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REVISTA FARMACIA - Psiquiatras sin bata ni consulta: «No hay barreras entre médico y enfermo» ,.
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Psiquiatras sin bata ni consulta: «No hay barreras entre médico y enfermo» ,.
Las unidades de hospitalización a domicilio de salud mental, como las del Gregorio Marañón de Madrid, son un lujo en una sanidad saturada. Sanitarios que abrazan y miran a los ojos de sus pacientes,.
El Área de Salud Mental del Centro de Salud «Matrona Antonia Mesa» de Cabra estaba ayer sin ninguno de los tres psiquiatras que componen su plantilla.
Davinia responde a la llamada de la periodista poco después de llegar a casa. Salió por la mañana y probablemente vuelva a hacerlo más tarde. Hace dos años no hubiera podido hacerlo, ni hablar por teléfono ni salir de casa. «Me pasaba el día acostada. Si me llamaban cogía el teléfono desde la cama porque no podía conmigo misma. Ni siquiera podría hablarte como te estoy hablando ahora mismo», explica
Hace dos años Davinia, con un fuerte brote psicótico, fue paciente de una unidad pionera en la sanidad pública canaria. Y la atendieron en casa de su madre.
La psiquiatra Sandra Quirós, el enfermero Nico Jiménez y los trabajadores sociales María Dunia Martín y Ányelo Afonso conforman el equipo de Hospitalización Domicilaria de Salud Mental de Vecindario pertenenciente al Servicio de Psiquiatria del Hospital Insular y que se puso en marcha en 2021 con el fin de tratar a los pacientes con trastorno mental grave de una manera más humana y cercana.
Se trata de un contacto entre especialista y paciente diferente que ha logrado paso a paso mejorar la situación de la persona enferma. Davinia tenía consulta en casa de su madre. «Era allí como una una forma de forzarme a salir», dice. Y sin batas blancas ni un escritorio de barrera física entre ella y su psiquiatra, matiza.
En este salón convertido en consulta no hay prisa. La especialista se sienta junto a su paciente y la escucha frente a frente durante el tiempo que necesite, lo que se convierte en una «presencialidad que disminuye la soledad cuando se está pasando por un proceso que no se conoce», señala la psiquiatra Sandra Quirós.
El tiempo marca la diferencia. Puede ser una, dos horas... es la situación del paciente quien manda. «Puedo estar horas en función de la necesidad y es esa intensidad la que resulta favorable para el bienestar del paciente», asegura la especialista.
Los datos reflejan que las personas enfermas que han pasado por la unidad se comprometen con la consulta desde casa. «La adherencia es prácticamente del cien por ciento desde la primera cita. Se nos escapa alguno, pero de los 135 personas que tratamos, solo tres no han continuado con nuestro seguimiento domiciliario», destaca Quirós.
Es una atención más cercana, pero no es apta para todo el mundo. Siempre se decide caso a caso y es primordial que haya un «soporte familiar» que pueda formar parte del tratamiento como apoyo y bien de colaboración.
El perfil de usuario son adultos con diagnóstico del espectro de la psicosis o trastorno bipolar, que esté en situación o en riesgo de descompensación. El caso de Davinia estaba claro. Un brote psicótico por el que acabó ingresada en el hospital y al salir continuó su tratamiento desde casa con mucha «perseverancia» y junto a un familiar entregado. Aquí, su pareja ha sido parte del proceso al «nunca haber dejado de estar».
En casos como los de ella, donde hay un trastorno mental grave, existe un estigma social que se traduce en un «desconocimiento por parte de la sociedad y de los propios familiares», aclara la psiquiatra. En muchas ocasiones, las familias no saben a lo que se enfrentan y por eso «actúan o no de una determinada manera». El trabajo de la unidad es también explicarles cómo será la operativa de trabajo y hacer que «la salud mental sea un proceso que lo pueda entender quien lo tenga cerca», añade la médica.
TITULO: CAFE, COPA Y Documental - Nadie busca a los hermanos Orrit tras desaparecer hace 35 años de un hospital de Manresa,.
Nadie busca a los hermanos Orrit tras desaparecer hace 35 años de un hospital de Manresa,.
«Cuatro Cuerpos policiales no han sido capaces de encontrar a dos niños», lamenta Mari Carmen. Por la vía judicial, el caso prescribió al tratarse como un delito de rapto y otro de inducción al abandono del hogar,.
