verdaderamente nos da el sustento de la librería. Tenemos programadas tres exposiciones de libros por el centenario de José Hierro, de José Saramago y por el 150 aniversario del nacimiento de Pío Baroja, en las que presentaremos primeras ediciones de estos autores. Libros dedicados y firmados por ellos mismos que la librería guarda para las exposiciones. Además, estamos haciendo un concurso de microrrelatos que ya está puesto en marcha para todas aquellas personas que quieran participar, con premios en libros de la librería y una escultura específica que ha hecho un artesano de aquí del barrio. Y de cara a mayo, tenemos programado un recital musical totalmente gratuito para todas aquellas personas que quieran asistir.
—¿Qué legado le gustaría dejar de cara a los próximos años?
—Pues como soy el más antiguo de la librería…
—El alma mater, diría yo.
—Sí, también (risas). Pero como soy el veterano, sólo espero que cuando me marche de aquí el resto de los compañeros se queden gestionando la librería.
—¿Y qué le pide a los próximos veinte, treinta o cuarenta años? Puestos a pedir…
—Pues… lo primero, decir que si hemos llegado a veinte, creo que podemos firmar por otros veinte. Pero también que no haya más guerras y que todos intentemos hacer bien las cosas. Creo que la naturaleza del ser humano, con nuestras cosas, siempre tiende a avanzar y a mejorar, a ser más humanos y mejores personas. Y aunque lo hagamos despacio, siempre evolucionamos hacia el bien. Así que en estos momentos no pido nada más. Que no haya más guerras y hacer las cosas bien, nada más.
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