Isidre Orrit tiene 5 años. Unas anginas le llevan al hospital, por la reacción alérgica a la penicilina que le administraron para tratarlas. Con él se queda su hermana Dolors, de 17. Su padre había muerto de cáncer un mes y medio antes, y la madre trabaja de sol a sol para sacar adelante a sus hijos. Son 14 hermanos –nacieron 15, pero Montserrat murió con solo tres meses–, y algunos ya se han independizado, como Mari Carmen.
Cerca de la medianoche del 5 de septiembre de 1988, vieron por última vez a Isidre en su habitación. Se encontraba en la planta de Pediatría. A la mañana siguiente, había desaparecido y con él, Dolors. Fue el hospital, entonces el Sant Joan de Déu de Manresa (Barcelona) , el que alertó a la Policía. El médico de guardia que decidió ingresar al niño no atendió a la familia, porque ese día salía rumbo a Turquía, de vacaciones. El director del centro se negó a recibir a los Orrit, a los que trasladó, a través de una enfermera, que «esto no es una cárcel, y que aquí entra y sale quien quiere», explica a ABC Mari Carmen, más de 35 años después. Y es que durante los primeros días, la desaparición se trató como una marcha voluntaria. «¿Dos niños y a esas horas de la noche? No tiene sentido», cuestiona.
Tuvieron que pasar dos semanas hasta que, finalmente, perros de la Policía trataron de seguir el rastro de Dolors e Isidre. El recorrido que marcaron los canes iba desde la habitación hasta la puerta de Urgencias, donde se perdía. Había transcurrido demasiado tiempo. En el cuarto, los agentes localizaron la ropa de Isidre y unas gafas, éstas en el cajón de la mesita de noche. Creyeron que eran las de Dolors, pero tres décadas después, cuando Mari Carmen por fin pudo hacerse con ellas –hasta entonces bajo custodia de la Policía Nacional– comprobó que no. Un informe pericial encargado por los Orrit demostró que eran de una mujer mayor, por la graduación, que tampoco coincidía con la de la niña. Entre los restos de éstas, «gran cantidad de grasa», apunta la criminalista y abogada de la familia, Iciar Iriondo, que precisa que esta pista podía haber servido «para tirar del hilo», por ejemplo, por si alguien decidió dejar allí las gafas para despistar a los investigadores.
Y es que eso fue precisamente lo que hizo un detective privado que, tras ofrecerse a ayudar a los Orrit de forma altruista, apuntó como posible hipótesis que la familia del progenitor, de origen portugués, podía haberse llevado a los niños, al entender que no estaban bien atendidos por su madre. Hipótesis que descartó tanto la Policía Nacional como la Guardia Civil.
Los investigadores sí apreciaron indicios de criminalidad en la desaparición de Isidre y Dolors. «Se valoró incluso la posibilidad del tráfico de órganos, pero tampoco se llegó a nada», recuerda Iriondo. Finalmente, se trató como dos delitos. De rapto, en el caso de Isidre, y de inducción al abandono del hogar, en el de Dolors. Por este motivo, prescribieron al transcurrir dos décadas, mientras que las desapariciones sólo lo hacen cuando se resuelven. A pesar de los esfuerzos de la familia Orrit, y sendos recursos ante el Tribunal Constitucional y Estrasburgo, la vía judicial se cerró con dicha prescripción. De nada sirvió que, 30 años después, apareciese un nuevo testigo, que asegura que aquella noche vio como se llevaban a los hermanos y que no había hablado antes por miedo. «Lo que pedimos es que se le escuche, que se investigue, porque se han pasado años diciéndonos que no había pruebas o hilo del que tirar. Si no encuentras a una persona, viva o muerta, se tiene que buscar», reclama Mari Carmen. Con la vía judicial anclada por la prescripción, tampoco los Mossos le tomaron declaración, bajo el pretexto de que «no había una orden judicial», precisa la criminalista.
«Ahora mismo, la única esperanza que tenemos es que alguien que sepa algo lo diga», apunta Mari Carmen Orrit
La noche en la que desaparecieron Isidre y Dolors, las enfermeras de su planta estaban de celebración, por el cumpleaños de una de ellas. Así lo explicó el padre de otro niño, también ingresado en Pediatría, que se percató cuando no encontró a nadie al tratar de pedir suero para su pequeño. A Isidre, recuerda ahora su hermana Mari Carmen, le cambiaron de cuarto la noche antes. Pasó de uno compartido con otro menor, a otro en el que sólo estaba él, junto a Dolors. El contiguo a éste estaba vacío. Datos que inquietan a la familia Orrit.
«Dónde están»
«Cuatro Cuerpos policiales –CNP, Guardia Civil, Local y Mossos– no han sido capaces de encontrar a dos niños», lamenta Mari Carmen que asume que, con el paso de los años, se vuelve aún más complicado. «Ahora mismo, la única esperanza que tenemos es que alguien que sepa hago, lo diga. Tenemos derecho a saber si mis hermanos están vivos, muertos, dónde están y qué pasó con ellos».
Por aquella época, «aunque no había ninguna norma escrita, se esperaba 48 o 72 horas hasta empezar a buscar», rememora Montserrat Torruella, una de las fundadoras de Inter-SOS, primera asociación de familiares de desaparecidos, en 1998. Ahora ya no sucede, ya que las primeras horas son cruciales. Tampoco se compartía la información policial, y, por tanto, lo que se denunciaba en una comisaría, no llegaba a la de la población limítrofe. Con esa situación se encontró Juan Bergua, cuando el 9 de marzo de 1997 denunció la desaparición de su hija Cristina, de 16 años, en Cornellá (Barcelona).
Cristina Bergua
Por ella esa fecha se convirtió en la de las personas desaparecidas sin causa aparente. Ayer, se cumplieron 27 años sin noticias de Cristina. Tenía que haber vuelto a su casa a las diez de la noche. Si iba a retrasarse, avisaba, por eso sus padres tuvieron claro, sólo pocos minutos después, que algo había pasado. Las amigas de la joven explicaron que aquella tarde tenía pensado romper la relación con su pareja, Javier, diez años mayor que ella. Éste aseguró que, tras verse, la había dejado cerca del domicilio familiar, en la carretera de Esplugas.
Las pesquisas de los investigadores no se tradujeron en indicios para llegar a imputarlo. Interrogado en varias ocasiones –primero por el CNP y luego por los Mossos–, siempre mantuvo la misma versión y una actitud fría y distante. Los agentes llegaron a registrar tres kilómetros de alcantarillado que comenzaban en una arqueta del patio de la casa del sospechoso, pero no encontraron nada. La familia Bergua sabe que sin nuevas pistas o indicios, la Policía no tienen hilo del que tirar. Su esperanza es «que alguien tenga remordimiento de conciencia y nos diga dónde está, o que aporte algo nuevo para que podamos descansar, porque esta incertidumbre de tantísimos años...No lo podemos superar», apunta Juan a este diario.
Poco después de su desaparición, un anónimo apuntó que había que buscar los restos de Cristina en el vertedero del Garraf. La Policía Nacional buscó, durante 30 días, pero sin éxito. «Desde que desapareció, hasta hoy, no hemos tenidos ninguna noticia de su paradero», lamenta su progenitor, que sostiene que, con el paso del tiempo, – «tengo ya 76 años»–, es todavía más difícil. Gracias a él, y a otros familiares en la misma situación, bajo el paraguas de Inter-SOS, se creó el Centro Nacional de Desaparecidos para impulsar sus búsquedas. Según el último balance disponible, de 2022, sólo durante esos doce meses desaparecieron 16.652 personas en España. El 90% se esclarecieron en el mismo año, pero desde la creación del centro, hay todavía 6.192 sin resolver.
Por eso la familia Bergua lamenta que, al igual que ellos, muchos otros siguen sin conocer el paradero de sus hijos, que desaparecieron siendo menores. «No dejas de preguntarte qué es lo que pudo suceder, pero no encontramos respuestas». Su ruego, igual que el de los Orrit, y el de tantos otros en su misma situación, la del duelo congelado, es encontrar a sus seres queridos y «tener al menos un cuerpo que llorar».
TITULO: El escarabajo verde - Con pasión animal ,.
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foto / El Santuario Gaia es el refugio de animales de granja con más seguidores en las redes sociales del mundo. Su recinto se encuentra en los Pirineos catalanes y acoge hasta 260 animales procedentes de la industria alimentaria.
El Santuario Gaia abre las puertas al Escarabajo Verde para mostrar el funcionamiento de uno de los pocos refugios de animales de granja del país. Cerdos, vacas, cabras o gallinas procedentes de la industria alimentaria acaban sus días en este centro donde reciben todo tipo de atenciones veterinarias.
Escenas poco frecuentes como esterilizar gallinas o practicar fisioterapia a un cerdo se presencian diariamente en este santuario que acoge 260 animales. El objetivo es proporcionarles una óptima calidad de vida hasta el final de sus días. Sus fundadores, Ismael y Coque, se basan en la filosofía vegana, es decir, consideran que cada ser tiene derecho a vivir y rechazan cualquier actividad que implique explotación animal.
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